CRUZ CHINATTI- María de la Cruz
Por María de la Cruz
¿Sí, dígame?…
Así es como comenzó todo, una aventura, relación o historia de amor. Pero no amor del romántico, sino más bien ese amor de corazón, de sentimiento, que duró bastante tiempo, poco, muy poco teniendo en cuenta todo lo que gané…
-Hola ¿Paola?
-¿Sí, dígame?
-Soy Mari Cruz, me dio su teléfono Sara, en relación con un familiar suyo que necesita de cuidados.
-Sí, resulta que mi abuelo está bastante malillo, y lo tenemos ingresado. Y aunque ahora se están encargando mi madre y mis tías, si la cosa se alarga vamos a necesitar ayuda.
-Y ¿qué es lo que le sucede?
-La verdad, son muchas cosas, la edad… 90 años, con amputación de las dos piernas y para colmo ha sufrido un ictus…
-Madre mía, pues sí que está complicado…
-Entonces, ¿te interesaría en caso necesario hacer las noches?
-Sí, en principio no tendría problema.
-Bueno, pues lo hablo con ellas y me pongo en contacto contigo.
-Perfecto, guarde mi número y para lo que necesite.
-Lo guardo, y no me hables de usted, por favor, en cuanto hable con ellas te aviso, buenas noches.
-Bien, yo también guardo el tuyo, gracias y buenas noches.
Este fue el primer contacto con este trabajo, no era la primera vez que sucedía, pero no sé por qué me quedó una sensación extraña, tenía más ganas de lo normal de que me llamasen.
Pasaron unos días y recibí una llamada de un número desconocido, pero no dudé en contestar.
-¿Sí, dígame?
-¿Mari Cruz?
-Sí, dígame…
-Soy Carmen, tía de Paola, hablaste con ella hace unos días…
En ese momento me recorrió una sensación de alegría por el cuerpo, era la llamada que estaba esperando, no sabía por qué, pero la esperaba…
-Ya me contó Paola un poco cómo estaba la situación, y, la verdad, es muy duro para la familia. Dígame, ¿cómo puedo ayudarle?
-No me hables de usted. A ver, entre mis hermanas y yo lo estábamos haciendo, pero mi hermana Santi tiene que irse de viaje y mi hermana Antoñita y yo solas no podemos.
-Claro, dime horario y necesidades, y cuándo queréis que empiece.
-¿Podrías empezar mañana mismo?
-Sí…
-Bien, sería de diez de la noche a ocho de la mañana. Hay que estar muy pendiente porque está con la cabeza un poco perdida, sobre todo de noche. Se arranca la vía y la sonda se la trastea mucho, pero no es agresivo. Te pagaríamos 50€ la noche. No te puedo dar tiempo, ya que los médicos no son muy optimistas. Está muy mayor y la cosa está complicada. ¿Te parece bien? -su voz sonaba triste, cansada aunque joven, pero sobre todo triste.
-Por mí perfecto. Solo necesito saber el hospital y la habitación.
-Está en el Hospital Marítimo, módulo de hospitalización, habitación 125.
-Bueno, pues mañana nos vemos allí a las diez.
-Perfecto, hasta mañana.
Por un momento comenzaron los nervios, es un hospital atípico, con sus casitas bajas, zonas ajardinadas y tan cerca del mar, que en la noche es el sonido de las olas el que te hace algo mas fácil la estancia allí, pero por alguna razón, me hacía especial ilusión comenzar, era algo que creo que necesitaba pero todavía no sabía por qué.
Tras una buena siesta para prepararme para el turno de noche, me hice la cena, una buena ración de ensalada de pasta y piquitos. Algo fácil y rápido de comer ya que no sabía cómo era mi nuevo usuario. Uniforme limpio, bien planchado y acoplado en la mochila junto con la cena, una botella grande de agua. Lista para salir, nerviosa e ilusionada. En el coche con mi música alta y la mente dándome vueltas. ¿Cómo sería él? ¿La familia? ¿Qué patología?
Al llegar al hospital aparqué muy fácilmente, es otra de las cualidades de este centro, ya que los aparcamientos están rodeando la gran cantidad de jardines que hay. Me ubiqué, subí y me preparé para la primera toma de contacto. Qué sensación más rara, no era la primera vez, pero así me sentía, no sé, más ansiosa de lo normal.
-Hola, buenas noches, soy Mari Cruz.
En ese momento una mujer de cara muy amable y con preocupación me miró, se levantó apresuradamente hacia mí, sin dejarme entrar en la habitación por completo. Dejándome solo ver otra mujer más joven, rubia, de pelo muy rizado y risueña que miraba hacia donde debía estar el paciente, al que no llegué a ver.
-Hola, buenas noches, soy Antoñita, la mayor. Mi padre está muy delicado, los médicos solo dicen que lo que aguante el corazón, que tiene líquido en el pericardio y un poco de encharcamiento en los pulmones, las noches las está pasando fatal, no duerme nada y, claro, durante el día está muy penoso.
Su voz era dulce, pero se notaba cansada. Una vez que terminó de darme toda la información, me invitó a entrar para presentarme a su padre. Tomé aire mientras pensaba en cómo sería la primera noche, si le caería bien o si habría conexión entre nosotros, cosa que venía dudando, ya que me dijeron que se le iba la cabeza. Intenté tranquilizarla, pero todavía no sabía cómo.
-Papá, mira, esta es Mari Cruz, la muchacha que se va a quedar contigo esta noche. Mari Cruz, este es mi padre, Antoñito.
-Buenas noches, Antoñito…
Y en ese momento sucedió, no me había acercado a darle dos besos cuando al mirarlo a los ojos, lo vi, ¡era especial! Especialmente bueno, dulce, no sé, creo que en ese momento lo supe. Era por él por lo que había estado ansiosa.
Me miró, y con una voz muy tenue me preguntó por mi nombre, y acto seguido lo asoció con la canción de Carlos Cano, lo cual hizo que desde ese momento todo surgiera de forma natural. La mujer más joven se acercó y se presentó.
-Hola, Mari Cruz, soy Paola, hablamos por teléfono.
-Ah sí, encantada de conocerte en persona, y gracias por contar conmigo.
Despidiéndose entre risas y muestras de afecto, se dieron las buenas noches y se fueron.
Fue entonces cuando comenzamos a conocernos.
-Bueno, Antoñito. ¿Es así como quiere que lo llame?
-Sí, todo el mundo me llama así y es como me gusta.
-Y, ¿qué más le gusta?
Ahí se entristeció, su rostro pasó de mostrar curiosidad a nostalgia.
-Me gustaba leer, pero ya no puedo ni pasear…
-Veo que la cena está aquí todavía, ¿te la preparo?
-No tengo hambre…
-Ah, no, eso no, si quieres nos ponemos tristes, pero con el estómago lleno. Por lo menos uno de los dos platos, tú eliges, ¿la sopa o el pollo?
Me miró fijamente, y como si supiera que no me podía discutir, me dijo:
-El pollo no me gusta, así que la sopa.
-Jajaja, así me gusta.
En la tele estaba puesto un programa de copla y el artista comenzó a cantar mi canción (Ay, Mari Cruz, Mari Cruz) nos miramos y nos pusimos a reír. No podía ser una coincidencia, tenía que ser algo y con el tiempo lo comprendí, estábamos destinados a conocernos, nos hacíamos falta el uno al otro. Yo necesitaba un abuelo en mi vida y él una loca en la suya. Creo que hubo una conexión inmediata por ambas partes.
Comencé a darle la cena mientras nos íbamos haciendo preguntas el uno del otro, queríamos conocernos, y buscar temas en común, hablamos, no fue difícil, él quería contar y yo ansiaba escuchar.
No podía creer lo cuerdo que estaba, solo tenía que evitar que estuviese tan triste.
Sobre las once y media pasaron las auxiliares del hospital con la infusión de media noche; ¡madre mía! ya eran casi las doce, se me pasó muy rápido y entonces aprecié el cansancio en su mirada, así que tras una manzanilla doble y la última toma de medicamentos, quité el televisor, bajé la luz y me senté a su lado, tomándole la mano.
Se durmió rápidamente, pero en el momento que solté su mano se despertó, así dos o tres veces, por lo que me di cuenta rápidamente de que no es que pasara malas noches, era solo que no se sentía seguro, estaba asustado, aunque no falto de cariño, solo se desorientaba como muchos abuelos que se sienten asustados y desprotegidos. Sólo con cogerle la mano se calmaba y dormía plácidamente. Lo único malo era estar de pie junto a su cama toda la noche, literalmente; lo bueno, ver cómo dormía tranquilo hasta las siete.
A las ocho apareció una mujer por la puerta, elegante pero jovial.
-Hola, papá. Buenos días, Mari Cruz, soy Carmen.
-Buenos días, encantada.
-¿Qué? ¿Cómo ha pasado la noche?
-Bien, solo hay que tenerle la mano cogida y está tranquilo. -Le hice un pequeño resumen de la noche, la cena, la canción de la tele y como descubrí, que el secreto era la mano-. Así que bien hasta las siete o así.
– Qué bien, lleva varias noches sin dormir bien. Bueno, te pago y te dejo que te vayas a descansar. Si no hay cambios, nos vemos esta noche.
-Claro. Bueno, Antoñito, sé bueno, y nos vemos esta noche.
Le di dos besos y me despedí. Estaba cansada, la verdad, sobre todo por haber estado de pie toda la noche. Cuando llegue al coche, me di cuenta que había aparcado casi en la puerta de la ermita fijándome en lo pequeña y bonita que es; tenía ganas de volver.
Cuando desperté sobre las tres, le conté a mi marido lo bien que me habían caído el hombre y la familia, de lo que habíamos hablado y hasta la coincidencia de la canción. Preparé mi cena y de nuevo a trabajar.
-Buenas noches, Carmen. Hola, Antoñito.
-Hola, Mari cruz. Mira, papá, ya está aquí Mari Cruz. ¿No preguntabas por ella?
-Bueno, ¿cómo ha ido el día? -pregunté mientras saludaba a ambos con dos besos.
-La verdad, a ratos. No quiere estar aquí y los médicos no lo ven bien para el alta. Hasta que no duerma bien varias noches y no tenga líquido, no se puede ir.
-Antes de que te vayas querría hablar contigo fuera -le dije en voz baja y subiendo al tono normal añadí – te acompaño abajo, que se me olvidó comprar agua.
Necesitaba información, de la situación real de Antoñito.
-Carmen, ¿qué es lo que pasa? ¿A qué te has referido con lo de dormir más noches? Porque lo del líquido sí me ha quedado claro.
-Los médicos no saben cómo puede evolucionar, aunque no perdemos la esperanza. -en su rostro vi una pequeña sonrisa – con el tiempo descubrí que se nos dibujaba a cualquiera que lo conociese al pensar en él-.
-Perfecto, haré lo posible para que descanse. Ahora hazlo tú, que el día habrá sido muy largo. Venga, a descansar.
Pensé en recoger unas flores para la habitación, pero primero tendría que saber si le gustaban.
Subí a la habitación donde Antoñito me estaba esperando. Miraba la puerta con alegría y ganas de hablar.
La noche transcurrió tranquila, conseguí cansarlo con conversaciones y preguntas para seguir conociéndonos, lo suficiente para que durmiera casi del tirón seis horas, y así fueron pasando los días, o más bien, las noches de hospital.
A principios de enero (llevábamos casi un mes) al llegar estaba Antoñita, la mayor de sus hijas. La verdad, mi trato con ellas había sido muy reducido, ya que yo llegaba para que ellas se pudieran ir a descansar. Pero ella, visiblemente muy contenta, me informó de que si pasaba la noche bien, le darían el alta al día siguiente, lo cual me produjo sentimientos encontrados, ya que ya sentía un cariño muy especial por “mi Antoñito” a quien había adoptado como abuelo. Lo miré y vi que en su cara se dibujaba una sonrisa que todavía hoy, muchos años después, no puedo olvidar.
Al día siguiente sobre las doce sonó el teléfono. Y con una mezcla de miedo y emoción lo descolgué.
-¿Sí, dígame?
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
Esta entrada tiene un comentario
Otros relatos
Ver todosMIS COMPAÑEROS DE VIDA- María Isabel López Ben
María Isabel López Ben
07/10/2024
Precioso y enternecedor relato.