YO ( NORA ) – Lucía Díaz Marchena

Por Lucía Díaz Marchena

Yo (Nora) nunca fui la mejor niña, he de admitir que de pequeña era un desastre. Pero luego llego mi adolescencia, una adolescencia bastante aburrida, diría yo. Aunque había algo que no acababa de encajar… Durante muchos años me pregunté si lo que sentía era normal, si era cómo debía sentirse una chica de dieciséis años… o había algo raro, algo diferente en mí. Si era así como me iba a sentir el resto de mi vida, o sería solo una fase que debía pasar. Hasta que un día, sentada en una butaca delante de una psicóloga, esta me preguntó “¿Por qué estás aquí?” … Y ahí comienza la historia.

 

Vamos a ponernos en contexto: Una Nora de cinco años, llorando y pataleando en medio de la calle, mientras su madre gritaba desesperada que parara, y su padre intentaba distraer a su hermana mayor del jaleo enseñándole los escaparates de las tiendas. Para mí, eso equivale a una niña un poco desastre, y con unos cuantos problemas de autocontrol. Pero cuando le conté a mi psicóloga la historia, con una sonrisa en la cara, y las mejores intenciones de que se quedara en una anécdota más, ella me preguntó: “¿Y eso cómo te hace sentir?”. Yo empecé a llorar de forma excesiva, lejos de la respuesta que esperábamos ambas. Y esto abrió un cajón de problemas que la verdad a veces habría preferido dejar cerrado… con candado… y haber tirado la llave a un río… en la Antártida.

 

Los psicólogos (o por lo menos la mía) tienen un don para relacionar sucesos aparentemente aleatorios y sacar traumas de debajo de las piedras. No tienes ni idea de cuántas veces, de la nada, ha soltado algo como: “¿Y no piensas que eso está relacionado con el pesimismo que tenía tu padre, refiriéndose al futuro, cuando eras pequeña?”. Y de repente todo tenía sentido: No confío en la gente porque nunca me enseñaron a confiar. Y luego me pasaba días, o semanas preguntándome si sería la mejor idea soltarles a mis padres en una discusión “¡Pues soy así por tu culpa!, esa frase que dijiste el año bueno de hace doce años me traumatizó y ahora no sé confiar” y ver cómo se ríen en mi cara.

En realidad, no creo que funcione así… espero de verdad que no funcione así. Pero lo que sí es cierto, y me parece asombroso, es todo el efecto que puedes tener sobre una persona, sobre todo un niño, y lo increíblemente poderosas que son las palabras.

 

Pero bueno, que me estoy yendo de el tema, volvamos a la Nora de cinco años. Una niña muy “descontrolada” que creció escuchando (casi nunca en un contexto de insulto) que era un desastre. Las historias que cuentan de mí de pequeña nunca son buenas, siempre son sobre peleas con la comida, o peleas por la ropa, o peleas por el colegio, o peleas en general… Y luego desaparecí, y es asombroso cómo no existe en el repertorio de historias en mi familia, ninguna historia sobre mi adolescencia. Por alguna razón, entre los años doce y dieciocho la única historia que existe es sobre la despedida con mi madre en el año que me fui a EE. UU. (y ni si quiera es sobre mí). He de decir que luego reaparecí hecha una estrella. Mi abuela siempre dice que hice un cambio de 180 grados y me convertí en su nieta favorita (esa parte es creación mía pero todos sabemos que es verdad), y lo cierto es que en algún momento mi cabeza decidió que, como dice mi psicóloga, una sonrisa era el mecanismo de defensa adecuado para mí, y eso me hizo la persona más risueña de la familia (lo que realmente se puede tomar como un insulto o un elogio, yo he decidido que sea lo segundo). Pero todo esto ha dejado pequeños y grandes traumas, que después de días tumbada en la cama sin fuerzas para hacer nada, y varios ataques de pánico, me llevaron a sentarme enfrente de una señora que se gana la vida escuchando los problemas de los demás (un coñazo de trabajo si me preguntas a mí).

 

Pero bueno, volvamos a el día en que decidí contarle la anécdota y se armó la de Cristo… Era una tarde de verano (sin importancia, pero le añade intriga a la historia), y después de haber cambiado la cita tres veces, y haber conseguido la valentía que necesitaba (y todavía necesito) para presentarme en la consulta, me vi sentada en aquella butaca negra, en medio de una habitación blanca, contándole qué tal había ido mi semana.

Una cosa importante que tenéis que saber, es que, como ya habréis comprobado, me voy por las ramas con demasiada facilidad. Así que lo que empezó como una conversación sobre mi semana, terminó conmigo contando aquella historia, y mientras lloraba desconsolada, ella me dijo, con toda su sabiduría de psicóloga: “No es culpa tuya, tus padres eran los adultos, tu solo eras una niña, incapaz de autorregularse (palabra que usa al menos tres veces por sesión), esperando que un adulto la regulase. Pero un adulto que no está regulado, no puede regular a una niña”. Tardé al menos cinco minutos en entender lo que decía aquel trabalenguas, y lo que saqué en claro es que un niño es incapaz de controlar sus emociones hasta que le enseñan cómo hacerlo, pero para que pueda aprender, necesita a su alrededor adultos que tener como modelos a seguir que sean capaces de mantener la calma cuando estén enfadados, o aguantarse las ganas de gritarle cuando hace algo mal. Cosa que, al parecer, en mi familia (a la que quiero mucho), no ocurría con frecuencia. Esto trajo varios problemas, el primero, que Nora de 5 años nunca aprendió a autorregularse, lo que significa que ahora tengo varios mecanismos de defensa bastante interesantes. El segundo, que de repente, había pasado de ser la villana de una historia que había escuchado siempre, a ser la víctima… lo que hacía a mis padres los malos de la película. Y eso creaba una pregunta: ¿Me daba eso permiso para gritarles a todos lo que me había dicho mi psicóloga la próxima vez que contaran esa historia?

Bromas aparte, cuando salí de la consulta ese día, no estaba segura de lo que debía hacer, ¿contárselo a mis padres? ¿Ignorarlo para siempre?, entonces una parte importante de la sesión que me había perdido mientras intentaba entender aquella frase imposible sobre el “autorregulamiento” (o como se diga) volvió a mi cerebro: “Sé que es frustrante, pero no puedes hacer que lo entiendan, es algo que pasó, y lo mejor que puedes hacer es seguir a delante”. Así que eso fue lo que hice…

Llegué a casa, y cuando mi madre me preguntó qué tal había ido la sesión, yo le respondí con el más seco de los “muy bien” que me fue posible formular.

 

Es bastante interesante si te paras a pensarlo, los traumas que me causaron mis padres me han hecho de una forma, como los traumas que les causaron sus padres los hicieron de esa forma, como los traumas que les causaron sus padres los hicieron de aquella forma… Y así podemos seguir el bucle hasta el primer homínido. ¿Habrá alguna forma de criar a un hijo sin dejarle ningún tipo de personalidad errática incrustado en el cerebro? Como dice Taylor Swift en su canción Renegade “Are you really going to let all your damage, damage me?”. (Soy una chica de la generación Z, obviamente voy a vivir mi vida a través de las canciones de Taylor Swift).

 

Pero aquella noche algo me seguía taladrando el cerebro, por alguna razón, las últimas sesiones habían consistido en descubrir quién era culpable de qué parte mala e insoportable de mi personalidad (no como lo explicaría ella, pero bueno…), y eso me generaba un poco de culpa. Tenía la sensación de que estaba echando todos los balones fuera, y les estaba poniendo nombre y apellidos a todos mis traumas, pero ninguno llevaba el mío, lo que no parecía justo. Algo tendría que ser mi culpa. Además, y aunque suene muy mal, es más sencillo pensar que es culpa mía, más fácil de soportar, de entender. “Hice esto mal, y tuvo estas consecuencias”. Pensar que todo es culpa de otro me hace sentir débil, y hace las comidas sola con mi padre todavía más difíciles porque solo puedo pensar en todos los “daddy issues” que me ha causado.

Pero si la psicóloga lo decía sería por algo. Quizás había alguna meta a la que todavía no habíamos llegado, o quizás era solo otro trauma escondido detrás de alguna historia. Y… ¿Cómo se arregla eso? os preguntaréis. Pues no lo sé, y por eso todavía estoy en terapia, cuando lo descubra os lo contaré.

 

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