LA MUJER QUE NO QUERÍA MORIR SOLA – Virginia Rubio Vilar

Por Virginia Rubio Vilar

La mujer que no quería morir sola

A sus 69 años, de buen ver, guapa y elegante, divorciada y sin hijos, Valeria cargaba con esa idea obsesiva día y noche, sobre todo, las noches.: “No quiero morir sola”. Ese pensamiento no la dejaba vivir. Se imaginaba en su habitación, en la casa cerrada y, que al cabo de muchos días algún vecino, diera la alerta a causa del mal olor que salía por debajo de la puerta.
Ella que no dejaba nunca entrar a nadie en su casa, por miedo a que se le llevaran algo, se la imaginaba invadida por la policía, los vecinos cotillas, algunos conocidos, todos mirando por todos los rincones y a todas sus pertenencias. ¡Y la cerradura rota! Y ella, ahí en medio. ¡Qué horror! Ella, tan cuidadosa de su aspecto, ¿cómo aparecería?
Valeria pensaba: Para no morir sola tengo que vivir acompañada, pero ¿de quién? Tenía un hermano con el que no tenía mucha relación, pero, aunque la hubiera tenido, ¡no se iba a trasladar a su casa! ¿Amigas? Tenía muy pocas, en realidad, ninguna amiga íntima. Con ninguna conseguía mantener una amistad duradera. No tenía intereses comunes con ellas lo cual hacía que no participara en sus conversaciones, que resultara aburrida y, por lo tanto, que no buscaran su compañía.
También estaba el tema de si se moriría de día o de noche. Si fuera de día, sería más fácil, ¡con estar mucho tiempo fuera!
Pero de noche, no había remedio. Con la suerte que tenía, a ella le tocaría morirse de noche.
La única solución, parecía ser: encontrar compañía.
Estuvo mirando en internet los lugares donde era más probable  encontrar pareja, pero dado que no tenía aficiones artísticas ni lectoras y que intelectualmente estaba poco preparada, pronto se cansó de visitar museos los días que resultaban gratuitos, ir a algún concierto e incluso a la biblioteca donde, por cierto, entabló conversación con un señor que le pareció muy agradable, pero que le habló de autores de los que ella jamás había oído y de libros que no había leído nunca.
Primero hizo un repaso exhaustivo de todas las ofertas de gimnasio. Encontró uno que ofrecía 15 días de prueba gratis, pero el hecho de machacarse haciendo ejercicios que no la motivaban y tenerlo que hacer asiduamente, la desanimó, además, las mensualidades eran elevadas. Buscó el día del espectador en el cine, pero no era fácil entablar conversación.
Un centro excursionista también fue un recurso que duró dos sábados. Ella quería encontrar pareja pronto, tenía prisa y no estaba dispuesta a sacrificarse tanto. Ir a bailar no era una opción, le daba vergüenza presentarse sola.
Tras todos esos fracasos, algunos conocidos le aconsejaron inscribirse en un sitio web de encuentros y, después de muchas dudas y preguntas, lo hizo en uno que no era de pago. Aprendió los rudimentos del programa y empezó siendo muy selectiva.
Ponía el listón muy alto y ninguno de los hombres que se ofrecían le convenía, físicamente eran poco atractivos y todos buscaban “eso”: sexo. Además, ella quería alguien que tuviera una buena economía. No le gustaba pasar estrecheces. A mi edad, pensaba ella, quiero poder disfrutar de la vida. He trabajado muchos años. Me gustaría viajar, no he estado nunca en París, ni tampoco en un hotel de cuatro estrellas.
Muy decepcionada con las redes, dejó definitivamente este método de encuentro y, un día, por casualidad, oyó hablar del speed dating.
Descubrió que en su ciudad iba a celebrarse uno, de modo inminente para personas de treinta y cinco a cincuenta años, pero que más adelante tendría lugar otro para mayores de cincuenta. Mientras esto llegaba, decidió informarse y prepararse.
Un mes antes del evento, se inscribió, pagó la cuota, que le pareció muy cara, y rellenó concienzudamente el formulario que
le propusieron.
 Su edad (se quitó un par de años)
 Sus intereses y preferencias (Ahí tuvo muchos problemas para contestar, pero lo hizo vagamente esperando no comprometerse en exceso)
 Su profesión (Valeria era esteticista antes de su jubilación)
 El tiempo que llevaba soltero o soltera
 Sus objetivos tras el speed dating (conocer gente interesante)
 Su disponibilidad (¿cómo decir que estaba totalmente disponible sin que se notara mucho? Contestó: tardes)
 Sus datos de contacto (teléfono, correo electrónico, etc.)
Permaneció en ascuas todo el tiempo restante. No sabía cómo vestirse, ¿el traje gris que sólo me he puesto una vez?, cómo maquillarse, dado que tengo los labios perfilados desde hace tiempo, me los pintaré del mismo rosa que el pañuelo del cuello y me peinaré con moño alto y mechas caídas. Eso me va bien.
Sabía que iba a estar de cinco a diez minutos frente a una persona desconocida que le haría preguntas y a la que tenía que preguntar, pero cómo saber qué preguntar, cómo saber qué contestar.
Buscó información en internet y consiguió algunas preguntas que formular y preparó algunas respuestas a posibles preguntas.
No quería caer en lo típico y esperado de: ¿De dónde eres? ¿Qué te gusta más el campo o la ciudad?, ¿en qué trabajas? etc.?, quería ser original. Se apuntó unas cuantas ideas como: ¿Cuál es la última película que has visto? ¿Qué actores te gustan?, ¿Qué clase de música escuchas normalmente? Y se le ocurrió una que le pareció genial para conocer el nivel económico del aspirante sin que se notara mucho: ¿dónde pasaste las últimas vacaciones? Se las aprendió de memoria. También tomó nota de que debía evitar temas de religión, política y economía, pues no se trataba de tener una discusión sino de conocer a una persona.
Con todos esos preparativos le pasaron los días volando. Llegó la fecha tan esperada y temida. Por su profesión, sabía sacar muy buen partido de su físico. Se peinó como previsto: el moño alto y mechones que le caían por los lados. Este peinado la favorecía enormemente con esa melena abundante que todavía tenía entre blanco y gris. Se puso el traje de chaqueta gris claro ceñido, muy elegante, estrenó zapatos de medio tacón gris oscuro, ¡con tal de que no me hagan daño!, y se maquilló haciendo resaltar sus labios y sus ojos todavía llenos de vida y añadió el foulard rosa alrededor de su cuello. Se miró por última vez al espejo con satisfacción. Se encontró verdaderamente atractiva.
Cuando llegó al lugar, la acogió una joven muy amable que la acompañó a su mesa y le dijo que ella no necesitaba moverse, que serían los caballeros quienes vendrían a hablar con ella. Le ofreció una copa y le dio el formulario para que después de cada entrevista fuera anotando sus impresiones. Valeria había cogido también una libretita por si acaso.
En ese formulario ofrecido y que debía entregar a la salida, tenía que escribir el nombre de la persona con la que se entrevistaba y poner una cruz en: Interesada
Posibilidad de amistad, pero nada más
No volver a ver.
Le temblaban las manos mientras leía las tres posibilidades, cuando, de pronto, vio cómo se le sentaba en frente un gigante barbudo de pelo blanco con una sonrisa encantadora en los labios.
—¡Buenas tardes, preciosidad!
—¡Buenas tardes! ¿qué tal?
—Soy Fernando. ¿cómo puede una belleza así estar libre?
Y siguieron hablando, ni que decir tiene que se le olvidó todo lo que tenía preparado y, simplemente, pensaba en contestar con dignidad a las preguntas. Sonó la campanilla y Fernando se retiró.
Valeria había quedado desconcertada, no le gustaba en exceso, le parecía demasiado incisivo, pero tampoco lo quería descartar, porque ¿y si los otros eran peores? Lo marcó como “Interesada”
Así pasaron diecinueve más. José, uno de ellos, le ofreció otra copa puesto que se le había acabado la primera. Era agradable pero físicamente no le gustaba mucho. No obstante, no lo descartó.
Luis María la puso en apuros cuando le preguntó
—¿Qué es lo más atrevido que te gustaría hacer?
No supo qué contestar. Se puso más nerviosa todavía y balbuceó diciendo que no sabía. Luis María continuó con un cierto sadismo viendo la dificultad que tenía ella en abrirse
—Si tu vida fuera un libro ¿Cómo se llamaría?
Prosiguió antes de obtener respuesta alguna.
— ¿Qué superpoder te gustaría tener?
Al final se compadeció y le dijo que tenía que pensar en ello para la próxima vez.
¿La próxima vez? ¿Iba a haber una próxima vez con él? Le gustaba.
Tuvo un rayo de esperanza.
Mariano era cantante y hacía giras. Le dijo que quería llevarse a su pareja, si la conseguía, porque no le gustaba estar solo en los hoteles.
Valeria vio el cielo abierto y, utilizando todos sus encantos le dijo que era una vida que a ella le atraía mucho.
—¡Viajar así debe ser estupendo! ¡Cada poco tiempo en una ciudad distinta!
—No te creas, también cansa mucho y al final, no sabes ni dónde estás-
—Me encantaría probarlo.
Estuvo ilusionada con él, tanto más cuanto que era un guapo mozo.
Lucio era muy gracioso, pero era muy bajito, un bajito simpático y que desbordaba alegría.
—Me encuentras bajito, ¿verdad?
—Sí, un poco. Pero me encanta tu humor.
—Tienes que saber que, el buen perfume se vende en frasco pequeño
—¡jajaja!
Por su carácter, quizás fue su favorito, pero ¿cómo podía salir con él si le llegaba al hombro? No obstante, tampoco lo descartó. Reír era también una de las cosas buenas de la vida.
Habían pasado dos horas cuando concluyó el evento y Valeria se encontraba agotada a consecuencia de los nervios. Entregó los formularios en los cuales no había descartado a nadie. Tenía que conseguir su objetivo. Se fue a casa. Esa noche soñó con preguntas y respuestas, pero consiguió dormir como no lo había hecho en mucho tiempo.
A la mañana siguiente, en primer lugar, revisó su correo, pero nada encontró. Se sintió un poco decepcionada. Sin embargo, dos días después, tenía un mail de lo más cargado. Había conseguido diecinueve citas. ¡Lo nunca visto! Estaba radiante. Escribió a todos y en ello pasó el día.
En respuesta, le daban cita en días y horas diferentes, pero ella tenía que ordenarlas y analizar que no se superpusieran y, si algunas lo hacían, proponer una alternativa. En ello pasó otro día. Le quedaba, en papeles individuales, poner la hora y lugar de la cita con el nombre y lo que recordaba de la persona.
Después de comer, se fue a la terraza de un bar que solía frecuentar, pidió un café y desplegó todos sus papeles en la mesa. Quizás esta vez sea la buena, se decía a sí misma ilusionada, y consigo, aunque no sea el amor, al menos la compañía que me falta. ¡Sería magnífico! El amor y el cariño pueden venir después. Creo que voy por el buen camino.
Estuvo trabajando, tratando de recordar y anotarlo todo. Llegó la hora del cierre y Valeria permanecía totalmente concentrada en lo suyo. Pidió otro café al camarero, le pagó los dos y le preguntó si se podía quedar en la terraza, aunque cerraran. Dado que la conocían y que no recogían el mobiliario por la noche, le dijeron que no había ningún problema y allí estuvo trabajando sus recuerdos con ahínco.
Ya era verdaderamente tarde, pero estaba a punto de acabar, cuando se levantó el viento. Tan concentrada estaba Valeria que no se apercibió. De pronto, una fuerte ráfaga pasó por encima de su mesa llevándose todas las hojas que había en ella. Exhaló un grito desesperado y corrió a recogerlas. Consiguió recuperar unas cuantas y guardarlas en su bolso, pero otras, se esparcieron por la calzada. Ella no pensaba más que en sus preciados papeles y, dispuesta a rescatarlos, se lanzó a la calle y lo hizo sin mirar, con tan mala suerte, que en ese momento pasaba un coche de esos que no llevan conductor que la atropelló acabando con su vida. La calle estaba desierta y nadie se percató del accidente.
A las siete de la mañana el camión municipal de la limpieza descubrió su cuerpo y avisó a la policía.
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