BLUES – Jose María Garreta Novell

Por Jose María Garreta Novell

Blues – 1

No era el más honesto ni el más creyente, pero era un hombre atrevido. Alatriste, así le llaman. Calaba sombrero Cocodrilo Dundee hasta el entrecejo, fina boca medio oculta por el bigote francés y barba de discurso libre. La sonrisa seca. Y una melena, de pelo estirado, caía hasta los hombros. Lo arrastrado de sus pasos y el ligero arqueo de las piernas mostraban una vida áspera. Su mirada había sido desafiante.

 

Inscrito a un ERTE y mandado a casa por el bueno de su jefe, que vendió la imprenta para nostálgicos y volvió al pueblo con su mujer. Así, unos ahorros de dudosa procedencia serían su salvación.

 

De sus libros, Alatriste, sabía del diablo que no tenía amigos. Que era capaz de desencadenar el infierno por dondequiera que quisiese. Implacablemente. En esta ocasión le tocaría, en forma de epidemia, a la tierra.

 

Mientras llegaba, sin saberse lo peor, se acercaba al Sabor donde Óscar, cubano de Remedios, le esperaba limpiando un local que acabaría por vender a un vecino chino. Cenaban en cualquier terraza y abrirían, para nadie.

Antes, el son hacía mover caderas a parejas, jovencitas ávidas, solitarios y grupos.

 

Se llevó a Encarna, su amante, un conductor borracho que se dio a la fuga. Óscar regresó a Remedios, compró un local y servía rones a ningún turista. Adiós a su trabajo artesano de impresor y uñas negras. Y las calles y las plazas estaban vacías, repletas de desánimo y persianas bajadas.

 

Lo desató. Muerte, soledad, infierno. Locura, delirio, desespero. El horror. Alatriste, así le llaman.

Enterrar mañana las cometas de papel.

Luces de papel.

De papel.

 

Laura dejó un compañero, piso, trabajo y una vida. Emprendió otra con despistados sin hora, bolsos abiertos y bolsillos violados. Aprendió a sacar carteras y relojes y abrir toda clase de bolsos, practicando en un maniquí con campanillas en el pecho, en las caderas y las muñecas. Si sonaban, detenida. Si el bolso se caía, detenida. A llevar bandejas con jarras de arena para

 

Blues – 2

asegurar brazos, cuerpo y porte. Si alguna se movía, detenida. Si encorvaba la espalda, detenida. Si tenía miedo, detenida. Porque fallaba.

Sentía una excitación íntima. Más suave y más larga que un orgasmo. Mucho más. Ella templaba su placer. Le invadía. Boca seca, bebía, respiraba. “Unnn. Dosss. Con el diafragma. Otra vez”. Estaba dispuesta, preparada para salir.

 

Vestía chaqueta holgada, blusa, pantalón, gafas tintadas, mascarilla y peinado. Aspecto normal. Visible para todos y para nadie.

 

Espera el autobús. Una pareja de jubilados, con un bolso victoriano ella y bolsito pequeño él, al lado. Un joven con mochila, el móvil en el bolsillo trasero. Todos con mascarilla, inmóviles, mirando a ningún lugar.

 

Una vez arriba, accede al bolso victoriano que contenía un móvil, un sobre con unos cientos de euros y una joya muy aparente. En el bolsito, un Nokia, de los primeros tal vez, que dejó. Y una cartera. Al bajar, tropezó con un hombre qué, después, no sabría explicar qué había ocurrido con su reloj.

Orgullosa. Perfecto. Cinco minutos. Con una tranquilidad que no sabía que existía. Excitada del riesgo, victoriosa del engaño.

“¡Qué subidón, coñooo!”, pensó, divertida y complacida.

Guardó el móvil, el reloj y la joya. Eran buenos. También los euros.

+++

Aunque nadie nos permitió elegir, a duras penas, la esperanza regresó. Con ella nuestro mundo y el de casi todos. También aquellos que siempre han convertido la crisis en ganancia. Sean los provenientes de la decadencia o nuevos venidos a los torbellinos de las intrigas cortesanas. Si algún día se fueron.

+++

 

Ya tenía la cartera en la mano y el turista se dio cuenta. Arrancó tras ella. Un tipo con sombrero Cocodrilo Dundee, tropezaba con la víctima, lo hacía caer y simulando ayuda, le impediría levantarse.

 

Blues – 3

 

-Perdón- y se fue.

 

Mientras, Laura, desapareció.

 

La persecución del papel.

Ruta de Papel. Suéteres de papel.

 

¿Me puedes acompañar, Alatriste?- dijo Laura.

Desde aquel día colaboraban, y se entendían, como buscavidas por la estación. Necesitaban dinero. Tenían que llevar al tasador una joya que ella había robado.

-¡Benditos guiris! Pero no me fío del viejo- dijo enseñándole un medallón de oro.

-Tía, ¡esto pesa!

-Por eso. Tenemos que sacarle tres mil como poco.

-Vale bastante más, como diez o doce mil- dijo Alatriste.

-Ya sabes cómo va esto.

Se encaminaron a la trastienda del tasador. Al llegar, coches de policía impedían el paso. Uno de los agentes le reconoció.

-¿Qué haces Alatriste?-preguntó el poli.

Era un viejo enemigo conocido. Se preguntaría qué buscaban del tasador. Les dijo que no se podía pasar y pronto despejarían la calle.

-¿Qué hacemos, tío?- le preguntó Laura.

-Nunca lo detienen. Miran los libros y se van. Me preocupa el poli.

Pasada una hora se habían ido. Se acercaron despacio. El acceso a la parte trasera, un pasillo oscuro y maloliente, y una puerta. Llamó y esperaron. Volvió a llamar. Abrió un hombre mayor.

 

 

Blues – 4

 

-Está cerrado- dijo.

Él insistió. El hombre parecía asustado.

De pronto, surgido del pasillo apestoso, apareció el poli. Le dijo al viejo que tenían algo pendiente.

-Dejarme ver- dijo. Miró el medallón.

-Esto vale quince mil. Ocho es buen precio. Págales.

El tasador les entregó el dinero. El poli se giró y a modo de advertencia le dijo:

-Nos veremos, Alatriste.

Regresaron al barrio. Al día siguiente se la encontró.

-Vino anoche- le dijo Laura.

-¿Quiere pasta?

-Quiere que recoja algo.

En el parque y llevarlo al puerto. En su deambular, Alatriste se había ocupado, tiempo atrás, de algún asunto poco claro, que le había llevado a los embarcaderos, cerca de los barracones. Iría antes al parque, controlaría las posibles salidas y la recogida. Después bajaría al puerto.

-Tenéis que ir a mi concierto, a medianoche- dijo el Armónico saludando desde una terraza.

Profesor de armónica de blues, el Armónico llevaba gorra raída y gafas King África, anorak, falsas Dr. Martens, y guantes de polipiel. Y mascarilla FFTP2NR.

-¡A medianoche!

Laura cogió el paquete. Miró y se fue.

 

 

Blues – 5

 

-¿Dónde estarás?- le había preguntado.

-Estaré.

Esperó en el puerto. Llovería. Llevaba chaqueta de piel gastada, vaqueros negros y botas de punta. Con el sombrero y, de embozo, la mascarilla negra.

Miró alrededor, y se adentró en los soportales. Pegado a la pared y los ojos vigilantes. Se detenía y escuchaba, miraba atrás. Silencio. Vio la puerta.

Esperó unos minutos y entró. No había nadie. Buscó una ventana en la oscuridad, una posible salida.

Esperaba inmóvil. Las gotas de sudor empapaban la mascarilla de sabor salado y, sin apenas respirar, la oscuridad le hacía desaparecer.

Laura entró. Sabía que era ella, podía olerla, a mujer.

Estaba asustada. Se concentraba pensando cuando metía la mano en un bolsillo. Una vez tenía el objeto, lo extraía sin ningún movimiento de más y desaparecía. Controlando la respiración, apretando los dientes. Con un resorte invisible, tensado, para salir corriendo a la mínima señal de peligro. Una llave vieja en un puño cerrado.

Llegó un coche, sus dos ocupantes entraron. Recogieron el paquete y le dijeron que se fuera. Se dirigió al punto de encuentro.

“Joder, qué nervios. Oscuro. Parking, ahí, entrada. Qué sed. Me meo. La salida. Escalones, un, dos y la calle. ¿Dónde está este tío? Me meo. Si estaba dentro, ¿cómo saldrá? Hostia, qué sed. ¿Por qué coño no he traído agua?

Hostia, ¿por qué pienso en él?”

Saltó por la ventana y ahí, entre las sombras, estaba. También el coche. Seguían dentro. Solo él acechaba a Laura.

-Tengo que mear, ¡ya! Y un gin lemon muy cargado ¡Ya!-dijo ella, cuando se encontraron.

Se sentían prisioneros. A merced de conjuras desconocidas. Parecían tener reservados papeles accesorios, manejados por extraños.

 

 

Blues – 6

 

Llegaron al local donde tocaba el Armónico. Un sótano con cajas de huevos de aislante y desconchones. Copas, cocaína, algún turista en peligro. Todos buscando todo. Iluminación azul y roja y un micrófono y un foco, nada más. Para el Armónico.

Laura salía del baño.

– ¿Cómo os encontráis?- le dijo Alatriste.

-Bien.

-¿Le preocupa, si acaso, algo?

-No.

-Pendiente de vos. Sus ojos brillantes y su respiración, aquí, agitada. Señora.

-¡Ja, ja, ja! ¿Por qué te llaman Alatriste?

-¿Sabes que es uno de los instrumentos más vendidos de la historia? ¿Y el primero en ser tocado en el espacio? Y lo más importante, ¡el embocado!- decía el Armónico.

-Es- decían sus ojitos -un beso.

-Grrr- reía, pidiendo el segundo gin lemon.

Ocuparon la última mesa, con la espalda protegida, mirando la entrada y el billar, donde dos tipos jugaban.

Bury You in a Paper Sack” es contoneo, ojos vidriosos y deseo. Sonaría en unos minutos, en aquel ardiente sótano, donde tocaba y, a menudo, purgaba sus pecados el Armónico.  En el escenario se concentraba. Reseguía con saliva los filos de su blues harp y cerraba los ojos.

Escuchaba así a Snooky Pryor, vocalista privilegiado. A Charlie y su trepidante batería, al redundante y poderoso contrabajo de John F. A los primeros arpegios de Jerry, respondía con vertiginosas escalas Boom Boom

 

Blues – 7

 

Pacheco al piano, elaborando el Armónico preguntas que se aferraban a la banda, respuestas en clave de fa. Fundiéndose con los desatados vientos de

  1. Right, que se llevarían a todos a Ganímedes, y dando vueltas a Júpiter bailarían “Enterrados en una bolsa de papel”. Ante los ojos, atónitos, de Titán.

 

Al día siguiente, contaría la “Gaceta del Barrio” que el Armónico, en medio de un embriagador paroxismo, a la vista de todos, desapareció. Su armónica, besada por un corazón invisible que, henchido de ritmo y emoción, dispersaba virutas de humo multicolor que teñían de fantásticos verdes y luminosos naranjas, azules añiles y refulgentes amarillos aquel sótano. Que vivió otra última gran noche. Sería precintado al día siguiente.

 

Se diría que por las noches, en los veranos calurosos, entraban por las ventanas las notas de “Bury You in a Paper Sack” impulsadas por vientos cósmicos desde lugares remotos. Tal era el poder del Armónico.

 

-Como un tripi, tío.

 

-Sí.

 

De madrugada. Se han despedido. Llueve mucho. Usan un paraguas. De los chinos. No caben. No se van.

 

Una farola tintinea. Un automóvil levanta la lluvia. Alatriste, así le llaman.

Leones de papel. Corazón de papel. Muñecas de papel.

 

“Enterrados en una bolsa de papel”

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