«¿Conocen el caso de Nicolás Tesla? Su increíble vida bien merece una novela o una peli de Hollywood tachonada de estrellas. Nació en 1856 en Croacia, entonces parte del Imperio austrohúngaro, y murió solo y olvidado en un hotel de Nueva York. Y sin embargo, fue uno de los hombres más brillantes que se recuerden, hasta el punto de que Charles Batchelor, en la carta que le envió a Thomas Alba Edison para recomendar a un entonces jovencísimo Tesla, decía: “Conozco solo a dos genios en este mundo. Uno es usted, el otro el portador de estas líneas”. Tesla está considerado el inventor y/o el precursor de la corriente alterna, de la bombilla incandescente, del radar, del avión de despegue vertical, del microscopio electrónico, de los rayos X, del submarino eléctrico, e de incluso de la radio, invento que Marconi se atribuyó hasta que Tesla en los años cuarenta pleiteó y ganó en los tribunales. Si en el campo intelectual Tesla era un superdotado, en la vida normal era un desastre. Los genios son como los héroes en medio de una batalla. Si van un poquito por delante de la primera fila, se convierten en abanderados, pero si la distancia entre ellos y el pelotón es demasiado grande, los llaman el loco de la bandera. Eso mismo le pasó a Tesla, sus ideas eran tan avanzadas que lo tomaron por un científico chalado. Pero es que, además, lo que tenía de lince en su parte creativa lo tenía de miope en lo crematístico. Lo engañaban siempre. Edison (que era lince para una cosa y otra) le hizo, por ejemplo, la siguiente jugarreta. Después de que Tesla sugiriera al genio de Ohio que la corriente continua que él usaba para sus generadores era ineficiente, le encargó rediseñarlos a cambio de cincuenta mil dólares de la época, más de millón y medio al cambio de hoy. Tesla cumplió su parte del trato pero, cuando reclamó lo suyo, Edison le dio una cariñosa y paternal palmadita en la espalda diciendo: «Ay, Tesla, usted no entiende aún en sentido de humor americano”. Desilusionado, nuestro hombre renunció a su empleo y se dedicó a cavar zanjas durante un tiempo. Edison no fue el único en engañar a Tesla. Su vida se convirtió un continuo sube y baja hasta que acabó sus días solo y arruinado en una habitación de hotel, tenía 86 años. Los avatares de Tesla me recuerdan una frase que oí decir con frecuencia a mi hija Sofía antes de que nacieran sus hijos: «Ojalá me salgan listos, no inteligentes», eso decía. Su deseo se ha cumplido y tanto Jaime como Luis son niños muy espabilados como promete también serlo mi nieta más pequeña, Carmencita, la hija de Jimena, por fortuna. Desconozco cuáles son las cifras, pero se sabe que los niños superdotados no solo tienen serios problemas en la etapa escolar, sino que muchos de ellos se convierten en adultos mediocres. ¿Por qué ocurre esto y cómo se explica que personas brillantes desde el punto de vista intelectual sean luego completamente torpes en otras facetas de su vida? Se habla mucho de distintos tipos de inteligencia y todos conocemos la importancia de la llamada inteligencia emocional, es decir, la que tiene que ver con la empatía, con el modo de relacionarse con los demás. Sin embargo, existen otros fenómenos a tener en cuenta. Uno es que la naturaleza tiende a compensar y, si se tiene muy desarrollado un rasgo, ya sea físico o intelectual, los otros parece que se desarrollan menos. Después está el llamado síndrome de Solomon. En 1951 el doctor Solomon Asch demostró, a través de diversas pruebas con adolescentes, que a estos no les gusta destacar si eso los hace distintos al resto. Según Solomon esto ocurre por dos razones. Primero, porque los niños que se sienten “diferentes” suelen tener la autoestima baja, y, segundo, porque la sociedad no valora a los que se salen de la norma. No valora, obviamente, a aquellos que están por debajo de lo normal, pero desconfía también de los que destacan por arriba. No tengo, por tanto, más remedio que darle la razón a mi hija. Mejor tener hijos (y nietos) listos pero normalitos. A pesar de las fascinantes historias de genios y seres extraordinarios que se cuentan por ahí, se tienen muchas más posibilidades de ser felices de este modo.»
Carmen Posadas, directora de los talleres de escritura de Yoquieroescribir.com