ESA MIRADA – Cristina Ángela Moore
Por CRISTINA ANGELA MOORE

Alicia no recordaba la vida sin Antonio, si es que la hubo. Crecieron juntos en una urbanización de un pueblo cercano a la capital. Jugaban en la calle con el resto de niños hasta que se encendían las farolas y pasaban el verano en la piscina municipal. Todos se conocían. Eran lo más parecido a una gran tribu en la que cualquier madre te curaba una rodilla magullada y cualquiera de los padres te arreglaba los frenos de la bicicleta.
Así Alicia tuvo una segunda familia en la de Antonio. Quería a sus padres como propios y se sentía querida y cuidada por ellos. Silvia y Sonia, las hermanas de Antonio, eran como sus hermanas y con ellas compartía muñecas Barriguitas y ropa de la Nancy. Pasaba más tiempo con ellas que con las suyas propias. Durante fines de semana y veranos eternos, en cumpleaños y fiestas de disfraces, las muñecas y las combas se fueron sustituyendo por las Súper Pop y secretos, y acercándose a la adolescencia, donde las hormonas y las fiestas del pueblo hicieron el resto, y transformaron la amistad infantil entre Antonio y Alicia en algo diferente. Catorce años tenían aquella noche de San Juan en la que empezaron salir juntos.
Antonio era un apasionado de las motos y fue de los primeros muchachos del pueblo en tener una.
Cambiaron entonces el parque de la estación y las escapadas a la isla, abajo en el río, por tardes enteras en la era haciendo caballitos con la moto. Al contrario que Alicia, Antonio no era buen estudiante y empezó a trabajar en el negocio familiar tan pronto tuvo la edad legal para hacerlo.
Alicia continuó en el instituto y, como alumna brillante que era, consiguió plaza y beca en la universidad sin mayor problema. Terminó su primer curso con unas notas excelentes que le aseguraban la continuidad de su beca, incluso con mayor importe por alto rendimiento académico.
Y se afianzó su vocación de periodista.
De nuevo llegó el verano a aquel pueblo de veraneantes y domingueros y con él apareció una nueva familia. Caras nuevas que refrescarían el ambiente, en ocasiones tedioso por conocido y monótono.
Un matrimonio de mediana edad con dos hijas, Ana y Raquel de edades similares a las hermanas de Antonio, compró la casa contigua a la de la familia de Alicia. Enseguida trabaron amistad, tanto adultos como jóvenes y, en especial, se hicieron asiduos de la casa de los padres de Antonio.
Durante los siguientes meses y años era habitual ver a las dos familias pasando mucho tiempo juntos. Juntos salían al cine, de excursión y hasta de vacaciones.
Los años fueron pasando y con ellos los últimos modelos de motos que Antonio estrenaba cada verano. Cada vez más grandes y potentes, despertaron en él las ganas de viajar… Y las discusiones con Alicia.
Ella estaba en el penúltimo curso de su carrera y pronto empezarían sus prácticas en una conocida agencia de noticias. Al principio no le importó que él se fuera algún que otro fin de semana a concentraciones de moteros. Pero cada vez se hicieron más frecuentes. Entre unas cosas y otras apenas se veían y Antonio comenzó a quejarse de la dedicación de Alicia a sus estudios, a las horas que pasaba haciendo guardias en busca de una buena noticia y a meter prisa por independizarse juntos.
―¿Cómo vamos a formar una familia así? No vas a poder trabajar con esos horarios infames y cuidar de nuestros hijos ―le repetía Antonio casi como un mantra.
Las primeras discusiones dieron paso a una presión continua y creciente para que, una vez acabados sus estudios, se uniera a la empresa familiar de los padres de Antonio, quienes secundaban la idea de su hijo. Dónde estaría mejor que en la oficina central de la cadena de tiendas de muebles y decoración que poseían.
―Como una señora. No por ahí siempre, hasta las tantas, y mi hijo solo ―le decía su suegro.
Con veintitrés años recién cumplidos, y su flamante título de periodista colgado en la pared del salón de la casa de sus padres, Alicia se casó con Antonio. Eran la envidia de sus amigos y conocidos. Tan jóvenes, tan guapos, tan enamorados. Al volver de su luna de miel de ensueño estrenaron un precioso piso decorado por el interiorista de la empresa de la familia de Antonio en la que también empezó a trabajar Alicia.
Habían pasado pocos meses desde su primer aniversario de boda cuando una tarde al volver del trabajo en la oficina y disponerse Alicia a preparar la cena sonó el teléfono. ¿Sería Antonio?, pensó ya que no le había visto por la empresa esa tarde y era raro que no estuviera ya en casa. Pero llamaban del Hospital Provincial. Antonio había tenido un accidente con la moto y tanto él como su acompañante no corrían peligro. Después de avisar a sus suegros y a sus padres, corrió al hospital.
¿Su acompañante? Esas dos palabras chirriaban en su cabeza. ¿Había oído bien?
Su duda se esfumó en cuanto entró en urgencias y se encontró con Raquel, la hija menor del matrimonio amigo de sus suegros, con un brazo escayolado y múltiples magulladuras por todas partes. Sintió como el estómago le daba la vuelta. Lejos de encontrarse con una joven asustada y aturdida, una mirada gélida, orgullosa y socarrona le hacía frente.
Al entrar al box donde estaba Antonio y verle, no necesitó hacer preguntas. Así que eso eran aquellas concentraciones moteras, las salidas repentinas para oxigenarse, las ansias de controlar los horarios, las amistades y hasta las relaciones familiares de Alicia. De pronto todo encajó. Y el suelo que siempre sintió firme y seguro, se hundió bajo sus pies. ¿Cómo había sido tan crédula, tan estúpida? A pesar del carácter de Antonio, a veces controlador y egoísta como el de un niño malcriado, jamás temió mal alguno por parte de él. No habría puesto su mano en el fuego por él, habría puesto su cabeza en la guillotina.
Al no tener hijos, el divorcio fue rápido a pesar de todas las trabas que puso su ahora exjefe y exsuegro. Ni siquiera la dejó sola mientras recogía su despacho. ¿Por qué actuaba así con ella? No reconocía a aquel hombre a quien consideró y quiso como a un padre. Ella no era la culpable de esa ruptura. Jamás hizo nada en contra de Antonio y se plegó a todas sus exigencias. Absorta iba en esos pensamientos, tratando de no derrumbarse ni ahogarse con esa bola de angustia y llanto que crecía en su garganta, cuando al girar una esquina del pasillo que llevaba al despacho de dirección chocó con una persona. La última persona que esperaría encontrarse allí.
―¿Qué haces tú aquí, Maruja? ―preguntó Alicia desconcertada.
Solo recibió una mirada glacial como respuesta. En el fondo de esos ojos vio aquel punto de burla que ya había visto antes en su hija Raquel aquella noche en el hospital.
Una mañana decidió visitar a su suegra y sus cuñadas. Ambas seguían viviendo en la casa familiar a pesar de su edad y recursos para independizarse. Para su disgusto abrió la puerta Antonio padre, no permitiéndole pasar del felpudo de entrada.
―Tienes que entender que ya no eres parte de esta familia. Todos debemos respetar la decisión de Antoñito.
¿La decisión? ¿Qué decisión si todo había salido a la luz por un accidente? ¿Cuánto tiempo lo llevaba ocultando?
No daba crédito a esas palabras y a esa desfachatez. Tratando de encontrar palabras que la ayudaran a salir de allí con un mínimo de dignidad, de pronto vio al fondo del recibidor a las mujeres de la familia. Vio compasión y cariño en sus miradas… y también miedo y duda.
Alicia no solo había perdido a su marido, amigo y compañero, sino a toda una familia.
Otro año pasó, un año en el que Alicia logró encontrar un poco de paz, algo de autoestima, un nuevo trabajo y nuevos amigos y compañeros. Estaba contenta en aquella cadena de televisión.
Comenzó como una redactora más pero poco a poco le fueron encargando pequeños reportajes y alguna que otra entrevista. Empezaba a sentirse dueña de su vida y de sus decisiones, a sentir alegría, a dormirse sin haber llorado antes.
Aunque faltaba poco para la Semana Santa, aquel era un martes vulgar y corriente. Nada más llegar a la redacción, la llamó a su despacho el director del programa de actualidad diaria en el que trabajaba. La noticia corría por las principales agencias de noticias: un atraco en una conocida tienda de muebles y decoración causaba la muerte a la propietaria y gerente de la tienda, y dejaba herida de extrema gravedad a su hija menor. Las habían encontrado el padre y el hermano al ver que no acudían a comer al bar cercano en el que lo hacían a diario. Según testigos. dos encapuchados habían entrado a la tienda y exigido la entrega del dinero que hubiera en la caja fuerte del negocio. Contaban horrorizados que no podían creer como al serles entregado todo el contenido de la caja dispararon en la cabeza a la madre, y que al acudir su hija en su auxilio la dispararon también.
―No tiene sentido tanta violencia. Me pareció una ejecución ―contó una clienta que se encontraba en la tienda a los compañeros reporteros de Alicia.
Su corazón se había ido acelerando según le llegaban datos: una tienda de muebles y decoración, la gerente y su hija encontradas por familiares de ellas. Sus compañeros conectaron en directo desde el lugar del atraco. Detrás del reportero pudo ver el escaparate de la tienda en la que había ocurrido ese horrible crimen… y sintió como sus piernas se derretían, los sonidos del mundo se silenciaron y, como se decía en la profesión, Alicia se fue a negro.
Su suegra había muerto en el acto pero Sonia, la niña con la que jugó a las muñecas y quería como a una hermana pequeña, agonizaba en un hospital cercano.
―No hay nada que podamos hacer por salvarla, la bala ha destrozado su cerebro y ha perdido masa encefálica. Solo podemos esperar y tenerla lo más cómoda posible ―les comunicó el jefe de neurología del hospital donde se moría la joven.
Alicia acudió al hospital. Nadie le impediría despedirse de ella. Nadie se lo impidió ya que solo estaban junto a su cama Silvia, su otra cuñada y una amiga íntima de Sonia.
Silvia se echó en brazos de Alicia nada más verla.
―¿Cómo nos ha podido pasar esto? ¿Por qué si les había dado lo que querían? ―gemía Silvia.
Sonia le siguió pareciendo preciosa tumbada en esa cama con una gasa que cubría el agujero de entrada de esa maldita bala que cortó su vida de golpe.
Como era joven y sana, durante dos espantosas semanas su corazón continuó latiendo, hasta que un
Domingo de Resurrección se paró para siempre. Enterrarían juntas a ambas, ya que la madre esperaba en una cámara de la morgue a su hija herida de muerte.
Alicia volvió a pensar en Antonio. Estaría devastado. Corrió al tanatorio para acompañarle. Ella quería mucho a las dos y, a pesar de todo, a Antonio jamás dejó de quererle.
Entró al tanatorio con la tristeza colgándole de los hombros y lastrando sus pasos. Impresionada por el gentío, buscó a Antonio. Lo encontró atendiendo a los asistentes, sereno. El impulso de Alicia de darle un abrazo se estrelló con el saludo de su mano helada. Vio a su exsuegro acompañado por Maruja. Percibió un movimiento extraño y complicidad en sus miradas.
Entonces fue a la sala en la que se habían depositado los ataúdes de ambas mujeres. Solo había una persona de espaldas. Una mujer joven que miraba fijamente a las muertas a través del cristal, se volvió al oír sus pasos.
Y de nuevo aquella mirada gélida y burlona le quebró el alma.
RELATO DEL TALLER DE:
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03/07/2025
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