¿VÍCTIMA O VERDUGO? – Mª Teresa Cuesta Roca
Por Mª Teresa Cuesta Roca
«“Se coge antes a un mentiroso que a un cojo»
—Refrán popular—
—¡La madre que lo parió! ¡Se nos ha muerto! —exclamó él, observando la línea continua, sin altibajos, del monitor. El pitido constante que emitía éste lo corroboraba.
—¿Qué hacemos? — preguntó ella, asustada.
El médico reemplazó la ficha del paciente al pie de la cama para que el error no fuera descubierto. La enfermera lo recogió todo: la ficha descartada, jeringas, ampollas, envases, etc. en una bolsa azul, de esas que usan los hospitales para deshacerse de residuos sanitarios, y estaba ansiosa por marcharse. Médico y enfermera salieron, dejando al paciente solo, sin vida, en su habitación privada.
Antonio Escámez, Jefe de Sección del departamento de Oncología del Hospital Clínico Universitario, era un individuo alto y flaco, divorciado, de unos sesenta años, muchos de los cuales había estado amargado por no haber ascendido a Jefe de Servicio, como creía que le correspondía. Acababa de administrar erróneamente una sobredosis de morfina a uno de sus pacientes, causándole la muerte. No era la primera vez que esto ocurría pero, en esta ocasión, Maribel Segura, una joven enfermera recién llegada al hospital, lo había presenciado. Le preocupaba que ella pudiera informar sobre el asunto.
—Tenemos que hablar, Maribel—, le espetó al salir.
—¿Ahora? — respondió ella con timidez. Maribel era una chica de veintiún años, rubia, regordeta y simpática, educada a la antigua, con gran respeto a la autoridad, y el Dr. Escámez estaba muy por encima de ella en el escalafón. Así que no se atrevió a negarse. Pero la actitud del médico frente a la muerte la había afectado muchísimo.
—Vayamos a mi oficina—, dijo el médico— allí podremos hablar tranquilos.
Maribel le siguió sin entusiasmo. Al ayudarle a ordenar y recogerlo todo en la habitación del paciente, se había implicado en el asunto. “¿Por qué lo he hecho?” pensó. Y ahora temía verse involucrada más y más al no pedirle explicaciones. Pero, “¿quién soy yo para pedírselas?” continuó pensando. Acababa de terminar sus estudios de enfermería y sólo llevaba un mes en este, su primer puesto de trabajo, mientras que él llevaba treinta años, era Jefe de Sección y tenía una buenísima reputación.
—El hombre estaba muy enfermo, —dijo Antonio, bajando la voz tras su inicial arrebato de ira y cerrando la puerta de su despacho— su cáncer era terminal y le quedaban pocas semanas de vida, quizás sólo días. Sabes esto tan bien como yo ¿no?
—Sí, lo sé, pero aun así… — Maribel no terminó la frase, temiendo enfadarlo al atreverse a objetar.
—No olvides —continuó él, casi escupiendo las palabras y haciendo caso omiso de lo que dijera ella— que has sido tú quien ha preparado la dosis.
—Pero yo sólo seguí sus instrucciones, doctor —protestó ella—; usted me pidió que preparase una inyección de cinco centímetros cúbicos de morfina al cinco por ciento en solución salina, y eso es exactamente lo que he hice.
—Te dije cinco por mil, no cinco por ciento ¡te has equivocado! — le contestó enfáticamente — Mira, —dijo el médico tratando de congraciarse con ella—, como eres nueva aquí, quiero ayudarte a encubrir tu error. De lo contrario, tu carrera como enfermera está acabada. Ten en cuenta que al Director le interesa mucho mantener el índice de mortalidad del hospital lo más bajo posible, y cada vez que muere un paciente lo investiga a fondo. De hecho tú has venido a reemplazar a otra enfermera que fue despedida por un error similar. ¡Deberías estar agradecida!
Maribel se quedó boquiabierta. No estaba segura de lo que había oído. Se hacía todo tipo de preguntas: “¿Estaría mintiendo el doctor? ¿O acaso él creía estar en lo cierto? ¿Qué podía hacer ella?” Cuanto más vehementes eran sus protestas de inocencia, tanto más firmes las acusaciones del médico. Lo que se había endeudado para poder terminar los estudios de enfermería pasó ahora a acaparar toda su mente. “Tengo mucho que perder”, reflexionó, “y sólo mi palabra contra la suya”.
—Gracias —contestó—, se lo agradezco.
—¡Así me gusta! –respondió él, aliviado. Veamos, el cadáver será descubierto por la enfermera de noche, que dará la alarma. Cuando te pregunten, que estoy seguro de que lo harán, debes decir que el hombre estaba vivo cuando te fuiste al terminar tu turno, y que comprobaste que la ficha técnica estaba en orden. Eso es todo; déjame a mí solucionar el resto. Haré desaparecer este asunto para siempre.
Maribel abandonó el hospital, tras haber escondido la bolsa azul conteniendo los restos sanitarios en su taquilla. No quería disponer de ellos en la basura normal, por temor a que fueran descubiertos. Pensaba que debía desecharlos correctamente pero no en el hospital. En aquel momento estaba tan confusa que no consiguió pensar en un lugar adecuado, así que los dejó allí. Y con el tiempo se olvidó de ellos. Se sentía confundida y culpable. Se echó a llorar en cuanto llegó a su piso. Las palabras del Dr. Escámez resonaban en sus oídos. “¿He realmente matado yo al pobre hombre? Y si no, ¿por qué he ayudado a encubrir el asunto? ¿Será acaso porque, en el fondo, yo sé que soy culpable?” — Maribel continuó preguntándose—. No pudo cenar nada ni conciliar el sueño en toda la noche, su conciencia no la dejaba en paz y sólo pensar que tenía que volver al hospital a la mañana siguiente la aterraba.
Para su sorpresa, varias jornadas transcurrieron sin percance alguno. Pero Maribel no dejaba de darle vueltas al asunto; la duda la consumía. Perdió peso y su bonita sonrisa desapareció. Se percató de que el Dr. Escámez la evitaba, y sólo le ordenaba tareas simples, como archivar, que la mantenían lejos de él. Esto contribuía a aumentar su obsesión, hasta que un buen día el Dr. Escámez la llamó a su despacho.
—El hospital está llevando a cabo una investigación — le dijo nada más llegar— es simplemente algo rutinario cuando un paciente muere repentinamente —añadió—. Te van a hacer algunas preguntas; recuerda lo que te dije que debes contestar. Si te ciñes a la historia, no tienes nada que temer. Si no, ya te puedes ir despidiendo de tu puesto ¿Puedes hacerlo?
—Creo…que sí— titubeó ella—, ¿estará usted también presente? —añadió, con la esperanza de que su presencia la protegería.
—Como quieras. Normalmente entrevistan a cada uno por separado. Pero tú puedes tener a alguna otra persona contigo en la reunión, es uno de tus derechos como empleada. Y si quieres que sea yo quien te acompañe, no tengo inconveniente. Simplemente preséntate en el despacho del Director mañana por la mañana a las diez. Estaré esperándote.
La reunión, de hecho, estaba organizada para las nueve de la mañana del día siguiente. El médico le había mentido para que Maribel llegase tarde y no asistiera. Así él podría explicar al Director su versión de los hechos antes de que ella fuera entrevistada. Además, su ausencia se podría usar como ejemplo de su falta de credibilidad: “¿Quién puede fiarse de alguien que ni siquiera es capaz de recordar la hora de la reunión?” diría. Añadiría que él había perdido su confianza en ella debido a que, en anteriores ocasiones, había confundido horarios y pacientes. Le aconsejaría al Director que la despidieran; estaba seguro de poder convencerlo.
Aquella noche Maribel estaba tan nerviosa que decidió unirse a un grupo de compañeras que salían a tomar algo. No quería irse a casa directamente desde el trabajo; lo único que haría allí sería darle vueltas al asunto y preocuparse más. Se reunieron unas cuantas chicas del hospital, enfermeras, auxiliares, secretarias… en un bar que había cerca del hospital, que les venía bien a todas. Después de unas cañas y unas tapas, algunas decidieron seguir tomando unas copas; otras no quisieron sumarse porque tenían el primer turno de mañana y querían dormir. Sólo Maribel y un par de secretarias se quedaron a tomar un gin-tonic o dos. Estuvieron charlando y bebiendo un buen rato hasta que una de las secretarias dijo:
—Creo que ya has bebido bastante, Maribel, recuerda que mañana tienes una reunión importante. Deberías irte a dormir para estar fresca y causarle buena impresión al Director.
— ¡Bah! La reunión no es hasta las diez, tengo tiempo.
— ¡Qué va! Tu reunión es a las nueve.
— ¡Pero si me ha dicho Escámez que es a las diez!
— Pues te aseguro que es a las nueve, lo he comprobado; todos los días repaso la agenda del Director antes de irme, para ver lo que tiene programado. Es más, tengo una foto de la agenda de mañana en mi móvil. Mira, aquí está.
Era cierto, ella era la secretaria del Director, y lo que Maribel estaba viendo era la agenda de éste para el día siguiente. No había lugar a dudas. En seguida se alarmó y se volvió a preguntar si era posible que tuviera tan mala memoria. O si el doctor se había equivocado. De tanto pensar empezaba a temer por su cordura. Decidió irse a dormir en seguida y acudir a la reunión a las nueve en punto. A fin de cuentas, si la reunión era a las diez, no pasaba nada por llegar pronto. Se despidió de sus amigas y empezó a caminar rumbo a su apartamento, que no quedaba lejos.
Durante el trayecto, Maribel repasó los acontecimientos. Este asunto la estaba sacando de quicio. “¿Por qué me habrá mentido el doctor?” pensó, “entiendo lo que gana el médico con mentir sobre la dosis de morfina, pero esto… ¿qué ventaja saca él con mentir sobre la hora de la reunión?” Después de darle muchas vueltas, dio con la respuesta como si se le hubiese encendido una bombilla en el cerebro. “¡Seré idiota! — pensó— “tendré que ser rápida si quiero salvar el pellejo”. Dio marcha atrás y corrió hacia el hospital. Una vez allí se dirigió directamente a su taquilla.
A las nueve en punto del día siguiente, Antonio llegó al despacho del Director. Tocó la puerta con los nudillos y esperó:
—Un minuto, en seguida estoy con usted — se oyó la voz del Director.
Antonio aguardó, nervioso, repasando mentalmente lo que iba a decir en la reunión; lo había ensayado varias veces y elegido las palabras más convincentes para condenar la conducta de Maribel y hacer que la echaran.
—Ya puede pasar, Dr. Escámez.
Entró en el despacho e inmediatamente se quedó de piedra. Había esperado encontrar al Director solo. En cambio, todo el comité ético del hospital se hallaba reunido alrededor de la mesa de conferencias. También estaba allí Maribel, sentada entre ellos. Antonio no comprendía nada, pero su instinto le decía que echase a correr. Sin embargo, no pudo; sus pies estaban como pegados al suelo.
—Pase, pase, doctor—, dijo el Director. Llevamos algún tiempo preocupados por las muertes súbitas que han ocurrido en los últimos meses; es muy notable lo mucho que han subido en número. Aquí tengo el informe de la autopsia del último paciente fallecido repentinamente. Este indica claramente que la causa de la muerte es SOBREDOSIS DE MORFINA. La Srta. Segura nos ha facilitado algo muy valioso y le damos las gracias por el coraje que ha demostrado. Y le enseñó la bolsa de plástico azul que Maribel había recuperado de su taquilla. De ella, el Director sacó la ficha original del paciente fallecido, que indicaba claramente la verdadera dosis prescrita por el Dr. Escámez, de su puño y letra: “Morfina 5%”.
La sirena del coche de policía se oía cada vez más cercana.
FIN
RELATO DEL TALLER DE:
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024
Me parece un escrito genial y realista, estoy convencida de que esto ocurre muchas veces. Mª Teresa ha sabido plasmar una realidad que las enfermeras vivimos muy de cerca a lo largo de nuestra carrera profesional. También es cierto que a veces somos miembros realmente de un equipo, pero en este trance todos intentan escurrir el bulto.
A parte de esto, me gusta la forma de enfocar el asunto y de escribirlo en tercera persona, creo que esta basado en un hecho real vivido muy cercanamente.