EL BIZCOCHO DE MANZANA DE LA SEÑORA LEFEBVRE – Margarita Jiménez Chamorro
Por Margarita Jiménez Chamorro
El joven Louis Lefebvre sufría desde niño terrores nocturnos pero ni en la más funesta de sus pesadillas podría haberse visualizado asesinando a ningún otro ser vivo; ni a una mosca había
matado en sus 18 años de vida. Sin embargo, allí se encontraba, en aquel paraje inhóspito, tan lejos de su hogar, con las manos ensangrentadas y el olor a pólvora revoloteando aún por sus fosas
nasales. Caminaba torpemente, como a trompicones, hasta que se echó a una lado del sendero y vomitó, justo antes de desmayarse.
El día en que todo cambió en la vida de Louis Lefebvre, el joven se levantó temprano, como habitualmente, para trabajar en la granja de su familia , en un pequeño pueblo de la Bretaña
francesa ; Malestroit. Una coqueta población llena de casitas con entramado de madera y callejuelas estrechas. Primero, se dirigió al establo para dar de comer a los caballos y ordeñar a Anette y
Camile las dos vacas pier noir de las que extraía rica y abundante leche . Después fue al gallinero y recogió los huevos de las gallinas. La más gordita, con plumaje negro y marrón, llevaba meses sin poner ni un solo huevo. Su madre decía que estaba estresada pero Louis pensaba que era porque estaba de muda. A todas las gallinas le pasaba. No obstante, su madre insistía:
-¡Esta gallina tiene miedo de algo, Louis! Te digo yo que los animales pueden prever desgracias y hasta catástrofes naturales – y se santiguaba tres veces con sus dedos regordetes ,convencida de que así , alejaba cualquier infortunio que estuviera rondando cerca. Y tan en lo cierto estaba la buena señora que la desgracia tuvo nombre de guerra; nada más ni nada menos que estallaría ,aquel día, la 1ªGuerra Mundial.
Amaneció en el día del 19 aniversario del nacimiento del joven bretón de cabellos dorados y ojos rasgados y verdes. Era alto y muy espigado . Solía tener el semblante serio, salvo cuando hablaba con sus animales o estaba con su madre en casa.. Incluso ,con Sofía, su novia, se mostraba huidizo y poco cariñoso. La muchacha le recriminaba lo poco que les mostraba su afecto en público.
Cada cumpleaños, la señora Lefebvre, se levantaba temprano y preparaba ,para su hijo ,su famoso bizcocho de manzana . Pero Louis llegó incluso a aborrecerlo y no soportaba que todos los
rincones de la casa se impregnaran del olor a canela y manzana asada . Y sin embargo, aquel día, hubiera dado lo que fuera por saborearlo de nuevo.
Louis ya no se preguntaba el por qué alguna de sus gallinas no conseguía poner huevos, ni Camile y Anette les saludaban con sus rabos en alto dispuestas a que él las ordeñara, ni acariciaba
suavemente el hocico de sus caballos mientras comían .En su lugar, descansaba en una húmeda trinchera con olor a orín, sangre y heces , donde solo el ruido de los ronquidos de algunos de sus
compañeros y el corretear de una gran rata parda interrumpían un solemne silencio aterrador . Los alemanes estaban dando una tregua. Respiró profundamente y cerró los ojos imaginándose en
Malestroit .Sacó de su bolsillo el pequeño bloc de notas que le acompañaba siempre (se lo había
intercambiado a un joven soldado inglés a cambio de tres cigarrillos) y comenzó a escribir:
Verdún, 21 de febrero de 1916.
Es mi cumpleaños. El cielo está despejado aunque la humedad te cala los huesos. Amaneció con el ruido de los cañones alemanes como despertador , justo a las 07.15 de la mañana. Dentro de la
trinchera hay suficiente espacio, ya no nos estorbamos al pasar ni nos agolpamos los unos a los otros para poder dormir (dormir; un decir,es más bien un cerrar los ojos para volver abrirlos
espantados por las imágenes que se nos presentan delante una y otra vez) . ¡Y pensar que en el pueblo prohibieron leer mis relatos fantásticos en público por considerarlos el cura: “obras del
demonio”! . Es el infierno Verdún estos días y obras del demonio son las que el hombre está cometiendo aquí. Por el momento no hay señales de los alemanes desde el mediodía que cesó la
artillería. Reina un silencio tenso , roto solo por los pasitos de Lucian (rata número 345 avistadas hasta el momento). Nos hace compañía; a ésta le hemos puesto el nombre de la suegra del teniente Dubois que nos dijo que tenía los mismos bigotes negros y dientes amarillos que la madre de su mujer. Tengo que contarle a la mía , a mi madre, lo que he extrañado su bizcocho de manzana hoy y pedirle que lo siga haciendo cada cumpleaños. Que olvide cuando le dije que lo odiaba, que no hablaba en serio. Miro la foto de Sofia. Nunca le he dicho lo guapa que es. Voy a darle miles de besos cuando la vea. Si vuelvo a verla, le pediré que se case conmigo. Lo acabo de decidir. Así que voy a decirle a Jules que esta noche es la indicada para “cantar la marsellesa”.
Antes de la guerra , Louis soñaba con ser escritor. Narraba en sus historias ,la vida de unos originales y fantásticos personajes que convivían en una serie de mundos imaginarios llenos de una
infinidad de colores y de abundante vegetación, con los que el joven bretón conseguía escapar de su pequeño pueblo para trasladarse a otras dimensiones, aquellas donde podía sentirse
verdaderamente libre, soñando con apasionantes aventuras . Pero desde que las batallas reales dieron comienzo no lograba crear nada nuevo. Era como si su imaginación se hubiese congelado .
Ahora escribía diarios en los que se confesaba vomitando los horrores de la guerra y eso le permitía aliviar las heridas de alma que como la carcoma estaban extendiéndose e infectando de oscuridad de cada rincón de su ser. Lejos estaban ya aquellas apacibles tardes junto a la gran chimenea de piedra del salón de su casa , en las que interpretaba sus obras ; teniendo a su madre como fiel oyente, mientras comían pastas , que acompañaban siempre de una taza de chocolate caliente.
No obstante, la vida tiene curiosas formas de compensarnos y Louis encontró a Jules. Nada más conocerse los muchachos comenzaron a hablar . No habían dejado de hacerlo desde entonces ;
y eso que ambos eran más bien introvertidos y poco amantes de exteriorizar sus emociones o verbalizar sus pensamientos con cualquiera. En cambio, juntos encontraban la paz. Esa calma que
te otorga el saber que estás ante un ser puro de corazón . Jules era de París , bajito y con grandes gafas de cristal grueso, regordete y enfermero de profesión . Hablaba con una voz dulce y de forma
pausada y con un vocabulario correcto y rico , propio de los jóvenes de clase alta. Tenía una risa chillona y contagiosa que a Louis le encantaba . En las noches tranquilas, o en los descanso de las
guardias, el bretón le narraba , apasionadamente y de memoria al parisino capítulos de sus relatos, solo así decía éste que lograba conciliar las pocas horas de sueño que era capaz de acumular en
aquellas circunstancias, olvidándose del olor a orín que inundaba la trinchera o de las imágenes de vísceras y cuerpos mutilados de sus compañeros. El capitán Dubois solía decirle a su pelotón que
procuraran no entablar mucha relación con los nuevos reclutas.
– Estos chicos, cada vez más jóvenes e inexpertos que nos envían no duran ni 24 horas en el campo de batalla. ¿Para qué intimar? – decía mientras tiraba la colilla de su cigarro al suelo y la aplastaba enérgicamente.
Pero lo cierto era que Louis y Jules habían intimado ya demasiado. Si alguno de los dos pereciera sería el final del otro. Creo que aún continuaban con vida por una extraña fuerza que les
impulsaba a reencontrase tras cada dura jornada. Habían diseñado un plan : llegado el momento oportuno, uno dispararía al otro en un pie o en la mano y , heridos, los enviarían a casa. Dispuestos estaban hasta perder un miembro de su cuerpo con tal de escapar de la guadaña.
Las embestidas de los alemanes cada vez eran más crueles y seguidas . Su batallón estaba seriamente mermado. De seguir así, la masacre estaba asegurada. Lefebvre supo que aquel era el
momento que habían estado esperando cuando el capitán Dubois ordenó salir a tantear el terreno a un pelotón de reconocimiento, entre los que ambos se encontraban.
-Creo que para subir el ánimo de la tropa deberíamos hoy cantar la marsellesa – susurró el joven granjero al enfermero que, rascándose la cabeza, le devolvió una asustadiza mirada.
Jules no veía ya tan claro eso dejarse volar uno de sus rechonchos dedos del pie o de la mano para escapar del campo de batalla pero guardó silencio.
Al salir de la trinchera se quedaron rezagados mientras el resto de compañeros avanzaban y corrieron a refugiarse a la arboleda acordada, en el margen derecho del río Mosa. Desde allí , a
resguardo ,vieron llegar a decenas de imponentes soldados alemanes que en poco minutos invadieron la zona . Escenas dantescas comenzaron a producirse ante sus ojos . Algunos soldados
portaban lanzallamas, otros , tiraban granadas de manos dentro de las trincheras obligando salir a
los franceses y ,una vez fuera , les disparaban con los rifles . Los que conseguían librarse de las balas se encontraban de frente con las llamas.
Jules ,tembloroso, miró a Lefebvre con los ojos llenos de lágrimas, tragó saliva y confesó:
-Louis , creo que ya no hay motivo para seguir con el plan. Esto es una masacre. Si conseguimos seguir ocultos aquí y salvarnos podríamos escapar a América y empezar una nueva vida allí. Lejos
de los prejuicios y la mirada juiciosa de la vieja Europa. Libres para poder amarnos.
Las palabras libres y amar retumbaron en los oídos de Lefebvre que no entendía nada de lo que Jules quería decirle. ¡Pero si podemos seguir siendo amigos aquí!- pensó ¿Por qué había que
irse a América? . De pronto las manos de Jules se posaron en las suyas acariciándolas lentamente.
Se sorprendió al sentir cómo se le erizaba la piel al contacto. De repente, el bretón se soltó bruscamente.
-¡Me das asco!- le recriminó escupiendo en la cara a su hasta entonces amigo.
Habíamos acordado cantar la marsellesa hoy y eso es lo que haremos. Cerrando los ojos apuntó a una de las pequeñas manos del muchacho. El sonido del disparó retumbó en sus oídos
seguido de un chirriante y largo pitido . Cuando volvió a abrir los ojos, Jules , yacía en el suelo con la sangre brotándole del estómago y los ojos paralizados de miedo. No podía creerlo , había errado en su disparo.¡ Era en la mano! , gritó . ¡Era en la mano!- repitió, mientras se abalanzaba sobre su amigo . Louis intentó en vano taparle la herida pero Jules se desangró en pocos minutos.
Con el sonido del horror a sus espaldas , un fuerte dolor de cabeza y las manos llenas de sangre Lefebvre se disparó en el dedo gordo del pie. No sentía dolor físico. El dolor que le ahogaba el
pecho era mayor. Se giró para ver, por última vez, el cuerpo sin vida de Jules y comenzó a deambular de un lado a otro del sendero . Dejó de oír el espeluznante ruido de la batalla y en su lugar , sonaba, muy bajito, los compases de la marsellesa . No vio puntos negros antes de desmayarse pero se vislumbró a él y a Jules en su casa de Malestroit. Jules , sentado junto a la gran
chimenea de piedra y sosteniendo entre sus manos una taza de chocolate caliente. Le entraron, entonces, unas terribles nauseas y se echó a un lado para vomitar. Una suave brisa que empezó a
soplar trajo a Louis Lefebvre un dulce aroma a canela y manzana asada , justo antes de desplomarse.
RELATO DEL TALLER DE:
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024