CAPERUCITA ROJA COMO NUNCA TE CONTARON

Por Sergio Colado

3.1. Cuento según caperucita

Estaba oliendo mis flores favoritas cuando mami me llamó. Quería que me acercase a casa de la yaya a llevarle la cena porque estaba malita.

Cogí la cestita, me puse mi capa roja y, antes de salir, mami me dijo que no me parase por el camino.

Salí cantando. Me gusta mucho cantar. Hace que no piense en los monstruos que viven en el bosque.

Al llegar a casa de mi abuelita subí a su habitación. La yaya estaba en cama por la fiebre.

No parecía la misma, olía raro y se veía muy fea. No sé bien qué paso pero, de repente, saltó de la cama y las dos echamos a correr gritando. Tropecé con algo, me caí y me di un golpe en la cabeza.

Lo siguiente que recuerdo era un sitio oscuro y pequeño. Oía a la abuela, con voz normal. Nos abrazamos y lloramos. Gritamos. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos así.

Entonces todo empezó a moverse. Una voz a lo lejos decía «lobo malo». De repente, todo se paró. Una luz me dio en los ojos y no vi nada más. Para cuando recuperé la visión, estaba sentada con una manta alrededor y mami y papi me decían que todo estaba bien.

Nunca supe qué pasó pero no me importa.

1.2. Cuento según el lobo

Dirán que soy una bestia pero, no merecen otros tal consideración.

Pronto abandonaré esta vida pero no estoy triste, mi sufrimiento acaba ya.

Desde pequeño he tenido que cazar para sobrevivir. Me recordarán como el triste lobo hambriento que corrió por los bosques hasta este fatídico día en el que, un tierno bocado en rojo sangre, pudo ser mi cena.

Esta mañana descansaba en el suelo. Mi tripa rugía de dolor.

Entonces oí un canto, una llamada. Tengo una vista excepcional y pude ver, a lo lejos, una pequeña niña. La conocía, la había visto antes. Iba a casa de esa vieja que me tira piedras.

Esta vez ella llevaba la merienda.

Me acerqué a casa de la vieja. No se la veía por ninguna parte. Tal vez estaba de suerte. Entré con cuidado. Estaba en cama, sudorosa, dormida. No fue difícil tragármela.

Oí la puerta. Era la niña. Me metí en cama y fingí ser su abuela.

No fue difícil engañar a la pobre ingenua. En cuanto la tuve a tiro, salté tras ella. Cayó torpemente al suelo y quedó inconsciente. Me lo puso fácil.

Estaba ya disfrutando del bocado cuando empezaron a gritar desde dentro. Me reía.

Pobre de mí, no contaba con el entrometido leñador. Entró de repente. No lo vi venir.

De un golpe me abrió en canal, las sacó  y, en su lugar, metió decenas de piedras. Me llevó al río y me tiró dentro. El peso de las piedras me arrastra ahora. Un castigo inmerecido por querer tratar de sobrevivir. Y a mí me llaman bestia.

3.3. Cuento según otro narrador: la parca

Llevo mucho tiempo haciendo este trabajo. Me llaman el mensajero de los muertos,  la mancha negra, la muerte. En realidad soy una parca, un ser que acompaña a los muertos en su viaje al otro lado.

Cuando está llegando la hora de un desgraciado nos llega un aviso para ir a recogerlos. Normalmente llegamos unas horas antes para familiarizarnos con la víctima. Solemos conocer los detalles que llevan al desenlace de su muerte, por si nos quieren preguntar. Nadie suele hacerlo, es demasiado duro.

Esta vez me llegó el aviso de un simple lobo. Llegué a un camino en medio del bosque. Una niña caminaba cantando fuerte. El lobo la oyó de lejos, todo el bosque la oyó.

El lobo corrió a una casa al otro lado del bosque. La niña llegó a continuación.

El lobo dormía cuando ella entró. Charlaron un rato hasta que el lobo saltó sobre ella. Se la tragó y volvió a descansar.

El leñador entró corriendo al oír los gritos de la niña. El lobo estaba tan torpe que no le costó cazarlo. Luego lo llevó al río y lo lanzó dentro cargado de piedras, de igual manera que he visto hacer a los mafiosos cuando quieren dar un mensaje.

Ahora debo recoger su alma y llevarlo al otro lado. No creo que hablemos demasiado.

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