LA DAMA MISTERIOSA – YOLANDA CHAVES PÉREZ
Por Yolanda Chaves Pérez

Rondaba los sesenta años, mediana estatura, entrada en carnes y melena corta de color negro. No tenía arrugas en la cara y, sin una cana, aparentaba menos edad. Una mujer con alta autoestima. Su forma de hablar era suave, tranquila y persuasiva. Vestía siempre con un pantalón negro y camisa blanca. Trabajaba como enfermera en la Seguridad Social y estaba muy bien considerada. Separada ya unos años, no llegó a romper el vínculo matrimonial, manteniéndose ligada a su cónyuge y ninguno de los dos rehízo su vida. Tres retoños frutos de aquella unión, dos chicos y una chica. Había adquirido fama de una persona que ayudaba a indigentes y favorecía a quienes más lo necesitaban. Bajo su imagen de bondad se escondía una realidad oscura. ¿Quién la conocía? Alguien muy especial, Sebastián. Un muchacho alto, grueso y con gafas, de estatura considerable y con un cuerpo robusto. Llevaba la ropa arrugada y sucia, dándole una apariencia desaliñada y descuidada. Era su hijo mayor, que padecía de cierta discapacidad intelectual. A pesar de ello, era capaz de razonar de tal manera que ya ambicionaran algunos que se consideran mentalmente capaces. La llamaban la Dama Misteriosa, aunque su nombre era Francisca. Habilidosa para influir en las decisiones y acciones de los demás a través de argumentos convincentes. Ella y Sebastián formaban un buen tándem. Él colaboraba con su madre para lograr un objetivo común: dedicarse a realizar obras de caridad, practicar la generosidad, ser caritativos… Eran conocidos por la gente del barrio como la enfermera y Sebas, y residían en ese distrito desde que Francisca se casó. Un piso que el matrimonio adquirió para formar su hogar hasta que la unidad familiar quebró. Ella por sus acciones filántropas, alcanzó una reputación digna de la Madre Teresa de Calcuta (con perdón para la Santa). Pero en realidad, ¿no era la imagen perfecta para esconder algo reprochable?
En la misma zona y cerca del domicilio de Francisca, se encontraba una expendeduría de tabacos que también disponía de licencia para realizar las apuestas de quinielas. Su propietaria era Úrsula, viuda de guerra y de ahí el Estanco, como reconocimiento al sacrificio de su esposo durante la Guerra Civil Española y como ayuda económica para asegurarle su subsistencia, en agradecimiento por su contribución a la Patria. Úrsula, de complexión fuerte y con problemas en las articulaciones por sobrepeso, era la típica dama que había salido del protectorado paternal para entrar en el marital. Pese a no tener descendencia, no lamentaba encontrarse sola. Se reunía los fines de semana con un grupo de amigas, su única familia, para jugar al cinquillo o al chinchón. A este último, más bien le daban, aunque con moderación ya que jugaban al dinero.
Un día Francisca se presentó en el local de Úrsula para realizar sus apuestas quinielistas. No fueron ni uno, ni dos, ni tres boletos los que apostaba cada vez que acudía al establecimiento, sino muchos más. Charlaban y conectaron. Pasando de clienta y dueña, a una relación de hermandad. Naturalmente, Úrsula de oídas conocía las buenas obras de la Dama Misteriosa, y no comprendía como aquella mujer apostaba esas cuantías de dinero. Francisca iba todas las semanas a echar una cantidad importante de apuestas, con la excusa que en el trabajo tenía una peña. Algunas veces dejaba a deber a la propietaria del local, abonándolo a los pocos días y así iba pasando con cierta continuidad e incluso se justificaba diciendo que las compañeras se demoraban en pagarle.
—Úrsula, no puedo dejar de meter los números porque estoy comprometida.
—No pasa nada, Francisca. Cuando puedas.
Siempre se postulaba de efectuar obras de caridad. Poseía un solar en un área céntrica de la capital, legado por sus padres en copropiedad con sus hermanos.
Destinándolo sin el consentimiento de ellos al alojo de seres necesitados, a los que ofrecía comida y un lugar donde vivir dignamente. El terreno constaba de una edificación en ruinas, con signos visibles de deterioro y falta de mantenimiento. La casa de construcción antigua; mostraba paredes agrietadas, ventanas rotas o tapiadas, y un tejado en mal estado. Allí se acumulaban basuras, se refugiaban perros callejeros y cada vez estaba más deteriorada. La Dama Misteriosa necesitaba mucho dinero para poder acometer las obras de conservación que requería la guarida de pobres. La vivienda se caía, el resto de herederos no querían saber nada del tema. Algo comprensible, querían deshacerse de ese dominio que les estaba ocasionando tantos problemas y cobrar su parte. Además, Francisca también estaba obligada a cumplir con el contrato de juego, del que asumía todas las semanas el costo de los boletos, hasta que se lo reintegraban.
Un día le propuso a Úrsula que le avalara para solicitar financiación, con la que poder acometer las reformas de la morada que servía de asilo a aquellos necesitados. A lo que aquella aceptó de buen grado, por servir a esa persona tan bondadosa y que obraba con tantos actos de socorro. Pasaron meses y años. Francisca seguía con el ritmo de gastos, pidiéndole dinero a la lotera y el inmueble se mantenía como por arte de magia. Úrsula accedía a dárselo y lo recuperaba al poco tiempo, aunque a veces con cierta dificultad. Hasta que un día pasaron por su residencia los del Juzgado, con una orden de confiscación de sus bienes, por el impago de un préstamo del que ella salió fiadora y al que la beneficiaria no respondió con una sola peseta. Acudió a su buen amigo Miguel, empleado de banca jubilado y amigo del cónyuge de Úrsula, que en activo solía llevar esos procedimientos en la oficina donde trabajó. A través de él, contactó con el abogado que litigaba esos productos bancarios en la entidad en donde conoció a Miguel. Le informaron que los embargos eran muy delicados, porque solían salir a subasta por menos valor de las posesiones, no llegando para hacer frente a la obligación y quedando capital pendiente de liquidar. Úrsula no comprendía cómo se dejó embaucar con las malas artes y dulces palabras de Francisca.
—Si mi Alfonso hubiera estado aquí, esa mujer no me hubiera camelado para sus fines espurios— les comentaba.
Hicieron todas las pesquisas necesarias para evitar que Úrsula perdiera su patrimonio. Descubriendo que la tal Francisca era una estafadora que padecía un trastorno psicológico, por no poder controlar su impulso de apostar y que no existía tal peña de juego. Incluso revelaron algo muy turbio referente al ejercicio de su profesión, a lo que no podían dar credibilidad. Según los datos que se disponían del banco, no pagó ninguno de los vencimientos. Constaba como soltera en su Documento Nacional de Identidad, por lo que no reclamaron al marido, del que llevaba algún tiempo separada materialmente pero no de derecho. El director de la sucursal, también víctima de esas mentiras, encontró un salvavidas en la garante. Una y otra vez Francisca le repetía a Úrsula que lo solucionaría y abonaría todo lo debido, que no se preocupase. Como era evidente, el banco continuaba con la gestión de recuperación del capital más los intereses, contra la persona de donde era posible cobrar y el proceso seguía adelante. A la avalista no le quedó más remedio que hacer frente a la deuda. Gracias a Miguel contactaron con el marido, al que le fue difícil creer lo que su esposa había hecho, entregándoles las escrituras de una propiedad que tenían en gananciales. Francisca, con sus enredos y engaños, continuaba manipulando a Úrsula y seguía sin presentarse a
juicio. Alargando los plazos del litigio que Francisca había iniciado para cobrar lo que desembolsó.
A la par de estos acontecimientos, Francisca seguía guerreando por su refugio destinado a los vagabundos en acogida. Comenzó una cruzada contra el Ayuntamiento que incoaba el procedimiento administrativo de declaración en ruina de la casa, por falta de seguridad y salubridad, y proceder a echar abajo aquella estructura que se sostenía en el aire, con gran peligro para sus ocupantes y entorno. La Dama Misteriosa salió en la prensa, encadenada a una verja que existía en el inmueble, denunciando el ultraje que se estaba cometiendo contra su persona y los que allí estaban recogidos en situación de precariedad. En una de esas batallas, las fuerzas policiales acudieron para llevar acabo el desahucio y, estando Francisca protegiendo a sus mendigos, se vio afectada por el proyectil de uno de los guardias, con tal mala fortuna que le dieron en una pierna perforándole la femoral y murió a los pocos días en el Hospital a consecuencia de fallo multiorgánico, por la hemorragia causada por la herida de bala y la anemia que padecía.
Úrsula pudo recuperar lo perdido, gracias a los bienes gananciales que constaban a nombre del exmarido de Francisca. El hijo y la hija que estaban capacitados, depositaron el dinero para no perder lo que sus padres adquirieron con tanto esfuerzo.
Un terreno con pozo destinado a huerto. Al que su padre acudía los fines de semana, cultivándolo y sacar algún provecho de lo que no había conseguido su finalidad, recuperar a su mujer y ser una familia más. Cuando Úrsula recurrió a los hijos pidiéndoles que pagaran, se negaron porque no tenían nada que sacrificar. ¡Cómo cambiaron cuando vieron que les iba a tocar deshacerse de lo suyo!
¿Quién recuerda aquella mujer tan popular por los años ochenta en su ciudad?
Era conocida con su hijo Sebastián recogiendo por las calles lo que otros no querían y que almacenaban en otro piso de su propiedad, aunque no constaba registrado a su nombre. ¿Qué pasó con Sebas? Al poco tiempo del fallecimiento de su madre seguían viéndolo por la barriada.
La Administración consiguió reubicar en un lugar decente, a los que residían en aquella ruina de hogar y echar abajo la casa. Convirtiendo la zona en una bonita plaza a la que suelen acudir los vecinos a pasear y los padres llevan a sus hijos al parque, ignorantes de lo que allí se vivió.
Una historia de falsedad, caridad y adicción
RELATO DEL TALLER DE:
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