Hay un tema que hace tiempo quiero abordar y no me atrevo. Trata de las cosas que uno no puede decir so pena de quedar como un raro o, peor aún, como un asocial o un desalmado. Antiguamente, las buenas costumbres aconsejaban evitar tres temas en las conversaciones mundanas: el sexo, la religión y la política. Ahora, en cambio, no solo no se evitan sino que quien más quien menos procura dar sobre el particular (sobre todo el sexo) opiniones a cual más rompedora y/o iconoclasta.
La corrección política apenas se hace notar en estos casos y, en cuanto alguien dice algo provocador o rocambolesco, de inmediato surge una voz sentenciosa que dice que todas las opiniones son respetables, bla, bla, bla. Niego la mayor. No todas las opiniones son respetables, algunas son torticeras e incluso fascistas y no pocas simplemente una majadería. Lo que es respetable es que cada uno pueda expresar la suya en libertad. Y utilizando esa libertad y sabiendo que mi opinión podría ser estúpida o equivocada, retomo la idea a la que llevo tiempo dándole vueltas, la de las cosas que uno no puede decir bajo ningún concepto a riesgo de arruinar su reputación.
Aquí va un ejemplo. Si, en una conversación sobre animales, confiesa uno que no le gustan demasiado los perros, de inmediato lo miran como si fuera un tipo torvo y malvado, casi un psicópata. En cambio, si dice que le molestan los gatos, no solo nadie se sorprende sino que enseguida surge alguien que añade que a él tampoco y que los mininos le dan muy mala onda. ¿Es mejor persona quien quiere a los perros que quien ama a los gatos?, me pregunto… Otro asunto sobre el que no puede haber dos opiniones es la gimnasia o el deporte. Si a usted no le gusta pasar horas pulverizándose los meniscos en la cinta de correr, masacrándose los discos de la columna levantando pesas o estar cuatro horas diarias persiguiendo una pelotita de golf, no vaya comentándolo por ahí; el ejercicio es un tótem moderno ante el que todos se inclinan.
Lo mismo ocurre con los cocineros estrella y la nueva cocina. Es fundamental extasiarse ante una tortilla deconstruida y un helado de vieiras al aroma de boniato so pena de quedar como un patán. Sobre gustos no hay nada escrito, se ha dicho siempre, pero esta es una de las afirmaciones más repetidas y menos ciertas que existen. Cada época, cada sociedad, cada cultura “escribe” sus gustos y ay del que se salga del guión, porque será expulsado a las tinieblas exteriores donde hace un frío que pela y se está más solo que la una. Y voy con otro asunto sobre el que no se puede uno salir del guión, los niños.
Como dice la escritora Annalena McAfee en su interesante novela ¡La exclusiva!, parece que la gente de hoy acabara de descubrir –no, mejor aún, de inventar– la maternidad, la paternidad y también, por cierto, la abuelez. Si uno no repite a cada rato que lo más importante en su vida son sus hijos (como si no fuera obvio y natural), si no se le cae la baba con cada infante que se cruza por la calle y no chochea cuando éste hace un puchero, lo más probable es que su popularidad mengüe de forma considerable.
Personalmente nunca he entendido la frase “me gustan los niños”. Me gustan algunos niños, como me gustan algunas personas y otras muy poco. Que yo sepa, ser niño no hace automáticamente encantador a alguien. Al contrario, hay niños francamente insufribles. Sobre todo los que sus papás consienten y maleducan en la creencia de que, por el mero hecho de tener pocos años, son seres miríficos.
Además, pienso que, si en vez de esta niñitis aguda que ahora vivimos, se tratara de enseñarles a los pequeños que no son el ombligo de mundo, sería bastante mejor para ellos (y también para el mundo, dicho sea de paso). En fin, como ven tengo el día muy controversial, como se dice ahora. Tanto, que no me extrañaría que a partir de este momento dijeran ustedes: No me gusta nada Carmen Posadas.
…Y muy bien que harían, porque para gustos, los colores.
Carmen Posadas, directora de los Talleres de Escritura de Yoquieroescribir.com