LO CREÓ LA SOLEDAD – MARÍA DEL VALLE MARTÍN BARRO

Por MARÍA DEL VALLE MARTÍN BARRO

La familia Plazas, don Antonio, doña Celia y su única hija de seis años llamada Paula, se mudaba a una casa grande con jardín y patio posterior.
Vivían en un piso mediano y no les daba espacio para acoger al bebé que venía pronto.
Paula odiaba esa mudanza. Sus juguetes ordenados, sus libros, su acogedora habitación, su tablón de dibujos que papá le hizo con tanto cariño. Nada sería como antes, ni los colores, ni el orden de sus cosas, ni las vistas desde su ventana, ni el cantar matutino de los pajaritos. Debía dejar tantos recuerdos, que la invadió la tristeza, y aún tan pequeña, sintió una presión en el pecho que no le permitía respirar con normalidad.
Era una niña inteligente, reservada, preciosa, rubia con el pelo rizado, de grandes ojos azules y labios pequeños de color carmín.
Paula se abrazó a su osita de peluche, Soffi. Supo que llegó el momento de partir.
Montaron en el coche rumbo al lado contrario de la ciudad, para instalarse en su nueva vivienda.
-Ya llegamos- dijo papá.
-¡Por fin! – exclamó mamá.
Paula cabizbaja, con Soffi apretada contra su pecho, solo pensaba en los recuerdos de su antiguo hogar.
La nueva adquisición de la familia fue una casa adosada con plantas baja y alta. Delante había un gran jardín precioso con muchas flores, y detrás un patio pequeño, pero coqueto.
Celia se acercó a su hija con una sonrisa.
-Paula, ¿qué te ocurre?
-¡Mamá, quiero irme al piso!- gritó la niña.
-Cariño, cálmate. Aquí viviremos los cuatro, y será maravilloso. ¿No has visto las flores del jardín? ¿Y el columpio que hay en el patio trasero? – preguntó Celia.
-¡Déjame, mamá! ¡Solo quiero estar con Soffi! – respondió Paula.
Llamaron al timbre. Eran los abuelos maternos, Pedro y María. Vinieron a quedarse con su nieta mientras nacía Lucía.
Paula se divirtió mucho con los abuelos, y le encantó dormir con su abuela.
Sobre las tres de la madrugada, Celia notó un fuerte dolor y llamó deprisa a su marido.
-¡Vamos para el hospital, Antonio! – exclamó ella.
-¡Vamos corriendo!- gritó Antonio con los zapatos puestos del revés.
Llegaron enseguida, y en una silla de ruedas sentaron a Celia. Se la llevaron a quirófano, pero a su esposo no lo dejaron entrar.
Lucía nació, y estuvo en una habitación con mamá esperando a papá.
Antonio vino acompañado de la enfermera. Se acercó a la cuna para ver a su hija. Estaba dormida de forma profunda.
-¡Eres preciosa, Lucía! Pronto vamos a estar todos juntos- expresó papá.
Tras pasar un fin de semana en el hospital, el matrimonio llegó a casa con el bebé, y avisaron a Paula para conocer a su hermanita.
-Mira cariño, tu hermana. ¿No es un amor? ¡Dale un beso!- exclamó la mamá.
-¡Mamá, esa no es Lucía! Tiene el pelo castaño y los ojos negros, y es una cosita pequeña. ¡Mi hermana vendrá cuando la traíga la cigüeña! ¡Y será igual que yo! – aseguró Paula.
-No, Lucía crecerá, y jugaréis juntas. ¡Verás que divertido! Tener una hermana es un tesoro, porque nunca estarás sola- explicó la madre.
-Voy a traerle chuches del quiosco que tengo para las dos- dijo Paula.
Corrió hacia un mueble de la cocina y sacó su caja de gominolas. Cogió dos iguales y fue a compartir con Lucía. Le empujó en los labios con la chuche, y la pequeña comenzó a llorar. Paula se quedó inmóvil. Su papá le explicó que los bebés no comen chuches, que solo beben leche cuando son muy pequeñitos.
Cuando la familia o los amigos visitaron a Lucía y se acercaron hacia la cuna, Paula se abrazó a Soffi y se escondió detrás del sofá.
La noche llegó. La pequeña se fue con Soffi a la cama, pero no pudo conciliar el sueño. Algo extraño apareció de pronto, y la atemorizó.
-¡Ay! ¡Es horrible! ¡Mamá! ¡Ven! ¡Corre! – gritaba Paula.
Celia fue a su cuarto y encendió la luz. No vio nada.
-¿Qué te pasa, hija? ¿Has tenido una pesadilla?
-Mamá, he visto la cara de un hombre horrible en la pared, y tengo mucho miedo. ¡Mamá, no te vayas! ¡Quédate aquí conmigo! ¡Mami, por favor!
-Mi vida, respira profundo y relájate. Me acostaré contigo esta noche. Te quiero mucho.
A pesar de los intentos de relajación, estuvo muy nerviosa y temblorosa. Su mamá la abrazó y le dio muchos besos. Las dos acostadas en la cama, cogidas de la mano, se quedaron dormidas enseguida. Celia despertó, y se fue a su dormitorio.
-Antonio, cariño, estoy cansada, agobiada, desconcertada,… No puedo sola con esta situación. Necesito tu ayuda más que nunca -dijo Celia.
-Mi amor, ¿qué está pasando?- cuestionó Antonio.
-No sé, algo se nos escapa de las manos. Paula ha tenido una visión horrible.
Quizás, todo este cambio le está resultando demasiado difícil. Y sabes, ahora podemos encargarnos de nuestras hijas entre los dos, pero cuando te incorpores,…
-No te preocupes por eso ahora, tú necesitas estar bien en primer lugar, y yo nunca voy a abandonarte. Cuando vuelva al trabajo, ya pensaremos.
Paula siguió con miedo, con el incómodo nudo en la garganta. Esta vez, se durmió temprano, como siempre abrazada a Soffi. En cambio, soñó con algo tan extraño, que la mantuvo inquieta toda la noche.
Los sueños de la niña eran con fiestas de cumpleaños con globos, serpentinas, confeti, música,… Y todo, con diversos colores. Un escenario muy alegre. Pero aquella noche, en medio de esa fiesta, sobresaliendo por encima de todo el color, apareció él. Un hombre muy alto, escuálido, con las articulaciones marcadas, con una cara fea e inexpresiva, sin pelo, desnudo, y entero de color gris. Se desplazó con un monopatín rojo intenso y brillante. Esa pesadilla se repitió algunas noches en los sueños de la niña.
Esta vez, cuando ella entró en su habitación, y se tendió en su cama con la luz encendida, de pronto, vio una sombra. Cerró los ojos y se abrazó a Soffi. Se quedó dormida de forma profunda. El hombre gris volvió a aparecer en sus sueños, pero en esta ocasión, se dirigió hacia ella como si quisiera hablarle.
-¿Quién eres? -gritó Paula.
-Soy un personaje que te quiere acompañar. Soy feo, pero soy bueno- dijo el hombre gris.
-¿Eres el hombre que aparece en mis sueños y fastidia mi fiesta cada noche? – preguntó la niña.
-Sí, pero no soy un extraterrestre, ni un fantasma, ni un hombre malo. No voy a hacerte daño. Además, si gritas mucho, tus padres te defenderían de mí, ¿no?
-Mis padres no están siempre conmigo. Solo quieren a mi hermana.
-Paula, aprende a compartir. Si no, seguirás sola y sufrirás mucho por ello- le aconsejó él.
-¿Y por qué llevas ese monopatín tan rojo?
-¿Recuerdas cuando te caíste del monopatín de tu primo, y no quisiste uno para ti? Pues me lo he cogido yo, y es rojo corazón. Así, tengo un juguete de color que me ayuda a desplazarme.
-¿Quieres que te pasee? Mi monopatín vuela. ¿Una vuelta por encima de la ciudad?
-Me da miedo.
-Pero, si vas conmigo no va a pasarte nada malo.
-Sí, de acuerdo.
-Vamos señorita, que la noche pasa deprisa. Sube a mi artefacto.
Se montó la niña agarrada a Soffi, y comenzó el paseo por los aires de la ciudad. Hizo una noche espléndida. Se divisaron las estrellas. El tiempo era apacible. La luna destacó por su resplandor.
-¡Vamos muy bien! ¡El paisaje es bellísimo! Mira Paula, en esa casa vive un niño de siete años, y ha recibido la llegada de su hermana. Parece muy enfadado y grita. Se tira al suelo, y le ha dado una patada a su madre. Se ha quedado castigado sin su programa favorito.
-Fíjate, en aquella casa, hay tres hermanas jugando juntas, y se abrazan. Se lo están pasando genial. Vamos a pararnos en aquel tejado.
-No, tengo sueño. Quiero ir a casa, por favor- pidió la niña con voz cansada.
-No podemos, pequeña, aún tengo una última cosa que mostrarte. Mira al fondo de esa calle ancha. ¿Ves aquel árbol frondoso? ¿Ves la casa frente a él?
Pues vamos a mirar por la ventana.
Observaron con mucho sigilo, se escondieron y se acercaron lentamente.
-Ahí vive una niña pobre. Se llama Adela. No tiene juguetes. No quiere salir a la calle a pasear ni jugar porque va en silla de ruedas y le da vergüenza. Vive sola con su mamá. Su papá murió el año pasado. ¿No te parece que podrías ser su amiga?- dijo él.
-Sí, me gustaría. Pero no me atrevo a visitarla. No la conozco.
-¿Qué te parece si le escribes un mensaje, y se lo dejas en su buzón? Su madre lo verá, se lo entregará, y si Adela quiere conocerte, te avisará.
-Sí, buena idea.
-Paula, ¿te llevo a tu casa para que descanses?
-Sí, por favor.
-Vamos, en dirección a tu hogar. Ya pronto llegaremos. Está muy cerca. La casa del jardín más hermoso. ¡Qué descanses! ¡Hasta siempre, amiga!
-¡Hasta otro día, amigo gris!
El hombre gris se montó en su monopatín, y se hizo pequeño, diminuto, y volvió al corazón de Paula, pero ella no pudo percibirlo.
Él siempre formó parte de sus emociones y de su fuerza interior.
Por la mañana, la niña se despertó. Cuando notó la ausencia de su amigo, comenzó a buscarlo, pero no apareció.
-¡Hombre gris! ¿Dónde estás? ¡Quiero que me pasees en tu monopatín!
¡Vamos! ¡No te vayas! ¡Te quiero mucho! ¡Ven conmigo! – insistía.
De pronto, dirigió su mirada hacia la pared donde apareció la cara del hombre gris por primera vez. Su singular amigo le escribió una frase:
«VIVO EN TU CORAZÓN»
Paula entusiasmada, puso su mano sobre su pecho, y notó el palpitar más calmado de su pequeño corazón en crecimiento. Cerró los ojos, y sonrió dulcemente.
Luego, fue a su escritorio, e hizo el mensaje para Adela. Lo dejó en el buzón de la casa. Y esperó la respuesta.
Al día siguiente, la madre de la chica fue a comentar a Paula que su hija quería
verla. Llevaba consigo un regalo para la familia.
Cuando las niñas se conocieron, se hicieron amigas, incluso Adela quiso salir a la calle, y jugar con más niñas.
Paula sintió la diferencia en su vida, la alegría la inundó. Se dirigió a la cuna de su hermana, le cogió una manita y le dio un beso. La bebé se reía con inocencia y muy a gusto.
Sus padres vieron la dulce escena. Se sonrieron entre sí, y luego se acercaron a sus hijas. Celia estaba muy entusiasmada, y Antonio, hasta nervioso.
-¡Vamos a hacernos algunas fotos con la familia al completo!- propuso Celia.
-¡Esperadme! ¡Voy a peinarme!- dijo Antonio.
-¡Déjate de bobadas, ahora! ¿No ves que no podemos hacer esperar a nuestras preciosas señoritas?- aclaró ella.
-¡Vamos, todos quietos! ¡En un momento va a dispararse la cámara, atentos!- exclamó el papá.
-¿Ya se ha hecho la foto? ¡Qué rápido papá!- dijo la cría sorprendida.
-Sí, cariño. Y mira que bien ha salido. ¡Soy un profesional!- dijo el padre.
-Pero, tú con los pelos un poquito tiesos. Aunque, así estás más guay, de verdad papá.
Paula miró a Lucía, y le cogió la carita con suavidad. Le dio besos en la frente, y le llevó sus pequeños peluches al parque cuna. Sabía que sus padres tenían razón.
La familia Plazas recuperó la tranquilidad y la felicidad que tanto anhelaron desde hacía tiempo.
A lo largo de su vida, Paula se vio inmersa en situaciones desagradables, y siempre brotaron sus emociones grises que hicieron palpitar su corazón de forma más intensa. En esas tesituras, ella se acordó de su amigo gris, y con confianza, puso la mano en su pecho. Esa llamada de necesidad, fue el enlace para la comunicación entre ambos. Conectaron con los ojos cerrados, y cuando fluyó la magia, la calma imperó en ella.

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura Creativa

Deja una respuesta

Descubre nuestros talleres

Taller de Escritura Creativa

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Escritura Creativa Superior

95 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Autobiografía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Poesía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Literatura Infantil y Juvenil

85 horas
Inicio: Inscripción abierta