EL CIUDADANO EJEMPLAR

Por Ana Tort

-Cada día mueren de media en España cuatro personas en accidente de tráfico.- Carlos estaba leyendo el periódico y apenas levantó la vista al decirlo.

– No digas esto hoy, que tienes que conducir. – le riñó su madre, que tendía a preocuparse siempre más de la cuenta.- Ya no podré dormir hasta que no llaméis diciendo que habéis llegado bien.

En octubre los días eran todavía largos y ese domingo había brillado el sol con especial intensidad por la sierra de Madrid. Las colas en la Nacional I de vuelta a la capital eran de varios kilómetros, así que Carlos y su mujer Rocío decidieron salir después de cenar, cuando ya se hubiera despejado un poco el tráfico. Estaban ambos en la treintena, sin hijos, con un trabajo estable y siempre que podían se iban al pueblo de donde eran originarios a visitar a sus padres, que eran ya mayores. Cerca de las once, tras una cena ligera, cargaron el coche y después de  despedirse, prometiendo que no tardarían en volver a ir a verlos, emprendieron camino con mucho ánimo  y más resignación. Eran doscientos kilómetros por una carretera rápida, en algo más de dos horas deberían llegar a su casa. Apenas circulaba nadie a esas horas, así que iban relajados y charlando, distraídos, quejándose Carlos de un compañero de su trabajo en el taller, que siempre se atribuía el mérito de lo que se hacía entre varios. De repente, el coche que iba delante perdió el control sin causa aparente y cayó por un terraplén, dando una vuelta de campana. Carlos frenó tan bruscamente que, si hubiera tenido un coche detrás, probablemente éste le hubiera embestido. Pero estaban solos en la carretera. Paró el coche en el arcén y los dos salieron deprisa. El vehículo accidentado se estaba incendiado. Sin apenas pensarlo, ni consensuarlo entre ellos, Carlos y Rocío se acercaron corriendo al coche, abrieron cada uno una puerta y sacaron a rastras a una pareja de avanzada edad que parecía no haber sufrido daños físicos considerables, pero que estaban prácticamente inconscientes. Las llamas no habían llegado al interior del automóvil, pero sí el humo, que les quemaba la cara y les impedía respirar. De improviso, les llovió una espuma blanca. Un camión había parado y su conductor se había acercado con un extintor a apagar el incendio. Parecía que el hombre lo hubiera hecho más a menudo, ya que, con enorme precisión, en unos minutos había extinguido el fuego.  Se acercó al grupo a preocuparse por su estado. Los cuatro estaban todavía en estado de shock, el matrimonio accidentado en el suelo, tosiendo y sin moverse y Carlos y Rocío con la garganta y los ojos irritados. Se presentó como Raúl Gómez y enseguida, asumiendo el control de la situación, llamó a emergencias para dar parte del accidente y pedir una ambulancia. Luego les acercó una botella grande de agua, para que se refrescaran y bebieran. Rocío se sentía exhausta, así que, tras confirmar que el matrimonio se encontraba bien, le pidió  a Carlos irse pues debía madrugar al día siguiente. Se despidieron de la pareja accidentada, que todavía parecía un poco aturdida, y de Raúl, con quien se intercambiaron los números de móvil, y se fueron, cruzándose con el coche de la Guardia Civil. Llegaron a Madrid y, tras una ducha rápida, se acostaron, pero a ambos les costó mucho dormirse. Rocío se despertó sobresaltada al amanecer, creyendo que su casa estaba ardiendo.

-¡Dios mío! ¿Qué te pasa? ¡Tienes muy mala cara! – le espetó su amiga y compañera de trabajo, Inés, al verla llegar a la cafetería donde cada mañana desayunaban antes de entrar en la oficina.

-¡He dormido fatal! – Y le explicó todo lo ocurrido la noche antes. Inés la escuchó asombrada y sin apenas interrumpirla.

-¡Es increíble! Esa pareja os debe la vida.

-¡Anda ya, no exageres! – Rocío en ningún momento lo había visto así. – El camionero que llegó después los hubiera sacado del coche.

-Puede ser, pero fuisteis vosotros quien lo hicisteis, poniendo en riesgo vuestra vida. –El tono de voz de Inés era ahora un poco melodramático, lo que hizo reír a Rocío.

En su oficina, durante todo el día, no pudo sacarse de la cabeza la idea de que su marido y ella habían salvado dos vidas. Estaba tan absorta que apenas oyó el móvil cuando, a media tarde, Carlos la llamó.

-Rocío, ¡sale el accidente en todas las portadas de los periódicos digitales! Sólo hablan del camionero, dicen que él sacó del coche a la pareja, apagó el fuego y llamó a la ambulancia.

– ¿Y de nosotros nada? – Rocío se sentía defraudada, pero también aliviada de no ser el foco de atención de la prensa.

-Nada. Igual el camionero no nos ha nombrado o bien la prensa sólo saca lo que considera más interesante. Y está claro que vende más un héroe que salva de morir quemados a dos ancianos que tres personas. – Rocío se río, a pesar de la seriedad con que lo había dicho su marido.

-¡Qué más da! Seguro que él está encantado de su fama y a mí me horrorizaría salir en el periódico. – Dijo Rocío, aunque le parecía que a Carlos no le hubiera importado que se hablara de él y explicar su versión a todo el que quisiera escucharle.

El martes, la noticia estaba en la portada de todos los diarios, con profusión de datos sobre la pareja herida, ingresados en observación en el hospital, y de Raúl Gómez, a quién presentaban como un héroe de la carretera.  También fue la primera referencia de los noticieros de la noche, pero esta vez debido  a que el gobierno de la Comunidad de Madrid había decidido galardonar al camionero con la Medalla al Mérito Ciudadano. Rocío y Carlos, que estaban viendo las noticias mientras preparaban la cena, se miraron asombrados al oírlo.

-¡Esto no me lo esperaba! – dijo Carlos acercándose a la televisión.

-¡Calla! ¿Acabas de oír lo que han dicho? – Ambos se miraron y Rocío se sentó e inclinó hasta taparse la cara con las rodillas.

¡Sí, habían oído bien! El premio conllevaba una dotación económica de 60.000 euros. Se quedaron mudos, Carlos pensando que si Rocío no hubiera tenido tanta prisa por irse, ellos serían los héroes y los galardonados. Rocío imaginando todas las cosas que podían hacer con ese dinero. La televisión seguía dando datos, el premio iba a ser entregado el viernes en la Casa de Correos de Madrid por la presidenta de la Comunidad. El sonido del móvil les sacó de su estupor.

-Rocío, ¡pon las noticias! -era Inés.

-Sí, lo estamos viendo. – Apenas se la oía. -Hablamos mañana, ahora no puedo.

Oyó más que vio como Carlos salía, cerrando la puerta de un portazo. Incapaz de comer nada, se acostó, e intentó leer. No quería poner la radio pues el accidente parecía la única noticia ese día. Era casi de madrugada cuando, en estado de duermevela, se percató de que Carlos se acostaba a su lado, apestando a alcohol.

Inés no dijo nada al verla al día siguiente, pero le cambió la expresión. Rocío supuso que su cara delataba que había llorado y que apenas había dormido. Tomaron el café en silencio.

-¿Por qué no llamas al camionero? ¿No me dijiste que tenías su número? Igual es buena gente.

Rocío ya había pensado en esto, pero ¿Qué iba a decirle?

-Empiezas por felicitarle por el premio –parecía que Inés le había leído la mente. – y, en función de su reacción, le preguntas si os nombró en su declaración.

Llamó varias veces y siempre comunicaba, hasta que por fin a media tarde le contestaron.

-Hola Raúl, soy Rocío, la mujer que el domingo estaba junto al coche accidentado cuando tú llegaste.

Se hizo un silencio al otro lado de la línea.

-Ah, sí, hola Rocío. – Respondió pasados unos segundos y tras recuperar un poco el aplomo preguntó -¿Cómo estáis tu marido y tú?

-¡Bien, gracias! Un poco sorprendidos por cómo ha ido todo.

-Yo también. Para mí todo esto ha sido una sorpresa. No me esperaba este revuelo mediático.- Raúl parecía ir ganando compostura en cada frase. Rocío decidió ir al grano.

-¿No hablaste de nosotros en tu declaración a la Guardia Civil?

-Sí, por supuesto. Pero vosotros os fuisteis. –Se empezaba a poner a la defensiva.

-Pero nosotros sacamos al matrimonio del coche. – Ya estaba, se había atrevido a decírselo.

-Pero yo apagué el fuego, llame a emergencias, me ocupé del matrimonio mientras esperábamos a la ambulancia, fui a declarar, atendí a la prensa, he vuelto al hospital para saber cómo estaban los heridos, mientras que vosotros sencillamente os marchasteis, dejando todo a mi cargo. Y sólo ahora que me han dado el premio, volvéis a aparecer; sino tampoco me hubieras llamado ni os hubierais interesado.

Se hizo un nuevo silencio, bastante incómodo. No había nada más que decir, así que tras despedirse Rocío colgó.

Inés, que había estado todo el rato a su lado, la consolaba diciendo que debía bastarle la satisfacción de saber que había hecho lo correcto y sentirse orgullosa de haber salvado unas vidas. Las cosas no se hacían esperando una recompensa, allá el camionero con su conciencia.  Pero esto no reconfortaba a Rocío, incapaz de dejar de pensar que Carlos la responsabilizaba por no haber sido ellos los que habían ganado la medalla y, por ende, el dinero.

Por la noche, le contó a Carlos su conversación con Raúl.

-¿Qué esperabas al llamar? ¿Qué te dijera: “vamos a compartir el premio”?- su tono era irónico y desagradable. – Era obvio que se justificaría y que diría que él habló de nosotros. Al fin y al cabo, no podemos demostrar nada. Me han dicho en el hospital que el matrimonio de ancianos apenas recuerda el accidente. He intentado obtener la declaración que se hizo el mismo día en la Guardia Civil, sin éxito. También  he hablado con un abogado y todos me dicen lo mismo: es nuestra palabra contra la suya y todavía nos acusarán de querer aprovecharnos del mérito ajeno.

Rocío ni imaginaba todas las gestiones que su marido había realizado.

-¿También le has llamado?

-Sí, anoche. Me dijo lo mismo que a ti. En definitiva, que no era cosa suya la decisión de concederle el premio, él solo lo había aceptado, que es lo que cualquiera hubiera hecho en su lugar. – Tras una pausa añadió -Pero sé dónde encontrarle.

-Carlos, no me asustes por favor. No hagas nada de lo que puedas arrepentirte. Olvidemos todo este asunto. – A Rocío le temblaba la voz.

-Sí, no te preocupes. – Y salió de su casa sin apenas mirarla.

De nuevo, Rocío no pudo dormir, llorando y preguntándose dónde y qué estaría haciendo su marido. Él llegó de nuevo oliendo a alcohol a altas horas de la noche.

El sábado, en la portada de todos los periódicos, se podía ver la foto de la entrega del galardón y leer las declaraciones de la presidente:

“El premiado, sobrepasando el deber cívico a los que todos estamos obligados y actuando desinteresada y altruistamente, con su ejemplo servirá de guía para muchos otros héroes anónimos que, sin ningún reconocimiento oficial o público, cada día nos entregan su trabajo, su tiempo e incluso su seguridad personal para mejorar nuestras propias vidas”.

Rocío hubiera querido aprovechar el buen tiempo para hacer un plan con amigos, pero Carlos ya se había marchado cuando ella se despertó. Llegó antes de comer, excitado  y sudado, como si viniera de hacer deporte.

-El ciudadano ejemplar ya se ha llevado su merecido.

-Carlos, ¿Qué has hecho?

-Lo que se merecía. – se dio la vuelta y fue a ducharse y a dormir.

Rocío no se atrevió a hablar con nadie y hasta las noticias de la noche no supo que Raúl Gómez  había tenido un accidente, por un fallo en los frenos de su camión, por lo que había sido ingresado en el hospital con varias fracturas.

Carlos y Rocío jamás volvieron a hablar sobre este asunto. Con el tiempo Rocío descubrió que muchas veces los secretos no unen, que lo que uno calla es como una termita que nos carcome por dentro y que nos aleja de nuestro cómplice.

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