EL ALMENDRO – Mercedes Norte Mohamed
Por Mercedes Norte Mohamed
Nadie imagina de lo que es capaz el ser humano, cuando alguna idea se le mete en la cabeza, nadie lo sabe, hasta que tropieza en su camino con un ser despiadado, sin escrúpulos y sin conciencia.
En un pequeño pueblo serrano de esos en los que nunca pasa nada, vive Mateo García, cocinero de profesión y soltero de toda la vida. A sus sesenta años, los días se suceden rutinariamente, trabaja en la cocina de la residencia para mayores desde que la inauguraron veinte años atrás.
Mateo vive solo, sus padres fallecieron diez años atrás, con solo seis meses de diferencia; su padre de cirrosis galopante, su madre según Mateo, por amor al padre, según la autopsia, por un shock séptico. Mateo, nunca perdonó a su madre que muriera en su cama, ese detalle no formaba parte del plan.
Su semana da comienzo a las cinco de la mañana del lunes, después de asearse, tomar tres cafés cortos de leche y sin azúcar, y fumar al menos cinco cigarrillos de liar, cierra la puerta tras de sí, y arranca el coche, pisando varias veces el acelerador, para que toda la calle sepa que sale para su puesto de trabajo. Aunque su hora de entrar es a las ocho, Mateo siempre ficha a las siete y media.
-La puntualidad, habla de las personas- Refunfuña apuntando con su almirez y aires de superioridad, siempre que alguna compañera del turno saliente, le reprocha que llegue tan temprano.
Mateo, con sus manías y exigencias se ha ganado a pulso el desprecio de todas sus compañeras, Mateo y el señor de mantenimiento son los únicos hombres trabajadores de la residencia, lo que sumado a su antigüedad, hizo que se apropiara de unos privilegios que nadie le había otorgado.
Provoca odio y animadversión en los demás. Ni siquiera su jefa y fiel amiga Teresa lo contradice, capaz de cualquier cosa con tal de no perder a su amante, le permite tomarse ciertas libertades a la hora de corregir, cambiar o diseñar los menús de la residencia, pasando por alto todos los consejos de los médicos y nutricionistas de la empresa. Mateo cree saber más que nadie sobre alimentación, por el simple hecho de ser su oficio.
Teresa, entró a trabajar en la residencia, a la misma vez que Mateo, también es vecina del pueblo de toda la vida y a sus cincuenta años sigue soltera, no le interesa la vida marital, ya que su edad para tener descendencia era pasado. Prefería vivir su amor secreto con Mateo, ninguno de los dos tenían ya edad ni para ser la comidilla del pueblo ni tampoco para casarse y formar una familia.
La relación entre Mateo y Teresa, surgió con el roce del día a día, no todas las personas tienen el escrúpulo de cuidar a los mayores y esta falta de trabajadoras, los hizo suplir las vacantes y pasar muchas horas juntos. La atracción y la complicidad es mutua, les basta una mirada para saber quién será el siguiente.
Mateo disimula una leve cojera, síntoma inequívoco de su profesión.
– Es lo malo que tiene pasar media vida en una cocina, pasos cortos, pasos rápidos – Decía cada vez que alguien le hacía referencia a adelantar su jubilación, aprovechando su disfunción.
– Yo no acabaré mis días como estos vegetales, a los que tengo que alimentar cada día– -¿Y para qué? – Dice a Teresa, mientras atraganta a una anciana con una cucharada de sopa hirviendo.
-Ya sigo yo Mateo, hoy Luisa no tiene muchas ganas de comer- Dijo Teresa quitándole bruscamente la cuchara de las manos.
La cocina de la residencia era como cualquier cocina industrial, fría, metálica, impoluta. Los azulejos blancos cubrían las paredes hasta el techo, azulejos blancos hasta deslumbrar la vista, convertían la estancia en un lugar frío, impersonal, incluso tétrico, si no fuera por los exquisitos aromas que salían de sus fogones por las puertas y ventanas; ventanas que dan al patio trasero, donde reina un almendro centenario. En la noche, la cocina queda tan vacía y sin rastro de presencia humana que se podría perfectamente, confundir con una morgue.
Sus grandes cámaras frigoríficas, ocupan todo el frente y el lateral izquierdo del cuadrilátero, el lado contrario lo ocupan altas encimeras, con enormes electrodomésticos en las partes bajas. En el centro, la cocina de ocho fuegos y la plancha, difuminando su calor por toda la estancia. Las tres puertas situadas al lado de la entrada, son las despensas, donde se guarda todo aquello que no necesita frío.
Teresa no tiene amigas, a cambio si tiene una madre posesiva y radicalmente creyente, que cree que su hija ha nacido para cuidarla. Se lo debe, por haberle dado la vida, se lo debe, porque ella es su madre. Se lo debe, porque así lo manda Dios. Teresa, odia a su madre. Quiere internarla en la residencia por eso trabajaba allí, pero la vieja se niega.
– Ni lo intentes de nuevo Teresa. No pienso ir al moridero ese en el que trabajas. Tu misma me cuentas de los finados semanales – Decía a gritos a su hija.
– No me gusta dejarte sola mamá- Se despedían todos los días igual.
Teresa no puede hacer vida con su madre mayor y enferma en casa, prefiere pasar sus días en la residencia, es cuestión de tiempo, el día nos llega a todos y cuanto mayor y enfermo estás antes llega. Se repite a si misma todas las mañanas camino de su diminuto despacho en la residencia.
Los lunes en la residencia son siempre días muy ajetreados, muchos de los usuarios, los que de mejor salud gozan y menor dependencia tienen, salen con sus familiares de fin de semana y vuelven tristes, depresivos, algunos se ponen un poco agresivos, es tarea de todos los trabajadores controlar la situación, Mateo con su saber culinario consigue parte del objetivo.
Mateo tiene una forma muy particular de cocinar, le gusta experimentar y que mejor que hacerlo con personas que no se pueden quejar ni reclamar, como en cualquier restaurante. Mateo tiene la creencia de que hay que probar la comida de todo el mundo, para poder opinar de alimentación y nadie se atreve a rebatirle.
Todos los lunes cocina lentejas a la marroquí con canela y almendras, añadido al buen sofrito de verduras, nada de carne, nada de grasas animales. Solo almendras y canela.
-Por algo tenemos un almendro centenario en el patio. Algo habrá que hacer con todas esas almendras- Le gusta decir, cuando critican su afán por las almendras.
Los viernes como colofón semanal, los fogones desprenden por las estancias principales el aroma tan peculiar del pollo al ajillo.
Mucho ajo, guindilla, laurel y vino blanco. A Mateo le gusta espesar la salsa, con almendras molidas. Siempre lleva un paquete en el bolsillo del delantal.
En las residencias de mayores se utiliza mucho espesante, hasta para el agua que beben los usuarios, convirtiéndola en una masa gelatinosa que los ancianos comen a cucharadas. La hidratación es algo fundamental y los espesantes son salvavidas.
El espesante de almendras que utiliza Mateo es especial, lo maja él con el mortero de toda la vida, o le pide a Teresa que lo haga antes de terminar el que tiene en uso. Ni siquiera Teresa se atreve a criticar el uso excesivo del polvo de almendras. Solo Teresa sabe del secreto culinario de Mateo.
Julia es una joven modélica estudiante de segundo de criminología, en Madrid. Su padre Antonio, a través de la lectura le inculcó una pasión desmesurada por la investigación, admiraba a Agatha Christie como novelista y a Ángela Lansbury en su papel de Jessica Fletcher, soñaba con ser como ellas. Julia vuelve al pueblo siempre que puede tomarse unos días, desde el verano pasado, no reconocía a su padre y decide ingresarlo en la residencia.
Acuerda por teléfono una cita con Teresa, a primera hora del lunes, necesita pedir información y lo más importante, la lista de espera. Se arrepiente de haber esperado tanto.
Teresa, saluda amable y falsamente, cuando conoce a Julia la mañana del lunes mientras murmura disgustada. – La puntualidad de esta niñata, no me ha dejado saludar a Mateo-
Teresa le enseña las instalaciones, mientras le guía, comenta.
-Comprendo su preocupación, Julia. Aquí su padre estará bien atendido-
– ¡Qué olor tan rico a almendras y a canela! – Dijo Julia.
-Sí, su padre también estará bien alimentado. Seguro que conoces a Mateo, nuestro cocinero. Los lunes para almorzar, prepara unas exquisitas lentejas a la marroquí.
-Me quedo tranquila, conozco a Mateo y me gusta como huele este sitio, me reconforta, sé que mi padre estará bien atendido. – ¿Cuánto tiempo tendré que esperar para que nos deis una plaza? –
– ¡Uy! Nada cariño, aquí siempre tenemos camas libres, raro es el día que no tengamos una baja, ayer mismo, salieron tres para el hospital, no sabemos si volverán, si es que vuelven. Son personas mayores, y vienen aquí para recibir a la muerte-
-Mi padre no está moribundo, solo tiene despistes, lagunas, tengo miedo de que se haga daño, cada vez lo veo más enajenado- Contestó Julia, intranquila.
-No se inquiete tanto Julia, traiga a su padre cuando crea que deba hacerlo. Nosotros le cuidaremos bien-
De regreso a casa Julia cavila, necesita no tener preocupaciones, está convencida de que es lo mejor para su padre y para ella, pero algo ha dicho Teresa, no sabe el qué, siente escalofríos y no hace frío, una campanita suena en su conciencia y no comprende porqué.
Julia interna a su padre, el jueves a media mañana, debe regresar a Madrid por la tarde y prepararse para retomar las clases el lunes, angustiada se despide de su padre, sin saber que será la última vez que lo abrace con vida.
En el escueto despacho de Teresa, Mateo le discute, Mateo y Teresa intercambian opiniones, acalorados, aunque en voz baja y siniestra. Están de acuerdo en que no soportan la actitud de sabelotodo de Antonio, el nuevo usuario; pero sería demasiado arriesgado, que le contara a su hija Julia sus elucubraciones.
– Nos han descubierto Mateo, ¡es el fin! Nuestro servicio a la sociedad ha terminado, nunca lo entenderán-
– No digas eso Teresa, no hacemos nada malo. ¡Cualquiera, puede ver que son vegetales, que no generan, que no producen, más bien, desgastan, agotan! –
– Eso solo lo sabemos y comprendemos tú y yo, el resto prefiere que sufran-. Dijo Teresa, profundamente afectada.
– No te preocupes cariño, nuestra obra seguirá su camino, se me acaba de ocurrir un plan-. Dijo Mateo, guiñándole un ojo de complicidad maquiavélica y la besó dulcemente antes de salir disparado hacia la cocina.
La tarde del lunes Julia llega de clases a su habitación en la residencia de estudiantes, se tumba en la cama mira al techo y ordena mentalmente las tareas pendientes para la tarde, tiene que llamar a su padre, prepara café, busca el teléfono, se sienta en su escritorio y abre el correo, la residencia El Almendro es el primer mail que salta, el café está listo, se sienta y acomoda mientras lee, las lágrimas comienzan a caer en la taza, está paralizada.
¨Su padre ha sufrido un shock séptico, lo han ingresado en el hospital y no creemos que se recupere en los próximos días. Debe usted volver cuanto antes para hacerse cargo de la situación. Sentimos su dolor Julia, esperamos volver a verlos por aquí en cuanto su padre se recupere.
Atentamente Teresa Martín Directora de la Residencia para mayores El Almendro.
Aquella mañana Mateo preparó para desayunar batido de almendras con leche de almendras y obligó a varios usuarios a tomarlo como único alimento del día, ninguno llegó a la cena, las almendras amargas o silvestres, son venenosas, por su alto contenido en cianuro, bastan doce almendras para matar a un adulto y cuatro para matar a un niño.
Y la vida continuó en aquel pequeño pueblo serrano de esos en los que nunca pasa nada.
RELATO DEL TALLER DE:
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024