CHLOÉ

Por Anne Picard

La historia y la vida de mi familia están muy ligadas a Burdeos, allí nazco yo. Mi padre es uno de los muchos viticultores de esta zona, elabora unos vinos de renombre y quiere que yo siga con nuestra tradición, pero mi sueño es ser modelo. Cada vez que  se toca el tema me advierte:

—Chloé, sé que eres muy guapa, con tu tipo, tus ojos verdes, tu melena rubia cobriza y esa sonrisa seductora, estoy seguro de que tendrías éxito pero el físico no dura mucho tiempo. Me dejo convencer y estudio Enología para seguir con nuestro negocio familiar. Mis padres, felices, me prometen un regalo al terminar mi formación, antes de incorporarme a la vida activa.

Al cabo de cuatro años, entrego mi diploma a mis padres a cambio me dan un sobre con la sorpresa: un viaje de un mes por la Polinesia francesa.

Me acompaña mi mejor amiga, Julie, que organizó todo. Allí la naturaleza es impresionante, arenas blancas y negras, arrecifes de coral, montañas, cascadas, volcanes. Aprendemos a surfear, buceamos en aguas cristalinas. La parte cultural no deja nada que desear, en Papeete visitamos el Museo de la Perla y galerías de arte entre muchas otras cosas; también dedicamos algunos días para recorrer sus lugares sagrados. La comida es muy sabrosa, disfrutamos del pescado crudo y, cómo no, del «tumhara”, una combinación de pescado, pollo y cochinillo mezclados con plátano rojo y de las «chevrettes», preparadas con camarones.

Conocemos a unos cuantos viajeros venidos de Europa y de los Estados Unidos.Trabamos amistad con algunos, en especial con unas modelos y su fotógrafo Igor. Le cuento que mi sueño era ser modelo pero que la vida ha decidido que las cosas sean de otra manera. Le convenzo para hacerme una sesión de fotos así compensaré mi deseo frustrado. Prometemos vernos a la vuelta del viaje.

No sé por qué Igor enseñó mis fotos a una agencia de modelos, supongo que vio mi potencial. Me llamaron y me ofrecieron un contrato sustancioso. Mis padres tuvieron que aceptar, casi se arrepintieron de haberme regalado este viaje. Durante unos años disfruto con mi trabajo, luego me parece una rutina a pesar de los viajes y del lujo; me canso de esta vida superficial y   agotadora a la vez. Decido retirarme de la profesión, no me cuesta mucho ya que mi relación con Igor ha ido viento en popa y nos hemos casado.

Hace ya algún tiempo que hablamos de formar una familia y cuando nos enteramos de que espero gemelos, una niña y un niño, nuestra felicidad es total. Igor me propone contratar a una niñera pero me niego. Quiero disfrutar de Zoé y de Thiago cada instante. Les llamo mis gotitas de agua, se parecen muchísimo, han heredado mis ojos verdes y el pelo moreno de su padre.

Vivimos en una finca restaurada en el sur de Francia; allí mis hijos siempre están alegres aunque echan de menos a su padre cuando viaja por su trabajo. Los gemelos ya han cumplido tres años. Esta semana, Igor está trabajando en Milán. Hoy hace un día precioso, vamos a aprovecharlo a tope, por la mañana playa y por la tarde a merendar a un pueblecito donde hacen un chocolate riquísimo. Hay una feria, será una sorpresa para los niños, disfrutarán como enanos que son, con camas elásticas, tiovivo y castillos hinchables.

Al volver a casa están agotados, casi no cenan y caen rendidos en la cama. Soy feliz, para acabar la velada me sirvo una copa de vino de la cosecha de mi padre, me acomodo en el sofá y retomo una novela empezada, quiero acabar de leerla esta noche.

Al cabo de un rato oigo un ruido arriba, no me preocupa pues el gato Miaou suele colarse en la habitación de los pequeños y pasar allí la noche. Todo queda en calma, sigo con mi lectura pero de repente aparece ante mí un hombre enmascarado,  vestido de negro. Con una voz ronca dice que no me hará daño y que sólo se llevará a uno de los niños, me pregunta cuál es   mi preferido. Paralizada por el miedo soy incapaz de contestar. ¿Cómo podría escoger? ¡Es inhumano! Amenaza con llevarse a los dos si no respondo. Descorazonada, doy el nombre de Zoé. Se pone contento y añade sarcástico: Tendrás a tu hijo para defenderte cuando sea mayor.

Se lleva a la niña, me aconseja no llamar a la policía y me deja un sobre con instrucciones para pagar el rescate. Llamo a Igor, que cogerá el primer vuelo y paso el resto de la noche en vela con mi hijo en brazos.

A pesar de pagar el rescate no volvimos a saber nada de nuestra hija, los esfuerzos de la policía para arrestar a ese monstruo fueron en vano. Contratamos a detectives privados sin resultado, las pistas no llevaron a ninguna parte. Nuestra hija se había volatilizado.

Thiago con sus tres años apenas se enteró de lo ocurrido. Un día nos preguntó por su hermana y le contamos que enfermó y se fue al cielo. Parece que acepta nuestra explicación. Nos dedicamos en cuerpo y alma a hacerle feliz.

Poco a poco se va olvidando de su hermana. La que no puede ni olvidar ni superarlo soy yo.No puedo pasar página, estoy obsesionada. ¿Estará viva en alguna parte o la habrá matado después de abusar de ella? La impotencia y la incertidumbre me vencen. No lo puedo soportar, me siento culpable. Si yo no hubiese sido rica y una modelo conocida seguramente no habrían raptado a mi hija. He seguido terapias durante años con psiquiatras y psicólogos sin resultados positivos.

Igor intenta con todo el cariño y la paciencia del mundo ayudarme a llevar este peso, sin embargo no me dejo, no puedo, me aconseja retomar una terapia pero me niego aunque insinúa que Thiago estaría mejor con él si no reacciono.

Poco a poco voy cayendo en un pozo. Igor y yo acabamos separándonos temporalmente. Lo sigo queriendo y me doy cuenta a pesar de mi estado de que no es justo pedirle que soporte mi desesperación. Le suplico que el niño se quede conmigo, sin él creo que pondría fin a mis días; lo acepta pero sigue preocupado con razón, no sabe que me autolesiono para castigarme, el dolor físico me hace sentir viva y así puedo cuidar de Thiago.

Me doy cuenta que progresivamente voy cogiendo manía a mi hijo; sé que es inocente pero me parece que he sido injusta con Zoé; si hubiese dado el nombre de mi hijo ella estaría aquí conmigo y la culpabilidad me atenaza cuando lo pienso. No me queda nada de ella ni siquiera un mechón de pelo y él está vivo, cuando le miro veo a Zoé. El niño siente que me distancio de él, no puedo decirle que está en lo cierto, no quiero que hable de ello con su padre y diga que quiere irse a vivir con él. Tendré que cambiar de actitud; la gente empieza a mirarme con pena y recelo. Haré este último esfuerzo por Thiago.

Cambio de comportamiento, me vuelvo más cercana, más cariñosa, se da cuenta y se aprovecha de la situación para conseguir caprichos. Me da igual, poco tiempo nos queda antes de que se vaya, porque sé que me dejará. Si hay forma de impedirlo la encontraré. Mi mente empieza a elucubrar estrategias complicadas pero no me satisfacen, tiene que haber una solución  sencilla. De repente la encuentro, nos iremos los dos juntos mañana por la noche.

Le digo que tengo una sorpresa para él. Primero cenaremos sus platos preferidos, luego volveremos a ver su película favorita y le dejaré mojar sus labios en mi copa de champagne, un antojo que nunca le había permitido; nos espera una noche  inolvidable. Disfrutamos de la cena, aunque Thiago me comenta que su comida favorita sabía mejor antes; luego, nos acomodamos en el sofá para ver la película pero se queda dormido, creo que haré lo mismo. Me atiborro de somníferos.

Cuando me despierto, no sé dónde estoy. Se acerca un hombre desconocido, vestido con una bata blanca. ¿Cómo he llegado aquí? Ël pregunta si recuerdo qué ha pasado. ¿Cuándo, dónde? No sé qué quiere que le conteste.

—Quiero ir con mi hijo— le respondo.

—Señora— dice, su hijo está muerto.

Estoy en un manicomio, he oído las siguientes palabras: enajenación mental transitoria, dicen que he matado a mi hijo. No me acuerdo de nada. Pronto despertaré de esta pesadilla y todo será como antes.

Anne Picard

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