CAMINAR POR GRANADA,Y PERDIDO EN MADRID. COMO UN DOMINGO CUALQUIERA
Por Genaro Martín Arroyo
Parte primera.
—¿Qué hago en este día? ¿Lo dedico para mí o mejor espero encontrar una “señal que me lleve
adonde tú quieres”?
Espero pacientemente en la cama, después de todo ¡hoy es domingo!
Ayer terminé mi trabajo. Felizmente lo he dejado todo preparado y eso me anima. Hace
un día soleado una buena temperatura y todo acompaña a salir a pasear. Si antes caminabas,
ahora paseo. Y te preguntarás, ¿cuál es la diferencia entre una cosa y la otra? La respuesta es
simple: mientras paseo, pienso, medito, tomo notas de las cosas que verteré al papel blanco y
luego al ordenador, donde escribiré mis arrogantes anotaciones. Todo es un proceso al que hay
que destinar su merecido tiempo. Me sentaré con un humeante café y una pasta, que en este
tiempo me encanta. Seré el director de una película que toma planos y fotos. Me imaginaré a
los actores en sus escenarios: los terrenos, casas, paisaje… El glamur de la presentación en la
Gran Vía, lleno de cámaras y fotos. Seré músico, componiendo acordes con partituras de
violines; bailarín, dando vueltas y cogiendo el arcoíris que viene del cielo; guionista de cine,
reescribiendo aquel primer libro que quedó en el baúl de los recuerdos; compondré diálogos
perfectos donde el protagonista besará a su amada, me despediré diciéndote te quiero en el
hangar que nos llevará a París. Y al final de la película, cogiéndote la mano entre los créditos,
esperaremos que el mundo se levante de su asiento para ponernos en el interior de la pantalla,
como siempre soñamos. Desde allí volaremos al infinito y más allá, como le decía a mi hijo de
pequeño. Bajo un hermoso letrero con letras grandes, muy grandes, aparecerá la palabra FIN.
Y la gente se preguntará, ¿habrá segunda parte?
Parte segunda.
Desayuné sin prisas. Me fui con mi bloc de notas, mi bolígrafo, mi móvil para hacer fotos y la
mochila que me acompaña desde hace muchos años. Tenía pensado pasear por la ruta del
colesterol, llegar a la Virgen de Fátima, bordeando el río Genil, que siempre lleva agua de
Sierra Nevada. En junio me digo siempre que la nieve acumulada durante el año se derretirá y
bajará por el río hasta el Genil. Este año ha llovido poco y se nota. A pesar de eso, es un
auténtico placer de los sentidos el sonido cuando el agua choca en la presa que hay monte
arriba, camino de Puente Genil, donde los árboles se cruzan y forman inmensas hileras, que
parecen entresacados del valle de Glencoe. El paisaje del Bosque de Dean ha aparecido en
varias escenas de las películas de la saga del joven mago. Mis fuerzas con la varita mágica del
pincel me animan a seguir la ruta, pero esto será objeto de otra aventura que sin duda un día
contaré.
Antaño fue la bicicleta. Confieso que es más excitante pues la adrenalina sube y baja
como la espuma del mar. Ahora con esto de los móviles cuentan los pasos y lo traducen en
calorías, kilómetros y otras cosas. Mi meta es llegar a los diez mil pasos. Luego como los
buenos ciclistas domingueros haré un alto en el camino porque estos sitios se inundan de
buenos y jugosos paisajes, donde la gula llega a juguetear con el más pintado aventurero de
domingo.
Al final después de mucho meditar me dije que hoy iba a hacer otra ruta. Hace tiempo
que no paseo por Granada., empezaré en la calle Recogidas e iré por Plaza Nueva hacia la
Acera del Darro la calle más bella del cuento de Washington Irving con la poesía y el aroma
de la majestuosidad de la Alhambra., el mejor plató de cine que la mente humana pudiera
recrear. El problema es que hoy es domingo y será difícil caminar con cierta tranquilidad como
me había propuesto, pues te vas chocando con los que vienen a contemplar la belleza de la
Alhambra.
Como de costumbre, me cargué de aire, hacía frío, y me propuse comenzar por la
Abadía. Subo por el camino del Sacromonte entre cuevas y ventas, que difícilmente, por más
que me empeñaré, mi vasta pluma podría relatar.
Aquí hay tanto arte tanto gitano y tanta chumbera, que la guitarra llora cuando la tocan,
bailan con voz quebrada: llanto, alegría y dulzura. La bella Cueva se mezcla con el Carmen, el
aire suspirando viene algodonado por la quebrada cuesta de la Alhambra: mora y cristiana, que
de todo un poco tiene. Yo me limito a seguir mi camino. Y con fiel propósito de aprendiz de
brujo anoto una chuleta en mi papel blanco. Después de todo estoy aprendiendo lo que es el
oficio de escritor. Espero con paciencia que me den un aprobado y en mi blog publicaré. Mi
primera meta ya está conseguida: el papel blanco se torna negro, empiezan las palabras a
juntarse en un armonioso compás, que luego tras mil y una lectura, reescribiré. Meditaré el
contenido, en voz alta leeré escuchándome a mí mismo, y triste silueta tuya, garboso y atrevido
cuadernillo de anotaciones pasará a la trituradora que convertirá el papel en rollos finos. Al
final todo acaba en una bolsa de basura. Y eso que dicen que siendo maravilloso el curso de
escritura creativa que estoy haciendo, lo primero es enfrentarse a la tarea de escribir y escribir.
Hay que dedicarle tiempo ¡ya saldrá algo! que de un churro a la sartén no hay prisa, mejor una
buena digestión, que por prisa correr, para que luego nadie te lea. Después de todo, no creo que
haya ningún impaciente que lea lo que escribo y si lo hubiera, ¡bienvenido!
Sigo por el Camino del Sacromonte, entre cuevas y ventas, como esta, que no es ni
Cueva ni Venta, donde un letrero pone Casa Juanillo. Qué buena pinta tiene. Hace esquina y
tiene una vista maravillosa, el lugar ideal para sentarse y hacer un alto en el camino para
degustar una cervecita fresquita y alguna que otra tapa, que en Granada es arte. Con el estómago
contenido, el bolígrafo irá más rápido y la letra será más agradecida. Desde aquí, una mirada
perdida a la Venta del Gallo, un lugar flamenco que aconsejo. Sigo mi caminar sereno pues
voy en busca de aventuras. El tiempo es bueno y no hay prisa. Es domingo y nadie, por suerte
o por desgracia, me espera.
Hoy el día lo dedico, como un homenaje, a escribir, sentir, pensar, amar, contemplar.
Hay demasiada gente, sé que soy repetitivo, pero es así. Algún día vendré por aquí solo y haré
el recorrido despacio para sentir la diferencia entre sentirse solo caminando y acompañándose
solo por la gente. Ahora a lo mío, a escribir.
Por allí veo otro nombre que me llega al alma, Casa del Puchero, donde decido hacer
otra parada para recrear la vista y beber algo, aunque poco porque no es cuestión de llegar bien
a mi destino.
Subo la cuesta inclinada. Al fondo, un letrero dice que se sube a la Abadía del
Sacromonte. Desde aquí hay una bifurcación. A la izquierda hay un camino y a la derecha, una
carretera. Por la izquierda, poca gente; por la derecha, coches, autobuses, turistas. Me decido
por la izquierda, que me parece más acogedora y tranquila. Hay más árboles, aunque reconozco
que el camino es más dificultoso, pero bueno qué más da, para eso estamos los valientes que
decidimos vivir aventuras en nuestro día a día.
Vuelvo a hacer un alto una parada obligada en un banco rodeado de árboles, donde saco
mi arsenal. Saco mi papel, mi libreta y mi bolígrafo y sentado sin prisas comienzo a escribir
todo lo que hasta ahora he hecho. Pasa un grupo de personas y una de ellas me dice con
amabilidad:
—Qué buen banco has encontrado.
—Aquí se está muy tranquilo.
Tomo mis anotaciones sobre lo sucedido y relleno mi primer folio. Ahora me viene a la
imaginación en este mismo lugar, paseando contigo, estuvimos un buen rato hablando y
comiéndonos una bolsa de Risketos. ¿Te acuerdas? Todo este pasaje del camino está rodeado
de grandes chumberas, el árbol más conocido del Sacromonte.
Vuelvo al camino y sigo subiendo hasta llegar a las dos grandes cruces que hay al final
del sendero. Una Cruz a la izquierda y otra Cruz a la derecha. Y al fondo,
Valparaíso, lleno de cuevas y montes bajos. En esta época del año no hace mucho frío
y está habitable. Aprovecho la vista y me siento en un gran bordillo que cobija el camino.
Desde aquí observo un amplio desfiladero que no acaba nunca. Más al fondo, Sierra Nevada.
Otro día, si mis fuerzas aguantan, cogeré un autobús y subiré hasta allí. Entonces suenan las
campanas de una abadía cercana. Van a dar las doce y es la hora del Ángelus. Empiezo a rezar
el Ave María.
Sigo mi paseo. A la derecha tengo una gran cuesta con escalones empinados. Y arriba
la Cruz de María Inmaculada que preside la zona conocida como las Santas Cuevas. Algún día,
en otra ruta, tocará entrar en todos los lugares para describirlos y comentarlos. Hoy no. Sigo
subiendo hasta llegar a la gran explanada donde se puede contemplar la enorme belleza de la
Abadía., me paro nuevamente para contemplarla. Decido que por ahora la primera ruta termina
aquí.
Ahora toca bajar el mismo recorrido por las mismas: cuestas, cuevas, casas y gente. Me
siento feliz porque he conseguido mi propósito: pasear tranquilo hasta la Abadía del
Sacromonte. Pienso en este sitio en las cosas que tengo que hacer: llamar a Madrid, hablar con
mi hermano, con mi madre, y contarles lo que haré en los próximos días. A quien sí llamé es a
mi hija. Me contó que una ardilla estaba subiendo por un árbol porque la perseguía un pájaro.
—No me lo puedo creer.
—Es cierto, papá.
Y para demostrártelo, me mandó un vídeo por el móvil. Hablamos de muchas cosas
mientras regresaba a mi casa.
Definitivamente, ha sido un buen día. Escriba o no, en mi regazo quedará y la indecisión
al final habrá merecido la pena. Por el camino del Albaicín, quiero parar a tomar unos caracoles
en el bar Aliatar. Como un día cualquiera.
Fin de mi caminar por Granada
Y acabo en Madrid perdido. Comienzo mi aventura en el Barrio de las Letras: Calle Lope de
Vega, Monasterio de la Santísima Trinidad, Parroquia de San Sebastián, Teatro Calderón,
Posada del Peine, Rinconada de San Ginés “Militar y aventurero. El Capitán Contreras”. “Tú
en cuyas venas late Alatriste, a quienes ennoblece la cuchilla. Mientras te queda vida por
vivirla. A cualquiera enemigo te resistes. De un tercio viejo, la casaca viste. Viva Dios que la
viste sin mancilla”.
¡Oh, matador de toros!, contempla tu memoria la estampa que sobre la casa luce:
Frascuelo, 1899. Arenal.
Calle de las Hileras, de las Fuentes…
Escrito en el suelo: un 7 de octubre de 1571 Miguel de Cervantes a bordo de la Galera
la Marquesa, testigo del triunfo de la flota española, veneciana y pontificia, sobre las aguas del
golfo de Lepanto, en Grecia.
Y acabando el escrito, me pierdo en el mercado de San Miguel, donde otro día espero,
continuaré este escrito, pues por hoy ya caminé mucho y aquí queda.
FIN
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024
Me ha encantado. Me he sentido caminar por Granada y por Madrid. Gracias. Yo también he hecho dos cursos con la Escuela, y me han ayudado mucho en esta etapa de mi vida. Sigo escribiendo y observando como tú. Un abrazo