EL CORREDOR DE FONDO
Por Francisco Navacerrada
07/04/2016
Hacía tanto frío aquella mañana que el moquillo de la nariz y las lágrimas se congelaban, pero había que salir. Hiciese frío o calor, había que salir. Prepararse para una maratón exigía estos esfuerzos y yo me había propuesto correr los 42,192 kilómetros, el sueño de todo corredor de fondo.
De madrugada aún no se atisbaba un solo rayo de sol en el horizonte, pero sí el cielo estrellado, sin una nube. Como siempre, había quedado con mi compañero Antonio a las seis de la mañana. Puntual, Antonio me esperaba en el lugar de todos los días, una rotonda desde la que salíamos hacia la Dehesa Boyal a recorrer veinte kilómetros diarios.
–He conseguido la plaza para correr la maratón de Nueva York –dijo Antonio apenas verme.
–Pero el otro día me dijiste que le habían dado esa plaza a una chica –respondí.
–Sí, pero no se presentó. Yo era el primero en la lista de espera, así que me la han adjudicado.
–Me alegro. Era tu gran ilusión.
Hacía escasos días que mi mujer y yo habíamos adoptado un perro. Un galgo negro precioso al que pusimos por nombre Bolt. Bolt había sido abandonado en una carretera solitaria con una pata lastimada. Su historia podría definirse como triste, pero su final ha sido feliz, porque ha caído en una casa donde le adoramos.
Aquella mañana lo llevé a correr con nosotros. Sentíamos el frío que se colaba hasta los huesos, había que entrar en calor lo antes posible. Los tres nos adentramos en la Dehesa Boyal, un bosque de encinas que el paso del tiempo y la mano del hombre habían diezmado. En esta época del año, ya final del invierno y próxima la incipiente primavera, la Dehesa estaba espectacular. Las últimas lluvias la habían reverdecido. Era un lugar incomparable.
Tras media hora de carrera intensa, noté a Bolt algo inquieto; comenzó a tirar de la correa con mucha fuerza, demasiada. Eso nos hizo abandonar el camino por el que corríamos y el perro se adentró en la espesura.
–Ha debido de ver u oler algo –le comenté a Antonio, que, jadeante, asintió.
Intenté que Bolt desistiese y volviera al camino, pero fue inútil. El perro se abría paso a duras penas entre la maleza y tiraba con una fuerza inusual.
Noté a Antonio inquieto por la forma en que Bolt olfateabaentre los matorrales y las encinas. Al cabo de un rato, dijo con premura:
-¿Por qué no nos vamos?
En vista de que Bolt no encontraba nada, opté por tirar del perro con la correa y retornar al camino. Continuamos unos kilómetros y giramos para volver por el mismo sitio. Cuando pasamos por el lugar anterior, Bolt volvió a salir de nuestra ruta y se adentró en el bosque para acabar en el mismo lugar, donde escarbó hasta dar con una bolsa.
Antonio se quedó pálido y yo, sorprendido. Bolt quería romperla, pero se lo impedí. Le quité la bolsa y con ansiedad quise saber lo que había dentro. Antonio, sin embargo, quería dejarla en el mismo lugar, y que nos marchásemos. Pero yo me negúe. Abrí la bolsa y dentro había dos manos. El descubrimiento fue espeluznante, yo nunca había visto algo así. Enseguida Bolt olió aquellos restos y arrancó la correa de mis manos para adentrarse un poco más entre la espesura, y escarbar a unos diez metros. Rápidamente encontró otra bolsa de plástico, mucho más grande que la anterior. Me temí lo peor.
Antonio quería alejarse, pero le dije:
–No podemos irnos ahora. Tenemos que llamar a la Policía.
Sujeté a Bolt para que no destrozase la bolsa. Cogí el teléfono y llamé al 091. Cuando colgué, Bolt y yo estábamos solos. Antonio había desaparecido sin despedirse. Ya era de día y aquel impresionante hallazgo había desvanecido mi sensación de frío. El tiempo, allí solo con Bolt, se me hizo eterno. Al cabo de media hora, la Policía llegó y meconfirmó que se trataba del cadáver de una mujer.
Intenté localizar a Antonio, pero no fue posible. No contestaba al teléfono, si bien lo que más me llamó la atención fue su actitud en el momento de encontrar los restos.
Bolt y yo regresamos a casa. Mi mujer ya se había ido a trabajar y las niñas estaban en el colegio, por lo que no había nadie. El silencio me permitió pensar un poco. ¿Quién habría cometido semejante salvajada?
Durante los siguientes días no salí a correr; no tenía cuerpo después de la última experiencia. Tampoco supe nada de Antonio. Era extraño, porque siempre que yofaltaba, me llamaba para saber el motivo. Deduje que él tampoco había vuelto a correr desde lo ocurrido.
Cuatro días después recibí una citación de la Policía, para interrogarme en comisaría. Cuando llegué, me llevaron a una sala, donde esperé unos minutos hasta que entró un agente:
–¿Podría usted contar paso a paso cómo descubrieron el cadáver?
Ya había contado la misma historia al menos tres veces, pero volví a hacerlo. Cuando finalizó mi interrogatorio, pregunté al agente si se sabía dónde estaba mi amigo Antonio. El policía me respondió:
–Se encuentra en paradero desconocido. Es lo único que puedo decirle.
Al cabo de un rato pude marcharme. No caí en preguntar si se me acusaba de algo, ni tampoco, por discreción, si sospechaban demi amigo Antonio.
Al llegar a la puerta de casa una duda me asaltó: ¿Y quién sería la chica? Volví a la comisaría y pregunté por el agente que me había atendido. Acudió y le pregunté:
–¿Quién era la chica que encontramos?
El agente no podía dar datos confidenciales sin permiso del juez, pero terminó dándome uno determinante: según notas halladas en su domicilio, aquella muchacha pretendía participar en la maratón de Nueva York.
Comenté al agente la conversación que tuve con Antonio mientras corríamos. Le dije que mi amigo había tomado la plaza de una chica que no había cumplimentado su inscripción dentro del plazo. El agente comprobó por teléfono esta información y, efectivamente, era la misma chica.
Seguidamente un juez emitió una orden de busca y captura contra Antonio. Era increíble: mi amigo había pasado a ser el principal sospechoso. Ya lo era tras desaparecer sin dejar rastro, pero ahora todas las pruebas le incriminaban.
Aquella noche salí con Bolt a dar una vuelta. Dije a mi mujer que tardaría una hora, más o menos. Era una noche oscura, tan negra como el propio Bolt, que pasaba totalmente desapercibido.
Entre las sombras me pareció distinguir la silueta de una persona. No veía demasiado bien en la oscuridad, pero algo brillaba en el negro de la noche. Intenté ser precavido, pero alguien me atacó por la espalda. Sucedió todo demasiado deprisa, pero Bolt fue más rápido que mi atacante; el perro hizo presa en mi agresor y yo conseguí neutralizarlo. Era Lucía, la hija de mi amigo Antonio. Ella, a la que conocía desde hace muchos años, había intentado asesinarme con un cuchillo.
Llamé rápidamente a la Policía. Mientras esperaba, pedí a Lucía que me explicase la locura que había estado a punto de cometer. Entonces confesó el crimen de la chica que encontramos en la Dehesa Boyal. Lo cometió para que su padre cumpliera el sueño de correr la maratón de Nueva York.
–Yo la maté, lo confieso. No soporto la idea de ver a mi padre, otra vez, sumido en la depresión. Su gran ilusión es la maratón de Nueva York. Y esa mujer iba a arrebatárselo. No podía permitirlo.
–¿Y yo? ¿Por qué a mí? Yo soy amigo de tu padre desde hace años. Te conozco desde que eras una niña. ¡Has querido asesinarme!
–Cuando mi padre me dijo que habíais descubierto el cadáver de la chica, me volví loca. ¿Cómo había sido posible? Y enseguida me di cuenta de que tú sabrías la verdad en cuanto te enterases de que la chica muerta había impedido a mi padre la inscripción en la carrera. Tenía que eliminarte como fuera.
La Policía tardó un cuarto de hora en llegar y detuvo a Lucía, que desveló el lugar en donde estaba escondido su padre, que también fue detenido y acusado de encubrimiento.
Volví a mi rutina de correr a las seis de la mañana, ya fuese con frío o con calor, con lluvia o con viento. Pero ahora lo hacía por las avenidas de mi ciudad, sin arbustos ni espesura donde encontrar algo desagradable. Para mí es una satisfacción haber conseguido una plaza para participar en la maratón de Nueva York. Ya tengo los billetes comprados y el hotel reservado. Nos vamos mi mujer y yo y, por supuesto, Bolt.
Estoy seguro de que a mi amigo Antonio le hubiese gustado venir. De hecho, logré participar gracias a que él ahora está en la cárcel.
RELATO DEL TALLER DE:
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Me ha gustado mucho y me ha tenido intrigada todo el tiempo. Enhorabuena