DE LA TIERRA AL AGUA – María Mercedes Ildara Pablos

Por MARIA MERCEDES ILDARA PABLOS

Mi padre, Alfonso, unos días antes de celebrarse la boda, -mi madre estaba embarazada- encontró una carta reciente para ella, Mercedes, un ferroviario le dice que le gusta el sabor de sus labios y que la ama.
En ese momento mi padre decide qué no se casa con ella y le dice que se vaya de su casa, en la que vivía con mis abuelos, Alfonso e Ildara.
Cuando decide irse a Inglaterra, me cuenta que lo mejor que puede hacer es dejarme con mi abuela –su madre-, en una aldea perdida en el monte, y pobre como las ratas.
Sólo con mi tío Ramiro, el más pequeño de los hermanos de mi madre, que vivía con nosotros, y me lleva sólo diez años, me hacía la vida un poco más agradable.
Un recuerdo que me encanta es cuando él se subía al cerezo y yo desde abajo, con el vestido levantado, recogía las cerezas que él iba tirándome.
También fue fantástico un día que fui a la escuela. Me encantó todo lo que podía aprender.
Lo que más me gustaba era cuando se secaban los cereales, el olor era muy rico y se hacían como muñecos, que yo les llamaba cabezudos.
Yo era muy pequeña para recordar algunos detalles de la casa de mi infancia, pero sí los más significativos para mí.
Era una casa muy humilde, oscura y húmeda de una sola una planta. En la parte frontal estaba dónde vivíamos nosotros y en la parte trasera estaban los animales.
En la casa vivíamos mi abuela, María, mi tío Ramiro, y el “tío” Marcelino, al que cuidaba mi abuela, dueño de la casa y que, cuando murió, que me acuerdo perfectamente, la heredó mi abuela.
La vida se hacía fuera de la casa, donde había un campo muy grande donde crecía el maíz y el trigo, además de tres árboles, dos manzanos y un cerezo, en los que trabajaban mi abuela y mi tío Ramiro.
El primer olor con el que te encontrabas al salir de la casa era asqueroso en todos los sentidos, olor, tacto de las cacas de las gallinas, entre los dedos de los pies, porque no tenía zapatos…, se me quedó grabado. ¡Las gallinas eran unas cochinas y hacían caca por todos lados!
De ahí llegabas al campo. El olor era riquísimo y me encantaba revolcarme entre el maíz, el trigo y la yerba, aún tengo en la nariz esa sensación de frescura.
Alguna vez me tocó llevar a pastar a la vaca, -si mi tío Ramiro tenía que bajar al pueblo, -y traía bollitos de pan blanco- y me daba terror, porque sólo le llegaba a las ubres. Aunque la pobre vaquita no hacía nada, más que comer, pero soy incapaz de olvidar el miedo que entonces me provocaba.
Dentro de casa, donde hacíamos la vida era en la cocina, desayunábamos leche recién ordeñada y cenábamos pan de maíz con leche. Para mi estómago, una bomba.
Era la estancia más grande de la casa, con una artesa donde se guardaba la carne salada. Servía de mesa y detrás tenía un banco de madera, donde nos sentábamos. También había una cocina de leña, un pequeño horno para hacer el pan de maíz y una chimenea. Se estaba calentito.
En el techo de la mesa del comedor, tenía un gancho con una cuerda y, atada a ella una cesta con los bollitos de pan blanco, para que yo no llegara a ellos. Ni subiéndome a una silla ni a la mesa, les llegaba.
Mi habitación estaba cerrada con una tela y el colchón era de las hojas de maíz que pinchaban muchísimo.
Yo nací en Vigo y viví con mi madre, cuatro años, de casa en casa de sus hermanas; me pegaba por todo.
Fueren años bastante tristes. A esa edad me dejó en la casa de mi abuela, en una aldea perdida en el monte, porque decidió irse a Inglaterra.
La versión de mi madre de ciertos hechos de mi vida, es complicada, básicamente porque yo tengo recuerdos desde los cuatro años, y ella era y es una mentirosa compulsiva, aún a día de hoy.
Pero empecemos. Según ella nunca, de pequeña, se separó de mí, pero el motivo no es por “amor de madre”, sino porque me llevó a varios colegios de niños pobres y en ninguno me admitieron, porque ella pensaba irse del país.
Cuando decide irse a Inglaterra, me cuenta que lo mejor que puede hacer es dejarme con mi abuela –su madre-, en una aldea perdida en el monte, y pobres como las ratas. Era la única opción que le quedaba para poder irse, diciéndome que iba a estar muy bien cuidada, en casa de su madre.
Estaba “tan bien cuidada” que no tenía zapatos, por lo que andaba descalza.
Según mi madre, mi padre era un borracho, pero iba a verme a la aldea siempre que podía, en su moto destartalada. Para mí era el Arco Iris.
A los seis años, mi padre me va a buscar, porque la vida en la aldea era insoportable, y me lleva para Vigo, a casa de mis padrinos, Augusto y Fina que, aparte de madrina, -Fina es hermana de mi abuela Ildara-.
Mi vida cambió radicalmente: iba a la escuela todos los días, tenía tenis y zapatos y, el “borracho” de mi padre, venía a comer a casa tres días a la semana para estar conmigo.
Cuando yo tenía siete años aparece mi madre de vacaciones en Vigo, con su marido, John, pobriño, era un amor.
Tardó dos días en ir a verme y lo primero que me espeta es: “Tu padre es un borracho, no como John”.
Mi repuesta fue: “Sí, será un borracho, pero él se ha quedado conmigo para cuidarme, no como tú que me abandonaste”
¡¡¡¡¡ PLAFFFF !!!!! (Léase como “grosen” tortazo por su parte)
Y ya no la volví a ver el resto de las vacaciones.
Empecé a ir a la escuela todos los días, lo que para mí era un lujo.
Me lo pasaba muy bien en verano, en la playa de Canido, porque iba a veranear con mi única tía (hermana de mi padre, Alfonso) y sus hijos. El pequeño, Ángel, un año mayor que yo, éramos de la misma pandilla
Pero resulta que yo en la aldea sólo hablaba en gallego, por lo que al llegar a Vigo me costaba muchísimo hablar en castellano, y se reían de mí.
¿O te vas a estudiar secretariado, o a fregar escaleras?, elige.
Estas son las opciones que me da mi madrina cuando se entera de que tengo que repetir cuarto de bachillerato.
Yo sabía que lo de fregar escaleras, no era lo mejor, pero el problema era que no tenía ni idea de lo que era eso de secretariado.
La escuela no quedaba demasiado lejos, por lo que iba y venía andando.
Fue un cambio radical en mi vida; pasar de un colegio de monjas, avanzadas en su tiempo, a uno del Opus
Dei.
La escuela era preciosa, el interior todo de madera, con su salón de actos, oratorio, cancha de tenis, piscina y 15 alumnos por clase, como máximo.
Lo que asustaba un poco eran las 18 asignaturas, pero bueno, a la segunda semana ya me había acostumbrado y hasta me hacía ilusión saber estenotipia, las maquinitas que utilizan en el Congreso, y también taquigrafía.
Al ser una escuela de la Obra, tenía sus características peculiares.
Una de ellas, que aún me río cada vez que la recuerdo, es que entramos por la mañana en la escuela la directora y yo y me dice “¿Vamos a saludar al Señor?” y le contesto toda seria: “¿A qué señor?”. En fin, que ahora me río pero, debí de ponerme roja como un tomate, cuando me di cuenta.
Las notas fueron inmejorables porque me gustaban las asignaturas, estudiaba y no me costaba demasiado. Mis padrinos estaban encantados.
Pero recuerdo que mi padre, acostumbrado a que sacara todo sobresalientes y matrículas, una vez tuve un 6 en matemáticas (mi caballo de batalla). Lo único que me preguntó, señalándolo, fue: “¿Y esto?”
¡Un parricidio no está muy bien visto!
Ya en la adolescencia conocí a Ricardo, un niño de familia bien, -nosotros éramos de clase media alta-. Mi padrino era el jefe de rentas, del ayuntamiento de Vigo- y nos enamoramos perdidamente.
Nuestra primera relación sexual, fue la primera vez para los dos y, en un momento determinado, me quedo embarazada, yo tenía 17 años y no sabía ni lo que era un preservativo.
Él se viene de Madrid, Mientras yo se lo digo a mis padrinos, que se llevaron un disgusto, pero bueno, dijeron, ya no había vuelta atrás.
Cuando llega Ricardo, se va directo a casa de sus padres, y allí ya empieza el bombardeo. Yo estoy trabajando como secretaria particular del alcalde de Vigo.
Sus padres le dijeron que quizás no fuera de él, sino de Joaquín García Picher, mi jefe, -casado y con seis hijas- porque la primera vez no sangré, quizás porque hacía gimnasia de alta competición.
A la mañana siguiente viene a casa de mis padrinos, todo serio; -no se habla del tema- y me pide el coche porque se va a La Guardia con unos amigos ¿Y yo?, no sólo vamos los chicos.
El que se hubiera ido con sus amigos el día anterior, sin contar conmigo para nada, me hizo tomar la decisión de suicidarme.
Me tomé un buen número de pastillas con whisky. Siete días en coma profundo.
Ricardo no apareció por el hospital para nada.
Pero en todas estas cosas, siempre hay algo divertido y es que Joaquín (mi jefe), al salir del ayuntamiento a las 3 (en aquella época había horario de visitas) se fue al hospital y no le dejaban pasar, entonces le dijo a la  enfermera que acababa de salir del trabajo y era el alcalde de Vigo, respuesta de la enfermera: Sí, y yo Isabel La Católica. Alguien lo reconoció y entró en la habitación donde yo estaba, partiéndose de risa y contándome lo que le había pasado.
La relación con Javier, el padre de mi hija, después de cinco años de convivencia, ya no daba para más.
Me había desenamorado. Es médico psiquiatra y trabajaba siempre de noche.
El 21 de septiembre de 1987, tuvimos nuestra última relación sexual, la menstruación hacía lo que quería, después de dejar la pastillas, por lo que no le di mayor importancia.
En enero de 1988, empecé a encontrarme mal, hicimos varias pruebas hasta que llamó a un compañero que vino a casa y me vio de arriba abajo.
Su conclusión fue clara “estás embarazada” hazte mañana el test.
Yo le dije que no tenía ningún síntoma, y le dio la risa.
Javier y yo no dábamos crédito, dos años intentándolo y, cuando ya no era el momento, me quedo embarazada
No quería vivir en una jaula de oro con una persona que ya no amaba, por lo que a los ocho meses de embarazo me fui a un piso que alquilé.
Mi planteamiento era que para Javier sería menos doloroso que yo me fuera antes, y no salir de casa con el bebé. Estaba de ocho meses.
Teóricamente, era un niño. Y ahí empiezan los problemas.
– Si era una niña, estábamos de acuerdo en que se iba a llamar Ildara, como mi abuela paterna y mi segundo nombre
– Pero, la diferencia estaba en que fuera niño, porque yo quería llamarle Bruno y él como su nombre
“Perfecto Domingo Javier”, yo me negaba en redondo y él me amenazaba con que lo registraba él y ya no había problema. Yo histérica.
Tal y como estaba previsto, el día 6, llega el momento del parto. Rompo aguas a las 12 de la noche. No tenía teléfono, ni fijo, ni móvil, por lo que tenía que bajar a la parada de taxis que estaba como a 200 metros.
Javier siempre me había dicho que en luna llena siempre hay una gran diferencia en aumento de partos, quedamos en que él es médico.
A las tres de la madrugada, que ya empezaba a tener alguna contracción, bajé a llamarlo. Lo primero que me dice es… “pero si no estamos en luna llena”, y le digo, pues bueno, me taparé con una mano.
A los diez minutos llegó a casa y yo estaba en la cama. Empieza a tomar el tiempo entre contracción y contracción y me dice: vámonos al hospital que aún vamos a tener al niño en casa.
Le dije que tranquilito que no íbamos de rallye.
Llegamos al hospital y ya me pusieron en la camilla con los cintos. Todo iba bien, y como era primeriza, decían que aún tendríamos para un rato largo.
Entre contracción y contracción, yo dormía. Hasta que llega el tocólogo, que por las palpitaciones también pensaba que era un niño, y empieza a medir los centímetros pero, al mismo tiempo, me ayuda con la dilatación y me manda directamente a partos.
Todo perfecto y, para todo el mundo fue una sorpresa, era una niña. Nació a las 10:04.
Lo primero que le dije a Javier fue: ¡Y para eso discutimos tú y yo tanto!
Se llama Ildara y tiene 36 años; es mi hija y la de Javier.
El 17 de mayo de 1999, me anoto en un foro de genealogía.
El principal motivo de empezar con la genealogía en muy básico: No tenía ni idea de la fecha de nacimiento de mi madre.
Me recibe en el grupo Enrique García Fernández. Empezamos hablando de temas de genealogía y seguimos con temas personales.
El 17 de julio, su cumpleaños, le llamo por teléfono, era la primera vez que hablábamos y se emocionó porque no se lo esperaba. Tanto que se lo contó a su familia: su padre (Víctor), su tía (Mima) y su hermana (Adriana).
Ellos le animaron a que viniese a conocerme. Si salía bien, perfecto y si no, pues se había hecho un viaje de vacaciones a Europa.
Me llama en agosto y me dice que viene en septiembre a conocerme.
Apagué el ordenador veinticuatro horas, estaba muerta de miedo. Cuando lo enciendo de nuevo, me dice que se viene el 21 de septiembre, otro patatús.
Yo no sentía mariposas en el estómago, sino que estaba en otra dimensión. El primero en saberlo fue Javier.
Vino Montevideo-Madrid-Vigo, el 21 de septiembre. Nos abrazamos con mi hija Ildara; y después a todo el mundo le decía que su sensación era como “volver a casa, después de un viaje de negocios”. Tanto y de tantas cosas habíamos hablado que yo sentí que lo conocía de toda la vida.
Fue una conexión especial. Ildara y yo nos reíamos muchísimo con sus dichos uruguayos y demás.
A los dos meses le pregunto si se quiere casar conmigo y me dice que sí, sin dudarlo.
Nos casamos un miércoles 17 de noviembre, todos en vaqueros o mayas, sólo fueron nuestros amigos.
Todos la recuerdan como la mejor boda de toda su vida. Lo pasamos genial. Estábamos completamente enamorados.
Algo curioso, es que para tramitar la reunificación familiar, tengamos que irnos a Montevideo, a la embajada española, y allí solicitarla. ¡Viva la burocracia!
A mis 55 años, mi hija me prohíbe que hable con sus amigas por Facebook, cuando fueron ellas las que me pidieron amistad y ¡Cuantas veces durmieron en casa!
Le contesto que así se lo diré a cada una de ellas, y su respuesta fue “muerto el perro se acabó la rabia”.
Fue un mazazo.
Eran Navidades y estábamos Enrique, Ildara y yo, colaborando en un comedor social.
Me siento muy deprimida y les digo que hoy no voy con ellos al comedor.
Tan pronto se van me hago un cóctel de cuatrocientas pastillas trituradas, con sidra. ¡Y para adentro!
Le escribo a Gina para contarle la prohibición de Ildara y nota algo muy raro y avisa a Ildara que vengan a casa que yo no estoy bien. Me salvó la vida. Otros siete días en coma.
Acabado el curso en el año 2000, me dedico profesionalmente a la genealogía, trabajando en todo tipo de archivos.
Consiguiendo bastantes éxitos, como ejemplo, la parte final de la genealogía en 1425, de D. Fernando de la Rúa, Presidente de la Nación Argentina entre 1999 a 2001, que ninguno de los genealogistas de Bueu (Pontevedra), de dónde procede, no lo han conseguido.
Lo curioso fue con mi partida de bautismo, -la del registro civil ya la tenía-, pues bien, resulta que mi nombre completo es María de las Mercedes Ildara de la Santísima Trinidad (y seguía, pero me contó mi madrina que el sacerdote dijo (“hasta aquí hemos llegado”).
Hablando de mis defectos, son tantos que no los puedo ni recordar. Quizás porque con todos, si no molesto a nadie, acabo riéndome por ser tan parva.
Soy muy desordenada con mis papeles y mis libros pero noto si se han movido de sitio o no.
Tengo un carácter bastante explosivo cuando me enfado, -raramente-.
No me da vergüenza nada y me considero una persona abierta; cada uno con su vida que haga lo que le dé la gana
Soy demasiado ingenua por lo que me dicen cualquier mentira y yo me la trago, mientras no afecte a nadie.
Por otra parte soy muy despistada, pero yo creo que es porque si estoy concentrada en algo, ni escucho ni presto atención.
Me encanta reírme de mí misma y que se rían conmigo.
No soporto las tareas de casa, pero nada de nada.
En fin “que soy una joyita” jajajajajaja.
Mi madre no se enteró de nada, aunque en septiembre de 2013, fui a Inglaterra a verla porque me dijo que se encontraba mal y otra vez en noviembre. Fue una tortura. Iba para perdonarla y, a pesar de todo, lo conseguí, aunque no la soporto. No me gusta ni como madre, ni como persona. Y jamás la tendría como amiga. No me gusta.
Aunque tanto mi hija como mi marido conocen, prácticamente todas mis “aventuras”, me gustaría plasmarlas en unas memorias sobre determinados acontecimientos de especial relevancia para mí, para que, el día que me muera, puedan releerlas, reírse, llorar, pero tenerme presente con mis luces y mis sombras.
Obviamente, el acontecimiento más importante y al mismo tiempo divertido, fue el parto de mi hija Ildara. Tanto es así, que el día de su cumpleaños, el 6 de junio, hasta los 15 años, me pedía que le contara cómo nació. Ahora a los 36, cuando se lo quiero contar, me dice “mamaaaaaa” y se ríe.
Hay muchos más, creo que mi vida es bastante entretenida y divertida.
Ildara era incapaz de entender como mi madre se fue a comprar tabaco y nunca más volvió. Pero hace cuatro años me dijo que, como era la única de sus abuelos que estaba viva, quería ir a verla a Inglaterra, antes de que se muriera (tiene 84 años). Ramiro me había dado su dirección.
En principio no la entendí y, de alguna manera, me entristeció que, sabiendo todo lo que sabía, se le diera ahora por conocerla. Pero, si era lo que ella quería, pues ¿por qué no? Ninguna de las dos teníamos ni idea de cómo la iba a recibir, pero por intentarlo no se perdía nada.
Y así fue, al año siguiente fue a verla y acabaron llorando abrazadas las dos. Desde entonces va todos los años a hacerle una visita y -se han hecho grandes amigas- Lo que ha supuesto que después de medio siglo, yo tenga contacto con ella, tanto física como telefónicamente y, la he perdonado, o más bien entendido, pero aun así no la puedo soportar.
Ahora nos llamamos -y tan “tierna y cariñosa” como siempre-, me dice que Ildara no parece hija mía, que es una chica maravillosa, no como yo.
Cuando vivía con mis padrinos, mi madrina era la que me enseñaba los valores, junto con mi padre.
Con mi padrino, Augusto, la relación era menos abierta pero, como buenos domingueros, gracias a él conocí toda Galicia y su arte.
Otra persona fundamental en mi vida es mi hija, Ildara. Nuestra relación no fue nada fácil, básicamente porque ya desde de niña tenía un carácter muy fuerte, como el mío y, claro está, chocábamos.
Es hoy el día que ella tiene 36 años y yo 68 y la relación sigue siendo complicada, hasta tal punto que a veces pienso que me «odia».
Visto lo visto, se me ocurrió preguntarle, para este ejercicio, en qué le había fallado como madre y me contestó lo siguiente:
«A ver, pues primero en mi infancia las consecuencias de tu alcoholismo, con tu violencia. Segundo, tu depresión, con todo lo que me supuso en Santiago y, tercero, ahora vuestra extrema falta de cuidados y lo que supone para vuestra salud física y psicológica.»
Y, como segunda parte del ejercicio, le pregunté si hay algo que, como madre, haya sido positivo y me contestó lo siguiente:
«Sí, claro. Tu educación en general, pero sobre todo a la hora de que fuese una persona fuerte e independiente emocionalmente, tu apoyo incondicional en los momentos malos y tu cariño y mimos».
Con Enrique aprendí lo que es una convivencia sana, en general. Trabajábamos los dos y en casa todo se hacía a medias. Lo fundamental, aparte de amarnos profundamente, era lo que nos reíamos juntos, cualquier parvada nos servía para partirnos de risa.
Los primeros 15 años de convivencia debieron de ser del estilo Corín Tellado,
A los 55 años empezó a tener lagunas, dejó el coche siniestro total, sin acordarse de nada, rompió una mampara de cristal y no se acuerda, tampoco. Andaba como un pato, se le olvidaban las palabras y ya nos fuimos al neurólogo, después de varias pruebas, nos dijo la palabra terrible: Alzhéimer. Después de varios análisis se descartó que lo fuera, aunque si tiene algo de demencia.
Y, por último, en mayo o junio de este año, le operarán las cervicales porque le están oprimiendo la médula. Es una operación de alto riesgo. Estoy preocupada.
Le amo como el primer día.
Terminó diciéndome:
“Si te quiero es porque sos Mi amor, mi cómplice, y todo
Y en la calle codo a codo Somos mucho más que dos…”
(Benedetti)

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Autobiografía

Deja una respuesta

Descubre nuestros talleres

Taller de Escritura Creativa

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Escritura Creativa Superior

95 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Autobiografía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Poesía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Literatura Infantil y Juvenil

85 horas
Inicio: Inscripción abierta