ROMPIENDO EL SILENCIO – Mª Angeles Fernández Martínez
Por Mª Angeles Fernández Martínez
I
Esto que te está pasando no es culpa tuya. Tienes derecho a ser feliz. No te mereces lo que te hace.
Nuria hablaba con su amiga Lucía en la puerta de la comisaría de su barrio.
Lucía con la cabeza agachada y un pañuelo sucio en la mano secaba las lágrimas que brotaban sin control de sus hermosos ojos azules y resbalaban por sus mejillas. Tenía el pelo enmarañado, aunque por otras zonas su pequeña cabeza aparecía rapada o llena de trasquilones. Su rostro, amoratado, ensangrentado e hinchado, demostraba la violencia de los golpes y ocultaba la belleza de sus delicadas facciones. La ropa, hecha jirones, contractaba con la de Nuria, elegante y alegre.
Eran amigas desde muy pequeñas y nunca se habían separado. Estaban tan unidas que ambas habían celebrado juntas su boda. Más que amigas eran hermanas. Mientras Lucía se quedó pronto embarazada y tuvo dos hijos gemelos, Nuria decidió dedicarse de lleno a su trabajo.
-Vamos entremos -dijo Nuria cogiendo a su amiga por el brazo-. Esta se soltó.
-Espera -dijo Lucía temblando.
-No te entiendo, Lucía. ¿pretendes que acabe contigo? Sabes que ese amor no es sano. Te prometió dejar a su mujer y nunca lo hizo, peor aún, Te obliga a ir a su casa, cuando sabe que su mujer está allí, y hacen el amor delante de ti para hacerte sufrir. -Lucía despierta, no puedes seguir así. ¿Mañana que será? Piensa en tus padres y en tus hijos, ellos no pueden estar siempre asustados, esperando. ¿Esperando que? ¿Oír tu nombre en las noticias?
Lucía, callaba escuchando a su amiga, unas lágrimas ardientes resbalaban por su cara sin poderlas controlar.
-Nunca debí quedar con Pedro, sé que no le gusta que lo vea, pero tenía que hablarle de los niños. Necesitan zapatos y libros, yo no puedo comprarlo todo. Por eso, solo por eso quedé con él en aquella cafetería ¿Cómo iba yo a saber que Diego pasaría por allí precisamente hoy y nos vería? Yo, y solo yo he tenido la culpa -Dijo Lucía con una voz rota por el llanto.
Nuria la abrazó con pena, y ya no habló más
Lucía estaba indecisa, seguía pensando que Diego la amaba, quería darle otra oportunidad, en ese momento pasó un coche ante ellas y al ver su reflejo en los cristales, una corriente de odio y rabia la sacudió.
-Tienes razón. Vamos.
Nuria apretó el brazo de su amiga y entraron en la sala.
II
Todo era bullicio y alboroto en casa. Era un día caluroso de primavera. Era el día de mi boda.
Me sentía muy nerviosa, deseaba que pasaran las horas. Mi matrimonio con Pedro era lo que ansiaba para salir de casa y tener un poco de la libertad de la que hablaban mis amigas y de la que yo, con un padre católico y muy rígido nunca había tenido.
Pedro y yo vivíamos en la misma calle desde que éramos pequeños, a pesar de eso, nunca antes de aquel día habíamos hablado. Yo tenía quince años, el, veinte y cuatro.
Estábamos solos esperando el autobús, yo me dirigía al instituto, él a su trabajo.
-Hola- me dijo.
-Hola- contesté-. Me miraba con sus ojos negros y penetrantes, era algo más alto que yo, por lo que me obligaba a levantar la vista para mirarlo. Su voz era fuerte y suave al mismo tiempo. Me fijé en sus manos, grandes y estilizadas, con dedos largos y finos. Me estremecí al pensar en una caricia realizada con esas manos; siempre me han gustado las manos de las personas, creo que es algo que las define. Unas manos delgadas de dedos largos eran para mí un signo de ternura, amor y suavidad. Mientras que unas manos rudas de dedos cortos me daban un cierto repelús. Casi sin darnos cuenta empezamos a hablar de cosas triviales, me sentí importante, escuchada y tenía en cuenta mi opinión.
Desde aquel día coincidíamos siempre en el autobús, Pedro empezó a acompañarme al instituto, coincidía que pasaba por allí a mi salida de clase. Íbamos y volvíamos juntos. Así iniciamos una relación de amistad que iba a culminar con mi boda, cinco años después. Quizás demasiado pronto.
Pedro estaba muy enamorado de mí, yo lo quería, aunque notaba que faltaba algo en mi vida. Al año de la boda nacieron los gemelos, niño y niña y empecé a darme cuenta de que necesitaba algo más que la familia para llenar mi vida. Pedro dedicaba mucho tiempo al trabajo y cuando llegaba a casa, siempre estaba cansado y apenas podíamos dar un paseo con los pequeños.
Cuando los niños crecieron decidí ponerme a trabajar. Un día, paseando con Nuria por el centro, vi que en una tienda necesitaban dependienta y entré. Era una boutique de ropa femenina.
Aunque siempre supe que Pedro no quería que trabajara, con su sueldo vivíamos bien, sin embargo, yo necesitaba sentirme útil. Mi decisión nos empezó a alejar, hasta el punto de que tenía la sensación de habernos convertido en meros compañeros de piso y padres de dos adolescentes.
Cierto día que vino Nuria a comer le hablé del tema:
-Las cosas con Pedro no van bien. Este matrimonio me está quemando. No puedo seguir así.
- Pero Lucía si Pedro no ve nada más que por tus ojos, está perdidamente enamorado de tí.
-Pero yo no. Creo que nunca lo he querido como me quiere él a mí. Ya prácticamente ni hablamos. Esta situación solo nos hace daño, además he conocido a una persona y me he enamorado como una adolescente.
III
Diego era un hombre de unos treinta y cinco años, alto, musculoso, de pelo castaño y ojos inquietantes cuyos labios carnosos invitaban al beso.
Lucía se fijó en él nada más entrar en la tienda. Iba acompañado de una mujer de edad similar, morena de pelo lacio que sin ser guapa llamaba la atención por su elegancia.
-Buenos días ¿les puedo ayudar?
- Si, – dijo él – Mi mujer ha visto un vestido en el escaparate ¿se lo podría enseñar?
- Claro que sí. ¿Cuál es su talla?
- Mediana- volvió a contestar él.
Ambas mujeres se dirigieron al probador, mientras él esperaba con aire de suficiencia apoyado en el mostrador, jugando con las llaves del coche, y mirándola fijamente. Lucia se estaba poniendo muy nerviosa, tanto que sin querer tropezó y él acudió solícito a sujetarla. En ese momento se cruzaron sus miradas y un escalofrío recorrió la espalda de la dependienta.
Al salir de la tienda, lo vio, fumaba un cigarrillo y continuaba mirándola fijamente. El corazón le dio un vuelco
- Una mujer como tú no debe ir sola por la calle.
Lucía no contestó y él poniendo la mano en la cerradura del coche continuó:
-No debería dejarte salir sola de noche.
Lucía se fijó en sus manos, eran diferentes a las de Pedro, sus dedos eran cortos y gruesos pero sin embargo tenían aspecto de suaves. Su mirada penetrante y obscura hizo que volviera a sentir miedo.
- Por favor, ¿me deja pasar? Tengo que irme.
- Bueno solo quería que tomáramos algo juntos para conocernos. Lucía ya se había metido en el coche y se alejaba.
Noche tras noche el desconocido la esperaba a la salida de la tienda, sin decirle nada más, hasta que un día fue Lucía quien se acercó a él. -¿Qué quieres?
-Solo que me dejes conocerte.
- Estoy casada.
-¿Te impide eso tener amigos?
Lucía no recordaba haber despertado en nadie ese interés y ella misma sentía curiosidad por el misterioso y persistente desconocido. Al fin acepto tomar una cerveza con él.
Desde ese día la acompañaba a desayunar, la esperaba para almorzar y poco a poco se fueron contando su vida.
Diego era un ingeniero, trabajaba en una oficina frente a la tienda de Lucía. Hacía tiempo que la veía ir a desayunar y le pareció que estaba sola y pensó que necesitaba un amigo. No le negó que estaba casado, no tenía hijos y había intentado separarse de su esposa. Aunque ella conseguía siempre que eso no ocurriera. Lucía no vio nada malo en fomentar su amistad.
- Me casé con ella cuando se quedó embarazada- le contó un día Diego- después tuvo una caída por las escaleras y perdió el niño. Tuvieron que realizarle una intervención y desde entonces no hemos podido tener hijos. Hace mucho que he querido separarme, pero ella siempre me ha culpado de la pérdida y nunca me he atrevido. Realmente mi matrimonio es muy desgraciado.
Lucía le conto, que se había casado para tener un poco de libertad que con sus padres no había tenido.
Así poco a poco empezó una relación que iría más allá de la amistad.
IV
Lucía y Diego empezaron una relación oculta.
Lucía empezó a mentir, llegaba tarde a casa, buscaba mil excusas para salir. Empezaron las discusiones con Pedro, pero ella callaba y se iba.
Un día Pedro la siguió. Aquel día cuando Lucía llegó a casa Pedro le dijo que la había visto.
-Siento que te hayas enterado así -dijo Lucía- .he querido hablar contigo muchas veces, pero nunca me he atrevido. Ahora ya lo sabes. Estoy enamorada de él. Creo que es mejor que nos separemos.
Pedro la intento abrazar, Lucía se separó.
- ¿Qué nos ha pasado?
Lucía callaba con los ojos llenos de lágrimas.
- No lo sé. Quizás no debimos casarnos. Era muy joven y nunca estuve enamorada realmente de ti como lo estoy de él.
-Pero… ¡Pero yo te quiero! ¿Cómo se lo dirás a nuestros hijos?
- Se lo diremos, entenderán, ya son mayores. No puedo seguir con esta vida. Lo quiero y quiero estar con él. Se separará de su mujer y nos iremos juntos.
- Pero ¿y tus padres? Para tu padre va a ser un gran disgusto. Te lo vas a cargar.
-Mis padres solo quieren que yo sea feliz, y si este es el camino, lo aceptarán.
- No te engañes, nunca dejará a su mujer, ninguno lo hace. Pedro escondió la cara entre sus manos sin creer que aquello estuviera pasando en realidad.
Esa noche Lucía durmió en casa de Nuria.
-No pareces la misma. – dijo Nuria a su amiga al verla llegar-.¿ En serio que por una discusión con tu marido te has ido de casa?
Lucía bajó los ojos y le contó todo. Cómo había conocido a Diego que ya no podía vivir sin él. Nuria, nunca le habló de la corazonada que tuvo en esos momentos, guardó silencio, no tardaría en darse cuenta de que su error fue callar.
V
En poco tiempo, ambas amigas, empezaron a distanciarse. Lucia ponía mil excusas para no quedar con su amiga. Si algún día lo hacían, siempre a última hora, tenía alguna excusa para no acudir. Nuria sabía que algo pasaba, así se lo hizo saber a su amiga, pero esta le quitaba importancia.
- Diego me quiere tanto que quiere pasar todos los momentos solo conmigo.
Ya cada vez quedaban menos, cada vez visitaba menos a sus padres, todo el tiempo era poco para dedicárselo a Diego.
Una tarde, habían quedado para ir a ver el estreno de una película, Lucía, volvió a anular la cita solo media hora antes, a pesar de tener las entradas sacadas. Esto pareció tan raro a Nuria, que se presentó en casa de Lucía y llamó con fuerza a la puerta:
-¡Lucía abre!
- ¡Vete! -fue la respuesta que recibió.
-¡ Abre o llamo a la policía!
Lucía abrió, llorando se echó en brazos de su amiga. Nunca olvidará la imagen de su amiga. Moratones por todo el rostro, sangraba por la nariz, por la boca y del oído le salía, un líquido viscoso amarillento, La larga melena había desaparecido y en su lugar bultos morados y cortes que sangraban. Nuria no dijo nada, para ella estaba todo dicho. Sacó su teléfono del bolso y marcó el número de la policía.
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04/11/2024