GREY – Raquel Palanco Zamora
Por Raquel Palanco Zamora
Quedaban apenas un par de horas para que el día de su cuarenta cumpleaños llegara a su fin y Raquel al llegar a casa y enfrentarse de nuevo a la soledad de su hogar, se llenó de nostalgia. Una gran tristeza se apoderó de ella. Su vida no era como la había soñado de niña. De repente oyó una vocecita en su cabeza.
—¿Cómo has sido capaz de llegar a los cuarenta sola? Siempre soñaste que te casarías con un gran hombre, que tendrías un hogar y tres preciosos hijos. Miro a mi alrededor ¿y qué veo? Una mujer fracasada, solterona y sola. No te has casado, no tienes hijos. Me has fallado y has tirado por el suelo todos mis sueños.
Raquel estaba estupefacta. Esa voz… ¡Pero si era ella con diez años!
—¡Pues claro! ¿Qué creías, que en una fecha tan importante para ambas no iba a venir a verte para hacer balance? ¡Espabila, que el tiempo vuela!
Un diálogo entre las dos, la niña y la adulta, empezó de repente.
—¿Por qué eres tan dura conmigo? Tú sólo tenías que ir al colegio, estudiar y pasar de curso. Estabas arropada por los papás, no tenías preocupaciones. Tu vida era sólo disfrutar y jugar. Soñar e imaginar tu futuro. A mí en cambio, me ha tocado la parte más complicada. La edad adulta, en la que materializar tus sueños de niña. Me enfrenté a la universidad, a mis primeros fracasos académicos, a caerme y levantarme una y otra vez. También al mundo laboral y a la gran hazaña de independizarme. Siento si te he decepcionado, pero tal vez tus sueños no coincidían con los míos. Yo prioricé mi formación y tener mi propio nido. Terminé la carrera, conseguí un trabajo y me compré un piso. Y sí, es verdad, hemos envejecido las dos. Tú ya no tienes diez años. Tienes cuarenta, porque somos una, la misma. Pero tú te has quedado anclada en la niñez y me has dejado sola. Yo he evolucionado queriendo ser independiente. Y no me he casado porque no ha aparecido el hombre ideal con el que soñabas para mí. Así que luché mucho por convertirte en una gran mujer, independiente y segura de sí misma.
—Bueno, vale, no te pongas así. Me hacía ilusión haberme vestido de blanco. Pero claro, supongo que casarse es mucho más que vestirse de novia. Te pido perdón por haber sido tan dura. Es cierto que me tocó la etapa más fácil. La del mundo de Peter Pan, de los cuentos de hadas y la ausencia de responsabilidades y problemas. Te dejo tranquila y no dudaré más de ti. Pero por favor, prométeme que lucharás por no estar sola. Adiós, te vendré a ver de nuevo cuando cumplamos cincuenta.
Y Raquel, la adulta, sentada en el sofá del salón, casi a oscuras y con la mirada perdida, empezó a llorar. No podía sentirse más triste y desolada. Ella misma estaba siendo su juez más crítico y duro.
Tal vez sería buena idea pensar algo para no sentir esa soledad tan grande cada vez que llegaba a casa. Y empezó a rondarle una idea por la cabeza.
—¿Y si hago caso a mi niña interior? Al fin y al cabo, no quiero decepcionarla de nuevo y me ha hecho prometerle que intentaré buscar una solución al respecto.
Reflexionó y se dio cuenta de que en el fondo ese diálogo interior lejos de ser algo negativo, debía ser un punto de inflexión, para intentar alcanzar un equilibrio en su vida. Al fin y al cabo, antes de que su yo más profundo la hablara, ella misma había sentido mucha inquietud en los últimos meses.
Así que empezó a pensar qué podía hacer para mitigar esa soledad. Desde ese momento el objetivo de Raquel fue encontrar un compañero de viaje. Y empezó a imaginarse llegando a casa y teniendo en su vida un lindo y precioso gatito, cariñoso, tierno y con tanto candor que necesitase su cariño tanto como ella el suyo.
Si algo caracterizaba a Raquel es que nunca se quedaba con nada dentro; siempre compartía sus pensamientos e inquietudes con sus mejores amigos. En aquella ocasión también lo hizo y así supo de la existencia de una protectora de animales que tal vez la ayudaría a encontrar su tan ansiada mascota. Era una mañana de sábado del mes de junio, y su mejor amiga y ella se acercaron a conocer a los pequeños peludos, perros y gatos; aunque ella siempre tuvo claro que quería un gato, seguramente porque de pequeña, su cuento favorito había sido “El gato con botas”, pues el personaje principal fue capaz de cambiar el destino de su dueño. Por tanto, teniendo en cuenta que guardaba la esencia de la niña que fue, sabía que, en cuanto lo viese, lo reconocería. Después de la visita a la protectora, Raquel estuvo varios días dándole vueltas y pensando cuál de los gatos que había visto sería el elegido. Sin embargo, muy a su pesar, no fue capaz de decidirse, porque ninguno de aquellos felinos le hizo sentir ese pálpito que nacía muy dentro de su alma cuando tenía que tomar decisiones importantes en su vida. No cautivaron a Raquel, simplemente, porque no sintió que ninguno de ellos la necesitara especialmente en su vida. Todos la miraron sin grandes contemplaciones, con desdén incluso, mientras seguían plácidamente con lo que estaban haciendo. Ese pálpito que necesitaba Raquel, era sencillamente sentir reciprocidad. Sólo aquel gatito que le inspirase la necesidad de ser amado, tanto como ella de dar amor y viceversa, sería el candidato perfecto. Sintió una gran tristeza y un gran vacío por no haber cumplido su deseo, pero sabía que si adoptaba a un pequeñín sería para darle un hogar y todo su cariño y amor.
Siguió con su vida y pasaron los meses, aunque ella seguía ejercitando, sin darse cuenta, la ley de la atracción. Cada día visualizaba su llegada a casa con más intensidad, desde lo más profundo de su corazón. Y en su imaginación siempre veía la misma escena. Su gatito se acercaba a ella y le pasaba la cabecita por sus piernas. Era tan real que la reconfortaba como si estuviera allí, con ella.
Llegó el mes de noviembre de ese mismo año y Raquel junto con un grupo de amigos hicieron una escapada de fin de semana a un pueblo de la sierra madrileña. El sábado por la mañana decidieron salir a dar una vuelta para conocer el pueblo y aunque hacía mucho frío, ese 15 de noviembre era un precioso y soleado día.
¡—Vamos chicos! — dijo Raquel con un optimismo que hacía meses que no sentía. Iba algo rezagada del grupo, distraída porque estaba buscando en el móvil el icono de la cámara de fotos.
Y de repente… Raquel no se lo podía creer. Ante sus ojos apareció una preciosa y pequeña gatita, pizpireta, resuelta y graciosa que se acercaba a ellos corriendo en sentido contrario. Era gris perla, simpática y sociable como pocos gatos callejeros. Parecía no haberse percatado del resto del grupo, porque se quedó mirando a Raquel muy fijamente, como un bebé indefenso mira a su madre y como si la estuviera esperando hacía mucho tiempo, empezó a pedirle mimos, caricias y a coger sus manos con sus pequeñas patitas. Y los ojos de Raquel se humedecieron. ¿Acaso su insistencia y la intuición de que esa gatita existía acabó haciendo realidad su anhelo?
Raquel supo entonces que su sueño se acababa de hacer realidad. Lo tenía delante de ella y la estaba mirando de una manera cómplice, ingenua, limpia y muy tierna. Ese pálpito que necesitaba sentir Raquel era ella, porque se quedó dando vueltas a sus pies y parecía que la hubiera elegido. Raquel se estremeció y sintió esa reciprocidad de amar y ser amada.
¡—¡Preciosa, bonita! ¿Qué haces por aquí solita con tanto salero? — empezó a decirle Raquel. Y como si fuera su dueña de toda la vida, la pequeñita y candorosa minina empezó a caminar junto a ella.
¡—Grey, chiquitina, ¡ven aquí!
—¿La has llamado Grey, así de repente? — le preguntó su mejor amiga.
—Pues sí, me ha salido sin pensarlo. Tiene un gris tan bonito, que Grey es perfecto.
Y en ese preciso instante, supo que se la llevaría a casa, porque no pudo resistirse a esa mirada. Era tan tierna, que a la pequeña Grey se le veía el alma. Y ambas se hicieron inseparables durante ese fin de semana. Tanto que Raquel se la quedó y la adoptó después de que el veterinario confirmara lo que ya le había dicho antes su corazón. Después de explorarla dijo: «Esta gatita es muy especial. Yo que he visto a muchos felinos, te digo que jamás he visto tanta bondad. Quiérela mucho, porque esta gatita tiene ángel y te ha elegido a ti» Y Raquel se emocionó sabiendo que su intuición era cierta.
Y desde entonces, Grey salía a recibirla cada día cuando llegaba a casa. Todos excepto uno, justo al mes de conocerla, cuando Raquel se dio cuenta de que algo no iba bien. Apenas podía moverse y sufrió mucho por ella. Estaba muy enferma y sólo había una solución; operarla. Era tanto el amor que la había dado en tan poco tiempo, que, en ella, Raquel canalizó el instinto maternal que siempre había sentido. Así que, no dudó en decidir operarla.
Por fin la pesadilla terminó. Le dieron el alta y las dos llegaron a casa, justo a tiempo para celebrar la Nochevieja.
Raquel nunca tuvo duda de que esa criatura angelical había sido un regalo inmenso para ella, producto tal vez de su insistente y tenaz petición.
Y unos días después, acudió a una feria de minerales; a ella siempre le gustaron esos temas, pues creía muy profundamente en las energías. Se detuvo en uno de los puestos y vivió uno de los momentos más increíbles de su vida.
—Coge una piedra y siéntela tuya—, le dijo el dueño del puesto—. Estás pasando un momento complicado, difícil y de muchas dudas en tu vida. Sin embargo, te miro a los ojos y veo que eres una persona muy espiritual, tanto que lo que le pidas al Universo, te lo va a dar.
Raquel se quedó boquiabierta. Sin haberle dicho nada, él supo ver que estaba atravesando un momento de cambios, de inquietudes, de anhelos. En ese momento ella le contó la historia de su gatita, de cuánto la pensó y la sintió.
Él la miró fijamente y le dijo:
—Se me acaban de poner los pelos de punta con tu historia. Y ahora entiendo por qué llegó a tu vida la pequeña Grey. Tú la llamaste, la sentiste e intuiste. Y al mismo tiempo, ella también te eligió a ti.
Por cierto, la piedra que eligió fue una amatista, que a día de hoy sigue conservando.
Hace apenas unos días fue su cincuenta cumpleaños y…
Raquel, la niña de diez años, volvió a hacer acto de presencia.
—¡Hola, ya estoy por aquí, tal y como te prometí! Pero… ¿y esta preciosidad?
—Esta preciosidad es Grey. Tenía ganas de que la conocieras, porque es la promesa que te hice de que nunca estaríamos solas. Aunque algo me dice que ya la conocías.
—Pues sí, no te equivocas. La conocí ese bonito día de noviembre, porque no pude resistirme a acompañarte en tu escapada.
— ¡Lo sabía! Ese día me sentí distinta, especialmente alegre y contenta como cuando era pequeña. Debí intuir que eras tu la que provocaba en mi esa inmensa felicidad. Sabía que me ayudarías y no me dejarías sola en mi búsqueda.
—¡Claro tonta! ¿Creías que no me preocuparía por ti?
—¡Ahora lo entiendo todo! Creo que ¡en realidad…me eligió porque te vio a ti, a la niña traviesa y alegre que eres!
—Nos ha elegido a las dos. A mí porque no he perdido las ganas de jugar y ser traviesa; y a ti porque eres responsable y capaz de haberle proporcionado un hogar y una familia.
Aunque han pasado casi diez años, Grey sigue conservando el candor y la ingenuidad de sus primeros cinco meses de vida, cuando Raquel la encontró
Durante varias horas, las dos, niña y adulta estuvieron recordando los casi diez años de felicidad junto a la adorable Grey. Se miraron y no pudieron evitar soltar una gran carcajada al comprender que, sin saberlo, ambas siempre estuvieron presentes en la vida de la gatita. Las dos han sido partícipes de su crecimiento, de sus juegos y travesuras.
Y mirándola tiernamente recordaron momentos y recuerdos muy felices porque desde el principio se hizo querer y siempre fue una más de la familia.
Desde bien pequeña dejó ver su carácter. Alegre, traviesa y muy resuelta y decidida, hasta el punto de ser capaz de encontrar un hogar.
Siempre le encantaron las reuniones familiares. Y muchos de sus hábitos y aficiones de entonces, siguen siendo sus favoritas ahora; mirar por la ventana, ver la tele, dormir con Raquel, en sus dos versiones, esconderse, viajar, recibir mimos, caricias y alguna que otra “chuche. Y no le gusta quedarse sola mucho tiempo, ni que nadie lea en su presencia. El que sea tan osado de intentarlo, acabará rindiéndose porque las mismas veces que intente retomar la lectura, serán las que su libro acabe en el suelo. Grey tiene mucho carácter y las ideas muy claras. Le encanta dar y recibir amor. Así que le encanta ser el centro de la fiesta. Sentir que ha crecido feliz es algo que le da mucha paz a Raquel.
El día tocaba a su fin. Ambas se miraron con mucha emoción y al final, la niña dijo:
—Has cumplido tu promesa. Ahora ya me siento feliz sabiendo que en el camino no estamos solas.
Y por fin la niña y la adulta encontraron la paz y sosiego que tanto anhelaban. Ambas rompieron a llorar sabiendo que se sentían orgullosas, la una de la otra.
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