PARIS 1976 – Laura Ortiz Murat

Por Laura Ortiz Murat

Uno de mis momentos felices se remonta a mis dieciséis años. Era primavera en París, casi verano. Las terrazas y brasseries estaban repletas de gente feliz ajena a mi angustia existencial.  Llevaba puesto un vestido floreado que me hacía sentir muy mayor y  de tal manera fui vestida a buscar el resultado de mi primer gran examen, el BEPC, Brevet d’Études du Premier Cycle que en España es el equivalente al Graduado Escolar. Iba con el corazón en un puño porque a pesar de ser buena en todas las materias,  en matemáticas modernas era un verdadero desastre. En aquel año 1976 en Francia sacar un cero te suponía suspender todo el examen. Mi profesor de matemáticas me aconsejó que por lo menos pusiera las fórmulas aunque no supiese resolver los problemas.  Y así lo hice… ¡aun dudando de las fórmulas!

En la entrada del lycée habían tres listas. La lista de aprobados. La lista de los repescados en julio y la lista de los suspendidos. Primero miro la lista de los de la repesca…. no estoy.  No sé si alegrarme. Miro de soslayo la de los suspendidos pero sin querer leerla. Así que de repente me decido por la lista de los aprobados. ¡Y sí, ahí estaba mi nombre!

¡Qué subidon de alegría!  y nadie con quien  compartirlo ya que la norma establecida era la obligación de examinarse en un centro diferente al tuyo. Así que me fui levitando de contenta hacia el Jardín du Luxembourg para saborear el éxito con las amigas. Allí nos dimos un festín de chucherías y pasamos un buen rato mirando a todos los chicos guapos.

Y de camino a casa ya rebajada la tensión y centrándome en mis padres -que se iban a enterar que su hija había aprovechado muy bien los extraescolares , con las amigas aprendiendo a fumar – cuando de repente me asalta un pensamiento terrible.  ¿Y si me equivoqué de lista? ¿Habré leído mi nombre en la lista de los suspendidos? ¡ Esa que ni quise leer ni mirar directa a los ojos!

Miro la hora. Ya son más de las cinco y hasta mañana  no abren el centro así que no hay más remedio que fiarme de  mi memoria, fingir una cara de felicidad absoluta al dar la buena nueva en casa y prepararme para una de las peores noches de mi vida. Sudores fríos. Dolor de tripa. Pesadillas donde la cara de mis padres castigandome de por vida o metiéndome en un reformatorio por mentir era lo más suave.

Por fin se hizo de día y corriendo por las correspondencias del metro llegué al  centro. Fui directa a la lista de los suspendidos y, ¡¡¡¡aleluya…. mi nombre no estaba allí!!!!

 

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