DEMONIOS EN LA TORMENTA

En cuestión de unos segundos había anochecido. El sol se había escondido detrás de un ejército de nubes negras que corrían hacia2 nosotros. Venían armadas con haces de luz que chocaban unos con otros.

La tormenta acechaba en el exterior, gritando y gimiendo, arrancando los árboles a su paso.

El negro de mi cuarto parecía más oscuro aun después de cada flash de luz en la ventana. Sólo mientras los rayos giraban la mirada hacia otro lado yo podía quedarme escondido y arrullado en silencio, con las luces apagadas.

El rugido de las ventanas, acompañado por el tamborileo de la lluvia en el cristal, aumentaba cada vez más. Un silbido fuerte entre hojas me dejaba sordo a cada embestida. Tal vez me había descubierto y trataba de entrar.

Las sombras proyectadas contra las paredes parecían coger vida y trataban de alcanzarme, rodeándome con sus diabólicas manos. Sonreían y me perseguían, engañándome, escondiéndose y volviendo a salir a cogerme.

Entonces cayó un potente rayo frente a mi casa. Una fuerte ventisca golpeó mis ventanas, arrancándolas, entrando dentro. El agua corría en todas direcciones, por todas partes, tratando de aferrarse a las paredes, el suelo y el techo de mi habitación.

La puerta trató de escapar chocando contra su marco inmóvil, asustado. El viento lanzaba mis juguetes y desordenaba los papeles de mi escritorio, escupiéndolos contra mí. Yo trataba de protegerme, corriendo alrededor de la habitación, tratando de esconderme detrás de mi cama.

Las almohadas me miraban aterrorizadas. Varios truenos rugieron algo que parecía mi nombre. No podía escapar.

La lluvia me había encontrado y me estaba atrapando con sus dedos mientras el viento me empujaba a salir. Lloré, grité buscando consuelo mientras notaba cómo trataban de arrastrarme por el pelo. Las ventanas trataban de pelear pero no conseguían hacerle frente.

La tormenta había entrado y estaba destrozando mi habitación sólo para divertirse.