BALADA PARA UN TRAFICANTE- Rafael La Higuera
Por Rafael La Higuera
En el año 1978 aterrizó en Barcelona Asuán Ben Alí. No tenía quien le esperara ni una dirección a que dirigirse; estaba solo y lo sabía. No era la primera vez: estuvo en Londres, Basilea, Lyon y Estocolmo en situación similar. Para él, solo era un nuevo empezar de nuevo. De equipaje; una maleta tamaño medio con un neceser con productos de higiene y alguna medicina, vestimenta típica pakistaní, sandalias y un traje londinense muy parecido al que tenía puesto y, perfectamente camuflada, dos kilos de heroína que él mismo procuró que fuera de la máxima pureza.
No eligió Barcelona al azar; Asuán nunca hacía nada al azar. La necesidad de España se debió a que fue el único país europeo que le concedió el visado: solo tuvo que pagar doscientos dólares al funcionario de turno para que omitiera sus antecedentes. Simple burocracia en Karachi. Para su alojamiento, se decidió por el hotel Expo; por estar cerca de la estación, calculó que, un oriental que hablaba un perfecto inglés, no llamaría la atención. Aunque disponía de diez mil dólares en efectivo, solo contrató tres noches. Era el tiempo que necesitaba para conocer la ciudad.
Por su instinto reforzado por la experiencia, enseguida supo que el llamado barrio chino era el adecuado para empezar. Le sorprendió que hubiese tanta gente de piel oscura siendo españoles. En otras ciudades europeas también los había, pero no tan mezclados como podía comprobar. En esta ocasión tuvo el acierto de vestir informal, incluso con alguna prenda pakistaní.
Tomando un té en la minúscula terraza de un bar de la calle San Pablo, le bastó una ligera sonrisa a uno de esos hombres con la piel parecida a la suya. Enseguida se le acercó con una jarra de cerveza en la mano. El hombre, de etnia gitana, sonreía de contento: por fin contactaba con un marroquí que, a buen seguro, le ofrecería «costo» del bueno a bajo precio. Su sonrisa se apagó cuando constató que no hablaba ni una palabra en castellano. Impotente, fue a buscar a Malec, un marroquí que acababa de salir de la cárcel «Modelo». Lograron entenderse gracias al poco francés que sabían ambos.
Si había un barrio en Barcelona donde se supiera algo de la heroína, ese era el distrito 5º. Manuel, que así se llamaba el gitano, un hombre enjuto con más arrugas que edad, no se mostró satisfecho. La cosa cambió cuando, astutamente, Asuán dio a entender que era comprador. Como buen gitano, Manuel vio la posibilidad de negocio: solo necesitaba encontrar al que tuviera heroína. Para este fin, se lo llevó a San Roque: un barrio de Badalona donde vivía una clan gitano.
-Sé lo que es la heroína -dijo malhumorado el que parecía ser el patriarca del clan-. Si queréis negociar con esa maldita droga, no será conmigo ni en este barrio.
Después de unos segundos de silencio, añadió.
-Llevarlo a la casa de José y que se entiendan entre ellos dos.
Dicho esto, se levantó en señal de que la conversación había llegado a su fin. Fueron a casa de José. Mientras que para Manuel y el traductor improvisado Malec la cosa no pintaba bien, para Asuán todo iba sobre ruedas.
José, aunque gitano, era de piel clara y ojos azules; fue el resultado de una aventura de su madre con un nórdico cuando tan solo contaba con quince años. Si madre e hijo fueron respetados, se debió a que eran hija y nieto del patriarca. Este estrecho parentesco no fue suficiente para que les permitiera vivir en su casa. Las asperezas se limaron cuando ella aceptó en matrimonio a un «buen gitano», pero veinte años mayor que ella. En cuanto José supo del descontento de la madre, Ezequiel, que así se llamaba el impuesto marido, murió de una sobredosis de heroína: razón por la que el patriarca la odiaba. Desde entonces, José siempre estuvo unido a esa droga, aunque hacía años que, por no encontrarla, no negociaba con ella.
-Me tararea que usted quiera comprar -dijo José en cuanto Malec le expuso las intenciones del pakistaní-. Hace dos veranos, y con este tres, que conocí a un moro que también decía ser pakistaní, como usted mismo dice ser. El hijoputa me comió la oreja hasta que le di dos millones que me pedía para abastecerme de heroína, y ya no volvió. Con esto le digo que no tengo ni un gramo -dijo José lamentándose de su situación.
-Puede que sí volviera -añadió Asuán sonriendo y mirándole de abajo arriba-. Y puede que yo sea su enviado.
Malec, aunque habló mitad francés y mitad urdu, entendió su intención, y así se lo trasmitió al joven gitano, pero José lo entendió a su manera.
-Si no miente, usted me debe dos millones.
-Millones de dinero no. Heroína sí -contestó Asuán en castellano.
El comienzo fue duro, pues en ese año la heroína aún era muy poco conocida. Asuán, por experiencia, sabía que, de momento, el dinero no era lo importante. En pocos meses Asuán aprendió todas las palabras en castellano que necesitaba para instruir en su consumo. A los primerizos les advertía que, por ser la primera vez, vomitarían hasta lo que comieron de niño. Tuvo la ocurrencia de añadir que eso les dejaría limpios por dentro, Desde entonces nadie se quejó por la vomitera, que a veces duraba varias horas.
No empezó a ser rentable hasta el año 1981. Pese a lo mucho que había estirado sus dos kilos, el neto que le quedó no era suficiente para el segundo paso: casarse con una española y montar un bazar. En ese año se casó con Josefa, la madre viuda de José., bajo la promesa de comprarle un piso en el barrio Latino de Santa Coloma de Gramenet. El conflicto fue que Asuán le dio prioridad al bazar. La realidad es que no tenía dinero suficiente ni para lo uno ni para lo otro. Decidió regresar a Karachi. Seis meses después regresó con dos kilos más.
El ambiente en Barcelona lo notó cambiado; todo el mundo hablaba del próximo mundial de fútbol. Sabía que otros paisanos suyos eran traficantes, pero con la idea de ganar unos cuantos millones para poder establecerse por su cuenta. No era su caso: el sueño de Asuán era vivir en Londres como un burgués haciéndose pasar por el hijo de una familia millonaria en Pakistán. Para conseguirlo, tuvo presente tres condiciones: el mundial de fútbol debería ser un boom para la heroína; él ya no podría ser el que trajera las maletas cargadas y, la definitiva, debería estar preparado para aprovechar la oleada de europeos que vendrían atraídos por el mundial.
José, el avispado nieto del patriarca de San Roque, consiguió contactar con «primos» de Nimes. En Francia, el precio de la heroína era el triple que en España. Por eso no le costó venderles medio kilo en estado puro por quince millones de pesetas; una ganga para los gitanos franceses, y un alivio para las arcas de Asuán. Rápidamente se montó un bazar en Fabra i Puig y otro en Cruz Cubierta; el piso podía esperar. Con el siguiente medio kilo, financió a su padre para que mandara dos mulas. El pago sería alojamiento, trabajo en los bazares y papeles. Durante ese año, todo el beneficio, alentado por los clientes de Nimes y el mundial de fútbol, lo invirtió en heroína llegando a acumular doce kilos. Para asegurarse la captación de los «turistas», aleccionó a los dependientes de todos los bazares sobre lo que tenían que hacer con los interesados. Al contrario que sus paisanos, que solo conocían Barcelona, él sabía que los europeos relacionaban bazar con pakistaníes y pakistaníes con heroína: esa era su baza ganadora.
En los siguientes años, el consumo de la heroína se convirtió en una lacra social, pero, como negocio, alcanzó cotas insospechables: el gramo pasó de seis mil sin cortar, a veinte mil cortada uno por uno. Esto, y que su consumo se multiplicara por diez, pilló a todos los traficantes por sorpresa; a todos menos a Asuán Ben Alí.
No esperó a que se le acumulara el dinero; todo lo gastaba en comprar pisos y locales y, por supuesto, ninguno a su nombre. No solo tomó esa precaución, pues Hacienda, que aún estaba en pañales, se le podía echar encima. Para ser exactos, tomó dos medidas: no poner dos propiedades al nombre de un paisano y, el más importante; hacerles firmar un poder notarial con el que pudiera pedir un crédito hipotecario.
Corría el invierno de 1986 cuando Asuán decidió poner en práctica la última fase de su plan. Si bien todos los inmuebles le costó doscientos treinta millones y solo, a través de créditos, pudo recuperar noventa, no se lamentó por ello; siempre dijo que el dinero conseguido con la heroína era dinero falso, pero no así el dinero salido de un banco en forma de crédito avalado por un tercero: un tercero que pagaría gustosamente los recibos del préstamo: era como pagar a plazos la mitad del valor de su inmueble. Todos engañados, pero contentos.
No pasó ni un año cuando Asuán descubrió que, esa vida de burgués con la que siempre soñó, le aburría hasta el extremo. Su esposa no contaba para él: además del piso, le dio diez millones más negros que el carbón, pero suficiente para dejarla feliz. Su vocación de traficante le llevó a visitar los clubes más polémicos de Londres. En ellos se enteró de que la heroína estaba mucho más cotizada que en España. La sangre le hervía solo de pensarlo. Su heroína era mucho mejor que la que se estaba vendiendo: dos kilos los podría convertir en ocho, y quedaría igual que la que consumen -pensaba Asuán-. En total, en menos de un año podría ganar casi un millón de Libras. No era la necesidad de dinero, sino en volver a sentirse vivo.
En esta ocasión, en la aduana del aeropuerto de Heathrow, se limitaron a ordenarle que vaciara su maleta; ni siquiera le dieron importancia a varios paquetes más que sospechosos. Una vez vacía, la pesaron. En ese momento, Asuán Ben Alí supo que estaba preso.
Gracias a que pudo contratar al mejor gabinete de abogados, solo le condenaron a doce años que, gracias a su buen comportamiento, se quedó en ocho. Cuando salió en libertad condicional, se prometió invadir de heroína a la ciudad que le había arrebatado ocho años de su vida.
Asuán Ben Alí murió veinte años después dejando treinta millones de Libras en su armario ropero. En la puerta dejó una nota: «POR CADA OCHO MIL LIBRAS, HAY UN HIJO VUESTRO BAJO TIERRA». Asuán Ben Alí, tenía cincuenta y seis años.
RELATO DEL TALLER DE:
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04/11/2024