EL POETA
Por Gervasio Sánchez
14/03/2016
Las negras nubes se rasgaron y entre las grietas el sol fue emergiendo. La lluvia pasó, ¿cómo estará de alegre el campo con su tierra esponjada? Las flores crecerán pero tú no las verás. Un día tu corazón se paró, te marchaste, dejando tu ausencia, dolor en nuestros corazones, rostros apenados. Sobre una mesa, una pipa, un tintero, una pluma, un folio con un poema inacabado, una promesa incumplida. El sillón frente a la ventana por donde se ve el valle que era tu inspiración, montañas, árboles, flores, libélulas de seda sobre el alféizar de la ventana, los pájaros volarán, cantarán, pero tú ya no los oirás. En los pétalos de las flores los versos quedarán aferrados, esperando que por ti sean arrancados, ya nadie los leerá, sólo las abejas de ellos podrán disfrutar. Las musas huérfanas han quedado, sin un padre para sus rimas, sin una pluma que las escriba, sin una voz que la recite, sin la sed del poeta.
El sillón quedará solamente como recuerdo de un pasado, la mesa se cubrirá de polvo, la pipa, el tintero, la pluma, el poema sin terminar, todo quedará en el tiempo anclado. Las arañas con sus telas decorarán la estancia, la lluvia con sus finos dedos tocará los cristales pero ya nadie responderá, el musgo cubrirá los viejos muros, la puerta continuará cerrada, nadie perturbará donde aún habita el espíritu del poeta.
Aquel año el valle estaba majestuoso, multitud de flores de colores heterogéneos tapizaban el fecundo suelo, entre ellas revolotearon mariposas de terciopelo que batían sus delicadas alas. Los árboles vistieron sus mejores ropajes, sus ramas se resignaron al descanso y picoteo de los pajarillos, las aves rapaces cubrieron el cielo dando fantasmales sombras sobre el suelo. Las aguas saltarinas del arroyo interpretaron un ritmo para los inquietos habitantes de sus turbulentas aguas. El ir y venir de los peces le daban un color plateado cuando los rayos de sol se reflejaban en ellos. El azar o quizás el destino quiso que el poeta llegase a ese valle, quedando prendado de tanta belleza, buscó un lugar donde coexistir en armonía con la naturaleza. Encontró una pequeña pero encantadora casa, desde donde se dominaba el valle. Un aposento con una ventana que todo lo domina, una mesa de caoba con unas patas toscamente torneadas, con su tablero desgastado por el uso, un sillón con cojín de lana donde sentarse a esperar la inspiración, una repisa para dejar dormir los versos hasta que alguien los despierte de su letargo.
El poeta, un hombre de pelo cano, mirada triste, de aspecto famélico, desprendía una ternura que sólo suele prestar la edad, un saber de la vida. Su tiempo lo dedicaba a oír los pájaros, ver y oler las flores que son las que le dona sus versos, sus poemas. Pasear por los senderos y mojarse los pies en el agua cristalina del arroyo. Por las tardes se sentaba en su sillón frente a la mesa donde hay un tintero con abundante tinta, una pluma y un folio en blanco. Encendía su pipa de brezo, ya quemada de tanto uso, mientras el humo subía trenzándose lentamente hasta el techo, cogía su pluma y sobre el papel en blanco va engarzando las palabras para crear un verso, esas bellas palabras que el cantar de los pájaros y las flores les regalaban a los poetas.
El día iba llegando a su fin, el sol se iba escondiendo tras el monte, dejando en el cielo un rojo fuego. El crespúsculo lo sorprendía escribiendo, enzarzado con las rimas, sumergido en un espiral de versos.
Apagó su pipa que se metió en un bolsillo, cerró el tintero, guardó la pluma, recogió los papeles que guardó en un portafolios. Se levantó a duras penas con las manos en los riñones, enderezó la columna y a pasito lento se fue a la cocina. Preparó una cena ligera, una tortilla, un poco de queso blanco y una copita de vino. Se sentó en un balancín y puso los pies sobre un taburete, sacó la pipa que preparó con solemnidad y con una cerilla la prendió, la tos le hizo incorporase unos segundos, volvió a recostarse y sus ojos desconsolados se quedaron mirando las figuras que el humo dibujaba al trepar al artesanado. Entró en un duermevelas sus ojos se cerraron y su mente vagó entre nubes melancólicas, el recuerdo de su amada volvió como cada noche. Hace años que ya no está a su lado, se fue una tarde de primavera cuando la vida vuelve al campo, la suya se marchitó.
El sol despuntó por lo alto de los montes, poco a poco la actividad volvió al valle, el gorjear de los pájaros al surgir de entre los árboles lo despertaron. Con el cuerpo dolorido, agarrotado y medio paralizado fue incorporándose, las costuras del balancín esculpieron la piel que cubría sus costillas. El café lo devolvió a la vida, después de asearse, cogió su sombrero y mochila y se fue a dar el paseo matutino. La brisa se divirtió con el pelo que le sobresalía del sombrero. Sus pausados pasos lo llevaron por el sendero hasta el bullicioso arroyo cantarín, mojó sus cansados pies que los peces mordisquearon. El regreso lo hizo por el prado, entre flores, arbustos de romero que perfumaba el aire, las mariposas hicieron cabriolas a su alrededor. Ya algo fatigado llego a su casa, en ella lo esperaba el casero para dejarle los víveres y cobrarle el alquiler…
El invierno llegó con sus fríos, lluvias y nieve en las montañas, hay días que el sol no se ve, las nubes oscuras lo cubren. La niebla se filtró entre los árboles del valle impidiendo ver más allá de los cristales de la ventana. Los pájaros emigraron a tierras más cálidas, ya no le cantan. Las flores se marchitaron y los versos se congelaron. Las libélulas ya no lo visitan en su ventana. Los aciagos días envuelven el valle, el frio del invierno hiela el arroyo y silencia su cantar, la piel de nieve cubrían las sendas de su caminar. Una mañana gélida propia del mes de enero, el cuerpo del poeta permaneció en la butaca inmóvil, una mano sostenía la pluma, la otra le colgaba por el costado, la cabeza inclinada sobre el pecho inerte, la pipa sobre su regazo, su último aliento quedó congelado en la habitación. Sobre la mesa el último poema sin terminar, una sola palabra escrita “libertad”.
Gesara
RELATO DEL TALLER DE:
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