UN BUEN HOMBRE – Marta María Sánchez

Por Marta María Sánchez

Es un día como otro cualquiera, una mañana más en la que escucho sonar el despertador, como siempre; en la que sé que tengo que levantarme para ducharme, desayunar y vestirme para ir a trabajar; como todos los días, pero la desgana que me acompaña desde hace un tiempo ha llegado a un nivel máximo y, la verdad, me cuesta hacer algo que no sea quedarme aquí tumbado en la cama, para siempre.
En esos pensamientos estoy cuando escucho la causa de mi desaliento entrando en la habitación. Mi más que odiada esposa, la razón de lo que supongo es una depresión en toda regla. La escucho recriminarme que aún no estoy en pie, piensa que me he quedado dormido y voy a llegar tarde al trabajo.
La veo y ya no la asocio con esa mujer de la que me enamoré, de cabello largo, moreno y rizado, guapa al estilo Julia Roberts, elegante, de voz cálida y sonrisa maravillosa. Ahora su cabello es grisáceo y corto, su cuerpo se ha vuelto más rollizo con el paso de los años, su voz más chillona y su carácter desagradable.
Supongo que yo tampoco me encuentro en mi mejor momento, a mi barriga prominente se le une una calvicie pronunciada que ya abarca casi toda mi cabeza. Atrás quedó el chavalito moreno de ojos verdes y cuerpo fibroso, que se llevaba a las muchachitas de calle.
Pero, a fin de cuentas, la belleza exterior carece de importancia, lo importante aquí es el grado de desamor y de odio mutuo que hemos llegado a compartir en los últimos años. Eso es lo verdaderamente feo de esta relación, si se la puede llamar así.
A veces me pregunto por qué no he acabado con todo hace tiempo, ¿cobardía quizás?
Después de 25 años de matrimonio ¿esto es todo lo que queda? ¿No se me concede una segunda oportunidad?
Y también me aterroriza pensar que la vida fuera de estas cuatro paredes pueda ser peor de lo que ya es viviendo con ella. Definitivamente, soy un cobarde.
Recuerdo los primeros años, cuando éramos felices. Su sonrisa al entrar por la puerta después de un duro día de trabajo, a ella durmiendo en mi regazo mientras veíamos una película acurrucados en el sofá, los domingos paseando por Valencia y comiendo tapas en nuestro bar favorito, Mesa y Mantel; la llegada de nuestros dos preciosos niños, Eva y Miguel. En aquel momento Rosa era mi vida y lo daba todo por ella.
¿Cómo nos hemos equivocado tanto en estos años? ¿Cómo hemos llegado hasta esta situación de no podernos soportar?
Y tampoco tengo el valor de enfrentarme a mis hijos para decirles que no puedo más, que me quiero separar de su madre. ¿Pero quién soy yo para quitarles esa creencia que tienen de que sus padres se adoran y son la pareja ideal? Nunca nos hemos peleado delante de ellos y nuestra animadversión se queda para nuestros momentos de soledad. Cuando vienen a casa a comer algún que otro fin de semana, todos son sonrisas y buenas caras.
En fin, me levanto sin ganas y hago lo que tengo que hacer, como todos los días.
Camino del trabajo la radio va avisando del mal tiempo. Esta tarde parece que va a llover bastante, me recuerda al año pasado por estas fechas. La lluvia desbordó el río por algunas zonas y hubo vecinos afectados, sobre todo en mi pueblo.
A la salida del trabajo el tiempo ha ido a peor. Creo que vamos a pasar una mala noche.
Llegando a casa la cosa empeora y empiezo a inquietarme. Será mejor que aparque el coche en la puerta de casa, no vaya a ser que se termine inundando el garaje, aunque eso nunca ha pasado en mi zona.
Al llegar a casa me encuentro a Rosa en la cocina preparándose algo de comer. Por tener un tema de conversación y que el silencio no nos consuma, le comento que he dejado el coche fuera por la lluvia, ella me mira con cara de asco, se ríe y me dice que soy un exagerado, después sigue cocinando. ¡Qué buen recibimiento!
Enciendo la televisión y pongo las noticias. Por una vez, Rosa podría tener razón y yo ser un exagerado de verdad, porque lo que se comenta es que hay aviso rojo por tormentas fuertes durante la noche, pero poco más. Bueno, en casita estaremos resguardados del mal tiempo.
Tranquilo en ese pensamiento estoy echándole un vistazo a la nevera, mientras oigo cómo el ruido provocado por la lluvia es cada vez mayor. El viento golpea con fuerza en las ventanas y es en ese momento, cuando se empiezan a escuchar gritos agónicos que vienen del exterior. Rosa y yo salimos al balcón para ver qué está sucediendo, cuando de pronto nos sorprende la visión de un río de lodo, bajar por nuestra calle, arrasando con todo a su paso: contenedores de basura, motos, coches, personas…Es un espectáculo grotesco e impresionante a la vez.
Y cada vez el río de fango crece más y más, y cubre las plantas bajas de los edificios y locales, y llega casi hasta nuestro balcón, situado en una primera planta. Vemos impotentes cómo las personas que andaban por la calle son literalmente engullidas por ese río de barro mientras piden auxilio, y es entonces cuando me llega un pensamiento loco, e imagino lo que sería mi vida si Rosa hubiese estado en la calle y se la hubiera llevado la corriente. Mi problema estaría resuelto, sin divorcio, sin malas caras de mis hijos echándome la culpa de la rotura de la unidad familiar, sin separación de nuestros pocos bienes, sería todo tan sencillo…
Rosa se asoma un poco más al balcón para no perder detalle del dantesco espectáculo, mientras yo observo a algunos de los vecinos más jóvenes luchando por tratar de ayudar a rescatar a los pobres viandantes a los que la riada les ha pillado en plena calle.
Los infelices se agarran sin mucho éxito a señales de tráfico, ramas de árboles o cualquier elemento fijo que haga que no se los lleve la corriente. Unos pocos permanecen en lo alto de sus coches mientras llega la ayuda. Y yo me encuentro a un tris de resolver mi vida cuando, estando todos ocupados en un intento de salvar las suyas o ayudar a otros, recupero la mía quitándome el lastre que tengo en ella desde hace tanto tiempo. Sin pensarlo dos veces le doy un empujón a Rosa y la veo caer al agua. Comienza a ser vapuleada y golpeada por troncos y ramas hasta que se pierde en la negrura de la noche y del agua que se la lleva, y yo me siento, por primera vez en mucho tiempo, vivo.
Tras ese primer momento de euforia, pienso en lo rápido y fácil que ha sido llevar a cabo mi retorcido pensamiento. Por otra parte, no encuentro en mí culpa o remordimiento alguno, pero no voy a pararme ahora a analizarlo, total, ya está hecho, ¿no?
El único motivo de preocupación que me llena ahora mismo es el de ser descubierto y acabar con mis huesos en la cárcel. Por lo que observo a mi alrededor, tranquilizándome al ver que cada uno está en su drama personal y no se ha fijado en un grito de más.
Pero, ¿y si alguien la rescata, como ha ocurrido con el chico que se encuentra justo en el edificio contiguo al mío y que abraza con sentimiento a la pareja que lo acaba de salvar? No, no puede ser, la corriente ahora es más fuerte y apenas se le veía la cabeza.
Bueno, lo que está claro es que en el balcón no se me ha perdido nada más, por lo que me dispongo a cerrarlo y, al levantar la vista, veo a la anciana que vive frente a mí, mirándome fijamente desde su ventana. Ella se queda observándome un par de minutos más, luego se da la vuelta y cierra la cortina de la estancia. Un sudor frío comienza a recorrerme el cuerpo.
Pues no ha sido tan fácil como pensaba en un principio, no existe el crimen perfecto. Me quedo sentado en el sofá suponiendo que ahora la vieja estará llamando a la policía, por lo que aparecerán, tan pronto puedan, para arrestarme por asesinato. Pero no, no puedo rendirme tan fácilmente una vez que he llegado hasta aquí. Es su palabra contra la mía, está muy mayor y a lo mejor hasta mal de la cabeza. Tengo que mantenerme firme en mi declaración, cuando sepa lo que voy a decir.
En ese pensamiento estoy cuando suena el teléfono. ¡Mis hijos! Me había olvidado de ellos. Querrán saber si estamos bien y a salvo. Al contestarles al teléfono todo me sale de manera natural, como si hubiera pasado realmente. Les cuento atropelladamente y con la voz temblorosa, que su madre bajó para aparcar el coche fuera del garaje y que fue en ese momento cuando llegó la riada a la calle y por más que miré por el balcón, ni la vi ni sé nada de ella, y que tampoco puedo llamarla ya que se dejó el teléfono en casa.
Como es comprensible, ellos se muestran muy afectados, es una pérdida que irán superando poco a poco, con el tiempo. Yo estaré ahí para ayudarles. Lloro con ellos y les pido que no pierdan la esperanza.
A la mañana siguiente, lo primero que hago al levantarme de la cama es asomarme al balcón para ver el nivel de destrucción que ha dejado la DANA. Siento que alguien me observa y, al levantar la vista, encuentro mirándome fijamente a la mujer que me ha tenido en un duermevela toda la noche. Así nos quedamos varios minutos hasta que salen otros vecinos a las terrazas y balcones. Pero ella no comenta nada, sólo me observa.
¿Por qué no dice nada? ¿Tendrá planeado chantajearme? ¿Habrá intentado ya contactar con la policía? Lo dudo, estamos sin luz ni internet y el teléfono de emergencias está colapsado. No me van a arrestar de momento ni creo que lo hagan en varios días ya que lo que tienen por delante es una tragedia en toda regla, y yo no puedo ir a ninguna parte.
Los siguientes días se repite el mismo modus operandi. A diario la observo mirándome fijamente desde el balcón, como gesto para recordarme el mal que he hecho. No me dice nada, sólo me mira, y eso me acojona más que si me gritara a la cara “asesino”.
Su actitud me mantiene en un estado de alarma constante, pero decido seguir actuando como un marido desconsolado hasta que mi tapadera se desmorone con mi detención.
Por lo poco que he podido saber, mis hijos están en contacto con las autoridades en la búsqueda de su madre, que aún no ha aparecido.
Va a ser devastador para ellos cuando se descubra la verdad. Lo que pretendía con mi modo de proceder era hacernos la vida más fácil.
Y por fin, gracias a los voluntarios y bomberos asignados a mi zona, logran quitar parte del lodo y escombros del portal de mi edificio y los adyacentes, y podemos salir.
Yo decido empezar a ayudar con las labores de limpieza mientras respondo afligido a los diferentes medios de comunicación sobre la desaparición de mi mujer. Todo esto mientras mi vecina me observa desde la ventana. Me pregunto a qué está esperando para denunciarme. ¿Es que acaso quiere que muera de un infarto por la incertidumbre? Si es así, lo está consiguiendo, ya apenas puedo dormir ni comer lo que van trayendo los voluntarios. Las pesadillas de mi detención son diarias.
Y es a los 6 días de vivir en este infierno en vida cuando una mañana, mientras estoy con las tareas de limpieza, pasa por primera vez la policía por nuestra calle, justo en el momento en que mi pesadilla baja, también por primera vez, junto a su hija. Estas se acercan a las policías, decididas. Me armo de valor por una vez en mi vida y voy hacia ellos para confesar antes de que ellas me señalen, y así quitarme este puñetero peso de encima.
Al llegar corto abruptamente la conversación que estaba teniendo lugar entre ellos, con lo que todos, sin excepción, me miran un poco sorprendidos. Y comienzo con mi explicación, que se ve interrumpida de mala manera por la hija de mi vecina que me grita que pare de hablar, que ella y su madre están primero. Y prosiguen con la conversación que he interrumpido, en la que expresan la mala gestión de la DANA con los ancianos dependientes. Su tono de reproche aumenta cuando explica que su madre ciega no está recibiendo los cuidados oportunos por parte de los responsables y que en cuanto pueda va a denunciar esta dejadez.
¿Ciega? ¿Ciega? ¡Ciega!
Y a la mañana siguiente me despierto, y es un día como otro cualquiera. Una mañana más en la que escucho sonar el despertador, como cada mañana, pero esta vez no es para ir a trabajar sino para proseguir con las labores de limpieza; por lo que me levanto veloz y con energía. Desayunaré algo rápido, me lavaré como pueda con las garrafas de agua donadas y bajaré a ayudar, como cada día.
Ayer por la tarde me avisaron de que habían encontrado el cadáver de mi mujer a dos kilómetros río abajo, entre el lodo. En cuanto se pueda le daremos sepultura.

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