LA PARTIDA DE NAIPES – Mª Gabriela Sánchez de la Cuesta
Por Mª Gabriela Sanchez de la Cuesta
Dios mezcla las cartas, pero nosotros jugamos
Todos tenemos un momento decisivo que cambia nuestras vidas para siempre y, cada uno, recuerda siempre cuál es. Una bifurcación en el camino, un giro inesperado, un tren que pasa con destino desconocido o un jocker que, sin avisar, viene a cambiar nuestra mano en esta partida extraña. Si ese momento es producto del azar, fruto del esfuerzo propio, capaz de conjurar a nuestro favor las fuerzas desconocidas, o parte de un destino inexorable, es algo que cada uno medita para sí.
Para Mark, ese momento llegó en forma de invitación. Era un día más, de los muchos que tiene el mes de marzo. Desabrida, fría y ventosa, nada auguraba aquella mañana que fuera a romper su rutina: perder el tren, almorzar en Joyce, ir al gimnasio y terminar con una copa en el bar de Jack.
Sin ningún rasgo físico sobresaliente, Mark había decidido mantenerse en forma y vestir bien. Tenía una barba cuidada, unos ojos expresivos y una simpatía adquirida en sus muchas horas de bar. Olía a colonia y a éxito. El tacto sedoso de su corbata, el pañuelo que asomaba del bolsillo de su chaqueta y sus zapatos lustrados hacían juego con su traje gris, con el reloj caro que colgaba perezoso de su muñeca y con su voz, que sonaba ronca y segura. Su mano era firme y sus bromas jugueteaban entre el decoro y el descaro. Muchos lo adoraban, otros lo envidiaban, para los menos era indiferente, pero él se sabía un traidor.
Un observador despistado no lo distinguiría del resto de ejecutivos que almorzaban ese día en Joyce, pero si uno se fijaba de cerca, podía ver que, detrás de aquella máscara comercial, había un fondo de melancolía oculto en su sonrisa. Mark, sabía que nunca llegaría a ser un buen banquero. Se sentía un impostor en aquel mundo porque él, en verdad, tenía una pasión secreta: escribir guiones.
Al ver una película, le divertía adivinar el final. Odiaba los giros obvios, disfrutaba corrigiendo mentalmente a los actores y nadie adivinaría que podía recitar entero el diálogo de Al Pacino en Esencia de mujer.
Un mensaje vino a turbar la paz de su WhatsApp. Valeria. “Hola Mark, ¿tomamos algo hoy?”. “¿Qué pasa preciosa?, ¿que hoy no está Eric?”, pensó molesto y ansioso a la vez. Mark sabía que iba perdiendo la partida, pero todavía le quedaban varias fichas y decidió apostar una vez más. Olvidando todas las veces que se prometió no caer, contestó encantador: “¡Hola, Val! Ok, avisa cuando termines y tomamos algo”.
Una copa, sólo una, se había prometido y así se lo repetía mientras la miraba sabiendo que nunca sería sólo suya. La noche era cálida, su risa contagiosa y todo su cuerpo lo incitaba a dejarse llevar a un placer que conocía bien. “Me ha gustado verte, te echaba de menos”, le susurró Valeria tentadora acariciándole la mano. El corazón se le erizó. Ella era tan guapa como mala y él sabía que era un farol y que la cuenta estaba a cero.
– ¿Dónde está Eric? – preguntó intentando que su voz sonara distante.
-Hace tiempo que no se de él– contestó sin darle importancia, aunque los dos sabían que mentía descaradamente.
Rechazó mentalmente la invitación que le ofrecía con una sonrisa y dos botones abiertos como al descuido en su blusa. Recogió sus fichas y el corazón apostado encima de la mesa y decidió retirarse de aquella partida. -Estás preciosa- concedió sincero, mientras pagaba la cuenta y se levantaba. -Déjame que te acompañe a pedir un taxi- y sin darle tiempo a protestar, la ayudó a incorporarse y le besó el cuello. -Esta noche no puedo, tengo un compromiso, pero te llamo estos días- mintió, decidido a no verla más.
Era débil y la noche sin el calor de Valeria se le antojaba demasiado larga. Con su olor todavía en el cuello, dio al taxista directamente la dirección del bar de Jack. La partida ya habría empezado, pero el póker tampoco le importaba mucho. Se tomaría varias copas y si tenía suerte, aquella noche sólo perdería dinero, el orgullo lo había perdido ya demasiadas veces.
El pub estaba cerrado, sólo Jack y los habituales de la timba de los miércoles. Poca luz, mucho humo y el olor a whisky pegado en el suelo.
-Pasa, Mark, ¿por qué no te unes? ¡acabamos de empezar ahora! – le gritó Jack sin levantar la vista de las cartas y señalándole el sitio vacío, al lado de un tipo gordo que no conocía. –Este es mi buen amigo Maxi, que no tiene mucha suerte esta noche y nos va a dejar unos cuentos billetes aquí antes de irse, ¿verdad cabrón? – le auguró Jack divertido a modo de presentación.
Mark no llegó con ganas de jugar, pero aun así aceptó la invitación. Se abrió una cerveza, se sentó entre Jack y el gordo y cogió las cartas que tenía repartidas. La mano era malísima: un tres de tréboles, un dos de corazones, un nueve de picas, el seis de diamantes y un jocker. Val se volvió a colar en su mente.
– ¡Pero aprende a barajar! ¡Me vas a arruinar! – se lamentó indignado el gordo, colocando sus cartas boca abajo y negándose a ver la siguiente ronda. –Tengo libre el papel de gánster en mi próxima película ¿lo quieres Jack? Yo creo que te costaría poco…- bromeó remangándose la camisa empapada en sudor y levantándose con esfuerzo a por otra copa.
Los ojos de Mark se abrieron y aquel tipo insulso se le apareció de pronto guapo y brillante como un Apolo. – ¿Eres director de cine? – preguntó Mark mirando a Maxi como hubiera mirado a Valeria sin blusa. -Eso dicen- y sonrío quitándole importancia mientras se encendía un puro, dispuesto a volver a la mesa a perder otros 100 dólares.
-Eso dicen… no seas modesto Maxi -interrumpió Jack- aquí donde la veis, esta mole calva se va en dos días a la Mostra de Venecia- Exageró arrastrando las eses y marcando el acento italiano. -Se dice así, ¿no? ¿cómo se llamaba la película?
– “La partida de Naipes” es…bueno un largometraje sobre la vida de Balthus, el pintor -aclaró, asumiendo que la historia del arte no era la especialidad del selecto grupo de tahúres de la mesa. La admiración de Mark por aquel tipo crecía con cada palabra. Perdió dos manos más, debatiéndose entre hablar o callarse. La bebida le soltó la lengua y cuando no pudo más, le confesó con inocencia: “Me vuelve loco el cine. Me encanta vuestro trabajo.” Animado por la media sonrisa de Maxi, prosiguió desnudándose: “Es… el trabajo soñado de unos pocos elegidos, crear así de la nada historias maravillosas, simplemente… tiene que ser… Os admiro.” Y después de un sorbo más admitió: “Mi sueño fue siempre ser guionista y tengo hasta guiones escritos, pero… no sé, nunca supe cómo hacer carrera ahí y… la vida, pues, me llevó por otro lado… en fin, la verdad es que no te admiro, te envidio”.
Las oportunidades no vienen vestidas de novia, serenas y radiantes caminando con paso firme al altar. A veces vienen en la forma de un tipo gordo y calvo, con aliento a puro y sudor a whisky. Ante la confesión de Mark, Maxi preguntó: ¿y has pensado en hacer algo al respecto? -la pregunta, que sonaba inocente, se clavó con precisión en el centro de su amor propio.
– ¿A qué te refieres? – contestó involuntariamente a la defensiva, queriendo parecer indiferente, pero con todos sus sentidos latiendo a flor de piel.
– No es un mundo fácil, pero ninguno lo es. ¿Hace mucho que escribes guiones? – y después de exhalar una bocanada de humo, añadió -Si me dejaras leer algo tuyo quizás podríamos hablar. Se me ha ido mi asistente, y me supone mucho trabajo irme solo a Venecia. Estoy a tope con varios proyectos. Bueno, no sé, mándame algo y hablamos.
Mark, negó incrédulo aquella puerta que se abría sin avisar, rechazándola de plano. “Gracias Maxi. Ya es imposible, quizás en otra vida”- se disculpó con una sonrisa, sin conseguir que sonara a capitulación definitiva. – Bueno, si quieres algo, llámame -ofreció Maxi- todavía estaré aquí dos días antes de volar a Venecia – y cómo no tenía tarjeta a mano, cogió de una cartera de cuero una de las postales publicitarias de la película, con el cuadro litografiado en el frente, y le apuntó su número por detrás.
Mark se guardó la postal en el bolsillo. Camino de casa, la cabeza de Mark volaba. Parecía incluso despreocupado mientras se miraba al espejo del ascensor, pero el ofrecimiento se había colado sin su permiso y aguijoneaba su imaginación, excitándola.
Decidió que podría digerir mejor aquellas emociones con dos hielos, tres dedos de whisky y un poco de agua, así que se preparó una copa mientras deambulaba por el enorme salón de su piso. A su pesar, la pregunta seguía ahí: “¿has pensado en hacer algo al respecto?”
¡Venga ya, Mark! ¿No estarás pensándolo en serio? Ahora no. Ahora no puede ser. ¡Claro que suena bien! Irte, desaparecer, mandar a Valeria al cuerno, al banco, a todos. Pero tu no eres así. Y esta vida es buena, muy buena. ¿Quién es este tipo además? ¿A qué vas? ¿A llevarle el café? No, el capuchino. ¡Claro que se puede cambiar! ¡Pero no así! ¡Sin más! ¡Así, no! Con cabeza Mark. Con un plan, unas garantías. Es que es ridículo, no sé de verdad cómo puedes estar ahí, planteándotelo. ¿Sabes lo que te va a pasar?, ¿verdad? Que lo vas a echar todo al carajo. Todo. Y cuando digo todo es todo. ¡Lo vas a perder todo! Teníamos un pacto Mark. Lo teníamos. Trabajar duro, llegar alto, ganar dinero y disfrutar después.
Cuando terminó la copa, lloró, sin terminar de conocer el motivo de su llanto. Era una sensación de angustia y de rabia, como si una parte de sí ya hubiera decidido avanzar hacia esa propuesta extraña, sin que él pudiera frenarla y luchaba con su cordura para retomar las riendas. Lloraba por todo lo que perdería, mucho antes de perder nada, antes incluso de haber tomado la decisión, pero lloraba igual, por adelantado. Porque la idea seguía allí, sin poder descartarla.
Sacó la postal de la película de Maxi: La partida de Naipes. No conocía ni el cuadro ni el pintor y se acercó la postal para verla de cerca. Dos niños jugando a las cartas. Ella exhibía una carta tentadora, con una sonrisa velada que no era capaz de descifrar. Se sentía como ese chico, que miraba indeciso la carta en un escorzo forzado. ¿Por qué sonreía la niña? ¿Era una carta marcada? ¿O sonreía porque sabía que era favorable? Las facciones se asemejaban a una máscara. La luz desvaída y el silencio hacían la atmósfera ligera y extraña. El cuadro resultaba incómodo y atrayente a la par.
El miedo le mordió el estómago y el corazón. Borracho y asustado, Mark maldijo la hora en que aceptó ir al bar. Lejos de sentirse afortunado, estaba completamente deprimido. Le atormentaba descubrir que no servía, y si fracasaba, ya no le quedaría el consuelo de pensar que nunca tuvo oportunidad. Y con miles de pensamientos galopando por su cabeza, se durmió.
Cuando por la mañana su alarma lo despertó insensible a sus tribulaciones, sobresaltado y empapado en sudor, le llegaron los flashes de la noche anterior. Se incorporó con dolor de cabeza, miró su cuarto con la lejanía que miramos algo que ya no nos pertenece y calculó que podría tardar tres días en cerrar sus asuntos pendientes. Abrumado pero seguro de su decisión, cogió la postal de la mesilla y marcó el número.
¿Maxi? Soy Mark, nos conocimos anoche en el bar de Jack…
“Sería injusto decir que era a ciegas, porque siempre sabemos cuál es el camino correcto, pero a veces no lo tomamos por miedo a que sea demasiado duro.”
Al Pacino, Perfume de mujer
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024
Acabo de leer este relato del taller de escritura creativa tan interesante me ha dejado colgada de Mark pero no como Valeria si no psicológicamente con lo cual me he quedado con la miel en los labios ya que no se puede seguir leyendo… ¿Por ahora?