EL EXTRAÑO «DON» DEL SEÑOR LANDRY – Ana Mª Estrella Rufo

Por Ana Mª Estrella Rufo

Amanecía. El sol entraba por las rendijas de la ventana, haciéndose notar. Aún no estaba preparado para afrontar el nuevo día; siempre el mismo. Tragó saliva, en un acto de verificar si podía hacerlo, si algo hubiese cambiado en esas horas, donde se permitía desaparecer y esconderse detrás de una espesa capa de miedos e incertidumbres. ¡Percibía como un sabueso olores y aromas que le asfixiaban! Eran secuelas que permanecieron tras una terrible pandemia, que azotó el planeta tiempo atrás.

La noche era su conquista. Tras un día agotador, se alzaba la tenue esperanza de volver a encontrarse, de retroceder a ese momento donde él era él y no ese otro.

 

Quería casi con desesperación, que llegara la hora en la que se tumbara en la cama y poco a poco, volver a bajar las escaleras que le llevaban a otro universo, paralelo, quizás. Lo que le atormentaba era el paso de las horas, el terror que le invadía cuando aparecían solas, sin ser invitadas, esperando ver cambiar una pequeña pieza de ese puzle, que hiciera que se sintiera a salvo; por unos instantes se adormecía, en un frágil lapso robado que le daba un respiro.

 

Se sentía vulnerable, a merced de lo inesperado. Trató en vano de hallar un pequeño punto de claridad; la bruma mental que le invadía sin piedad, no le dejaba resuello; tenía que encontrar la solución, pero ¿dónde? Confiar se dijo, confiar; siempre solía encontrar un pequeño resquicio por donde colarse, donde reencontrarse con la cordura.

 

Miraba de forma insistente si se producía algún cambio, algo que, a estas alturas, ya no creía posible; pero siguió intentando esquivar la verdad, el autoengaño parecía estar ya muriendo, ¡vas a estar bien!; necesitaba explorar todas las posibilidades. Esa imagen desnuda, enfrentada a sus demonios, a oscuras, le miraba para hacerse ¨luz de gas¨.

 

En esas horas solían aparecer los sudores inciertos, la aterradora verdad de no poder tragar, el fluido viscoso en su boca que no podía atravesar el canal, su garganta. Se ahogaba y no podía respirar. Se notaba prisionero en ese invisible momento, con un miedo irracional a desaparecer ¡Se sentía morir!

 

Hizo las paces, con casi todo, con lo que recordaba formaba parte importante de su vida. Saludó a sus demonios, les dio la bienvenida, enderezó un doble salto mortal y resucitó lo que aún podía ser capaz de sentir dentro de él, se abrazó con fuerza, resistió el embate y se entregó a esa oscuridad que amenazaba en la distancia con engullirle y la meció despacio, como acuna una madre a su hijo; hizo un pacto con alguna parte de él, esa que nunca pregunta y se dejó llevar en un abismo negro, inmenso y notó por primera vez una dulce liberación. Atravesó el velo entre la consciencia y la oscuridad, y se abandonó.

 

Amanecía y reparó en que todo volvía a comenzar. Un día tras otro, así hasta el ocaso de sus fuerzas.

Haciendo un gigantesco esfuerzo se enderezó y salió de la cama. Era hora de comprobar cómo se sentía. Abrió las ventanas y se dejó arrullar por el viento, hacía frío, pero eso le hizo despertar.

 

Los aromas tocaban su nariz y le poseían. No comprendía la sinrazón de tan peculiar cualidad, que tan solo le causaba dolor y amargura. Estaba atrapado en una espiral de aromas y sensaciones nada placenteras, esto era una cruel broma del destino. Cerró las ventanas de golpe, apresurado, un aroma a hierba recién cortada invadía sus sentidos y le producía una rara sensación de náuseas y mareo, que no conseguía procesar.

 

Había abandonado todo lo que conocía. Tuvo que dar exhaustas explicaciones de su rara ¨cualidad¨.  ¿Cómo explicar que percibía el aroma en cada presencia, de forma insistente e intensa? Cuando le escuchaban, no podía dejar de pensar en cómo afrontaban los demás toda esa locura, toda esa información; síntomas floridos, aleatorios, sin un orden real, y lo más frustrante, era saber que nadie le creía.

 

Así las cosas, empezó por indagar qué se sabía de su ¨mal¨. Todo lo que encontraba era confuso, dudoso, y desordenado. Se sentaba desde el alba hasta el ocaso, buscando alguna información que le diera luz a tanto caos. No parecía ser común su rara ¨cualidad¨, curiosamente y también en esto era un raro ejemplar. ¿Por dónde continuar? La inmensa mayoría era eso, mayoría. Él pertenecía a ese otro raro grupo, a una minoría consciente, entregada a algo más que a sobrevivir. Ahora él sobrevivía.

Decidió despojarse de su roto y desastrado pijama; convivía con él desde hacía meses. No podía cambiarlo, el mero hecho de abrir el cajón para sacar otro, le producía una oleada de pánico, de modo que tuvo que convencerse y desistir. Quizás pronto se dijo, sí, pronto.

 

Hacía días que no abordaba la decisión de salir, no sabía cómo empezar. Se colocó estratégicamente unos algodones pequeños en su nariz, se miró en el espejo y se dio por satisfecho; no se notaban a simple vista. Necesitaba algo más que le inhibiera de percibir los aromas que tan insistentemente querían quedarse con él; encontró una mascarilla de esas que la gente se pone en primavera; recordó que tuvo un atisbo de congestión el año anterior y la compró. Se miró de nuevo en el espejo, el efecto era impactante, pero necesario.

 

Salió de su acorazada fortaleza dándose confianza a sí mismo; él era una persona segura y analítica, todo estaba controlado; con suerte, recobraría su vida y todo quedaría en un mal sueño, en un pasaje de su vida que contar en ocasiones especiales.

 

Decidió dar una pequeña vuelta a la manzana y comprobar cómo funcionaban sus artefactos; en realidad, solo era cuestión de convencerse por fin, de que era un mal sueño, un producto de su mente quizás demasiado estresada, que había tomado el control, pero que ahora estaba decidido a recuperarlo.

 

El viento fresco le sacudió y le sacó de sus ensoñaciones. Quiso tomar aire y experimentar cómo se sentía antes cuando lo hacía, con esa naturalidad espontánea de quien sabe que no hay esfuerzo en ello. Rememoró las ocasiones, en las que, al salir de casa, sentía el aire limpio y puro que le arropaba acompañándole todo el trayecto.

 

Con creciente horror, se dio cuenta de que ahora ya no era así. Se cruzó con algunas personas de su vecindario, los aromas le envolvían, una quemazón atrapaba su garganta y su pecho, no podía respirar. Aterrado, dio la vuelta y entró corriendo de nuevo en su castillo amurallado; ahora sabía con certeza que el enemigo estaba afuera. Sollozó en silencio primero, para terminar con un grito agónico que desquebrajó todo su mundo. Estaba atrapado y perdido; resbalando lentamente se dejó caer y entró en ese espacio de ominosa oscuridad y se desmayó.

Fueron pasando los días, seguidos de sus noches; cada día traía una esperanza que se veía deslucida cuando llegaba de nuevo el atardecer. En esos momentos, reflexionaba sobre su vida. El pensamiento Iba de un lugar con aspectos de un presente que se le antojaba ahora vacío y falto de sentido. En estos días, intentó repasar los aspectos fundamentales que daban un valor a su vida. Recordó su infancia, plena de emociones, donde la necesidad de sentirse querido y aprobado, le obligaba a tener todo bajo control, así su vida transcurría, dentro de una falsa calma que ahora veía, impostada e innecesaria.

 

Todas las mañanas leía; era un gran lector, siempre lo había sido. Ahora con tanto tiempo por delante, se deleitaba en vivenciar y revivir en la piel de aquellos personajes, toda una historia que la mayoría de las veces, le hacía olvidar por unas horas el tormento que le envolvía. De repente algo captó su atención, era una frase que hizo resonar en su mente, algo conocido, que pugnaba por salir en cualquier momento. ¨ En ocasiones, lo que en apariencia parece algo terrible en nuestras vidas, puede, si sabemos cómo hacerlo, convertirlo en un don¨. Esto le dejó dubitativo. La frase resonaba una y otra vez en su mente. Quizás todo consistía en dar una oportunidad a aquello que contemplamos; quizás todo fuera más sencillo, mirar desde otra perspectiva una situación, bastaría para cambiarla. Así concluyó al hilo de su pensamiento. Y se durmió con esta magnífica idea que le daba oxígeno para continuar.

 

Se despertó temprano, apenas entraban los primeros rayos del amanecer; la idea, que seguía resonando en su mente, le inyectó energía para enfrentar ese nuevo día, lejos de los días aciagos que había sostenido hasta ese momento. Dispuesto con otras galas salió a la calle. Había previsto hacer unos recados y aprovechar para experimentar lo rumiado durante la noche. Se cruzó con doña Margarita, era su vecina, maestra jubilada con la que le unía cierta simpatía. No podría acercarse mucho, su olfato impenitente se lo impedía.  La saludó con cordialidad, ella le miró asombrada por el efecto que, a su juicio, debía de provocar en quienes le miraban. De repente sintió un halo a su alrededor, el aroma que desprendía doña Margarita llegó a él con total nitidez. Sintió un escalofrío, se quedó paralizado, ese aroma desprendía un olor a madera vieja, carcomida por el tiempo, un olor añejo que le hizo estremecer.

¿Qué estaba ocurriendo? Todo esto era nuevo, no sabía qué pensar.

 

Abrumado por las nuevas sensaciones, se acercó a la panadería de doña Enriqueta; era famosa en el barrio. Era atendida por ella y dos de sus hijas, amables y corteses. Lo primero que le llegó fue un aroma a flores frescas, recién cortadas, y su mirada se dirigió a la hija menor, Andrea. Se sintió aturdido y confuso, ¿realmente podía captar el aroma de las personas? Esa idea revoloteó como un ave salvaje, sobrevolando sobre él, captando todo su interés. Tenía que comprobarlo y a eso dedicó toda su atención. Eso le permitiría cambiar el programa y ayudar a muchas personas. ¿Realmente esto que sentía era cierto? Le pareció que se tambaleaba y temió caer al suelo. ¿Estaría enloqueciendo?

Se arrastró como pudo hasta su casa, llegó desfallecido, sin aliento; no podía creerlo, realmente ¡podía captar el aroma de las personas! ¿Sería cierto?

Los días siguientes fueron un ir y venir, en un éxtasis continuo y delirante. En cada recodo del camino, pudo observar diferentes aromas. El del amor, a romero. La alegría, a madreselva. El dolor, a cayena. La felicidad se vestía de aroma a rosas y jazmines. La pena transitaba entre odaliscas y Milenrama. La tristeza le traía aromas de mares embravecidos por las tormentas. La paz se reflejaba en un amanecer limpio, tan exultante como hermoso. Todo era recibido sin trabas; el mensaje llegaba hasta él nítido, como nunca había podido percibir; todo era hermoso, y conmovedor.

 

Ahora sintió que su vida tenía sentido; se sintió partícipe de un todo. Dio las gracias por este ¨don¨, que le hacía feliz, que le permitía volver a sentirse vivo y le reconciliaba de nuevo con el mundo. Poco a poco y de manera sutil, comenzó a percibir de forma tenue los aromas, que ahora se volvían menos invasivos. Siguió disfrutando de su ¨don¨, ahora más ligero y grácil.

Se quedó dormido después de recorrer con su fantasía, cada una de las infinitas posibilidades que el universo nos ofrecía con cada experiencia, y deseó convertirse en alguien más generoso, consciente y compasivo; de esta manera, podría lograr el propósito de comprender mejor al otro y alcanzar esa meta casi imposible de ser uno mismo, sin disfraces y sinsentidos. Era un cobarde valiente, un analítico convertido en prosaico.

 

 

Amanecía. Se sintió de nuevo valiente y guerrero. Se incorporó y saludó a la mañana; todo estaba en orden, la vida le retaba y esta vez iba a aceptar la invitación.

Salió a pasear, de repente notó un ligero cosquilleo en la nariz; incómodo, se levantó la mascarilla que llevaba, le molestaba. Los aromas se habían perdido. ¡Qué extraña paradoja! Volvía a ser el de antaño, sin máscara ni engaño.

Agradeció lo aprendido y se desprendió de lo superfluo.

Era el ¨don¨ que se le había otorgado.

 

 

 

 

 

 

 

 

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura Creativa

Deja una respuesta

Descubre nuestros talleres

Taller de Escritura Creativa

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Escritura Creativa Superior

95 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Autobiografía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Poesía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Literatura Infantil y Juvenil

85 horas
Inicio: Inscripción abierta