ACORAZADO – Mª Dolores Martínez Gea

Por Mª Dolores Martínez Gea

A mi izquierda se ha sentado un señor más joven que yo, calculo que tendrá unos cuarenta años. Sus rodillas chocan con el asiento delantero, no debe ir muy cómodo. Hasta que no nos hemos abrochado el cinturón y la azafata ha explicado las tediosas medidas de seguridad, sin que nadie le pusiera demasiada atención, no se ha dirigido a mí. Siempre pensé que de qué sirve atarse el cinturón en un avión, pero hemos despegado sin incidentes. Su miedo a volar no lo había dejado presentarse antes, he visto el incesante movimiento de sus piernas durante todo el despegue. Sigue nervioso. Me ha dicho su nombre: Félix. No conozco a nadie con ese nombre, me parece elegante, con personalidad.
—Julián, encantado —he contestado tendiéndole la mano.
Félix no ha dicho mucho más. Sólo que viaja por placer. ¿Cómo se puede viajar por placer si te dan miedo los aviones? Luego lo he visto sacar una pequeña cajita de su bolsillo. La ha abierto y, con un poco de agua que ha pedido a la azafata con una exquisita educación, se ha tomado una pastilla. Después, ha intentado reclinar un poco su asiento, no mucho, hasta donde se lo ha permitido el pasajero de atrás, y ha cerrado los ojos. Ha debido ser cosa del efecto de su medicación porque a los diez minutos dormía profundamente. Yo nunca he logrado dormir en un avión, tampoco en otro medio de transporte, soy de los que prefieren observar lo que hay en el exterior, contemplar desde la quietud es uno de mis mayores placeres. Viajo junto a una ventanilla, en la mitad trasera, y contemplo las nubes. Su belleza me sobrepasa y viene a mí el recuerdo más antiguo que poseo desde que tengo uso de razón. Permanece en mi interior inalterado, como si fuera ayer cuando una profesora decía a un grupo de niños en un patio que miraran hacia arriba para contemplar el movimiento de las nubes al ser desplazadas por el viento. Y yo miraba hacia esa inmensidad, a la misma que ahora atravieso contemplando unas nubes mucho más de cerca, como si este bello espectáculo me siguiera esperando. Formas irregulares de color blanco sobre fondo azul, un lienzo que se pintó en mi retina, permanece aún en ella. De la observación proviene el conocimiento, de cualquier cosa, y yo entonces al contemplar el cielo, vi algo que me llenó de entusiasmo ante la vida que se me abría camino, diciéndome que no me perdiera nada, que daba igual si estaba a la derecha o a la izquierda, arriba o abajo, que lo importante era mirar hacia todas partes.
Con el ruido de estos motores no hay silencio, aunque de momento todos viajan callados. Nueva York, es allí donde me dirijo desde que este avión despegó de Madrid hace media hora. Mi hermana estará nerviosa, más de seis años sin abrazarnos. ¡Qué ganas tengo de verla! Voy a coger el cuaderno en blanco que he traído y mi boli nuevo, el que compré en el aeropuerto antes de embarcar, me resultó muy original esa capucha roja. ¿Cómo harán los escritores para escribir una novela? Porque supongo que no se coge directamente un papel en blanco y se pone uno a escribir, sin que tengan una idea, una chispa que la origine…pero tengo otro cuaderno con anotaciones, me gusta hacerlo, aunque a mí lo que me apasiona es la lectura. Ese otro cuaderno está en el bolsillo de mi macuto, colocado debajo de mi asiento. En él he escrito frases, anécdotas, observaciones personales, cosas que me han contado…hasta nombres propios que me han gustado. Pero nada de eso tiene conexión, eso es lo que le falta, lo que no sé si sería capaz de hacer, claro, eso tiene que ser lo más difícil, lo que llaman creatividad. Estoy convencido de que se trata de unir piezas, pero con sentido, evidentemente, aunque no todo tenga sentido en esta vida.
¡Qué incómodo estoy! Félix ha apoyado su brazo en el reposabrazos que nos separa y no puedo apoyar el mío. ¿Por qué no fabricarán reposabrazos dobles? Uno para cada uno, la comodidad debe ser compartida. Ah, sí, mis gafas, aquí están, menos mal que se inventaron las gafas para ver de cerca. Marga siempre llevaba las suyas con un cordón colgadas en el cuello, las usaba a modo de collar.
Todos llevamos una pantalla colocada en el asiento delantero, nos indica por dónde vamos. Hay un dibujito de un avión que va siguiendo una flecha. Llevamos muy poco trayecto recorrido aún, quedan más de siete horas, y la flechita debe cruzar todo el Atlántico. Eso sí que me impresiona, yo nunca he realizado un viaje tan largo. También he traído libros, un par de ellos. Pero no me veo capaz de concentrarme rodeado de tanta gente. Recuerdo un libro de Proust donde decía que uno de sus personajes necesitaba hacer tres cosas en soledad: la lectura, el llanto y la voluptuosidad. Esta última palabra me fascinó, qué grandeza posee, y eso que desconozco su significado. La palabra me enamoró, eso es, me enamoro de muchas palabras. Nunca la busqué en el diccionario o en Google, que es donde se buscan ahora las cosas. He de admitir que soy de los antiguos, prefiero buscarla en un diccionario. También eché uno cuando hice mi maleta, pero está en la parte de arriba, donde van colocados los trolleys, esta palabra de otro idioma también me gusta; y con este hombre a mi lado durmiendo como un bendito, con sus largas piernas que ahora van más abiertas todavía, se me hace imposible levantarme de mi asiento e ir a buscar el significado de esa voluptuosidad. ¡Qué bonita es! Voy a pensar posibles significados para ella, lo que a mí me sugiera, eso es, y cuando pueda buscarla comprobaré si iba encaminado o no. Me sugiere algo abstracto, voluble, grande, relacionado con el pensamiento, con la espiritualidad. También creo que se puede referir al interior de las personas, con algo profundo, con otra hermosa palabra: alma. Lo deduzco de que haya que hacerlo en soledad, como algo íntimo de cada ser humano.
Acabo de escuchar una palabra con total claridad, ha sido “mirada”. Pero ¿quién la ha pronunciado? Detrás de mi asiento alguien teclea un ordenador portátil, escucho las teclas, hace paradas y luego continúa. No es rítmico, solo se escucha a ratos, como si el que las escribe se estuviera tomando su tiempo para pensar lo que quiere escribir. Pero si la palabra la he escuchado con tanta claridad, no puede provenir de la parte trasera, mi oído no es mi mayor aliado, la genética no se elige. Félix parece inquieto, mueve mucho sus brazos, no disfruta de un sueño apacible. ¿Habrá dicho él la palabra? Porque hay quien habla en sueños. Mi hermana lo hacía de niña, cuando dormíamos en una litera compartiendo habitación. Pues voy a anotar esa palabra, eso haré, será entretenido hacerlo. Mi-ra-da, ya la tengo plasmada en la primera página.
Marga tenía una mirada transparente, así la definiría yo, se veía a través de ella su interior. Pero no todas las miradas transmiten lo mismo y todas dicen mucho. También hay personas que no muestran lo que son, que se colocan una especie de caparazón, sí, una coraza, y jamás se la quitan. Y ¿quién se la coloca? ¿el que ha sufrido en el pasado y no quiere volver a hacerlo?, ¿O el que siente en exceso y no quiere sufrir por ello? A Marga las experiencias negativas le afectaban el doble, o el triple, eso estaba claro. Pero tenía su parte positiva y es que lo maravilloso de la vida lo disfrutaba y saboreaba con mucha más intensidad. Así, simplemente una pequeña planta que acababa de trasplantar a una maceta, le parecía lo más hermoso del mundo en ese momento.
Y ahora me pregunto, ¿cómo se puede hacer un viaje de placer solo, como mi acompañante? Debe ser que alguien lo espera en su destino. Ha quitado su mano del reposabrazos, sigue agitado, la ha colocado sobre su pierna. Sus dedos son huesudos, la piel blanca, parecen manos que no han trabajado duro y lleva un anillo. Me ha parecido que, cuando Félix me miró a los ojos al presentarse, era una de esas personas acorazadas, de las que se colocan una coraza, un escudo, un caparazón, ¡cómo me gusta buscar sinónimos, jugar con las palabras! y nunca más se lo quitan. No me cabe la menor duda de que el hombre de mi izquierda es de ese tipo de personas. Pero las corazas se colocan por muy diversos motivos, porque distintas son las causas que provocan un sufrimiento. Aunque se las colocan para que no los vuelvan a lastimar. ¿Y por qué se la habrá colocado Félix? Algo grave le tiene que haber sucedido porque en la vida hay dos tipos de personas: las que se muestran como son y las que llevan puesta una coraza. Debió ser algo que le sucedió en su infancia, de ahí proviene todo. Acaba de decir otra palabra, ahora sí estoy seguro. Ha dicho: “accidente”. Está soñando, por eso no deben tener mucho sentido sus palabras. Aun así, ésta también la voy a anotar. Voy a intentar buscar una relación entre mirada y accidente. ¡Qué divertido es esto! Podría ser que alguien viera un accidente, o que un accidente provocara una lesión en la mirada de alguien, o que ocultara su mirada para no ver un accidente, o que un accidente le hiciera mirar hacia algo o alguien… este hombre presiento que está librando una batalla en su interior, como todos, supongo, aunque algunas son más difíciles que otras. Lo que siempre he pensado es que las corazas se las colocan aquellos que tienen miedo a cualquier cosa, porque así ellos creen que están protegidos.
El avioncito de mi pantalla sigue avanzando, aunque como aún falta mucho no se aprecia su movimiento. Lo voy a cubrir con algo, me da inseguridad pensar que estemos a tantos miles de kilómetros de la superficie de la tierra. ¿Cómo tapo la pantallita? Ya sé, arrancaré una hoja de mi cuaderno, una hoja en blanco, qué bonita expresión, y la superpondré sobre el avioncito. Pero se caerá, ¿con qué la sujeto? ah, en mi macuto también llevo un poco de celo, no creo que me diga nada la azafata, tendré que acordarme de quitarlo cuando haya aterrizado. A ver cómo hago para coger de nuevo la mochila de debajo de mi asiento, estas estrecheces no me sientan muy bien.
Félix se ha vuelto a mover, ha girado su cabeza hacia el otro lado, creo que está nervioso hasta en su propio sueño. Hace un rato que no ha vuelto a hablar. En la otra parte del pasillo hay filas de tres asientos, eso debe ser peor, porque el que viaje en el interior de otras dos personas sí que debe compartir los reposabrazos doblemente.
Ayer yo también soñé, y esta mañana haciendo la cola en el aeropuerto para embarcar he recordado mi sueño. Yo estaba en medio de un jardín de cactus, eran enormes, de distintas formas y tamaños y todos de gran belleza. Mi mano se acercaba a una gran bola carnosa de material de cactus envuelta en largas púas blancas totalmente rígidas. Cuando uno de mis dedos estaba a punto de acercarse demasiado a una de esas cerdas, desperté sobresaltado. Siempre me despierto antes de que me suceda algo, nunca me pasa nada peligroso, parece que mi inconsciente cuida de mí, no me deja sufrir ni en sueños. Reconozco que he tenido momentos de sufrimiento en mi vida, si no, no sería vida, sería otra cosa, por muy mal que haya llegado a estar, sigo pensando que nunca me abandonó la suerte, la buena, claro.
Tal vez Félix está huyendo de algo y me ha mentido, no viaja por placer. Puede que su huida sea la única alternativa que le quede. Me he vuelto a enamorar de otra palabra, de “coraza”. Las personas que sienten desconfianza hacia los demás también se colocan una de ellas. Pero también creo que por muy duro y resistente que sea el material de ese caparazón, nunca le encaja a la perfección al propio cuerpo, o al alma. Siempre quedan resquicios, fisuras más bien, aunque sean microscópicas, por donde se filtra lo que son al exterior, y nos muestran sin quererlo aquello que tanto tratan de ocultar. Porque es tan solo eso, una coraza, no es una segunda piel que es lo que querrían que fuera. Voy a llamar a ese tipo de personas, a las acorazadas, “seres con olor a soledad”.
Tengo ganas de estirar las piernas y solo llevamos una hora de vuelo. Es increíble, Félix ya lleva durmiendo todo ese tiempo. Yo también conocí a una persona acorazada hace muchos años y por ello las identifico con solo ver su mirada. No quiero recordarla, me hace daño, intenté ayudarla por todos los medios y solo conseguí salir escarmentado. Félix se está recolocando en su asiento, se ha despertado y ha colocado su asiento en la posición inicial.
—¿Qué tal se encuentra? ¿Ha descansado usted?
—Sí, gracias, aunque no todo lo que me habría gustado —y no me llame de usted, por favor —ha añadido encendiendo su móvil.
Me ha dado tiempo a ver que en la pantalla de su teléfono aparecía él junto a una mujer, estaban sonrientes, y cuando se ha percatado de que he mirado, lo ha apagado. He intentado iniciar conversación, no estaba por la labor, ha sacado un libro y lo ha abierto por donde indicaba su marcapáginas.
En fin, creo que tendré que sacar yo también mi libro y mi diccionario. Intentaré concentrarme porque Félix es una persona acorazada y prefiero buscar el significado de voluptuosidad, aún me queda mucho viaje y no a todo el mundo le apetece charlar con un viejo como yo.

 

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