HUYENDO DE UN ASESINO – Almudena Bereciartua

Por Almudena Bereciartua

En una vida tranquila como la mía, donde mi mayor placer es comer y viajar, nada presagiaba una vivencia digna de una película de terror.
Todo comenzó cuando mi hermana Susana, mi sobrina, mi hija y yo, decidimos hacer un viaje de ensueño, diez días de crucero por el caribe.
Teníamos que embarcar en Miami, así que después de un trayecto placentero en avión llegamos al hotel ya de noche, para darnos una ducha y descansar.
Al día siguiente teníamos la entrada en el barco por la tarde, de modo que decidimos aprovechar la mañana para ir de compras, el hobby de casi todas las mujeres.
Un maravilloso y soleado 8 de abril de 2017, un día para el recuerdo.
Nos fuimos derechas a Coral Gables, al centro comercial Shops at Merrick Park, precioso terreno al aire libre, con jardines exuberantes, fuentes de agua por todas partes, una plaza cuadrada rodeada de boutiques de todo tipo, allí están reunidas todas las tiendas del mundo que te puedas imaginar Victoria Secret, Gucci, Louis Vuitton, Tiffany, Rolex, todo lujo y glamour; además de una extensa gama de cafeterías y restaurantes, para todos los gustos y precios, era impresionante; de modo que nos dispusimos a gastar.
Una vez terminadas las compras, fuimos a una cafetería, con una terraza al aire libre, repleta de gente charlando animada; hacía calor y teníamos mucha sed, nos sentamos cansadas de tanto trajín y nos pedimos una coca cola y unos sándwiches de tamaño descomunal, para fusionarnos con el paisaje americano.
Yo estaba bastante distraída viendo los folletos del crucero, concretando horas para tenerlo todo bien organizado, cuando de pronto mi hija ve que a mi espalda viene corriendo una jauría de humanos, no sabemos de dónde venían, ni de qué huían, pero sus semblantes eran de auténtico terror.
Mi hija me coje del brazo, pues yo de espaldas a esa masa galopante no la podía ver y me dice:
– ¡Mamá levántate y corre!
– ¿Qué dices? ¿Pero por dónde? ¿A dónde?
– ¡Corred todas, vamos, algo está pasando!
Me giro y veo que se acerca un tropel de gente gritando y llorando, el espectáculo era dantesco, pero nadie sabía ni el porqué de esa carrera, ni qué estaba pasando.
– Un tiroteo, un tiroteo- gritaban algunos.
Nos quedamos lívidas del susto.
Mi hija me cogió en volandas y corriendo nos fuimos las cuatro derechas al interior de la cafetería, la gente se fue escondiendo donde pudo dentro de la cocina, debajo de las mesas, en los armarios, en puertas que se abrían al azar, en el suelo acurrucados como niños que piensan que allí no te van a ver, era un espacio demasiado pequeño para tantas personas.
¿Pero dónde nos metemos? – pensaba yo.
Entonces nos sentimos espoleadas hacia el fondo del local por otros que arreaban detrás a codazos.
Sin darnos cuenta un matrimonio nos empujó y nos metió dentro de un cuarto de baño de minusválidos cerrando la llave a toda prisa.
Nos miramos, nos examínanos, el corazón a mil y sin querer, ni poder hablar, del puro miedo que nos atenazaba el alma, unos perfectos y pávidos desconocidos estábamos encerrados entre cuatro paredes.
Una chica joven cubana con su madre y una niña recién nacida en sus brazos, una mujer negra americana con su hijo de unos quince años que no hablaban nada de español, un matrimonio también cubano, tres amigas americanas que hablaban perfectamente el español y nosotras cuatro.
¿Qué estaba pasando? ¿Y ahora que hacemos? ¿Nos van a matar?
El marido de la mujer cubana nos dijo, es mejor que empiecen a rezar, aquí las armas están a la orden del día y puede pasar de todo.
Recientemente, yo había leído que en un instituto americano un joven perturbado había matado sin ton ni son a todo el que se encontró en su camino, sin ningún objetivo, simplemente por el placer de sentirse superior, mató a más de veinte personas, entre profesores y alumnos, siempre pensé en la angustia que tuvieron que pasar esos pobres infelices.
Y ahora era yo la protagonista de una historia semejante.
Entonces empezamos a oír disparos, yo hasta ese momento, estaba relativamente tranquila o ida, pero al oir aquello, mi cerebro empezó a proyectar distintos escenarios posibles, ¿dónde estaría el sicario? ¿Estaría matando a los de fuera? ¿Iría abriendo todas las puertas hasta dar con nosotros? ¿Podía tratarse de un tiroteo como el del instituto? Un loco matando a diestro y siniestro a todo el que se encontrara a su paso y que pudiera llegar finalmente hasta nuestro escondite para reventarnos los sesos en dos minutos.
Porque allí metidos en un cuarto de baño y sin ventana, estábamos totalmente incomunicados y desamparados.
– ¿Oís los disparos?
– ¡Claro!
– ¿Qué podemos hacer?
– Nada, sólo cabe esperar.
– ¿Esperar a qué? A que nos maten
– Estoy asustada, no puedo más, voy a morir con mi niña y soy muy joven, ¡qué Dios nos ayude!
Mi hija con veintitrés años y mi sobrina con veinte no paraban de llorar, el nerviosismo se contagió.
– ¿Mamá que va a pasar? ¿Vamos a morir?
– No claro que no, estamos bien escondidos, enseguida vienen a por nosotros, ¿no oyes la policía?
¡Qué la iba a decir si yo pensaba lo mismo!
Todas las mujeres de ese pequeño recinto llorábamos y rezábamos a partes iguales, histéricas, de rodillas algunas, otras ya tiradas por el suelo de pura desidia, el padrenuestro en español salía de nuestros labios con autentica devoción y pasión, clamábamos un milagro.
Lo poco que decíamos o hablamos lo hacíamos casi en silencio, en un susurro para no llamar la atención para que en estos momentos tan angustiosos nadie se fijara, ni se acordara de nosotros, ahora éramos una pequeña familia atrapada, un silencio sólo roto por el silbato de las balas; el único que no decía nada curiosamente era el bebé, la niña tranquila en brazos de su mamá, se mantuvo dormidita ajena al peligro que nos acechaba.
Llevábamos más de una hora hacinados en ese cuartucho sin ventana, reventados, con un calor asfixiante y por supuesto, sin aire acondicionado, cuando afuera empezamos a oír helicópteros, sirenas de policía, de ambulancias y de bomberos, pero nosotros ni nos inmutamos, no queríamos llamar la atención y en silencio seguimos rezando para nuestros adentros en perfecta comunión.
En un momento dado el hijo de la mujer negra americana, hizo el amago de abrir la puerta, según dijo para saber que ocurría fuera y casi lo matamos entre todos.
– ¡Cómo vas a abrir la puerta, insensato!
– ¡Cómo nos encuentren nos matan!
– Sorry, sorry- decía el atontado.
– Aquí no se abre la puerta, hasta que venga la policía y nos saquen ilesos- dijo muy bien dicho el marido de la cubana- esto no es un juego joven.
La madre igualmente le recriminó su temeraria acción, nadie en su sano juicio, se le ocurría salir ni a mirar siquiera.
Entonces sonó un teléfono, era el de la mamá de la bebé, por lo visto estábamos saliendo en todas las televisiones de Miami, su padre al oír las noticias, horrorizado, se había desplazado hasta el centro comercial sabiendo que su mujer, su hija y su nieta estaban de compras en el Coral Gables.
– ¿Papá, qué está pasando?
– ¿Estáis bien? ¿Dónde estáis?
– Estamos escondidas junto a otras personas en un cuarto de baño de minusválidos, pero no sabemos que está pasando fuera, no hay ventana ¿Podemos salir?
– No, no de ninguna manera, todavía no se sabe nada, la policía está registrando todas las tiendas una por una, quedaros ahí hasta que yo me vaya enterando de algo y os iré informando, aquí afuera está todo acordonado y no me dejan pasar.
– Así lo haremos, gracias papi te quiero mucho.
Casi sonaba a despedida, que desazón.
Yo abrazaba a mi hija y rezaba, no me despegaba de ella, estaba tan nerviosa y alterada, que no dejaba de tiritar, todo su cuerpo temblaba como una hoja, la tuve que dar un calmante y ni con ello pude calmar su estado de ansiedad, estaba muy preocupada, además de muerta de miedo y muy asustada.
El padre de la joven fue nuestro interlocutor con el exterior, nos ayudó a calmarnos, además de sentir que ya no estábamos solos porque la policía andaba por allí.
A todo esto, tengo que comentar que al salir corriendo dejamos todas nuestras compras en el suelo de la mesa donde estábamos almorzando momento antes del maratón.
Seguíamos oyendo tiros, pero nosotros seguíamos a lo nuestro, rezar y más rezar, ni siquiera nos presentamos, nunca supimos cómo se llamaba cada uno y menos mal que nos entendíamos con el idioma, excepto curiosamente la madre y el hijo que siendo americanos no sabían ni una palabra de español, supongo que a partir de ese día darían clases, porque en nuestro escondite solo se habló el español.
Después de tres angustiosas horas, llaman a la puerta.
– Please open the door, the police.
No nos fiábamos, el miedo nos había anulado, pero poco a poco fuimos abriendo la puerta y ante nosotros estaba un policía más grande que un armario.
– You can leave now in peace, go outside the police cordon.
– ¿Me puede decir qué ha pasado? – le dije al pasar junto a él, sabía que me había entendido perfectamente, pero no me dijo ni una palabra, ni me miró.
La policía nos hizo una especie de camino, nos conminaba de malas maneras a seguir andando y que nos fuéramos rapidito de allí, yo le dije a uno que parecía hispano, que tenía mis compras, en la mesa donde estaba sentada, me acompañó y para mi sorpresa, todas estaban allí donde las habíamos dejado.
Por supuesto, este buen policía tampoco me informó de lo acontecido y al igual que su compañero, solo quería que saliera pitando del cordón policial y los dejáramos trabajar.
Finalmente nos enteramos de que en un gimnasio de super lujo del centro comercial, donde los miembros no utilizan tarjetas para su registro, sino que se registran con un escáner de retina, habían despedido a uno de sus empleados, el susodicho enfadado se bajó al garaje, cogió una escopeta que tenía totalmente reglamentaría en su coche y subió tan tranquilo a cargarse a todo el que pillara por su camino.
Empezó por supuesto por sus compañeros de profesión cargándose de un disparo al encargado y a una monitora, iba a seguir con su cruel matanza, cuando viéndose acorralado por los helicópteros que fueron los primeros en aparecer por la zona, cogió su escopeta y se suicidó.
Agotada, estremecidas y habiendo tenido una experiencia que poca gente ha tenido el placer de vivir, nos fuimos caminando hasta el hotel para cambiarnos y encaminarnos a nuestro crucero de placer y de descanso.
Todavía hoy tengo pesadillas de ese fatídico 8 de abril de 2017

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Autobiografía

Deja una respuesta

Descubre nuestros talleres

Taller de Escritura Creativa

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Escritura Creativa Superior

95 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Autobiografía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Poesía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Literatura Infantil y Juvenil

85 horas
Inicio: Inscripción abierta