LA JOYA PERFECTAMENTE IMPERFECTA – Mª Carmen García Morales

Por Mª Carmen García Morales

Volar, era exactamente lo que necesitaba Pía en aquel momento, estaba preparada para hacerlo de nuevo.

Aquella mujer esbelta, de cabello tostado, ojos verdes – azulados y marcadas líneas en su rostro, rozaba la cincuentena y andaba algo nerviosa en el aeropuerto, donde se encontraba ya, dispuesta a embarcar en el vuelo que había demorado demasiado tiempo.

Como equipaje, una ligera maleta de cabina, y un pequeño bolso cruzado, el que llevaba en su interior ya era lo suficientemente voluminoso y pesado.

El viaje le ofreció unas horas para rememorar tiempos felices y revivir algún desasosiego, mientras lo hacía, acariciaba el pequeño colgante que lucía en su cuello, gesto que hacía habitualmente.

Cuando al fin puso los pies en la isla, una explosión de sentimientos afloró en ella solo contemplando, de nuevo, el mar turquesa que rodeaba aquel trocito de tierra en medio del Mediterráneo.

Deseaba llegar a casa, comerse la isla, sentirse viva de nuevo. De sobras conocía la desolación de haber sentido que la había perdido sin haber muerto.

Algo ensombrecía esa magia, el encuentro pendiente con su gran y buen amigo Francesco.

Después de algunas horas en casa, conduciendo y recorriendo viejos lugares reconoció, que inconscientemente, lo único que hacía era demorar el encuentro con él. Espiro, Inspiró profundamente y se dirigió hacia el viejo taller. Antes de entrar lo vio a través de los cristales, era él, el mismo de siempre, sus gestos inquietos, la tez tostada por el sol, su pelo cuidadamente desordenado y, ahora ya, casi grisáceo que le daba un aspecto interesante.

 

Entró decidida y dejó ir un – ¡Buenos días ¡-, Francesco reconoció la voz, la miro, esbozo aquella media sonrisa tan suya y los dos, como niños, se fundieron en un fuerte y cariñoso abrazo.

Ellos, que tantas dificultades y tantos momentos maravillosos habían compartido, al fin se reencontraban.

Pía pasó el resto de la tarde en la habitación contigua al salón, aquella estancia que tan especial era para ella.

A las 21.00 h sonó el timbre, al abrir encontró a Francesco con cara de asombro:

— ¡Era tu antigua casa!

—Sí, Francesco, ahora es mi nueva casa.

Había sido reformada, pero la esencia no había cambiado, de las paredes colgaban los antiguos cuadros de Pía, algunos muebles habían sido restaurados minuciosamente y convivían con otros nuevos, se había recreado en la mágica mezcla de una época pasada con la funcionalidad de la actual y conservado el carácter del entorno.

Pía cogió del brazo a Francesco y lo acompañó hasta su “estancia especial”, fue allí donde los ojos de ambos se iluminaron para pasar, acto seguido, a humedecerse: los lienzos amarillentos, los primeros y viejos esbozos de sus joyas, el antiguo caballete, los viejos pinceles y lápices, casi todo estaba allí, ordenado en perfecta armonía, en bonitas estanterías, curiosos cajones y un gran armario.

— ¡Pía, no puedo creerlo, nuestros primeros años en la isla están en esa habitación y llevas puesta la primera turmalina que diseñamos ¡

  • Nunca me la quité, ha sido mi compañera durante todos estos años.

Ya en el salón, con la chimenea encendida, Pía sirvió vino y brindaron: por ellos, por la amistad, por la vida y, Pía no olvido hacerlo también por la brillante carrera de Francesco, el joyero de Formentera que había conquistado a un público exquisito de medio mundo y a ella misma, que no dejo de seguir desde la distancia, la carrera de su amigo.

Ella, por su parte, durante su lenta recuperación, empezó a involucrarse en la empresa familiar, ese fue su refugio durante buena parte de los últimos años. Mientras se lo explicaba a Francesco la expresión de Pía se transformaba, la tristeza aparecía y sus ojos, de nuevo, empezaban a humedecerse, de sobras sabían los dos que el alma de Pía era libre.

— ¿Has continuado pintando, Pía?

— No, los años han sido una excusa permanente para no enfrentarme a mi pasión, y ahora se ha convertido en otro de mis miedos: pintar como hacía antes.

Después de varias horas, Pía adoptó un rostro más serio y, un poco dubitativa, quiso sincerarse con Francesco. Desde que abandono la isla sin explicación alguna se había sentido culpable de su forma de proceder, primero por el miedo que la hizo huir y después por no haberse puesto en contacto con él.

—Francesco, quiero explicarte toda la verdad, deseaba verte y pedirte perdón por todos estos años.

—yo no te he pedido explicaciones y no soy quién para juzgar y mucho menos, perdonar.

— Mil veces pensé en llamarte y contártelo, pero no fui capaz. No siempre todo es lo que parece.

— ¿Recuerdas a Philip, el chico francés que también pintaba?

—Sí, claro que lo recuerdo. Murió en extrañas circunstancias.

—No Francesco, yo lo maté.

— ¿Qué?

La tarde anterior a mi marcha coincidí con él, insistió en acompañarme a caminar. Cuando nos sentamos a contemplar el mar, se abalanzó sobre mí, me forzó y acabo violándome. En un intento de alejarlo, le empujé y cayó sobre las rocas. Corrí hasta llegar a casa. Estaba herida, dolorida y aterrada. Lo único que supe hacer fue huir. Reserve el primer billete que encontré y volé a Barcelona. No fue fácil llegar a casa de mis padres en aquel estado y con el peso de lo ocurrido con Philip, no sabía si estaba vivo, muerto, nada, absolutamente nada.

En aquel momento mi estado era lamentable, en el hospital aconsejaron un ingreso durante unas semanas.

El infierno empezó después, entré en un profundo estado de shock.

Volví a ingresar, pero esta vez en un centro psiquiátrico, fue allí donde me dieron la terrible noticia, estaba embarazada, aborté.

A lo largo de estos años, no he parado de preguntarme si fue la decisión correcta, pero en aquel momento lo fue.

Permanecí tres largos meses allí absorta y pérdida.

Mi padre había estado pendiente de lo ocurrido con Philip, un día me hizo saber que el caso estaba cerrado, habían encontrado el cuerpo sin vida y todo apuntaba a que su estado de embriaguez le hizo resbalar, cayendo sobre las rocas y muriendo en el acto.

Aun así seguía sintiéndome una asesina, tuve que pasar muchas horas en consultas de psiquiatras y psicólogos. No fue fácil.

—Pero Pía ¿cómo no te pusiste en contacto conmigo?, hubiera podido, si más no, acompañarte en todo ese infierno

—No Francesco, no quería involucrarte en nada, me aterraba lo que podía ocurrir aquí, que hallaran el cadáver, sospecharan y pudieras verte implicado en aquella tragedia.

Pía continuó reflexionando en voz alta, lo tengo todo, excepto mi verdadera vida. Me siento impostora ante el mundo por lo que pasó con Philip y también ante mi misma por el trabajo en la empresa, que me hace sentir cautiva en un mundo que no considero el mío.

Cuantas veces he llegado a preguntarme cómo iba a proseguir con mi vida si no era capaz de terminar con todo este duelo.

Pía y Francesco, en una sorda quietud y silencio, compartieron otro momento en el que la vida parecía haberse detenido.

Él intentaba procesar toda aquella información.

—Enfrentarse a la verdad Francesco, lleva su tiempo, para mí casi toda una vida.

—Ahora estás aquí, has podido volver. Hay trenes que pasan una sola vez en la vida, y hay que aprender a lidiar con la mochila de miedos que han ido apareciendo en cada estación.

—Por ese motivo he vuelto, me he dado cuenta de que no podemos huir de nuestro pasado porque nos roba el presente y posiblemente el futuro.

Después de haberse sincerado con Francesco, Pía parecía otra, más relajada y tranquila, como si hubiera podido dejar escapar una parte del gran peso que llevaba en su interior.

El invierno en la isla era intenso, sobre todo cuando el viento azotaba con fuerza como aquella noche.

Los dos habían ocupado los mullidos sillones más cercanos a la chimenea. Conversaban y reían como si no hubieran dejado de verse nunca.

Antes de dar la velada por finalizada y despedirse, Francesco la informo que él continuaba con sus habituales rutinas.

—Eso significa que mañana a las 11.00 h tomarás tu segundo café en Can Toni.

—Exactamente, ya sabes.

En la puerta ya, Francesco adopto una actitud seria y le repitió que él siempre estaría a su lado y respetaría sus decisiones.

—Pía, aunque la vida acaba siempre por coger el timón, ahora tú eres el capitán del barco, dirígelo hacia donde necesites.

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