LAS CINCO RAZONES

Por Magda Liliana Naranjo Galvis

De niña le contaba a mi mami cómo iba a ser mi vida. Le hablaba de mi trabajo, de mis hijos y de cómo los educaría. Ella me escuchaba y decía: «Si es que llegas a tener uno, ya te bastará con ese.» No sé si fue un presagio, pero ya llegué a los cuarenta. Y aún no tengo ni uno.

 

Esta es la historia…

 

Rubia, blanca y de linda forma, con un espíritu desenfrenado, apasionada y con la mamá más especial del mundo.

 

  1. Aula de clase.

 

-Buenos días, jóvenes, les presento a Eliana Orozco, la nueva estudiante, espero le den la bienvenida y la ayuden para que se ponga al día.

 

Sonreí a los compañeros y me senté en un lugar vacío.

El chico más lindo se sentó a mi lado, nos miramos y sonreímos.

-Me llamo Alejandro. Si necesitas algo, pídemelo, por favor.

-Gracias -contesté.

 

Alto, cabello y ojos ónix, sonrisa contagiosa y alegre, dientes manchados por la leche. Nos enamoramos a primera vista, él se convirtió en mi sombra, me rotaba como si en vez de piel tuviera fuerza de gravedad.

 

Yo quería estar con alguien que me amara de verdad, así como en las películas románticas y él parecía ser el correcto. Lo dejé entrar en mi vida y después de unos meses, se convirtió en mi mundo y sin imaginarlo me embaracé.

 

 

 

¿Qué pasaría con mi vida? No quiero renunciar a mi adolescencia, tengo dos hermanitos y si es todo un desafío cuidarlos, no me quiero imaginar uno mío. Estaba aterrada, ni él ni yo tendríamos el futuro que nos imaginábamos.

 

-Tendremos que contarle a mamá.

 

-Suegrita, ¿Podemos hablarte?

 

Después de una larga conversación, un momento de silencio y el corazón de una madre roto, esta concluyó:

 

  • ¿Quieren tenerlo?

Al unísono contestamos:

-Sí.

-No.

 

Ella me miró y yo respondí:

  • ¡NO! Fue un error.

 

-Mañana iremos al doctor -dijo, y salió llorando de la alcoba.

 

Abracé a Alejandro y mis ojos empezaron a llorar y sus labios a suplicar que lo tuviéramos. Imploró, justificó que era posible salir adelante con un bebé. Lo miré con los ojos vidriosos y en silencio. Él supo que nunca me convencería.

 

7:00 a. m.

Llegamos a la clínica. Nadie pronunció palabra por el camino. Cuando me llamó la enfermera me levanté y me perdí tras una pared blanca en la que colgaba un reloj y con cada tictac, caía una lágrima de Alejandro.

 

 

 

Lloró todo lo que yo no pude, parecía que el tiempo pasaba sentado sobre una tortuga coja en esa sala de espera.

En la camilla, con el espéculo puesto y pidiendo perdón a Dios por ser tan cobarde, juré una y mil veces que nunca lo volvería a ser.

 

A los pocos días de lo sucedido él se regaló al ejército, nunca pudo perdonarse lo que pasó. Se puso en peligro muchísimas veces, con la suerte de ser el único sobreviviente del escuadrón.

 

  1. Sentada en la taza del baño, llorando porque la prueba era positiva, desconsolada pensaba en mi madre, que había muerto unos meses atrás de una leucemia implacable. Nunca conocería un nieto/a.

 

Aquella noche hacía turno de mesera en un bar que quedaba a media manzana de la clínica, era el único trabajo que me permitía estar cerca de mi mamá, cuidándola. En ese trabajo conocí a Leonardo, un chico muy guapo que quería ser marinero.

 

Él me esperaba a la salida y hablábamos un poco cada fin de semana de nuestros planes, de nuestras vidas… Fue diferente esa noche, pues él decidió invitarme a salir al otro día.

 

Me recogió en la clínica y fuimos por unos tragos que acompañamos de muchas risas. Terminó la noche. Al caminar hacia mi departamento nos sorprendió la lluvia con relámpagos y terminamos con una gran tempestad bajo nuestras sábanas.

 

Nos despedimos para siempre, nunca nos volvimos a ver. Él había sido aceptado en la Marina y ese mismo día se embarcaría a cumplir su sueño.

 

 

 

Y dos meses después…

 

¿Embarazada? ¡Sin mi madre, sola y sin dinero! ¿Qué les diría a mis abuelos? ¿Quién es el padre?, me preguntarían. Y yo no sabía ni su apellido.

 

Semanas más tarde llegué a la dirección donde estaba la clínica, pero en su lugar había un restaurante.

 

Ingresé, y al preguntar por el lugar, me señalaron la puerta de discapacitados y me dieron una llave. Abrí la puerta dentro del baño y esta me dirigió a un zaguán blanco donde me esperaba una mujer gorda de expresión fría y voz autoritaria.

 

  • La doctora la atenderá en un momento -dijo.

 

El lugar olía a desinfectante y hacía un frío sepulcral. Me cobraron la consulta doble por la anestesia.

 

La doctora convirtió su escritorio en una camilla con una sábana. La mujer gorda traía un carrito metálico. Me colocaron el espéculo por desgracia ya conocido.

 

El dolor se multiplicó.  Me habían estafado, lo supe porque investigué mucho después de la primera vez.

 

Esta vez no usarían la técnica de la evacuación Endouterina con aspiración al vacío, la cual es indolora.

 

En esta usaron la técnica de legrado más antiguo: el raspado del endometrio.

 

 

 

 

 

En plena intervención la mujer gorda me gritaba: «Bien merecido se lo tiene por estar abriéndole las piernas. ¿Dónde está él ahora?», y más improperios que no vale la pena mencionar.

 

Yo suplicaba que pararan y terminé gritándole a la gorda infame e indolente que se marchara. Cerré las piernas de tal manera que la doctora al fin dijo:

 

-Carmen, cállate y vete.

 

Después de ver cómo mi sangre estaba por todas partes y de la excusa de la doctora al decirme que la anestesia no me había hecho efecto, lloré en silencio por tanto dolor y por saberme tan miserable y cobarde. «perdóname, por favor, perdóname…» Fue todo lo que me dije durante aquel infierno. Creí por un momento que no lo resistiría, mis labios estaban del color de las paredes, parecía muerta, ¡No! estaba muerta.

 

Me levantaron y al llegar al baño miré para atrás y vi que dejaba un camino de sangre como en la peor de las películas de terror, solo que esto sí era real.

 

  1. 3:00 a. m.

 

Decidí perdonarlo por la infidelidad con esa mujer. Me había ido de viaje para alejarme un tiempo de él, pero la sorprendida fui yo.

 

Abrí la puerta de la habitación y lo vi de rodillas recibiendo la penetración de su amigo, (ya sé por qué nunca le caí bien). Le decía obscenidades que nunca habría imaginado y él se las respondía.

 

 

 

 

 

Indudablemente lo estaba disfrutando.

Hasta que mis náuseas hicieron que vomitara todo mi amor por él. Su amante me dijo:

 

-Ya era hora de que lo supieras, llevamos el mismo tiempo con él. Él no te ama, eres su tapadera.

 

Salí corriendo como si hubiese oído al diablo, me golpeé con un coche que pasaba y cuando desperté estaba en Urgencias con Armando, que sostenía mi mano.

 

  • ¿Qué ocurrió? -pregunté.

Después de un largo silencio recordé y le dije: – No quiero volverte a ver – y me solté de su mano. Solo se escuchó un “PERDONAME».

 

La enfermera interrumpió diciendo:

 

  • ¡Todo está bien! Fue un golpe leve, gracias a que el coche venía despacio el bebé está bien.

 

Armando me miró y recordé por qué había decidido perdonarlo.

Me dejaron unas horas más en observación y cuando me levanté para irme me desmayé. Parece que fue un aborto espontáneo. Me durmieron y él dio la autorización para que me hicieran un legrado. Después de todo esto jamás volví a hablarle, aunque tuve que esperar muchos meses para que me dejara en paz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2011

¡Mi noviazgo iba bien! Era una relación telefónica. Nos vimos el día del reencuentro, el de la pedida de la mano (en cuatro años), pero yo creía, sin lugar a duda, que era el hombre que más me había amado.

 

Pasó casi año y medio sin vernos. Hablábamos sagradamente casi todas las noches, a no ser que él tuviera en misión. Y la tuvo. Estuvimos diez meses sin hablar por teléfono.

 

En ese tiempo yo asistía a una iglesia a la que mi amigo Diego me había llevado. Era un chico muy bello, inteligente, confiable y virgen. Un buen amigo. Tenía una memoria maravillosa, hacía voces de personajes y tenía un humor exquisito.

 

La atracción a lo desconocido ya era indomable y le concedí el favor de aceptar su inocencia un día en el que nunca llegamos a la congregación.

 

Pasaron los días y llegó el final del mes y la regla no llegaba y en mi mente había un pensamiento que me agobiaba a cada instante. (¡No puede ser! ¿Otra vez? Dios mío, ¡no puede ser!) Mi pensamiento fue remplazado por el sonido del timbre, intenso y constante. Era mi prometido.

 

Esto era un caos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  • ¿Alejandro, qué haces aquí?

 

  • Llevamos mucho tiempo sin vernos y ya no puedo estar sin ti. Volví para quedarme, pedí la baja.

 

Pasaron treinta días antes de tomar la decisión final de retirarse de la Fuerza, y ya estaba segura, estaba encinta. ¿Qué iba a hacer? ¡No podía hacerle eso! Él era un gran hombre o eso pensé.

 

Era un hombre bueno, no podía traicionarlo así. Diego fue a buscarme un domingo como de costumbre y Alejandro le abrió la puerta. Lo saludé y lo despedí de una vez. No lo volví a recibir, no volví a la iglesia y Diego nunca supo lo que estaba por suceder.

 

La boda era en siete meses. Compré unas pastillas que inducían el desprendimiento, ni siquiera me hice una prueba; soy la mujer más fértil que he podido conocer.

 

Todo salió según lo esperado, dio resultado y entré esa misma tarde por Urgencias por un aborto espontáneo. Para cuando llegó la fecha de la boda, él ya tenía nuevo empleo como escolta y se había convertido en el amante de su jefa, una viuda con dos hijos y de mucho dinero, lo conquisto o lo compro con muchos regalos.

 

Como seguíamos viviendo en ciudades diferentes, él simplemente viajó en un vuelo de la mañana para terminar conmigo. Sin ningún motivo, simplemente me abandonó. Mi sacrificio no valió la pena.

 

 

 

 

 

 

 

 

2018.

Conocí a Arbey, un hombre dieciocho años mayor que vivía en USA. Nos veíamos periódicamente, pero era una relación muy tóxica. Él era muy dominante. Duramos siete años, en los cuales hablamos de tener hijos.

 

Preocupada al ver que llevaba más de cinco años buscando quedar encinta, pagué un estudio de fertilidad para los dos.

 

El mío salió muy bien a pesar de todo, mi cuerpo estaba en perfectas condiciones.

 

Él jamás se quiso realizar las pruebas y terminé dándome cuenta de que se había realizado la vasectomía. Desconsolada y engañada me refugié en mi compañero de trabajo y amigo.

 

Camilo tenía una historia cruel: se había separado de su esposa hacía muchos meses y tenía dos hijos con ella. Su expareja no le dejaba verlos y le decía que él no era su padre, pero Camilo pensaba que lo hacía para herirlo. Se habían separado por las infidelidades de ella.

 

Al ver lo que le ocurría a Camilo, le ofrecí las pruebas que había pagado para Arbey, Él se las realizó y los resultados dijeron que él tenía el 4% de posibilidades de embarazar a alguien. El shock fue tremendo para él. Solicitó las pruebas de paternidad y, efectivamente, sus dos hijos no eran suyos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Él trabajaba para mí y pasábamos mucho tiempo juntos.

Nos consolábamos mutuamente.

 

Después de unos años me di cuenta de lo mentiroso y manipulador que era. Me robaba, me mentía en todo y se colgaba de mí como su tabla de salvación.

 

Realmente estábamos muy perdidos. Él debía mucho dinero y estafaba a la gente que confiaba en él. Estaba muy triste por las cosas que me hacía, Camilo era terrible y se convirtió en mi peor es nada.

 

Me profesaba un amor que realmente parecía más interés que amor del bueno, pero entre idas y venidas ya llevábamos juntos tres años.

 

Me empecé a enfermar y me sentía muy cansada. Me mareaba y me daban náuseas. Fui al médico y por rutina me enviaron una prueba de embarazo. Estaba tranquila, la ginecóloga había dicho que él no podría embarazar a nadie. Pero a alguien con mi fertilidad sí… la prueba salió positiva.

 

Después de mucho pensarlo, decidí que no tendría ese bebé. Era alguien a quien debía dejar. No podía seguir con esa relación, solo quería irme y cambiar mi vida en todo sentido.

 

Una amiga se casaba en Inglaterra y me envió la tarjeta de invitación. Sin pensarlo, decidí ir. Organicé mi viaje y volví a comprar mí ya conocida receta. Ya no tenía ni cara para mirar al cielo.

 

 

 

 

 

Me fui sin previo aviso. Dejé todo, mi abuela, mi familia. A Camilo le pedí que estuviera pendiente y que cerrara indefinidamente mi negocio, pero nada quedó claro. Solo fueron problemas y malentendidos…

 

Sentada en el avión miraba las nubes y pensaba: «Qué terrible es la experiencia que no aporta beneficio a la estúpida humanidad».

 

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