EL COMEDOR – Mª Pilar Sánchez Banacloy
Por Mª Pilar Sánchez Banacloy
Me miro los pies mientras camino, veo cada paso que doy y escucho el crujir de la hierba y las hojas secas al pisar. Percibo el olor de los pinos y de los matorrales. Paseo por la hierba de los Jardines del Turia, el cauce del viejo río que atraviesa toda la ciudad, Valencia, hoy convertido en un gran jardín. Levanto la cabeza e inspiro hondo, y por unos segundos me siento viva y llena, hasta que vuelvo a mi estado de tristeza. Intento dirigir mi mente al presente, pero me alejo. Entonces me centro en los recuerdos, buscando algo que me haga sentir bien y en calma.
Recuerdo el largo pasillo de mi casa montada en mi triciclo. Tenía tres anchas ruedas, era amarillo y me encantaba. Me sentía feliz dándole a los pedales y recorriendo casi toda la casa, del pasillo hasta el amplio recibidor, por lo que daba un gran rodeo y volvía de nuevo al pasillo. De allí me encaminaba a toda velocidad hasta llegar a la puerta encristalada del comedor, situada al fondo, que casi siempre estaba abierta. Después me adentraba en esa parte de la casa que casi nunca se usaba, sólo cuando había una celebración especial. El que más lo usó fue mi hermano mayor, cuando ponía música en el tocadiscos que había al lado de un gran aparador. Éste era de madera, recuerdo cómo brillaba y su suavidad al tacto. Casi todos los muebles de casa tenían ese brillo y suavidad peculiar que mi abuela les había dado con sus propias manos, pues mi yaya había sido pulimentadora de muebles toda su vida, una labor artesanal que hoy en día no sé si está en desuso. Tenía cuatro patas, así que había un buen hueco entre el mueble y el suelo para poder esconderme y que mi hermano no me viese cuando lo observaba bailar frente al espejo con sus zuecos de madera y sus pantalones acampanados. Aquel mueble gigantesco tenía tres armarios en la parte de abajo, con cuatro puertas, las dos centrales eran del armario de en medio. Cada puerta tenía un tirador colgante, dorado, y aunque tengo un vago recuerdo de sus detalles parecía como un péndulo. El espejo formaba parte de este aparador, enmarcado de la misma madera, que hacía ondas florales por los vértices. Todo él se veía enorme. Encima había un tapete de punto de gancho de los que hacía mi madre, estrecho y largo, puesto de un extremo a otro del mueble, y sobre éste, tres candelabros, uno en el centro y los otros dos a los lados perfectamente alineados. Y entre los dos de la derecha, había un teléfono, de color gris, de aquellos que tenían una rueda giratoria llena de agujeros perfectamente redondos. Me encantaba meter el dedo y girar la rueda, una y otra vez.
En la pared de enfrente, había otro gran mueble —una gran vitrina con estantes y puertas de cristal cuyo fondo era un espejo— del mismo estilo, la misma madera, los mismos tiradores y que ocupaba toda la pared. Estaba lleno de diversos tipos de vasos y copas entre figuritas y platos decorativos. En la parte de abajo había tres armarios con cuatro puertas, dispuestos de la misma manera que el anterior, donde mi madre guardaba la vajilla de las ocasiones especiales. En el centro había una mesa larga, con su tapete de punto de gancho —hecho también por mi madre—, y en el centro había un jarrón en tonos azulados, no recuerdo si éste tenía flores o no. Al fondo había una gran puerta encristalada con los marcos de madera, que daba paso a un balcón. A la izquierda de ésta, en el rincón, el sillón orejero, justo al lado del aparador, tapizado en diversos tonos azulones, con las patas y los brazos de madera. Los reposabrazos también estaban tapizados. Ahí era donde mi padre se sentaba los sábados y los domingos a leer el periódico, en soledad. Yo hacía una entrada triunfal con mi triciclo, le daba varias vueltas a la mesa, para volver a encaminarme de nuevo hacia el pasillo. Otras veces entraba con mi cuento en la mano, sabiendo que mi padre estaba ahí, leyendo el periódico, o algún libro, y me subía encima de él para que me lo leyera o para que lo leyésemos juntos, pues fue mi padre quien me enseñó a leer y a escribir, ya que por circunstancias, mi escolarización fue tardía. Así que cuando yo fui al cole por primera vez, ya sabía leer, escribir y dibujar. Esa parte me la enseñó mi padre, y otras cosas las aprendí en el hospital, al que iba cada día bien temprano, prácticamente desde que nací.
Adoraba mi triciclo amarillo, pero crecí hasta que ya no cupe en él, y se lo llevaron. Lloré buscándolo, y mi otro hermano me dijo que lo habían dejado en el descampado que había a final de la calle, para otra niña. Así que cada vez que pasábamos por dicho descampado, miraba hacia todas partes para ver si lo veía, pero nunca lo volví a ver. Más tarde me compraron una bicicleta BH de color azul, con cuatro ruedas, dos grandes y dos pequeñas atrás. Nunca fue lo mismo. A veces mi padre me bajaba al río para que correteara con ella, pero pronto me cansé y le perdí el interés, abandonándola. No recuerdo que fue de aquella bicicleta. Ese triciclo marcó un periodo de mi vida en el que fui absolutamente feliz. A pesar de la corta edad que tenía entonces, me sorprendo de la cantidad de recuerdos de aquella época que se me han marcado, como mi triciclo amarillo y todo lo sucedido en aquel entonces. Quizás por eso sea hoy el amarillo mi color favorito, y que casi todo lo que me rodea hoy en día es de ese color.
Fui al colegio, llegué a la universidad y me hice mayor. Mis padres me hicieron estudiar hasta el final. La universidad fue otra época de mi vida en la que volví a ser feliz, en la que no me paraba nadie, era invencible y eternamente joven. Llegaron las fiestas, los primeros besos, los primeros porros, los primeros polvos y ya me desmelené. Todo era arte, expresión, y lo demás me importaba un bledo. Hoy recuerdo esa época de mi vida con nostalgia. Fue muy loca, pero si la pudiese volver a vivir no cambiaría nada. Hace años decía que, aquellos años universitarios fueron como una transición en mi vida y que hoy soy lo que soy a partir de ahí. No, eso no es cierto, sí que hubo una transición en mi vida en aquellos años, pero hoy digo que soy lo que soy gracias a mis padres, a los tiempos del triciclo, en ese comedor donde mi padre me leía cuentos sin parar. Él conseguía que mi imaginación volase con cada libro que me leía.
Mi padre, se negó rotundamente a llevar a su hija a un colegio especial como marcaba la Ley en tiempos en que Franco todavía coleaba. Su hija no era deficiente, como le querían hacer creer, todo lo contrario. Y no paró hasta conseguir escolarizarme en un colegio normal. Lo malo es que era privado y de monjas, por lo que el hombre se tuvo que marchar a trabajar a Francia para poder pagarlo. Me hizo creer que yo era superior y por eso tenía que estudiar, para ser alguien en la vida y vivirla plenamente. Inculcó en mí unos valores muy sólidos. Estudié y tuve la suerte de trabajar de lo que había estudiado y me gustaba. Y con mis primeras nóminas me fui de casa, me enamoré, me desenamoré, tengo unas cuantas tiritas permanentes en el corazón, y creo que las llevaré de por vida. He conocido el sufrimiento, pero también el amor, he reído, he llorado, y he tenido lo que he querido gracias a mis padres. Tampoco quiero quitarle mérito a mi madre, pues ella, a parte de su función de madre, y también de hacer de “la mala” y darme en el culo cuando me portaba mal, y eso era muy a menudo, ha sido quien me ha llevado y me ha traído, de casa al hospital y del hospital a casa cada día, y luego al cole. Me esperaba en la sala de espera mientras estaba en rehabilitación. Ella es por cierto quien hizo todos los tapetes de punto de gancho que había en casa, y también las colchas de las camas.
Hoy vivo sola en la casa donde pasé mi infancia, y aunque tiene la misma distribución, hoy no tiene nada que ver con aquella que permanece en mi memoria, en aquel comedor en el que no se hacía vida y que mi madre lo mantenía impecable para las ocasiones especiales. Hoy es mi salón de estar, donde hago vida con mis gatos. Los muebles son bajitos y blancos, mi sofá está situado donde hace más de cuarenta años se encontraba aquella gran vitrina. Ahora, en medio, hay una mesita central, con mi portátil, donde escribo y donde suelo tener una copa de vino. Pues de mi padre me viene el amor por los libros y por los buenos vinos. Recuerdo a mi padre descorchar una botella y poniéndome un poquito en un vaso, y a mi madre riñéndole.
—¡José, no le pongas vino a la chiquilla!
—Es solo un poquillo. No le va a hacer ningún daño— mientas se sonreía.
Enfrente, donde se situaba el gran aparador, hay un mueble largo y bajito, con cajones, y encima, un supertelevisor. Y a la izquierda, un mueble auxiliar con un pequeño equipo de música, nada que ver con aquella gran caja de madera con una tapa de plástico que contenía un tocadiscos y una pletina. Pues no hace falta decir que, cuando nadie me veía, lo observé, lo toqué y lo estudié con todos aquellos botones giratorios, no hubo ninguna clavija de aquel trasto que no pasara por mis manos. Siempre tuve predilección por esta parte de la casa. El comedor.
Mi padre, un padre ejemplar, un hombre que luchó y peleó para darme una vida y un futuro, me hizo ser quien soy. Hoy resbalan las lágrimas por mis mejillas al escribir estas líneas, al recordarlo. Hoy apenas me recuerda, apenas sabe quién soy. No recuerda a su niña. Y lloro por la injusticia porque me viene al pensamiento que él no se merece acabar así, y cada vez que lo veo se me parte el alma, y lloro. Pero enseguida me enjugo las lágrimas, porque lo recuerdo diciéndome una y otra vez que hay que aceptar la vida como viene, con lo bueno y con lo malo. Y seguir viviendo. Así que ¡no importa! Yo todavía sé quién es mi padre.
Paseando por los jardines del antiguo río Turia, recuerdo —y de esto no hace muchos años— cuando veníamos aquí a caminar mi padre y yo. Cuando nos cansábamos, nos sentábamos en el primer barecillo que encontrábamos a tomarnos un par de cervezas. Y me decía:
—Ayyyy ¡cómo te gusta el drinking, pájara!
Y yo me reía.
FIN
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024
Qué relato más bonito y que sentimientos…. Más puros .Con que nobleza habla de sus padres Qué te hace vivir y revivir el momento que estas leyendo. Y lo hace al presente.
Muchas Gracias.