LA MUJER DEL ALCALDE – Silvia Díaz-Marta Comendador

Por Silvia Díaz-Marta Comendador

Doblan las campanas con la cadencia que marca el compás que toca a muerto. El estruendo de un trueno lejano emite un relámpago que deslumbra en el horizonte ocultándose el sol de inmediato. LLora el cielo por la reciente pérdida. A la llamada del viejo campanario acude el pueblo enlutado y se escucha una y otra vez el mismo lamento: – era tan joven, y deja viudo y tres huérfanos, qué triste; y allí va Edurne, sumida en el sueño eterno. El coche fúnebre espera en la puerta del templo la salida del féretro. Y en la puerta de la Iglesia, los ojos llenos de lágrimas de Pablo, el viudo, y sus tres hijos, reciben las condolencias de amigos y vecinos sin saber bien si están viviendo una pesadilla de la que pronto les despertará su querida Edurne.  La prestigiosa Doctora  Edurne Aguirrezabal,  una mente brillante, además de esposa modelo y madre ejemplar. Lo tenía absolutamente todo. Una vida envidiable. Se ha ido sin avisar. Sin dejar indicio alguno que explique su partida.  Nadie entiende qué ha podido pasar.

 

Cada día Edurne acudía al hospital en el que estaba al cargo del módulo de psiquiatría. Esa mañana la Doctora entró cabizbaja, aturdida por el maremágnum de pensamientos que le rondaban.

-Buenos días Doctora, ¿se encuentra usted bien?, no tiene buena cara, parece triste- le dijo Maider, la auxiliar de su consulta.

-No querida, tranquila, es sólo que no he dormido bien hoy y tengo tanta tarea por delante que me satura, pero no te preocupes, todo se hará.

-¿aviso entonces al primer paciente?

-Sí por favor, hazle entrar.

Los pacientes adoraban a la Doctora y se sentían reconfortados tras su visita rutinaria.

–¡Buenos días Don Julián!, ¿qué tal está hoy?

-¡buenos días Doctora! Ahora mucho mejor que  la veo a usted.

No he podido dormir nada dando vueltas a mis miedos. Necesito que me ayude.  No soporto una noche más en vela.

-No se preocupe, es normal que de vez en cuando le venga a la memoria el recuerdo de lo que sucedió, pero no hay por qué sufrir.  Esta noche se  toma un par de estas pastillas y verá como descansa. Mañana me contará lo bien que ha dormido. Ya verá.

–Gracias Doctora, es usted un ángel. No sé que haría sin sus consejos.

 

La empatía con sus pacientes le hacía olvidar por unas horas sus preocupaciones llegando incluso a olvidar su código deontológico por momentos, actuando más como una amiga que como una simple doctora. Esto le ocasionó algún que otro conflicto con alguno de  sus compañeros debido al especial aprecio y respeto que los pacientes de psiquiatría le tenían. Más que aprecio, yo diría que era auténtica devoción.  Y así,  si algún día por cualquier motivo la Doctora Aguirrezabal no podía atender a uno de sus pacientes, éste declinaba la atención de otro psiquiatra y prefería esperar a la siguiente sesión, causando malestar al profesional encargado del tratamiento ese día.

Su esposo Pablo, Don Pablo Olazabal, era el Alcalde de la localidad.  Un hombre adorado por todos que llevaba en el cargo ya más de tres legislaturas.  Salía reelegido en cada uno de los comicios celebrados en los últimos años porque más que un político al uso, era un auténtico defensor de los derechos de todos y cada uno de sus vecinos, comprometido a la par que campechano; al fin y al cabo, compartía el día a día con ellos, era uno más.  Vivía en el pueblo y utilizaba el transporte público, compraba en los comercios locales y disfrutaba las tertulias en los cafés con sus votantes.  Pablo era un hombre muy querido, que siempre atendía a cualquiera que se le cruzara en el camino, y a sus peticiones, por muy extravagantes que éstas fueran.  Adultos y jóvenes saludaban al Alcalde a cada paso y éste respondía siempre con un tono afable:

-¡Buenos días Don Pablo! Precisamente con usted quería yo hablar, porque mire, el de la finca que linda con mis tierras no hace más que molestarme con los perros. Los deja sueltos por las noches y no paran de ladrar. ¡Yo ya no sé qué hacer! Saque usted un edicto o algo para que los perros no molesten en horario nocturno ¡haga el favor!.

-¡buenos días Don Eladio! ¡No se preocupe usted hombre! habérmelo dicho antes. Ahora mismo llamo al Señor Faustino y verá usted como se soluciona el problema. Quizás él está tan acostumbrado a los ladridos de sus perros que ni los oye. Ya verá como duerme usted bien hoy. ¿ya preparados para las fiestas patronales? Tenemos un programa de fiestas excepcional. Ya verá qué maravilla.

– ¡gracias Don Pablo! Pásese por la huerta a media tarde y le doy unos tomates que están muy hermosos. ¡Que tenga buen día ,vaya usted con Dios!

 

Entre idas y venidas con peticiones varias, Pablo pasaba largas horas ocupado y apenas tenía tiempo para su vida familiar, así que, habitualmente era Edurne quien se encargaba de recoger a los niños tras su jornada laboral.   Agotada mentalmente por el cúmulo de historias y relatos de sus pacientes,  a cada cuál más tremenda y dramática, dejaba su bata blanca en el hospital y conducía al centro escolar a recoger a sus hijos.  La sonrisa y el abrazo de los pequeños  le cargaba las pilas de nuevo y le hacía olvidar hasta la mañana siguiente los problemas del hospital. Eran el motor de su vida.  Antes de preparar la cena, supervisaba pacientemente sus  tareas escolares.

-Paula cielo, ¿qué tal ha ido el exámen?

-Bien amá, yo creo que bien.

-¡ Seguro que sí! . Lo habrás bordado mi niña.

-Y tú mi vida, ¿qué tal el trabajo de ciencias?

– No se amá, he visto otros mejores. No sé qué nota me van a poner.

-No te preocupes mi amor, seguro que está perfecto y si no le gusta a tu profesora ¡es que no tiene ni idea!.

-¿Dónde se habrá metido vuestro padre?.  ¡Si ya son las siete y  del Ayuntamiento sale a las tres! Ay este hombre, ¿dónde he dejado los orfidales?. Este estrés me está matando.

Más tarde se metía a la cocina para preparar con mimo deliciosos bocados que alimentaban sólo con el aroma que desprendían.  A duras penas sacaba algo de tiempo para ella pues, el poco tiempo libre del que disponía lo dedicaba a su tesina.

 

Su tesina sobre la depresión que ha quedado olvidada e inconclusa para la eternidad, la misma que espera a Edurne y duele profundamente a sus hijos y esposo que no pueden creer lo ocurrido. La desolación protagoniza los lamentos y la dificultosa respiración de los que se han quedado.  La partida ha sido tan repentina e inesperada que aún al regreso al hogar roto, esperan encontrar a la madre bajo la luz del flexo de su despacho.  Pero al llegar a casa, sólo espera el silencio, el vacío.  Edurne se ha ido y no volverá. Al entrar aún se percibe su delicioso y personal aroma, una mezcla de neroli con lima y albahaca. Sólo Edurne desprendía ese exquisito olor.  Al respirar, Pablo  tiene la sensación de que va a aparecer de un momento a otro con su enorme sonrisa a recibirle con un cariñoso beso. Pero por mucho que espera en el umbral, sólo le llega el eco del silencio roto por la desesperación de uno de los pequeños mellizos: -¡ Aita! ¿ dónde está la amá? ¡quiero que vuelva ya! Tengo hambre y estoy cansado.

Le atormenta de nuevo la imagen de Edurne, preguntándose hasta la tortura, qué es lo que ha hecho mal para que su mujer haya cometido tremenda locura. Es completamente irracional. No han discutido, no habría motivo alguno, pues era casi imposible discutir con ella.  Siempre acababa razonando cualquier conflicto y no había lugar alguno para los problemas.  Todo era armonía en casa.  Se respiraba un ambiente tranquilo, comprensivo, cordial. Era un acto tan disparatadamente lejano a su estilo de vida y a su condición, que no podía creer lo que había sucedido.   Y lo peor de todo es  que no va a poder olvidar esa imagen.  Aún está en shock y no sólo por la ausencia, sino por la forma en que apareció Edurne.  La pérdida siempre es difícil.  Pero aún es más costoso superar una pérdida completamente inesperada y cruel. No ha sido un accidente, no ha sido una enfermedad, razones que al menos harían que las fases del duelo pudieran ir desarrollándose a su debido tiempo.

-Qué desolación. ¡Somos muertos en vida sin ti Edurne!.  Y sobre todo, ¿por qué?, tú que ayudas a otros a evitar estos trances.  ¿Cómo es posible?. ¡Al menos por tus hijos debías haber pensado las consecuencias de tus actos! ¿qué he hecho mal?

Nadie sabe qué hacer.  La única pregunta que golpea una y otra vez los pensamientos de la familia y amigos es ¿por qué?; Si lo tenía absolutamente todo.  Una familia que la adoraba, buena posición económica, un puesto en el hospital como Jefa de psiquiatría, y buenos amigos que siempre estaban dispuestos a echar una mano con los críos.

Aparentemente todo era perfecto.  El secreto de su desaparición se irá con ella a la eternidad.  O quizás no. Poco queda por especular. Pero lo cierto es que esa vida envidiable quizás no era tan plena como parecía.

 

La única realidad es que  su hijo menor, uno de los mellizos, encontró su cuerpo inerte colgando de una gruesa cuerda en el gimnasio de la casa. Y esa imagen será difícil de olvidar.

Lo que nadie sospechaba es que Edurne sufría en silencio una amargura atroz. Sentía una soledad tan angustiante y una desesperación tan insoportable, que no encontró alternativa.

Los malos rollos con sus compañeros de trabajo en el hospital, eran completamente desconocidos para la familia de Edurne pues, no quería preocupar a Pablo con “sus cosas”.  Las envidias infundadas de alguna arpía trepa provocaron esa semana a base de injurias vertidas sobre Edurne, que la Dirección del Hospital se plantease su expulsión, y esto le superaba.  Y todo porque esa compañera celosa no soportaba su aparente vida perfecta y no perdía baza para recordar a los superiores que la Doctora Aguirrezabal estaba ahí por su marido. ¿De qué otra forma habría llegado tan alto si no?.  Qué inmundicia de persona. ¡Pues con esfuerzo y dedicación señora!, cómo si no.  La realidad era que Edurne era una auténtica profesional entregada por completo a sus pacientes pero había tenido algún que otro rifi rafe con algún superior  por no haber podido asistir a alguna reunión fuera de horario o haber hecho alguna guardia sobrevenida, o por no haber asistido a algún Congreso, de esos que son auténtico paripé.  Obviamente todo ello debido a que alguien en casa tenía que encargarse de los niños y por ello había renunciado en innumerables ocasiones a su promoción profesional, sacrificando su trabajo en beneficio de sus hijos. Pero ella era feliz así. O eso parecía.

Por otro lado, tenía que soportar una presión extrema en su vida social. Con la familia y amigos sólo hacían planes si Pablo, su marido, podía.  Todo tenía que hacerlo “en pack”.  Nadie contaba con ella si Pablo no podía.  Nadie se planteaba que Edurne quizás se sentía sola en muchas ocasiones. Pero ella siempre ponía buena cara cuando recibía a sus invitados. Nunca sospecharon que en su interior Edurne estaba tan sumamente herida. Siempre ocupaba un segundo plano.  Siempre era su marido el héroe de cualquier tipo de situación que ocurriera en sus vidas.

 

En las reuniones con amigos, familiares o con cualquier persona que se encontraran, siempre era Pablo el punto de mira, el centro de atención; el papel protagonista siempre era suyo.  Todos preguntaban por esto o por aquello, debido a su situación de  poder.  Era un simple Alcalde sí, y nadie pone en duda su magnífica labor, pues la realidad es que hacía todo lo posible por el bienestar general y lo conseguía.  Era un político serio y honesto, y para Edurne era el mejor hombre sobre la faz de la tierra, el único.  Pero lamentablemente, el pueblo se deja obnubilar por el poder y por las situaciones privilegiadas, y adulan incesantemente a sus diligentes olvidando muchas veces que junto a ellos hay una familia que también tiene vida.  O tenía, pues, Edurne no pudo soportar más la ignorancia generalizada hacia su persona.  A nadie le importaba a qué se dedicaba, qué pensaba o nada absolutamente nada que concerniese a su propia identidad.  Más al contrario, todo el mundo le preguntaba por Pablo, por sus campañas, por el Ayuntamiento, por sus asuntos. Que si donde estaba o dejaba de estar;  Edurne era sencillamente una suerte de secretaria o relaciones públicas de su marido. Y ella también adoraba a Pablo, nunca sintió ningún tipo de envidia hacia él sino todo lo contrario: pleno orgullo por tener a ese hombre tan maravilloso a su lado.

Pero lo cierto es que Pablo cada vez  pasaba más tiempo fuera de casa, dedicado casi por completo a su trabajo, y Edurne sentía el peso de la soledad cada vez más pesado. Y no solo de la soledad, sino también de las miradas desconcertantes de la gente del pueblo que cada vez que ella intervenía en una conversación parecían decir: ¡calla! Que tenemos que escuchar a Pablo. Algunos hasta desconocían a qué se dedicaba la mujer del Alcalde, porque eso era Edurne para muchos, tan solo la mujer del Alcalde. Carecía de personalidad propia para los admiradores de su esposo, y esto fue minando poco a poco su espíritu, cuando lo cierto es que era una gran profesional y una maravillosa y sencilla mujer.

Muchos la veían como la típica “mujer jarrón”, que habitualmente decora al alfa protagonista.  Y nada más lejos de la realidad.  ¡Que  pregunten a sus pacientes!.  Ellos sí, ellos si apreciaban la valía de su querida Doctora.  No sé que va a  ser de ellos. Ni de sus pequeños. Pobres criaturas.  Por descontado decir que su marido estaba más que orgulloso de su mujer y siempre trataba de animarle ante su malestar cuando se cruzaban con más de uno que la obviaba.   Qué amargura tan profunda y  qué tremenda soledad tenía que sufrir para tomar una decisión tan drástica.

Su vida aparentemente idílica estaba repleta de sombras que nadie veía o no quería ver. No es que tuviera afán de protagonismo, aunque todos tenemos ego, pero interpretar siempre al secundario, acaba cansando. Y ya no te digo hacer de extra o actriz de reparto. Hasta el punto de optar por salir de pantalla.

 

 

 

 

FIN

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura Creativa

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Esta entrada tiene un comentario

  1. Javier Ruiz

    La soledad de la protagonista es el mal de todos los tiempos. La desubicada posición de quienes son referente de otros pero no ocupan plaza. Una historia eterna que seguirá produciendo mujeres invisibles al servicio de la familia, de los demás, mientras buscan su lugar inútilmente, con desasosiego , hasta diluir su identidad y olvidar su nombre.
    Un muy recomendable relato para no olvidar sus nombres.

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