EL PODER DE MI VOLUNTAD
Por Eulalia García
Aquél verano lo pasé en la casa de mi hermana. Ella, como casi toda la familia, compartimos la misma afición: el Golf.
Jugábamos acalorados partidos entre nosotros y participábamos de las actividades del Club. Pero en aquella ocasión revoloteaba por los dieciocho hoyos un diablillo con arco y flechas, quizás fue él, el que programó un campeonato por parejas de una marca de whisky escocés, muy famosa, con unos premios muy apetitosos.
Teniendo en cuenta que, desde hacía algún tiempo me encontraba sola y desorientada, es normal que los miembros, casi siempre femeninos de la familia, se preocupen por buscarte una media naranja.
Mi cuñada se apresuró a presentarme, según ella, a “un prestigioso soltero de oro” de la localidad, que se había apuntado al campeonato y buscaba pareja para poder participar.
Con estas credenciales, una no se puede negar. Jugamos un partido de entrenamiento, o más exacto, de “conocimiento”. Ninguno sabía nada del otro, y nos caímos bien.
Durante el juego lo pasamos increíble. Pero lo más increíble es que ganamos, llevándonos los premios: La primavera siguiente visitamos Escocia con gastos pagados y cargando nuestros palos ¡faltaría más! y ésta historia se convirtió en mi historia de amor particular.
Siendo preadolescente, me llevaba mi madre desde mi pueblo a la capital para incorporarme al internado después de un fin de semana. No recuerdo la conversación, me temo que no había ninguna, solo recuerdo que yo saqué de mi cartera un pequeño spray refrescante, comprado con mis medios dominicales y que ella, en un tono airado, me increpó: “¿Quién me creía que era yo?” “tú no vales ni un cero a la izquierda”. Nunca he podido olvidar esas palabras, ni saber el motivo de su enfado.
Durante mi niñez y adolescencia creo que era demasiado responsable y sumisa, mi madre me dejaba a cargo de trabajos que no me correspondían, responsabilidades que llevé muy seriamente durante demasiados años, siempre buscando una mirada, una frase de complacencia de su parte, pero no recuerdo ninguna.
A lo largo de su vida, ella tuvo varias etapas: Al principio era feliz, no tenía ninguna razón objetiva para no serlo. Tenía una buena familia en crecimiento (tuvo siete hijos) y abundantes medios económicos para que no le faltara de nada, pero según iban pasando los años, se le fue endureciendo el carácter. Quizás, lo que cuento de mi viaje al colegio, le cogió en un momento de frustración y yo me puse a su alcance sin querer.
Mis hermanos y yo siempre hemos intentado analizar y comprender el carácter, comportamientos y frustraciones de mi madre. Era una persona compleja. En la sociedad y en el tiempo que le tocó vivir, era muy estimada y respetada, sin embargo, nunca estuvo conforme con lo que tenía. Nunca le faltaron medios, pero no logró formar un hogar feliz.
Quizás, por eso, sus hijos nos hemos apartado, intuitivamente, de su ejemplo.
RELATO DEL TALLER DE:
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024