BAJO UN CIELO HERMÉTICO – Mª Mercedes Rompinelli Sáez

Por Mª Mercedes Rompinelli Sáez

Una mala decisión puede llevarte al abismo. Y una equivocación, al mismísimo calabozo. Lo que vivimos aquel día se quedó en nuestro recuerdo para siempre. Y aprendimos lo caprichoso que es el azar.
El automóvil avanzaba a gran velocidad, adentrándose en la noche y subiendo el puerto de Despeñaperros. Eran las cuatro de la madrugada y Marina acusaba ya el cansancio. Siempre conducía ella. Es verdad que era su coche (bueno, para ser exactos, era de la empresa), pero su amiga, Laura, nunca se ofreció para conducir, así que eso resultó un acuerdo tácito entre ellas. Laura era siete años más joven que ella, y aunque era una pija mimada, ñoña y a veces insufrible, Marina le tenía cariño porque le provocaba ternura, era como una hermana pequeña a la que acabas consintiendo todo.
Los pensamientos de Marina flotaban en su cabeza. El tiempo pasaba despacio mientras conducía. Pero los árboles, el paisaje, las señales de tráfico…todo pasaba rápido a su paso, igual iba un poco lanzada…Redujo rápidamente al divisar una luz que se movía. Pasó por su lado y vio que era un guardia civil con una espada láser, tipo la de “La guerra de las galaxias”, moviéndola desde arriba hacia abajo. Bien, que fuese más despacio, eso entendió. Una vez hubo reducido dos marchas, el automóvil siguió rodando y Marina se relajó.
Un sonido parecido a un disparo acompañado de un temblor del coche la sacó de sus pensamientos de golpe. Se asustó y empezó a maldecir en voz alta:
– ¡Joder! ¿Qué ha pasado?- exclamó.
De repente sintió que el coche perdía velocidad. Pisó a fondo el pedal del acelerador, pero el coche iba frenando solo. De pronto el coche se paró. Y Marina volvió a perder la paciencia (en realidad nunca tuvo mucha)
– ¡Pero qué pasa! – gritó, al tiempo que se bajaba del coche. Lo rodeó inspeccionando las ruedas y súbitamente lo vio: una rueda pinchada. Y siguió gritando:
– -¡Laura! ¡despierta!, hemos pinchado, ¡Qué mala suerte!

Su enfado y su desesperación eran notables, y la actitud adormilada y pasiva de Laura no ayudaba, con razón la llamaba “el muñeco”, porque decía que era como llevar a un copiloto inerte.
Laura se bajó del coche desorientada.
-¿En serio? ¿Perooooo, qué ha pasado tía?
Ahí estaba ella, con ese acento pijo y ese aire de tonta a lo Britney Spears.
-Pues claro que en serio, ¿no lo ves?
-¡Buf! Y ahora, ¿qué hacemos?
-Pues llamar a alguien- dijo sacando el móvil del bolso. – Lo que faltaba…no hay cobertura.
-Jope tía, qué pereza de situación, y encima me ha entrado hambre.
Marina empezó a preocuparse seriamente. Era noche cerrada, estaba tan oscuro que sentía escalofríos. Hacía frío y un silencio desolador envolvía todo. No veía luces, no había ningún pueblo a la vista; no pasaban coches, estaban atrapadas en un puerto de montaña.
Y entonces vio llegar un furgón de la Guardia Civil, menos mal, eso ayudaría algo.
La puerta corredera del furgón se abrió y empezaron a bajar hombres armados. Llegó a contar seis. Iban perfectamente equipados, con chalecos antibalas, metralletas, cascos y botas altas. Todos de riguroso negro, a juego con la noche.
“¡Vaya! Madre mía, parecen los hombres de Harrelson”- pensó. Y sintiéndose por fin aliviada les saludó:
-¡Buenas noches! A ver si nos pueden ayudar, es que hemos pinchado, íbamos…
– ¡Unidad Especial de Intervención!¡Contra el coche!
– ¿Qué? ¿qué dice?
– ¡Contra el coche he dicho!
Marina y Laura se dieron la vuelta y se colocaron con las manos sobre el capó. A continuación las cachearon. Laura callaba, pero Marina no paraba de protestar.
-¡Pero oiga, de verdad, qué es esto! No entiendo nada, se están equivocando, es que esto es increíble, se van a arrepentir de esto, porque…
-¡Cállese, señorita!
El tono del policía era duro y se le notaba enfadado.
Y entonces ocurrió. Notó el frío de las esposas en sus muñecas, la presión sobre su piel y escuchó un clic. Se sintió completamente indefensa. Las giraron y mirándolas de frente, por fin se explicaron.
-No tiene usted una rueda pinchada, tiene tres. Y se las hemos pinchado nosotros. Se saltó usted un control de velocidad, así que dimos aviso a los compañeros y tuvimos que ponerle la barrera de pinchos en el siguiente control que teníamos montado.
-¿Cómo? ¿Pero por qué? ¿Qué se han creído?-Marina estaba profundamente indignada. –O sea, ¿usted va a pagarme las tres ruedas de este Saab deportivo de alta gama? Es que ya vale, ¿no? Porque en el curro no me las van a pagar. ¿Qué control? ¡No había ningún control!- elevó el tono dejándose llevar por los nervios.
– Abra el maletero- el policía ignoró por completo el comentario de Marina, y junto con otro hombre empezó a mover los bultos, a la vez que empezaba un interrogatorio:
-¿De dónde vienen? ¿Por qué llevan dos maletas? Abran las maletas.
Laura seguía callada y Marina empezó a explicarse. Les contó que venían de bucear, habían ido al club de buceo de La Línea de la Concepción, enfrente justo del peñón de Gibraltar. Solían ir los fines de semana allí, a bucear en aguas inglesas porque había muchas cosas interesantes en el fondo (como cañones o barcos hundidos).
Lo que no dijo es que en realidad iban mucho porque Laura se había enamorado de Manu, un monitor de la escuela, y Marina no se había enamorado pero tenía una bonita y cercana amistad con el dueño del club, Tim, un tipo de Londres con el que tenía en común su amor por la cultura anglosajona. Manu y Tim eran íntimos, no como Laura y Marina que se habían conocido buceando en el club y empezaron a viajar juntas por la insistencia de Laura, porque quería ver al monitor, a pesar de saber que éste estaba casado. “Qué obsesión, joder, con la de tíos libres que hay”-pensaba Marina.
Siguieron preguntando, uno hacía de poli bueno como en las películas y el otro de poli malo. Los otros cuatro miraban, con las metralletas hacia el suelo pero sujetas en posición horizontal y muy tiesos. Las dos respondían pero las respuestas no parecían convencerles.
Marina miró a Laura y vio cómo le caía un lagrimón por la cara. – No te preocupes, no pasa nada, todo se va a aclarar- le susurró intentando aparentar tranquilidad.
El poli bueno la oyó y se acercó a Laura.
-¿Te aprietan las esposas?- preguntó con tono amable.
-Sí- Laura sollozó
El poli bueno se las quitó, las reguló y se las volvió a poner. Miró a Marina, y le hizo un gesto inquisitivo con la cabeza.
-Yo estoy bien, gracias.-respondió muy digna.- Pero me gustaría que me dejaran explicarme. Yo no sabía que eso era un control, iba deprisa porque estamos muy cansadas y deseando llegar a Madrid, eran las cuatro de la mañana, son ya las cinco, ¿es que nos van a tener aquí toda la noche? Oiga, ¿qué hace con los asientos? ¡Luego me los van a colocar ustedes!- se sintió ridícula según pronunció la última frase.
Los policías parecían no escucharla, levantaban asientos, los plegaban, buscaban en todos los escondites del coche. Abrieron la maleta de Laura. La miraron fijamente:
-¿Qué lleva aquí?
-Bikinis- lo dijo muy bajito y en tono lastimero, si no hubiese sido por la situación fue hasta cómico. Después se puso a llorar con hipo, pensando que probablemente iban a encontrar la piedra de hachís, diminuta y estúpida, que le había aceptado a Manu, para recordar en Madrid esos porritos que se fumaban juntos al atardecer mirando al Peñón. Una estupidez que la iba a llevar ahora a meterse en un problema. La había escondido en la caja de los Tampax. Observó con ansiedad cómo tiraban sus bikinis, sus camisetas, cómo sacaban el neceser, lo abrían, sacaban una crema, apartaban la caja de tampones miraban el fondo volvían a meter todo y… cerraban. Ya está. No la vieron.
Abrieron la de Marina y empezaron a sacar la ropa, a tirarla al maletero, al suelo, parecían sabuesos buscando entre sus vestidos.
– ¿Dónde está la droga?
– ¿Pero qué droga oiga? Es que de verdad, se están confundiendo.
– ¿Qué es esto? – preguntó el policía que hacía de malo- Marina palideció. Ella también había recibido un regalo, era un ánfora que le había regalado el dueño del club. No le dijo de dónde la había sacado, y no cayó hasta después en que podía ser algo sacado del mar, con lo cual eso sería expolio submarino. Ella sabía que eso era un delito contra el patrimonio arqueológico. Estuvo rápida.
– ¿El qué? ¿eso? – puso cara de asco para convencer de su desinterés por la vasija.- Eso, me lo ha regalado un pescador.

El policía lo dejó en el maletero y de repente un sonido llegó desde el furgón policial. La radio emitió algo y cuando volvió el policía la miró de manera extraña:
-“todo va según lo planeado”.

Marina no entendió nada, sólo sintió una pena tan grande que arrastró su enfado, su rabia y su entereza. Una inmensa tristeza que la hundió, y que le provocó una desesperación y un miedo como nunca antes había sentido. Empezó a ser consciente de que no podía pedir ayuda y no podía convencerles de su inocencia. Dos chicas solas en medio de la nada, en una noche oscura lejos de su casa, metidas en un problema policial frente a seis hombres. Empezó a imaginar toda clase de horrores: podían pegarlas, o violarlas, o hacerlas desaparecer, porque eran policías pero no estaban allí para protegerlas a ellas, sino todo lo contrario. Miró al cielo, y no vio ni una estrella; rezó y suplicó sabiendo que su plegaria no llegaría, porque era un cielo cerrado a la razón, hermético.
De repente las montaron en el furgón, y al cabo de media hora estaban juntas en un calabozo. Una vez a solas, Laura habló:

-No te preocupes- por una vez la pija tomó las riendas de la situación- mi padre está acostumbrado a los contratiempos. No siempre los planes salen bien. Y a veces hay chivatazos que lo fastidian todo.
– ¿ Qué?- la confusión de Marina era total
-Pues eso, que no traían perros, y la droga la recuperaremos. Está en la vasija esa, en lo que tú crees que es un ánfora auténtica. – Laura hablaba con solemnidad y con un tono completamente diferente al tono estúpido que la caracterizaba. Hasta su voz era más grave, ni rastro de la voz de pito.
-No entiendo nada, ¿me puedes explicar de qué va esto?- el corazón de Marina se aceleró- me estás poniendo nerviosa.
– Pues yo estoy muy calmada- una sonrisa gatuna asomó a sus labios- sabía que eras la pardilla perfecta para utilizarte, y aunque me da pena porque te he tomado cariño, estoy orgullosa de lo bien que acabará esto.
Los ojos de Marina reflejaban incredulidad y tristeza, y su cerebro buscaba una explicación.
– Venga, salid de aquí, – el poli malo apareció- y toma tu bolso princesa, dentro tienes un billete de avión para que sigas adelante con el plan.
– ¿Cómo? – Marina estaba bloqueada- ¿Le conoces?
– ¡Joder, claro! ¡Desde que tengo 10 años!- rio con ganas- es mi tío, ya sabes, todo queda en familia cuando se trata de narcos.
Abrió su bolso y Marina vio algo brillar, al tiempo que sentía una hoja afilada que le atravesaba los intestinos. Se le nubló la vista y vio su cuerpo buceando, flotando entre burbujas, sintiendo la paz del mar. Su cuerpo vibró y el dolor la envolvió. La sangre mojaba la celda y escuchó a Laura despedirse:
– Créeme, te estoy haciendo un favor. – Y le cerró los ojos suavemente.

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