SIN PEGAR UN SOLO TIRO

Por Jose Maria Sanchez Duarte

SIN PEGAR UN SOLO TIRO, ni por supuesto cercenar vida alguna, nos relata mi padre Paco, su paso por la Guerra Civil Española. Fue obligado a tomar parte en la contienda, donde tanta sangre de inocentes se derramó y tanto dolor y desgracia causó a familiares y amigos. Este acontecimiento que con tanta vehemencia narró a su familia, en especial a su hija Yolanda, durante el transcurso del viaje vacacional por Tierras bañadas por el Rio Ebro, es  lo que le llevó a escribir esta memoria, mediante un Cuento a su hija. Ni mucho menos tomaría parte, Él, en el discurso, ni justificar hechos horrendos del enfrentamiento armado entre hermanos y todo ello dentro del suelo patrio, sino más bien, narrar sin adornos de fantasía, sus vivencias y realidades personales. Las jornadas en el frente de guerra, eran muy duras, donde el espectáculo dantesco, la tragedia y las miserias estaban servidas. Nunca olvidó aquellos combatientes que en la flor de sus vidas, dejaron su sangre derramadas por unos hechos, que ni ellos sabían ¡del porqué y del cómo! La terquedad de unos ideales políticos, religiosos a veces ajenos a las voluntades de los que iban a luchar y los sentimientos de “éstos y de los otros”, no eran coincidentes pero…………..Nunca mejor ocasión para hacer un alto en el camino, a sugerencia de su hija Yolanda de nueve años de edad y olvidar por un rato, estos fatídicos y desgraciados capítulos que le iba narrando su padre Paco. Aprovecharon para tomar un refrigerio en la cafetería de la autopista, camino a Fraga. Accedió a su deseo y una vez allí, Yolanda le comentó, a modo de resumen, ¡como era posible, que soldados obligados  a ir al frente de guerra, dejando atrás su Tierra (Ceuta), a veces, lo hiciesen en auto-stop para llegar a su destino!, lo curioso dice Él, es que llevaba razón. Para llegar a este razonamiento, ella se basó, en que anteriormente su padre le relató cómo fue la llegada a Fraga, como final de trayecto o el principio de una hecatombe monumental. Siguiendo con su narración, en aquel andén de fin de trayecto, próximo al pueblo, nadie aguardaba a nadie, los dieciocho cabos ceutíes se apearon del tren, echando de menos el clásico Jefe de Estación, con su acostumbrado pregón  de “parada y fonda”,  echaron a andar y a unos metros tropezaron con un caño de agua no potable que la aprovecharon para el aseo personal, la calle paralela a la estación era larga, sombría y sin vida civil alguna. Una tabernilla de mala muerte nos reconfortó tomando algo caliente. El frio de aquel amanecer les  hizo dar dientes con dientes, con caras desencajadas, se aproximaron al cruce que anteriormente les indicó el patrón de la tabernilla. Después de un buen rato haciendo auto –stop en la carretera, se consiguió que un camión alemán les llevasen a Fraga, calculó que en lo alto de aquel vehículo militar habría unas treinta o cuarenta personas. Aquel alma caritativa de conductor, echó el freno y les dijo que subieran, los dieciocho cabos ceutíes sin más dilación, entre empujones se hicieron sitios unos con otros, de tal modo que iban, como en latas en sardinas, como coloquialmente se decía. Bordeamos rio Segre para llegar al centro del pueblo, nuestro Jefe de Expedición, se adelantó y preguntó a unos oficiales por el alojamiento de la tropa de Sanidad Militar. Resultó ser una masía, cuyo propietario era un agricultor del que nunca se supo de que “lado” estaba. Se aprovechó el escenario del Teatro local, muy cerca donde descansaban, como Centro de Clasificación de heridos, conforme les iban llegando. Ya terminado el día, muy cansados después del viaje y con los estómagos vacíos, decía él, recostaron sus cabezas en aquellos sucios petates, una vez  descolgadas las pesadas cartucheras, se arremolinaron entre unos cubrecamas lo menos parecido a una manta y con unos cigarrillos de liar en los labios echar un sueño. No era fácil cogerlo, el sueño, el silencio duraba poco, en verdad lo que no faltaban eran los quejidos y lamentos de los heridos y moribundos que iban llegando, estos les hacían mantenerse despiertos. Por sus cabezas pasaban realidades, recuerdos, olores a azahar, a higos, a chumberas de aquella Ceuta, que les harían soñar, que alguna vez volverían ver, así como besar y abrazar a sus seres más queridos.

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