EL REY CONSTRUCTOR Y SU MÁGICO REINO DE CONSTRUCTORES

Por Sergio Colado

Hace mucho tiempo existió un pueblo de constructores donde su rey trabajaba duro para construir presas que contuvieran los ríos, muros que protegieran las cosechas de las plagas y altas torres donde el viento soplaba para generar la energía para calentar los hogares.

Un día falleció el consejero real y tomó el relevo su joven sobrino.

El  nuevo consejero advirtió al rey de que, en su afán por construir, estaba matando y empobreciendo a su pueblo y que ya era la hora de dejar paso a un nuevo rey con mejor visión de las necesidades del nuevo tiempo.

El consejero le llevó a ver a los pobres trabajadores cansados después de un día duro, dormidos en cualquier parte, con las manos sucias. El rey, triste al ver a su pueblo desfallecido, decidió marchar y dejar al consejero su puesto.

Partió rumbo al imperio de las torres, conocido por las grandes y majestuosas construcciones en honor a los dioses, donde fue a parar como simple ayudante de la obra. Allí, sin embargo, descubrió, junto a sus nuevos compañeros, que acabar el día exhausto de trabajar no significaba estar triste. Descubrió que había sido engañado.

Volvió a su pueblo y encontró las presas rotas, los muros caídos y sólo una torre alta en honor al nuevo consejero rey. Las plagas acechaban los campos, el río ahogaba las tierras, su pueblo moría.

Durante noches y días, con la ayuda de los pocos que se sostenían en pie y luchando contra vientos, insectos, ríos hambrientos, construyó presas más fuertes, muros más poderosos y una nueva torre tan alta como la del consejero al que castigó a ser el nuevo ayudante de tirar los residuos y basuras.

Y así, el rey constructor creó su escuela de constructores para no necesitar más consejero

La nube y la rosa

Érase una vez un valle muy verde en el que creció una rosa muy hermosa de pétalos suaves, rojos como el fuego y un aroma a dulce que envolvía todo el prado.

El cielo, el sol y las nubes suspiraban al verla.

Una de las nubes bajaba a acariciarle los pétalos y pasaban las tardes riendo y cantando. A la nube no le gustaba que el resto jugaran también con la rosa así que, un día, decidió no compartirla con nadie.

Tapó al sol y bloqueó el cielo con su gran manta blanca.

Pero entonces la rosa empezó a secarse. Sus pétalos ya no eran tan suaves y rojos, su aroma ya no olía tan bien y su cabeza se inclinó hacia el suelo.

– Debe ser que le falta agua – pensó la nube, así que se puso a llover y a llover hasta que el valle quedó casi inundado.

Pero la rosa no mejoraba, al contrario, la hierba a su alrededor comenzó a desaparecer.

– Será que necesita secarse un poco – pensó la nube, así que sopló y sopló y empezaron a caerse los pétalos.

– ¡Oh! ¿Qué hago? – La nube se estaba poniendo muy nerviosa.

Entonces oyó una débil voz que venía de la rosa. La nube se acercó a escucharla.

– Querida nube, ya sé que me quieres mucho y que quieres que seamos amigas, pero yo necesito que el sol me caliente y que el cielo me dé paz, por favor, deja que vuelvan.

La nube se sorprendió. Estaba matando a la rosa por quererla tanto.

La nube abrió paso al sol y al cielo.

En cuanto el sol tocó con sus rayos calientes a la rosa, ésta volvió a recuperar su brillo, sus hojas crecieron de nuevo y la hierba brotó a sus pies.

La nube sabía que no había hecho las cosas bien y se quedó en silencio, con la cabeza baja. Ella no quería hacerle daño y pensaba que podía cuidarla y estar para siempre con su amiga.

Entonces, la rosa la llamó de nuevo.

-Querida nube, no estés triste, también te necesito a ti, tú me das sombra cuando el sol me calienta demasiado y me refrescas cuando hace mucho calor. Tú me ayudas a descubrir formas nuevas en el cielo y a no perderme en su inmenso azul. Sin ti, el sol me mataría y el cielo me volvería loca. Cada uno tiene su momento y su lugar. Todos somos necesarios.

Y desde ese momento, la nube comprendió que cada uno tiene una labor importante por hacer y que no importa cuál sea si la hace bien.

 

 

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