EL GUIÑO DEL RELOJ – Mercedes Núñez Gómez
Por Mercedes Núñez Gómez
Prólogo de la misma autora
Os conozco desde hace casi dos siglos, y me prometí que, si algún día me decidía a escribir, mi primer relato sería para daros voz.
Lo haré a través de la protagonista femenina, Polina Aleksándrovna, de la novela de Fedor Dostoievski, El jugador, donde se refleja a la perfección las diferencias sociales y de género, alrededor de la entonces llamada afición al juego.
El autor describe magistralmente el perfil del jugador que supedita su vida al azar, a un juego que le hace perder no solo dinero, sino su voluntad, resistiéndose a salir de momentos de emoción y de riesgo. Lo hace sin entrar en juicio de valor; él también sufrió dicho tormento y vivió muy de cerca a la mujer jugadora, que ocultaba el rostro por vergüenza, y se servía del varón para jugar su propio dinero.
En el siglo XIX ya estaba estigmatizada la “pasión esclavizadora” al quedar arruinados, pero al igual que doscientos años después, la jugadora sufría mayor deshonra por el hecho de ser mujer.
El hilo conductor de la historia dedicada a vosotras, El guiño del reloj, serán las emociones y los sentimientos entre los que no podía faltar una sonrisa.
Mi deseo se vería cumplido si mis palabras humildemente contribuyeran a cerrar brechas de desigualdad. No hay más camino que la visibilidad concienciada y sensibilizada y una rehabilitación en igualdad de oportunidades.
Mercedes Núñez Gómez
Mi agradecimiento a quiénes
creísteis en mí, especialmente
a mi compañero de vida.
El guiño del reloj
Gírate mujer, no escondas tu rostro; gírate mujer que ya nacieron los brotes morados (M.N)
—Soy Polina Aleksándrovna, ¿dónde estoy?, o, mejor dicho, ¿quién es usted? —preguntó realmente exaltada.
La persona a la que aludía era yo. El fuerte olor a naftalina empezó a traerme recuerdos del pasado. Me encontraba realmente confusa; mis labios se movían con la intención de presentarme, pero las palabras se convertían en silencios inintencionados. ¡Dios!
— ¿Acaso ha sido invitada por Alexei Ivánovich? —me preguntó con tono enojado— Esa ropa, ese peinado…, le ruego que se identifique inmediatamente y me aclare qué hace usted aquí, en mi habitación.
-Yo… —y no dejó que terminara o mejor dicho comenzara y prosiguió con su verborrea.
—¿Es usted quizás una espía? Tendré que poner en conocimiento del General, su intromisión ¿Qué falsedades alegó para que le permitieran entrar? Son muchas las respuestas que tendría que darme, pero realmente lo que deseo es que abandone la estancia. Por favor, ¡¡márchese!! —mientras apuntaba con su brazo la puerta.
Miss Polina me miraba con ojos desconcertados y nada más añadió. Fue cuando mis silencios callaron y me invadió una extraña sensación de conocerla de forma cercana y lejana al mismo tiempo, y mi temor inexplicablemente desapareció y mis palabras empezaron a fluir de forma natural.
—Siento impresionarla, Miss Polina, déjeme explicarle, porque si atravieso esa puerta, no sabré a dónde ir. Le garantizo que mi pretensión no es incomodarla y menos causarle daño. Me llamo Rebeca Rangel, española, profesional de la salud y si le soy sincera no sé cómo he llegado hasta aquí. Estoy muy desorientada. Lo último que recuerdo es estar leyendo una novela que curiosamente, su protagonista femenina lleva su mismo nombre de pila. No puedo decirle más, a mí también me asombra su traje de época, su peinado, sus adornos, los muebles…, aunque sí le soy sincera soy capaz de reconocerlos. Lógicamente, a usted no puede sonarle de nada mi aspecto, pues intuyo nos separan la friolera de casi doscientos años—bajando la voz, casi en susurro, fui capaz de desvelar esta sensación.
Proseguí, aprovechando su largo y desconcertante silencio:
—Cómo le decía, Miss Polina, me hallaba ensimismada en la lectura y la última reflexión que mi memoria guarda es la brillante y precisa descripción de las emociones y sufrimientos del jugador narradas en el siglo XIX y que en el siglo XXI se conservan inalterables…, y de repente me encontré aquí con usted —-expresé de forma calmada.
—¿Pues sabe usted, Sra. Rangel, cuál es mi última reflexión? —preguntó nerviosísima—, que usted ha perdido el oremus y va deambulando sin saberlo.
—No le niego Polina, que a mí también me preocupa en parte haber perdido el juicio —le contesté serenamente.
Y necesitando dar fuerza al argumento de mi intuición, tímidamente, me atreví a cuestionar, no sin miedo a su reacción:
—¿Cree usted, Mis Polina, que Alexei Ivánovich sabe que estoy aquí?
—¡Ahhhh! Sra. Rangel, ¿quiere usted decir que ya fueron presentados? —su cara reflejó el tono molesto que usó y dejaba evidenciar los celos que produjeron —No salgo de mi asombro, balbuceaba Polina, entre dientes.
—No, ese señor y yo no hemos sido presentados, al menos de la forma habitual —salí al paso.
Y añadió con mirada desafiante directa a los ojos:
—Sus palabras no son verosímiles, huelen a falsedad; desde su profesión a su propio nombre y creo va buscando salir impune de esta situación que la está comprometiendo.
Miss Pollina se había olvidado de que su principal deseo era que me marchara y la curiosidad fue tomando mayor fuerza y las preguntas no tenían fin.
—¿Ha llegado hasta el Balneario a contactar con alguien alojado en el hotel para investigar mis deudas familiares y ha errado de habitación? Es la única explicación cuerda que se me ocurre.
—¡Ay, Dios mío!, —exclamé para mis adentros, que cada vez está más enfadada y yo más convencida que no sé cómo ni porqué, me encuentro dentro de la novela. ¿Qué ha hecho usted con esta humilde lectora, apreciado Fedor Dostoesvki?
Tras unos minutos pensativa Miss Polina y recobrando aparente templanza como bien correspondía a una dama, mi cuestión planteada sobre Alexei Ivánovich, obtuvo respuesta:
—Su duda será resuelta en breve, pues espero su llegada ya que le encargué algo muy importante y urgente para mí —Polina bajó la cabeza y omitió detalles.
Quise ser discreta y disimular mi inquietud al pensar en el encuentro. Mi anhelo por conocerlo en persona me aceleró el corazón, capaz de despegar como un cohete y sonreí, ante mi propia ocurrencia…, si yo ahora le contara a Miss Polina, que el hombre ha sido capaz de llegar hasta la luna, es cuando manda que me pongan la camisa de fuerza.
Yo sola me decía, ¿cómo tienes aún ganas de gastarte ni a ti misma una broma, Rebeca? Me esfuerzo por hablar al mismo nivel de trato que Miss Polina, pero me parece tan sumamente refinado que no alcanzo a conseguirlo, aunque debo confesar que algo se me está pegando. Notaba que los nervios me estaban traicionando, ya que me volví a permitir otra broma que me vino a la cabeza, imaginándome en camisón de dormir mientras leía. ¡Hubiera sido la nota que faltaba, aparecer vestida de cama ante Polina! Ciertamente, me relajaban estas travesuras de pensamientos. ¡Era al mismo tiempo tan fantástico todo lo que iba sucediendo!
Ya volviendo a mi propia seriedad me dirigí a Miss Polina;
— Permítame que le sea reiterativa pensando en voz alta y a pesar de que ignoro las circunstancias y motivos que me han traído hasta usted; una fuerza interna me lleva a pensar que su día a día, es mi día a día, aunque desde otra vertiente. Empiezo a deducir que mi misión pudiera ser escuchar de primera mano, su testimonio.
—Mi testimonio ¿sobre qué? ¿Quizás Alexei le ha pedido dinero? —preguntó muy intranquila.
—No, no tenga usted temor, a mí no me debe nada. Y al testimonio al que hago referencia es a lo que ustedes llaman afición al juego. Igualmente desearía que usted conociera, a través mía, los testimonios de algunas de las mujeres que sufren las mismas emociones. Cada una de ellas, con su historia personal, ninguna igual a la de otras, pero sí con un denominador común, la dependencia al juego, la mayoría de las veces encubriendo la verdadera raíz.
—¿Juegan a la ruleta? —preguntó Polina muy interesada, arrepintiéndose al segundo.
—No me conteste usted Sra. Rangel, debo decirle con todos mis respetos, que es una persona sumamente entrometida y no deseo contar nada, ni a usted, ni a nadie. Y me está haciendo contemplar de nuevo, la opción de llamar al General —volvió a amenazarme, pero esta vez, sin tono alguno de crispación, restando credibilidad a sus palabras.
Comencé a monologar como si el tiempo se me fuese a parar, como si no hubiese un mañana y necesitara tener que contarlo antes que me hicieran callar y que todo lo dicho quedara impregnado en el pasado. Y seguí casi recitando aquello que me brotaba desde el alma.
—Mujeres que dieron un paso adelante, que con un zapatazo se desmarcaron de los crueles estigmas sociales y que decidieron no solo poner fin a su rota vida, sino que además abrieron su corazón morado para ayudar a otras mujeres que aún vagan en la oscuridad, perdidas y agachadas por la culpa, incapaces de solicitar ayuda para su rehabilitación —suspiré hondamente y proseguí:
—¿Verdad Polina que se siente capaz de identificarse con algunos de estos sentimientos?, ¿verdad que sufrió vergüenza y que incluso dejaba que un varón apostara con su dinero?, ¿verdad que en caso de pérdida debía disimular con una humillante sonrisa, porque así Lo mandan los cánones para la figura femenina?
—Sra. Rangel, ya ha quedado demostrado que usted roza la locura, evocándome al protagonista de una novela que estaba igual que usted, ¿¿Quijote??, no sé si sabrá a quien me refiero, pero olvídese que yo haga de su compañero de viaje, quien siempre iba montado en burro.
—Miss Polina, me ofenden sus imprecisos recuerdos al respecto, pues está hablando de Don Miguel de Cervantes y ojalá si alguna vez pierdo totalmente la cordura, me pareciera a Don Quijote y tuviera como acompañante a Sancho.
Se produjo un silencio largo entre nosotras —roto por Miss Polina.
—Sinceramente le digo Rebeca, que estoy entendiendo qué es lo que realmente deseaba de mí. Mi intuición también se está despertando. No sé cuál es su pretensión final, pero de alguna forma está haciendo que esto me parezca un juego, al que he decidido prestarme ya por cansancio. Jugaré en el papel de vivir en el pasado y usted en el futuro que es al parecer lo que más le gusta, dijo de forma irónica.
— ¿Un juego? — Pregunté atónita.
- Sí, Rebeca, podría haberlo planteado así desde que nos presentamos y no esperar que fuera yo quien descubriera sus intenciones. ¿O es que ya trae la forma de ganarme?
Mientras llega el caballero al que espero, no tengo nada mejor que hacer y al estar entretenida, escaparé a los pensamientos de temor de que no traiga buenas noticias en la tarea que le encargué.
Empecé a alucinar con el giro que se estaba produciendo en Miss Polina. Su trato hacia mi persona se había hecho más cercano. Se mostró transparente cuando decidió jugar, aunque no hubiese dinero que apostar. El juego como vía de escape para olvidar o no hacer frente a situaciones comprometidas. Sin saberlo ella misma, estaba ideando un juego del siglo XXI, en que cada jugador tendría un rol. ¿O quizás sin pretenderlo necesitaba hablar de cuanto le angustiaba? Me quedé con esta última apreciación y me dispuse a escuchar atentamente.
—Yo comenzaré, si no tiene impedimentos, Rebeca.
—Sí, hágalo, por favor.
—La afición al juego está bien vista en los casinos donde acuden los caballeros que previos cálculos, se juegan su dinero a la ruleta, sin importar la pérdida, pues la mayoría lo hace por entretenimiento; otra cuestión es el juego plebeyo, el que se juega sin hacer cálculos, solo por el hecho de ganar, por pura necesidad, quien ante la desesperación va robando monedas en cada mesa, con manos rápidas para no ser descubiertas. —explicó sin pausas.
Alexis se retrasaba y las dos mujeres comenzaban, por fin a entenderse.
—Y lleva usted razón, Rebeca, cuando aseveraba que he sentido vergüenza. Yo sí he jugado en el casino, pero prefería que jugaran con mi dinero y sin estar yo presente; las niñas son enseñadas en plan señorita a no manifestar más que disimulos ante las pérdidas. Con Alexis tengo que utilizar mis artes manipuladoras, pues solo desea jugar con su dinero. Cábalas y supersticiones de jugador. He tenido que vivir en mi familia el deseo que mi abuela muriera, —seguía relatando Miss Polina —, pues la herencia era la única forma de salvación.
—Lo siento —atiné a decirle.
—Gracias Rebeca, ¿sabe qué fue lo más doloroso para mi? Ver como mi abuela Antonie que quiso probar nuestro afán por el juego, se arruinó en pocos días… Llegó a perder una gran fortuna, hasta el extremo de tener que pedir prestado dinero para su vuelta a Moscú. Viví junto a ella su desquiciado descontrol. Le cambió el carácter, se mostraba más irritada y obsesionada con ganar dinero, en realidad recuperarlo. Cuando la fortuna le sonreía ejercía una generosidad desproporcionada. No le sirvió por cabeza ajena comprender que la felicidad ante la ruleta es fugaz y que hasta lo que se gana, se malgasta y el resto se vuelve a perder tras volver a jugar y más doloroso aún que fue el hazmerreír del casino a sus setenta y cinco años, estando impedida y siendo mujer —Siguió desahogándose—, solo era bien acogida cuando sacaba monedas de oro con frenesí.
—Habrán sufrido mucho —le dije.
—Sí, Sra. Rangel, esta afición ha arruinado a mi familia y no solo eso, sino que soy incapaz de comprometerme con el hombre que me ama, por el hecho de que se debe igualmente al juego.
Polina ya calmada comenzó a escuchar mi experiencia y asentía ante los sufrimientos y frustraciones que genera el descontrol ante el juego.
—Se pierde no solo el dinero, sino que los pensamientos se vuelven irracionales —comentó.
Tras mis explicaciones, le agradó saber que el afán por el juego en el futuro fue considerado enfermedad y podía ser tratada.
—Rebeca, gustosa me trasladaría a su época para que mi familia sanara y al mismo tiempo conocer a esa minoría de mujeres de las que me ha hablado y que han dado la cara ante la sociedad marginadora. Pero han pasado muchos años para tan poco avance, me parece —apuntó extrañada Polina.
—Si, Polina, hay que trabajar duro para concienciar y sensibilizar.
—Convendrá conmigo, Rebeca Rangel, que a pesar de que todo ha sido un juego, esta noche departida de forma inexplicable no caerá en el olvido. La próxima vez, yo seré quien vaya en su busca. Al menos ya no nos asombraremos al vernos.
— Miss Polina, estoy realmente complacida y no han sido necesarios vestidos, abalorios ni peinados semejantes; los sentimientos y emociones compartidas han sido suficientes—y yo misma observaba que mi forma de expresarme, cada vez se parecía más a la de ella y sonreí… De repente todo se desvaneció con el sonido de unos nudillos que llamaban en la puerta de la habitación de Miss Polina, coincidente con la música de la alarma de mi despertador.
El mensaje de luz había traspasado fronteras y cada segundo volvía a su espacio, porque los sueños, sueños son…, o quizás no.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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Me encanta, me a emocionado mucho y hay mucha realidad.. mil gracias por compartirlo conmigo.bte quiero.
Desde el principio con un deja vu por algo que ya compartimos y al final con otro que estamos compartiendo.
Felicidades y a continuar, que el principio no sea el final.