EL FRUTO SAGRADO 3- Julio Cesar Hernandez
Por Julio Cesar Hernandez
Hace cientos de años en Mesoamérica en una aldea llamada Ñu Savi, que significa en Náhuatl pueblo de las lluvias, por siglos ha gozado de abundantes lluvias. Por mucho tiempo fue un paraíso para sus habitantes y ellos no recuerdan que alguna vez haya existido escasez de alimentos. Pero ahora las lluvias y las abundantes cosechas son solo un hermoso y lejano recuerdo. Sus habitantes están angustiados, porque cada ciclo llueve menos. Ellos piensan que Tlaloc, el dios de la lluvia, está disgustado con su pueblo y que ahora el dios Tonatiuh, el sol, reina en los cielos sin límites causando la sequía en la tierra. Muchos de los habitantes de Ñu Savi se ven obligados a abandonar la aldea en busca de tierras fértiles, de lo contrario, si se quedan en Ñu Savi, perecerán de hambre. Por lo cual, familias enteras caminan por las sendas que conducen al norte llevan sus posesiones en grandes bultos que cargan a sus espaldas en busca de mejores condiciones.
En la madrugada llovió poco y el olor a tierra húmeda envuelve el aire en la pequeña choza en la que vive Yatzil y su hijo Koon de diez años. Los gallos cantan anunciando la alborada. Yatzil ha cocido frijoles y el aroma a frijoles cocidos se mezcla con la humedad en la choza. Koon está dormido en su hamaca cubierta por un huipil con los colores verde, amarillo y rojo. Mientras Koon duerme, Yatzil acaricia el cabello, de su hijo, fino y negro que le llega hasta la cintura. Ella le susurra al oído,
–Buenos días, Kooncito. El abre un ojo, bosteza y estira sus pequeños brazos y piernas de piel color canela como la de su madre. Ella le susurra nuevamente al oído, –Kooncito levántate a desayunar los frijoles están listos. Koon le contesta adormilado,
–¡frijoles otra vez!” frunciendo el ceño y levantando un poco la voz Yatzil le recuerda, –Tenemos que comer lo que diosito nos de, ande levántense que hay que trabajar.
La sobrevivencia de Yatzil y Koon depende de la venta de la comida que ella prepara cada día y que Koon lleva y entrega a los hambrientos campesinos que trabajan en diferentes sembrados en la selva tropical. Koon debe caminar con la comida un par de horas hasta los sembrados que están en las colinas más altas y lejanas. Cada temporada Yatzil y Koon tienen menos trabajo por la falta de lluvia y alimentos. Ellos como los pobladores en la aldea de Ñu Savi están en peligro de extinguirse.
El dios Tonatiuh brilla en lo más alto del cielo y sus rayos se reflejan en las hojas de los árboles de papaya y mango en la entrada a la choza, con techo de paja y paredes de caña, de Yatzil and Koon. Es casi mediodía, gotas de sudor se acumulan en la frente de Yatzil que ya está cocinando. El comal arde. Los chasquidos de leña ardiendo bajo el comal disparan pequeñas chispas que desaparecen en el aire. Yatzil le da forma a la pequeña bola de masa de maíz en sus manos aplastándola con la palma de sus manos y extendiendo la con sus fuertes dedos, cuando tiene la forma de un disco, la coloca en el comal y la masa cruda cruje comenzando a tomar color dorado. La choza se impregna del olor a la masa de maíz cocinándose. Pronto las tortillas serán perfectos discos dorados que Koon llevará con el resto de la comida a los hambrientos campesinos en diferentes lugares en la aldea.
El cielo está totalmente despejado, el dios Tonatiuh, somete y enardece a la selva tropical con sus más impetuosos rayos, Koon, lleva puesto solo un taparrabo, camina y trota ágilmente por las sendas llevando un pesado bulto en su espalda con la comida. El atraviesa por las sendas entre los arbustos verde olivo, los árboles de almendra, marañón y mango que le brindan sombra y mantienen el aire húmedo y fresco. El intermitente canto de los pájaros tropicales le acompañan. Al poco tiempo Koon tiene el cabello empapado de sudor. Después de trepar por una senda cuesta arriba, llega a la cúspide y desde allí se sorprende al ver que algunas partes del valle, que antes eran verde oscuro, ahora están casi marchitas con tonos amarillentos. Koon se detiene a tomar aire. Reflexiona respirando profundamente con la mirada en el horizonte, y piensa “El valle está más pardo cada día. ¡Dios mio ayudanos a terminar con esta sequía! ¿Dios que puedo hacer para ayudar a mi pueblo?” De pronto oye, “Quiau, quiau.” es un pájaro en una rama de un enorme árbol. El pájaro se distingue de las hojas verdes por el color rojo carmesí en su pecho y el resto de su plumaje resplandece con colores oro, verde y azul-violeta con una larga cola que cuelga pareciendo ser diez veces el tamaño de su cuerpo. El pájaro vuela a la rama más baja del árbol y parece observar a Koon. Koon piensa, “Qué precioso pájaro” y sintió alegría al apreciar su belleza. Vuelve a emitir su canto, “Quiau, quiau” vuela hacia arriba entre las ramas de los árboles. Koon le regunta al ajaro,
–¿Tienes hambre pajarito? ¿Te gustan las tortillas? ¿Quieres una? Lo mira desaparecer entre las ramas más altas entre los árboles. Luego Koon baja por una vereda hasta el valle donde Yamil y Kinich, un par de campesinos, lo esperan sentados a la sombra de los árboles. Antes que comenzara la sequía y la escasez de alimentos, Koon llevaba la comida para doce hombres, pero en los últimos días la mayoría de campesinos han huido al norte. Koon llega a la planicie del valle y un hombre, solo con un taparrabo, se pone de pie. El hombre es de baja estatura tiene abundante cabello color negro enrollado en la parte superior de la cabeza formando como una corona, piel tostada y sus costillas resaltadas. El hombre saluda con voz tenue,
–Bendito sea dios que ya has llegado.
—Bendito les de dios Yamil. He venido lo más rápido que he podido.
Otro hombre, también con taparrabo, se pone de pie, el hombre tiene abundante cabello negro enrollado en la parte superior de la cabeza formando como una corona, pómulos muy pronunciados y los ojos hundidos, y con una voz melódica dice,
–Buenas tardes Koon. Estamos agradecidos que a pesar de la sequía y escasez de comida nunca nos has abandonado. Gracias a la generosidad de tu mamá y a ti hemos sobrevivido. De lo contrario ya hubiéramos muerto de hambre. Que nuestro dios les bendiga y les pague infinitamente.
—De nada Kinich. No nos agradezcas a nosotros. Dale gracias a nuestro dios Tlaloc. Él es quien multiplica los alimentos para todos nosotros.
Koon desenvuelve el bulto y saca de él dos bollos cubiertos por hojas de plátano. Al recibir los bollos los campesinos con rapidez desenvuelven las hojas de plátano y el aroma del tamal cautiva su olfato e inmediatamente comienzan a devorar los tamales. La suave, jugosa y sabrosa masa del tamal se desvanece en la boca de los dos hombres hambrientos. Koon se echa el bulto a la espalda, se despide de los campesinos y continúa con su rumbo. Yatzil no sabe, ni tampoco Yamil y Kinich saben cuándo y cómo le pagarán, pero ella confía en que ellos algún día cuando puedan lo harán. Los pocos campesinos que todavía pueden pagar a Yatzil, le pagan brindándole frutas, verduras, semillas, carne de animales salvajes y aves salvajes que ella luego cocina para continuar alimentando a los pocos campesinos que aún quedan en la aldea. Yatzil entiende que son tiempos terribles y que todos los aldeanos como ella y su hijo solo comen lo suficiente para sobrevivir día a día. En su recorrido diario, la última entrega de Koon es en la pequeña choza de su amigo, quien vive solo, el anciano Nuxib Xiu.
Nuxib fue un forastero que llegó del sur a Ñu Savi hace mucho tiempo. Cuando llegó a la aldea tenía el cabello largo, abundante y gris con la barba también gris y desaliñada. Entonces ya tenía problemas con sus rodillas, caminaba una corta distancia y pronto se sentaba a descansar para frotar sus deformadas rodillas. Nuxib siempre que frotaba sus rodillas decía, “¡Ah-Puch dios de la sanación alivia este terrible dolor!” A pesar que Nuxib era un forastero en la aldea Yatzil y Koon lo recibieron como parte de su propia familia. Ellos lo invitaban a su choza a comer en donde Yatzil y Koon reían y lloraban con las historias que Nuxib les contaba con lujo de detalles. La primera vez que lo invitaron a comer, Nuxib les relató las atrocidades que presenció en la invasión de su aldea y cómo su aldea fue destruida por las tribus invasoras del sur. Les relato dijo con una voz pausada y triste,
–Fui herido con una lanza en el muslo de mi pierna derecha, entonces ya no pude ponerme de pie para pelear y por un milagro de los dioses, logré salvarme cuando pretendí estar muerto en medio de los cuerpos mutilados de mis familiares. Mientras quemaban la aldea, me arrastré por la selva hasta llegar a una cueva en donde estuve muchos días. Allí pensé que moriría y le rogué todos los días a los dioses por un milagro para que me sanara la pierna. Después de un tiempo los dioses me sanaron y tuve la bendita suerte de caminar por muchos días por la selva, en donde estuve en peligro de ser descubierto por los enemigos, hasta finalmente llegar a salvo a Ñu Savi.
Tonatiuh ahora está descendiendo al otro lado de las montañas y la intensidad de sus rayos ha disminuido mucho. Koon camina y trota por las veredas que lo llevan a la choza de Nuxib. Koon escucha a los monos aulladores que andan, en la copa de los árboles, en busca de sus escasos alimentos. El niño le lleva la comida a Nuxib todos los días dos veces al día. En las últimas visitas, Koon lo ha visto más raquítico y enfermo que antes. Koon entra en la choza de Nuxib y el fuerte olor a ruda, la hierba medicinal con la que Nuxib frota sus rodillas, lo hace pausar y abanicar el aire con la mano, en vano, tratando de respirar aire fresco. Nuxib no lo ve entrar, pero escucha sus pasos. Nuxib está sentado balanceándose sosteniéndose de la hamaca con ambas manos. Él distingue la pequeña silueta de su amigo, sonríe y lo saluda,
–Bendito sea nuestro dios de los caminos que te trae a salvo mi querido niño. –Nuxib admira a Koon, porque a pesar de ser solo un niño, es amable, trabajador, bondadoso y responsable.
Koon se detiene a un lado de la hamaca y limpia el sudor de su frente con la mano derecha,
–Dios este contigo abuelito. Te traigo una sorpresa. Koon se agacha colocando el bulto en el suelo, desenvuelve el colorido huipil que mantienen calientes las tortillas y a una vasija de barro. Koon vierte un liquido espeso y amarillo que despide vapor en un huacal de morro.
–Que rico huele a atole de elote. ¡Mi atole favorito! Mi niño dios te multiplicará las bendiciones. Sagrados sean los alimentos que hoy me compartes.
–Koon siempre le contesta lo mismo, –¡De nada abuelito. Dale gracias a nuestro dios Tláloc! Mi mamá hace el mejor atole de elote en Ñu Savi. Koon le coloca a Nuxib el huacal de morro en las manos con la ración de atole que le correspondía a Koon. Yatzil le había servido el atole a Koon en la mañana para que se lo bebiera, pero él pretendió hacerlo y lo guardó para su amigo. Nuxib toma el huacal con las temblorosas manos y se lo lleva a sus labios. Muy despacio bebe el tibio, espeso atole y mastica los dientes de maíz que contiene. Koon sabe que Nuxib no tiene los medios para pagarle por la comida, pero el siempre se la lleva con mucho gusto. Nuxib con voz débil y melodiosa dice,
– Serás bendecido por nuestro dios Tlaloc y el derramará toda su gracia en ti cuando tú más lo necesites. De pronto se oye, “Quiau, quiau, quiau, quiau” es el hermoso pájaro que ahora está en la rama de un pequeño arbusto enfrente de la entrada a la choza de Nuxib.
–Abuelito allí está el colorido pájaro que he visto un par de veces. ¿Puedes verlo? ¡Es hermoso!
–No, pero lo puedo escuchar. Es Kukul nuestro sagrado dios de la bondad, luz y libertad. Seguramente nos está cuidando. La gente lo conoce con el nombre de Quetzal. Yo le doy las gracias cada día y le imploro para que te proteja de todo mal.
La sequía continúa en Ñu Savi. Las plantas de maíz, la caña y las calabazas están secándose. Los frutos de los árboles de papaya y de mango no crecen. Los habitantes que aún quedan en la aldea subsisten soportando hambruna. Cada día que Koon camina por las veredas llevando la comida a diferentes sembrados encuentra familias enteras que caminan hacia el norte huyendo de la sequía. Pero el norte está poblado de tribus bélicas que no aceptan a forasteros. Algunos aldeanos que han intentado viajar al norte regresan a la aldea heridos y sin sus pertenencias. Los aldeanos que no han logrado escapar y regresar son asesinados en el acto, esclavizados o sacrificados.
Un par de semanas después, Yatzil no tiene despensa para preparar la comida para los pocos campesinos que continúan trabajando en el campo. Los alimentos ya no alcanzan. Yatzil está muy débil y su cabello ahora es gris y los pómulos en su rostro están más pronunciados que nunca. Una mañana cuando los gallos cantan, Yatzil toma la pequeña mano de Koon y le dice con la voz cortante y con lágrimas deslizándose por sus mejillas,
–Hijo, no se que hacer. Ya no alcanza la comida, solo hay un tamal y una tortilla.
–No te preocupes madre yo soy muy fuerte, comé tu. Yo no tengo hambre. El estómago de Koon gruñe y siente algo que le quema en sus entrañas. Koon trata de ignorar el hambre que siente, no ha comido en un par de días, porque ha otorgado su comida a su querido amigo Nuxib.
Es casi mediodía, Tonatiuh brilla y calienta con todo su fulgor el despejado cielo de la selva tropical. Koon se protege bajo la sombra de los árboles en camino a la choza de su amigo Nuxib. Koon no ha comido nada en un par de días y su estómago gruñe con más frecuencia y siente un dolor muy fuerte como que un animalito muerda sus entrañas. Camina a la choza de Nuxib, se siente mareado. Oye a lo lejos el canto de los pájaros y el aullido de los monos. Repentinamente siente otra mordida en sus entrañas y se lleva las manos a su abdomen. El dolor lo dobla y se queda un momento agachado con las manos en el abdomen. Continúa caminando hacia la choza de su amigo. En los últimos días, Koon ha cedido su ración de comida a Nuxib, pero no se lo ha dicho a nadie. El piensa que su amigo está a punto de morir y necesita comer más que él. Koon entra a la choza y encuentra a Nuxib acostado en la hamaca. El fuerte olor a ruda lo marea aún más.
– Buenos días abuelito. ¿Cómo has estado? ¿Cómo sigues de tus rodillas? Nuxib oye la voz de Koon y lentamente comienza a levantarse de la hamaca. Koon observa el esquelético cuerpo de Nuxib balanceándose, mientras se sujeta de la hamaca con sus descarnados brazos, hasta que lentamente logra sentarse en la hamaca. El taparrabo ahora le queda más holgado en sus caderas. Nuxib le contesta murmurando,
–Bendito sea el dios de los caminos que te trae a salvo. Estoy de maravilla listo para jugar a la pelota contigo. Una sonrisa se asoma en el rostro de Koon cuando, siente otra mordida en sus entrañas. El dolor lo tuerce y agachándose, disimula el dolor y lentamente baja el bulto de su espalda colocando en la tierra. Saca la comida del bulto y la coloca en el piso de tierra a un lado de la hamaca.
–Antes de jugar a la pelota abuelito debes comer. Koon sujeta a Nuxib de los codos y lo baja lentamente de la hamaca para sentarlo en la tierra. Nuxib busca la comida con sus manos tocando la tierra comprimida. Koon abre las hojas de plátano que envuelven el tamal y se lo acerca.
–Que rico huele a tamal, muchas gracias Koon.
Nuxib con la mano temblorosa introduce pequeños bocados de tamal en su boca y mastica la suave masa con sabor a chile y tomate. Koon con voz cariñosa dice,
–¿Abuelito cómo te sientes? Te estas quedando mucho tiempo en la hamaca. ¿Estás cansado?
Nuxib murmulla,
–Ahora me siento mucho mejor y me da mucha alegría cuando tú estás aquí conmigo mi querido amigo.
De regreso a su choza, después de visitar a Nuxib, Koon camina lentamente y vuelve a escuchar los gruñidos que salen de sus entrañas y otra vez siente pequeños mordiscos. Koon está mucho más débil pero continúa caminando muy despacio sosteniendo su abdomen. Camina reflexionando sobre lo mucho que está sufriendo su gente. Recuerda lo mucho que su madre ha envejecido y lo delicado que está Nuxib. Sentimientos de frustración y desesperación se apoderan de él. Sus ojos se humedecen con lágrimas de desconsuelo que comienzan a deslizarse por sus mejillas. Koon está tan abrumado que no se percata que ha tomado la ruta equivocada. En su angustia sollozando le ruega con todo su corazón a un dios en especial, “ Tlaloc te ruego en nombre de todos los pobladores de Ñu Savi que derrames tu divino y sagrado poder para contener el hambre en nuestro pueblo que ya ha sufrido demasiado. Te prometo que seré un mejor hijo y mejor servidor de mi pueblo.” Le interrumpe sus plegarias un canto, “quiau, quiau” mira hacia arriba en la rama de un frondoso árbol. Allí está el majestuoso quetzal, el dios Kukul, que mira a Koon con sus pequeños y oscuros ojos. Koon siente vértigo, sus piernas se doblegan y no lo pueden sostener más. Se desploma lentamente de rodillas bajo el frondoso árbol. El quetzal lo está observando. Koon se recuesta en el pasto bajo el árbol y pierde la conciencia.
Koon duerme profundamente y comienza a soñar con el paraíso. En su sueño se encuentra en medio de un inmenso jardín cubierto de todo tipo de flores tropicales y majestuosos pájaros que cantan. Oye “Quiau, quiau.” Mira arriba del frondoso árbol y allí está el dios Kukul. El cielo es azul y está despejado. Una bandada de Cacatúas, Tucanes, Guacamayos y Loros vuelan sobre su cabeza y se posan en las ramas del frondoso árbol. El majestuoso quetzal, con una larga cola verde y el pecho rojo carmesí, se acerca posando en la rama más cercana a Koon. Una fragancia embriagadora, dulce, exótica y cautivadora seduce su olfato observa a su alrededor flores de Mayo de color rosa, amarillo, rojo, naranja y purpura adornan los alrededores de los arboles de papaya, mango y zapote. Súbitamente ve el destello de un relámpago en el cielo azul seguido por un estruendoso trueno que hace a Koon proteger sus oídos con las manos. Después del estruendo, abre los ojos y observa en el cielo una nube gris oscuro de la cual emana una suave lluvia formando un arcoiris. Desde detrás del arcoiris aparece un majestuoso ser color azul, verde y otros colores con espléndidas y coloridas plumas sobre la cabeza. Alrededor de cada ojo hay una serpiente verde que se desliza alrededor de cada ojo. De la boca brotan enormes dientes con dos prominentes colmillos. En su mano izquierda sostiene un estandarte dorado en forma de serpiente y en la mano derecha algo que parece ser una fruta ovalada y amarilla. Koon observa con estupefacción a ese ser mientras constantes destellos seguidos por relámpagos se manifiestan detrás del magnífico ser. Una voz empática, profunda de terciopelo emana del dios Tlaloc,
–He escuchado tus plegarias por el sufrimiento de tu pueblo Koon, eres un niño trabajador, un buen hijo, bondadoso y generoso. Como premio te concedo Xocolatl el fruto sagrado del paraíso. Comedlo ahora y comparte sus semillas con los pobladores de Ñu Savi para que lo siembren y lo cosechen. Xocolatl es la fruta sagrada que saciará el hambre y deleitará el paladar de toda vuestra gente. Tlaloc extiende su mano con el fruto sagrado.
Después de un tiempo de estar tendido en el césped, Koon abre los ojos y se encuentra debajo del frondoso árbol. Koon no siente hambre. Siente vitalidad y energía en todo su cuerpo como no lo había sentido en mucho tiempo. Oye, “Quiau, quiau.” Mira arriba, allí está el majestuoso quetzal en la rama más cercana de un árbol. Koon sonríe sintiendo gozo en su corazón. Reflexiona y piensa, “Mil gracias dios Kukul por haberme protegido. Te ruego que me ayudes a ser una persona más bondadosa. Ayuda a mi gente a liberarse del hambre que estamos sufriendo. El Quetzal entona, “Quiau, quiau.” toma vuelo y desaparece entre las ramas de los árboles. El pecho de Koon se hincha y solloza incontrolablemente de alegría. No sabe exactamente porque siente tanto gozo, súbitamente comienza a recordar el maravilloso sueño y lo que le dijo su dios Tlaloc, de la fruta sagrada llamada Xocolatl y se pregunta, “Dónde está la fruta?” Busca la fruta a su alrededor y a un costado debajo del frondoso arbol se encuentra un puñado de semillas ovaladas de color marrón rojizo.
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04/11/2024