CAROLINA Y SUS FANTASMAS – Ruth María Giménez Jiménez
Por Ruth María Giménez Jiménez
Cuando has probado la sangre, nada vuelve a ser como antes.
Se sentía renacida, invadida por una vitalidad que no había tenido nunca, por una vez, se hizo con el poder.
Carolina estaba tomando un baño, no había bebido pero tenía resaca. La noche anterior tuvo una cena con sus compañeros de instituto, hacía 20 años que habían terminado y la misma institución se encargaba de organizar estos reencuentros.
La reunión terminó poniendo en su sitio al gallito de clase, seguía siendo igual de gilipollas. Intentó propasarse con ella y le dio un mordisco en el cuello hasta que sangró. Aquel sabor era el de la victoria. Después cogió su moto y se marchó lo más rápido que pudo, no se fiaba de la reacción que pudiese tener.
Mientras se dejaba acariciar por el calor y la humedad al ritmo de Nobody, de Keith Sweat, su móvil no paraba de sonar. Era Jorge, les pedían que se presentasen en la comisaría más cercana al instituto; el gallito había aparecido muerto. Carolina supo en ese momento que estaba metida en un lío descomunal, aunque no había hecho nada.
Jorge y ella han quedado en la puerta para testificar:
– ¿Tienes algo que contarme?
– No, ¿estás insinuando que he sido yo? ¡Me fui la primera!
– Él salió detrás de ti…
– Yo no le vi, cogí la moto y me fui a casa.
La conocía y sabía que le estaba ocultando algo. De hecho, era la única persona que la conocía de verdad, que podía acceder de vez en cuando a su interior.
Llegan a comisaría, les pasan a una sala de espera. El agente del caso es argentino. Solo les pide que cuenten lo que vivieron esa noche y si hablaron con el asesinado.
El inspector Matías observa a Carolina, es su morocha. Ella no se ha dado cuenta. En realidad, es imposible, nunca llegó a verle la cara. Está tal y como la recordaba, siente una punzada en la entrepierna, siempre tuvo ese efecto sobre él, sacaba su lado más depravado, por eso se alejó de ella. Nunca dejó que supiera nada de él, ni siquiera su nombre real y ahora se alegraba, tenía la sartén por el mango.
Hacía más de 5 años que no la veía, seguía teniendo esa belleza sutil que le volvía loco, la fragilidad, esa mirada felina que te llevaba a perder el control totalmente. Con ella alcanzó cotas insospechadas de placer y eso, a pesar de que nunca se llegaron a ver cara a cara.
El interrogatorio termina, el agente se acerca a Carolina y le susurra una canción: “fui consumiendo infiernos para salir de vos, intoxicado, loco, sin humor”.
Tras lo que le musita: “Ciao, morocha”.
Carolina se queda paralizada, con la sangre helada pero las ganas ardiendo.
Carolina y Jorge abandonan la comisaría mientras el agente Matías se encierra en su despacho, se sienta y entorna los ojos, le invaden los recuerdos.
Se conocieron hace años en un chat, Carolina pasaba las horas esperando a su ex, si algo bueno tenía, es que nunca le mintió. Estaba totalmente enganchada a aquel tío.
Podían charlar durante horas, siempre le sorprendía. Era una chica muy cultivada, leía y se notaba, podía debatir acerca de multitud de temas. Lo que más les gustaba era decirse con música lo que callaban. Le habló de su vida, le contó todo, se abrió a él como una flor en primavera. Era un privilegio que no muchos tenían, y por eso la apreciaba más todavía.
La primera vez que le pidió una foto, ella, sin pensarlo se la envió. Cuando la abrió, se sintió aniquilado por su mirada. No le llamó la atención tanto su belleza, como su expresión, traspasaba la pantalla. Así empezó su obsesión por ella. Las fotos empezaron a ser más explícitas, hasta que un día le pidió verla por webcam. Estaba relinda avergonzada, podía notarla ruborizada y eso, le excitaba aún más. Su mirada, en directo era mucho más intensa y profunda. No sabía por qué razón le volvía loco. En la mirada le entregaba todo, el deseo, las ganas, el placer. La expresión de su cara, sus ojos cuando llegaba con él al orgasmo, cómo le entregaba ese momento, era sublime. Más, teniendo en cuenta que él jamás le envió una foto ni le dejó verlo. Se puso en sus manos, a ciegas, confiando en él cien por cien.
En alguna ocasión llegó a creer que era la mujer de su vida, pero la imaginaba en brazos de su ex en cualquier motel de esos de carretera que solían quedar y las ganas de matarla se le apoderaban. No es que él tuviese una imaginación desbordante, es que la había visto copular como un animal salvaje, su relación llegó a degenerar tanto que en más de una ocasión la vio follar en el coche con jovencitos universitarios. Ella dejaba puesto el móvil con skype y jugaban a que era a él a quien se follaba, mientras le ponía caritas y le demostraba a qué estaba dispuesta si se conocían en persona. Sabía que si seguían, estaba perdido y se retiró a tiempo.
Regresó a Córdoba (Argentina), estuvo un año hasta que su padre falleció. Cuando volvió, consiguió ser inspector de policía. Cosas de la vida, ahora se encontraban frente a frente en la comisaría y se descubría todo. Podía haberla dejado marchar sin decirle nada, pero la tentación era demasiado grande…
De fondo suena aquella canción que tantas veces le dedicó cada vez que se iba a encontrar con el ex: “Más de mil cosas mejores tendrás, pero cariño sincero jamás, vete olvidando de esto que hoy dejas y que cambiarás por la aventura que tú ya verás, será tu cárcel y nunca saldrás”…
La quiso, la quiso de veras.
Sin darse cuenta, se encuentra reabriendo su cuenta de Skype.
Mientras Carolina y Jorge salen de la comisaria:
– El agente, es el bombero.
– ¿Qué bombero?
– El bombero……
– ¿El argentino? ¡¡¡Si nunca le viste la cara!!! ¿O es que le has oído hablar y has tenido una visión?
– Qué gracioso, me ha dado pistas al despedirnos, no tengo ninguna duda, es él.
Nos pasamos 5 años buscándole por todos los bares y mira por donde, después de otros 5, aparece. – No hagas tonterías -.
– Lo prometo.
Se despiden, cada uno se va a su casa. Cuando Carolina llega a la suya, se recuesta en el sofá con un cigarro y mientras el humo flota se agolpan sus recuerdos.
Le conoció en un chat, ella apenas entraba, pero después de hablar con él la primera vez, aumentó la frecuencia. Siempre tuvo la sensación de que era un animalillo herido. Sólo tenía 23 años y estaba solo en un país que no era el suyo, huérfano de madre, sin hermanos y con un padre enfermo, al que le mandaba el dinero que ganaba. Le inspiraba ternura y un sentimiento maternal, ganas de cuidarlo, algo nuevo para ella. Le preguntaba si había comido o cenado e incluso le obligaba a hacerlo cuando la respuesta era negativa, si tenía que trabajar le mandaba pronto a la cama… Ese tipo de cosas que parecen tonterías, pero que sólo le salían con él. Era conflictivo, la soledad que acumulaba, la descargaba algún que otro fin de semana de borrachera y terminaba la noche en peleas, así que con el paso del tiempo, dejaba el pc encendido los viernes y los sábados por la noche para que cuando llegase a casa, le dijese como estaba. Si estaba bien, normalmente sólo le escribía, cosas tipo:
“Morocha, llegué bien, buenas noches”.
Pero si llegaba bebido o había habido bronca, seguía escribiendo hasta que los clin clin clin de cada frase enviada la despertaban, podían ser las 4, las 5, a ella no le importaba, le contaba cómo le había ido la noche, y él se soltaba un poco más en la conversación. Normalmente era muy reservado en cuanto a su vida, pero en aquellos momentos, se le escapaba alguna información, como en qué bares había estado, su trabajo, de su familia…También era en esas ocasiones en las que más le reprochaba su relación con su ex.
Siempre respetó sus silencios, miedos y desconfianzas, su espacio e intimidad. Llegó a tener la dirección de su casa en la mano. Ella le propuso quedar miles de veces, del mismo modo él se negó miles de veces. ¿Por qué iba a llamar a la puerta de su casa y forzarle a algo que él no quería? Cuando estuviese preparado, ya daría el paso. Lo que sí hizo fue frecuentar los bares que él le nombraba, encontrarse cara a cara de casualidad no era lo mismo que llamar a la puerta.
Con el tiempo llegaron a un juego de amo-sumisa que a ella le volvía loca, nadie, ni siquiera su ex le hacía arder con esa intensidad. Las órdenes que le daba, del modo en que se las daba, para ella eran fuego, hubiese hecho cualquier cosa que le hubiese pedido en aquellos momentos de placer tan intenso. Después de verla en uno de esos juegos, desapareció. Al principio pensó que había tenido que volver a Argentina con el padre, y no se podía conectar, pero pasaron los meses y seguía sin dar señales de vida, ni un correo…nada. La preocupación se apoderó de ella hasta tal punto que un día se presentó en la puerta de su casa, por más que llamó, nadie contestó. Preguntó a los vecinos, sólo supieron decirle que ya no vivía ahí, Carolina se hundió. Tocó fondo, porque siempre sintió que con el tiempo, él sería el único que podía hacerle superar sus adicciones, el único que podía en un momento dado hacerla feliz con el simple hecho de que le dejase cuidarlo como a ella le nacía hacerlo, pero la había abandonado y ella se volvió cada vez más triste y más oscura. La falta de despedida se le quedó marcada a fuego.
Justo ahora, que se había deshecho de sus drogas, aparecía el bombero a sacudir su vida, el bombero, que era policía y que se llamaba Matías en vez de Lucas.
Siente hervir la sangre, la ira apoderarse de sus sienes, la rabia la está consumiendo, no entiende como ha sido capaz de contenerse en la comisaría.
Se fuma otro cigarro y enciende el pc.
– Eres un cínico, no sé cómo no te he matado allí mismo.
– Hola morocha, ¿cómo andas?
– ¡¡¡Imbécil!! Ni un adiós, ni un mail. Estoy bien, gracias.
– Era mejor así, y vos lo sabés.
– Era mejor sí, dejar que la tonta estuviera tan preocupada que llegase a pensar que te habías muerto, claro que sí, eso era lo mejor, para TI
– Nena, cálmate, ¿si?-
– ¿Qué me calme? ¿Nena? Perdone agente, pero usted llega con muchos humos después de 5 años, las cosas han cambiado y mucho.
– Sí Carol, ya me di cuenta, ahora, ¿sos una asesina?
– Yo no le hice nada, salvo el mordisco del cuello porque intentó propasarse.
– ¿Fuiste tú? ¿Por qué no me sorprende? Jajajaja.
– ¿Te hace gracia? Creo que estoy en un buen lío.
– No te preocupes, morocha, mándame una foto y te saco del lío.
– ¿Sabes, Matías? Ya no soy aquella que se sometía a tu voluntad, ahora llevo las riendas de mi vida, mejor o peor, pero las llevo.
Carolina cierra el portátil y piensa en todas las decisiones que ha tenido que tomar para enderezar su vida. Cómo tuvo que luchar para dejar sus adicciones y aquel inspector era una de ellas.
Vuelve desnuda a la bañera de la que le habían sacado con esa llamada, siente que el agua, con aroma a granada, limpia su alma. Tiene el control y aunque su cuerpo desea seguir con el juego que llevaban antaño, su cabeza sabe que sería una mala decisión. Ahora es una mujer fuerte y libre, que no depende de los juegos de nadie, solo depende de sí misma y de su libertad.
RELATO DEL TALLER DE:
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04/11/2024