Hace unos días tuve un encuentro inolvidable. Les describo primero el marco: Monasterio de Uclés, gran construcción del siglo XVI en la que desde tiempos remotos se ordenaba a los caballeros de la Orden de Santiago; iglesia abarrotada de gente y, allá arriba, en el altar mayor, Marta Robles y yo oficiando en una ceremonia pagana. O no tan pagana, pues se trataba de un encuentro literario con catorce clubes de lectura de la Red de Bibliotecas Públicas de Castilla-La Mancha y también uno de Madrid. Antes del encuentro, y guiados por vecinos de Uclés, un pueblo de menos de doscientos cincuenta habitantes, los participantes fueron llevados a conocer los alrededores y a visitar la torre del Monasterio, las catacumbas y otros rincones históricos del lugar. A continuación, gracias a la hospitalidad de sus gentes y de su alcalde, Ángel García Rodríguez, hubo un aperitivo seguido de un almuerzo, preludio del encuentro literario que tendríamos en la iglesia, donde se nos recibió con las campanas al vuelo. Juro que se me caían las lágrimas y no por la emoción que produce constatar que las campanas repican por uno (que también) sino al ver lo que Maite Sans, la bibliotecaria de Uclés, había logrado coordinar con entusiasmo, esfuerzo y prácticamente nulo presupuesto. Maite es una de las muchas personas, casi siempre mujeres, que en todo el territorio nacional llevan a cabo desde hace años una labor tan callada como impagable. A fuerza de tesón, casi siempre fuera de su horario laboral y con unos fondos tan esquivos como menguantes, estas sacerdotisas de la lectura se dedican a contagiar su amor por los libros a sus conciudadanos. Y vaya si lo consiguen. He tenido la oportunidad de “oficiar” en otras ceremonias organizadas por bibliotecarias de toda España y les aseguro que son tan emocionantes como multitudinarias. Y es que los clubes de lectura no solo sirven para comentar libros. Son sobre todo punto de encuentro para personas, mujeres en su mayoría, que nunca antes han tenido tiempo para sí mismas. Dedicadas a sus hijos, a sus maridos, muchas a trabajar desde la infancia sin posibilidad de instruirse y mucho menos de ir a la universidad, las integrantes de estos clubes han descubierto en la lectura todo un mundo nuevo. También la posibilidad de un tiempo para el ocio y comentar con amigos algo más estimulante que los programas de telebasura o la vida de la Pantoja. Es sorprendente ver, por ejemplo, las inteligentes lecturas que hacen de las novelas tanto clásicas como actuales, las originales conclusiones que sacan, o sus comentarios tan sensatos como novedosos. Les aseguro que nada tienen que envidiar a las reseñas que aparecen en suplementos literarios de campanillas o en revistas especializadas. Se dice a menudo que el mundo se va banalizado, que la cultura brilla por su ausencia y que la crisis ha venido a darle el golpe de gracia, puesto que se trata de uno de los sectores que más recortes ha sufrido. Para colmo, hay administraciones que creen que la cultura es un lujo, algo superfluo que ya se buscará cada uno como buenamente pueda. Por eso es conmovedor constatar cómo, lejos de darse por vencidas y decir «No hago nada porque nada hay que pueda hacer», las bibliotecarias han decidido echarse al monte. O, lo que es lo mismo, ellas han decidido hacer lo que deberían estar haciendo las autoridades. Porque, como bien me decía una de mis nuevas amigas, leer no es un placer solitario, paradójicamente es todo lo contrario de estar solo, y los clubes de lectura son buen ejemplo de ello. Esas personas –de todas las edades, por cierto– que acaban de descubrir el mundo de la literatura, encuentran además la coartada perfecta para reunirse, compartir, viajar, soñar, reír. Por eso yo, aquel día, desde el altar de la iglesia del Monasterio de Uclés, después de charlar con ellas un par de horas sobre literatura, cuando me pidieron que les firmara ejemplares, firmé también conmigo una especie de compromiso: colaborar con los clubes de lectura en todo lo que pueda. No solo para agradecer lo mucho que favorecen nuestra profesión de escritores sino, sobre todo, porque admiro y me asombra lo que consiguen hacer, solo por amor al arte.
Artículo de opinión de Carmen Posadas, escritora y directora de los talleres de escritura de yoquieroescribir.com