¿EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO?

Por Ana María Rodriguez

Mi primera visita a aquel mundo especial empezó con un sueño.

Corría por el monte persiguiendo mariposas entre los helechos,  cuando  oí la voz de mi abuelo:

– ¡Rebeca! ¡Vuelve!

Desperté al escuchar mi nombre, ¡Qué sensación más extraña! aquella tierra me llamaba. No tenía nada que hacer ese sábado, me pareció muy buena idea pasar el día allí.

Mis abuelos me dejaron en herencia aquel pequeño bosque de castaños y rebollos, lleno de enormes cantos, donde tantas veces había jugado de pequeña. Siempre lo había guardado en mi memoria como un sitio especial, mágico. Estaba contenta de que ahora fuera mía, aunque sólo tuviera valor sentimental. La recorrí despacio, aspirando los distintos aromas que las lavandas, tomillos y otras flores desprendían. Aún quedaban helechos y mariposas.

Mis pasos me llevaron hasta esa enorme piedra a la que a mi abuelo me tenía prohibido que subiera. No pude evitar hacerlo ahora, parecía mucho más pequeña de como la recordaba. Con sus dos grandes pilas labradas, una más pequeña  unida a la otra, y alrededor todos esos dibujos esculpidos. En aquella zona se encontraban restos de una cultura celta. Recordé haber leído que usaban piedras parecidas a esa como altar para hacer ofrendas a los dioses. Me entró curiosidad y me puse de rodillas en la pila grande para ver mejor los dibujos, uno tenía un círculo en el centro y otros más pequeños alrededor, otro un triángulo desgastado del que salían cuatro líneas  y el último tres círculos concéntricos. Fui tocando el contorno con mis dedos. Mientras el calor del sol calentaba mi cuerpo, el canto de los pájaros  y el tintineo de las hojas de los árboles me envolvieron y arrullaron, me relajé por completo, era como llegar a casa después de un largo y cansado viaje, me tumbé recostando mi cabeza en la pila más pequeña. El sueño me invadió sin darme cuenta.

Al despertar había anochecido, no podía creer cómo había  dormido tanto tiempo. La luna llena iluminaba todo de un extraño resplandor plateado. ¡Qué bello estaba el bosque con esa luz! Los árboles, sus cortezas, hojas, eran diferentes, hasta el olor era distinto, como a hongos o musgo.

De pronto me pareció oír murmullos que según me fui acercando hacia ellos, se convirtieron en palabras y sonidos extraños. ¡Allí no podía haber nadie! Estaba sola en medio del bosque. Y aunque el miedo se apoderó de mí, la curiosidad fue más fuerte y me llevó hacia el lugar de donde provenían esas voces. En un claro vi a una joven esbelta, su melena azul llegaba al suelo, a su lado dos ancianas, junto a ellas un grupo de pequeños seres resplandecientes, detrás intuía más siluetas, que no podía distinguir bien.

Noté una mirada en mi nuca, el vello de mi piel se erizó.

– ¿Qué haces aquí?- dijo una voz grave detrás de mí.

Me volví. Un hombre me observaba, su imagen se desdibujaba a veces como si fuera la de un lobo. Quise irme,  pero mis pies traicioneros se hundieron más en la tierra. Él sonrió ladinamente. Me estremecí de miedo.

– No temas, no pienso hacerte nada, por lo menos por ahora -rió- quizás deberías tener más miedo de aquellas brujas, de los  duendes que te embaucarán con sus mentiras y risas, o de las bellas polillas, pero de mí, ¡jamás! Además, puedo ser tu cicerone, guiarte por este encantador pero peligroso bosque, y a mi lado nada has de temer.

– Esto no puede ser real, ¿Seguiré durmiendo?

– Eso decís todos los que venís del otro mundo -dijo el hombre sonriendo.

– ¿Del otro mundo?

– De donde tú vienes. Mi nombre es Úlfur ¿y el tuyo?

– Rebeca.

– Deja que te muestre este mundo, si te gusta puedes quedarte el tiempo que quieras.

Me tendió su mano. No sé cómo le di la mía, no era dueña de mi cuerpo, al tocar mi mano la suya, el miedo desapareció.

Caminábamos entre los árboles, que a nuestro paso movían sus ramas haciendo sonar las hojas, saludándonos.

– Vosotros no los escucháis ya, -me dijo- son los seres más longevos y sabios, son nuestros libros vivientes, guardan nuestra historia, nos enseñan, nos previenen de lo que ha de venir, nos dan cobijo y alimento. Les debemos mucho a cada uno de ellos, por eso les veneramos.

Me empezó a invadir cierta confianza y bienestar según le iba escuchando.

-Te voy a llevar a un sitio muy especial, uno de los más bellos de por aquí, no hagas ruido, solo mira.

Nos acercamos sigilosamente a unas matas de juncos que ocultaban un lago, nos quedamos mirando un rato, Úlfur me señaló un lugar, miré allí, eran una pareja besándose, no me pareció nada especial, hasta que primero ella y después él salieron del agua y se sentaron sobre una roca, me quedé sin habla, ¡eran sirenas! Di un paso atrás pisando una rama que chasqueó, y ambos saltaron al agua.

– Son muy desconfiados, entre otras cosas porque su carne es deliciosa.

-¿Os los coméis?

– Está prohibido. Aunque siempre hay algún goloso ¿Has visto a aquellos seres diminutos brillantes? pues has de tener mucho cuidado con ellos, sobre todo en época de reproducción, necesitan mucha energía y son más voraces que las langostas.

– Parecían hadas diminutas.

– Las hadas son diferentes, en esta zona solo hay un hada, son muy territoriales, has visto a la mujer alta de pelo azul, es el hada de aquí.

– ¿Y qué hacían todos juntos?

– Estábamos en una reunión, decidiendo qué acciones tomar con aquellos que no cumplen las normas de la comunidad.

– ¿Qué les hacéis a los que no cumplen las normas?

– Pues depende de la gravedad, desde un castigo de  trabajo comunitario a la pena de muerte.

– ¿Los matáis?

– Nosotros no. Esa labor la ejecutan las pequeñas, hermosas y peligrosas polillas.

– ¡Arg! ¡Sois horribles!

– Eso solo se aplica en casos muy graves, vosotros lo llamaríais ojo por ojo. Aquí tenemos un delicado equilibrio que no podemos perder.  Somos muchos seres físicamente diferentes, con comportamientos, costumbres y necesidades distintas. Nos respetamos unos a los otros, eso a veces es complicado, por eso hay que tener unas normas. Quien rompe ese equilibrio debe ser castigado y el castigo siempre es proporcional y consensuado entre los representantes de todos los grupos.

Vivimos en completa armonía con la naturaleza como si fuéramos uno solo. Eso incluye a los animales, árboles, plantas, hongos, incluso al viento, la lluvia o las estrellas. Todos tienen voz, solo hay que saber mirar y escuchar. Así sabemos cuando están enfadados, cuando nos advierten, cuando nos cuidan. Somos uno, somos todo. Cuidamos al uno para cuidar al todo -dijo seriamente.

Le escuchaba, parecía tan inteligente, sensible y seguro a la vez que noté que me estremecía con su presencia. Mi cuerpo sentía atracción hacia el suyo. Nos miramos, nuestros dedos se entrelazaron. Íbamos a besarnos, cuando un ruido nos distrajo. Era una de las mujeres mayores que había visto antes, caminaba mirando el suelo, como si buscara algo. Nos vio y vino hacia nosotros.

– ¿Qué estás haciendo con esta mujer? ¿Le has explicado el peligro de quedarse después de anochecer?

– ¿Qué peligro? -pregunté.

– Ya me lo imaginaba -respondió ella.

– Déjanos, bruja, es mi compañera -y enseñó nuestras manos entrelazadas- no nos molestes.

– Como queráis, cada uno busca su destino y es presa de sus decisiones -cuando se iba, la brisa  levantó mi cabello, quedando a la vista la marca que tenía en el cuello.

– ¿Qué es eso, niña? -dijo señalando con el dedo mi cuello.

– Es una marca de nacimiento, también la tenía mi abuela y su abuela y la de ésta -respondí.

Me cogió de la mano bruscamente y prácticamente me llevó a rastras con ella.

– Te voy a enseñar la verdad de este mundo para ti, y quién es este sucio y embaucador cambiapieles. Es un hombre con alma de lobo, por eso tú puedes ver las dos cosas, aquí algunos de este mundo no pueden ocultar su alma.

– ¿Tú no eres de este mundo?

– No, mi niña, yo llegué aquí por el mismo sitio que tú. Ese sucio cambiapieles busca pareja, y está  intentando impregnarte de él. Lo que no te ha dicho es que tienes un plazo para volver a casa, sino, te quedarás aquí para siempre.

Me llevaba de la mano rápido, detrás de nosotras iba Úlfur  callado. Llegamos a la piedra

– Mira -me dijo.

Las pilas tenían un color plateado muy claro, casi blanco.

– Si llega la noche y no despiertas al otro lado, el portal que has abierto se cerrará  y no podrás regresar más. Aquí podrás volver cuando quieras, respetando venir e irte de día y en luna llena.

– Quédate -dijo Úlfur- te cuidaré, velaré por ti, nos amaremos. Lo siento, noto que tú también. Si te vas ahora, quizás muera de amor, quizás no me recupere, quizás me engañe alguna hada o mucho peor, una sucia y cochina polilla.

– No le hagas caso, necesita una pareja. Quizás haya sido su llamada la que te ha guiado a este mundo. ¿Quieres quedarte atrapada aquí para siempre o quieres volver a tu mundo, con tu familia, tus amigos, tu casa, tu vida?

– Aquí tendremos nuestro hogar -dijo Úlfur.

– Ya no te queda tiempo, ¡tienes que decidirlo ya! -replicó la anciana casi enfadada.

– ¿Por qué me ayudas? -pregunté.

Se quitó la capa que le cubría el cuello y pude ver una marca como la mía.

– A mí nadie me advirtió, perdí a mi familia para siempre.

Úlfur  cogió mi mano -Toma, es para ti- me dio una piedra azul con forma de corazón- Yo nunca te mentiría, puedes irte y volver cuando quieras.

– ¡No le hagas caso!

Miré a los dos, al bello bosque plateado, miré la luz que desprendía la roca que se estaba debilitando. No podía quedarme allí para siempre, por mucho que me atrajera la idea en ese momento, tenía que regresar a mi mundo, a mi vida. Me acerqué a la anciana y le di un abrazo, me dijo -Soy Flora, búscame si vuelves-, entonces me dirigí a Úlfur, le di otro abrazo y me susurró al oído -Mi corazón es la llave que abre la puerta-, le di un tímido beso.

– Volveré – les dije a los dos.

Abrí los ojos, estaba anocheciendo. ¡Qué sueño más raro había tenido! Me había quedado fría en la piedra. Fui corriendo hasta el coche y puse la calefacción a tope para entrar en calor.

Al llegar a casa, comí una manzana y fui a acostarme. Me quité la ropa y algo cayó al suelo, era una piedra azul con forma de corazón.

 

 

 

. Recuerda: el amor es voluble como el viento, puede cambiar de dirección en cualquier momento, pasar de ser huracanado a inexistente, sin embargo, el poder de la sangre es eterno.

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