EL VIAJE DE ROBERTO – Marcos Iaffa Sancho
Por Marcos Iaffa Sancho
– Señores pasajeros, hagan el favor de abrocharse los cinturones y mantener rectos los asientos. En 15 minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Madrid, Barajas …
La megafonía del avión anunciaba la llegada a mi destino, “¿Sería éste el definitivo? “Tranquilo, Roberto… tranquilo, queda mucho por conocer, después de todo o pese a todo siempre estuvo este proyecto, solo que ahora es diferente, ya se verá…
PAULA
Llevaba ya un tiempo en Madrid, empezaba a sentirse cómodo.
La vio y fue un flechazo, estaba en la fila para entrar al Cine Doré. Ponían un ciclo de cine francés, la dejo pasar primero y después, discretamente, trató de ubicarse cerca de ella. Decidió abordarla a la salida. Su aire intelectual, los anteojos sin marco, los libros bajo el brazo y el culito respingón le dieron ánimo.
– Hola, ¿te gustó los “Cuatrocientos golpes” ?, ¿te gusta el cine francés?, ¿cómo te llamas? –
– Me llamo Paula, ¿eres argentino? – Mi acento le cayó bien.
Desde que había llegado le gustó esta ciudad y ahora, con la posibilidad de un nuevo amor, le gustaba más.
Empezaron a verse y a los pocos meses decidieron vivir juntos en el ático que Paula alquilaba en Lavapiés, cuatro pisos por escalera y el temor diario del atascamiento de las tuberías. Consiguió un empleo en una pequeña editorial de temas alternativos, feminismo, ecología y cuestiones sociales; esto le permitía vivir y seguir en contacto con los libros, la pasión de su vida.
Salía temprano por las mañanas y regresaba a casa a las siete, salvo que quedaran en alguna terraza de la Plaza Santa Ana que les gustaba mucho a los dos. Llevaba siempre una carpeta con hojas en blanco.
A Paula le gusta esperarlo escaleras abajo, subían riendo, escuchaban tango y flamenco, Sabina y Bach, compartían lecturas y noticias. Roberto quiso enseñarle a bailar tango.
– Dejáte llevar, no bambolees las caderas, mantené tu eje –
Fueron tantas las consignas que finalmente la cansó y desistieron del intento.
– ¿Paula viste mis anteojos? –
– Se dice gafas –
– Roberto coge la chupa y un jersey, por la tarde hará frio –
– Se dice agarrá la campera y un pullover, que a la tarde refresca –
Las diferencias los hacían reír y esas risas construían aún más el cariño entre los dos.
– Compraré un ordenador y contrataremos Internet – anunció Paula.
– Se dice computadora – sentenció Roberto. Y seguían las risas.
De común acuerdo la bautizaron “la ordenadora” y le trajo a Roberto noticias de Buenos Aires que no quiso saber.
En poco tiempo se fue ensimismando, no reían como antes. Paula se volvió más preguntona, su espíritu madrileño no contemplaba esta situación, los momentos de silencio le generaban dudas y un misterio desagradable. La respuesta nunca variaba.
– No quiero hablar de ello, pero no es con vos, ¿me entendés? –
– ¿En serio no quieres hablar? –
Sin responder bajó a la calle. Le temía al agobio, al suyo propio y al de ella.
Finalmente fue Juan, un amigo argentino que tenían en Madrid, el que le contó algunas cosas que le permitirían entender mejor a Roberto y el rompecabezas que se instaló insospechadamente en la relación.
Le contó de cuando se hicieron amigos en la Universidad, en el viejo edificio de la Avenida Independencia donde funcionaba de la Facultad de Filosofía y Letras; de la militancia política estudiantil; de las esperanzas que tronchó la dictadura; de las ilusiones con el retorno a la democracia…
Roberto se repuso a todo, siempre tuvo claro lo que quería – siguió Juan – y por eso a nadie nos tomó por sorpresa cuando le llegó el primer premio en el Concurso literario Municipal y la posibilidad de editar su libro de cuentos y después aquella novela, siempre en borrador…
– ¡Y eso que no es fácil que te editen en Argentina! –
La editorial proclamó: “Ha nacido un nuevo Roberto Arlt: Roberto Pena lo logró con su visión sobre lo nuevo y lo viejo, y los cambios que entre los años 70 y los 90, que aparecían en sus tramas y personajes.”
– Las historias tenían un vigor tal que era lo que el público necesitaba para comprender aquel tiempo, eran sus propias historias –
Los avatares de la vida cotidiana, los encuentros y desencuentros entre amigos y parejas inmersas en una sociedad tan compleja y contradictoria eran magníficamente retratados por la pluma de Roberto. La temática despertaba interés, todo le auguraba futuros éxitos.
La editorial se movía con audacia, “ha nacido un nuevo Arlt”. Los libros se vendían bien, le publicaron críticas en las páginas literarias de Clarín y La Nación.
– Y si en algo Roberto es realmente un capo es con la descripción de los personajes femeninos. Por eso no entendimos por qué se vino a España – culmino Juan.
Roberto llegó a casa un poco más tarde de lo acostumbrado.
– ¿Estuvo Juan? – pregunto?
– Sí, pero no te pudo esperar –
Cenaron en silencio, fregaron los platos y se fueron a dormir.
MARÍA
La Feria del Libro en Buenos Aires, estaba en su apogeo. Roberto firmaba libros y dedicatorias en la caseta de la editorial. Ella llegó con el mar de gente que quería conocer al nuevo autor.
– No es para tanto – se decía mientras buscaba palabras para las dedicatorias y cumplía con el público y la editorial.
Ella le deslizó el ejemplar, él alzó la vista y no podía creer lo que veía. Le preguntó su nombre.
– María – susurro ella.
No podía ser… el mismo nombre, la cara, el pelo, la misma voz con la que había hablado una y mil veces en su cabeza. ¿De dónde salió esta chica?
Propuso un descanso, dejó de firmar, se excusó con banalidades y la invitó a tomar un café en La Biela. Hablaron por horas, ella había leído su novela. El asombro, las coincidencias y la curiosidad la llevaron hasta él. Caminaron bajo la arboleda de la Recoleta, llegaron hasta el pisito de Roberto y en el ascensor comenzaron a besarse. Ingresaron velozmente, se desnudaron con prisas y una pasión incontenible. Se amaron con conocimiento y sabiduría, como viejos amantes, como nunca lo habían hecho. Mientras se vestían pensó
– es formidable, pero que poco sé de ella…-
– No me llames, llamaré yo – con un poco de vergüenza señaló María y se fue.
– Bueno, no sé tu celular – protestó Roberto.
La Feria del libro terminó. Disfrutaba del éxito y del desafío que entrañaba, pero lo de aquella tarde daba vueltas y vueltas en su cabeza, esa María tan parecida a aquella compañerita de la facultad.
Pasaron dos semanas.
– ¿Te parece a las nueve en el bar de la Placita Borges, en Palermo Viejo? –
El encuentro fue breve. Dos cafés, pocas palabras y de nuevo al departamento de Roberto. La pasión los arrolló como la ola de un mar embravecido. Caricias, besos, jadeos como en una tormenta de verano. La mano de Roberto era la contra forma del cuero de María.
– Te vuelvo a llamar yo. – volvió a decirle.
– Esperá, no te vayas todavía -Sonaba a suplica. Pensó fugazmente en seguirla; el temor al ridículo lo paró en seco. Decidió respetarla y volver a esperar la llamada, se estaba enamorando. El taxi partió raudamente.
María volvió a llamar… las cosas se repitieron esa y muchas veces más.
– No me hables de amor. Roberto, mirá soy psicóloga, vivo y trabajo por Belgrano, me caso en septiembre. Él es médico, nos conocemos desde la adolescencia, no sé por qué hago esto… por supuesto vos me gustás. Pero está todo muy comprometido, las familias, amigos, la boda y la luna de miel. Estoy muy confundida, dame tiempo. –
Desapareció como las veces anteriores. La confesión lo paralizo, salió al balcón por aire fresco. La muchacha le había tocado el corazón. Congeló los trabajos y los proyectos de la carpeta se detuvieron. Su producción tan fecunda se empezaba a llenar de nubarrones. No podía dejar de pensarla.
Fue al terminar el verano. La llamada, el bar, la cita, el departamento, la pasión…
– Aún no encuentro una razón para todo esto, salvo que todo el circo de la boda me agoto… Será que no lo quiero ?, no sé, estoy llena de dudas… Sos un bálsamo para mi locura -Y un infierno para la mía- replico Roberto – no puedo ni quiero seguir esperando tu llamada; te sueño, te deseo, tengo celos… He decidido alejarme, quiero explorar otras posibilidades. Pensé en Europa, no sé, París, Barcelona, Madrid…-
– Éste es mi correo electrónico; pero no me escribas no quiero tener noticias tuyas. – Compró un pasaje, hizo las valijas y partió.
Solo tenía en claro que necesitaba volver a escribir.
Madrid le gusto de entrada, quizás allí volvería a escribir…
RELATO DEL TALLER DE:
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024