CONTIGO Y SIN TI – Olga García Bellido
Por Olga García Bellido
Aquel atardecer de primeros de verano ligeramente caluroso, invitaba a tumbarse en la fresca hierba, escuchar el arrullo del agua del río y mirar el cielo azul. Alba disfrutaba desde niña de la paz del campo, la sombra de los árboles y contemplar las caprichosas formas que hacían las nubes. Era una chica muy tímida, y en la naturaleza se sentía cómoda, libre…, pero ese día pensaba, inquieta cómo podía salir de aquella situación en la que había ido entrando casi sin darse cuenta.
Alejandro entró en su vida hacía un par de años, y la arrolló como un tren. Era encantador, risueño, estaba pendiente de ella en todo momento. Le hacía ver lo bella que era, lo dulce que era, lo inteligente que era; sin querer se había enamorado de él, o eso creía ella.
No se había enamorado nunca, no tenía muy claro lo que era el amor. No le gustaba la gente, tenía un par de amigas de toda la vida y su trabajo consistía en traducir libros desde la comodidad de su despacho en casa, en su amado campo. Desde la muerte de sus padres vivía sola y así le gustaba que fuera.
Pero aquel día en la cola del supermercado había una cantidad de gente inusual, y ese hombre comenzó a darle conversación.
- ¡Cómo está hoy el súper! ¿verdad? -comentó Alejandro.
Ella volvió la cabeza y le miró sorprendida, pensando que no podía estar dirigiéndose a ella. Pero contestó por educación más que por ganas, bajando los ojos avergonzada.
-Sí, sí la verdad.
-No eres muy habladora, ¿eh? – le dijo él guiñándole el ojo y sonriendo.
-No, no mucho- contestó sonrojándose y pensando lo guapísimo que era.
-Pues vamos a llegar a comer a las tres de la tarde, hablando un poco se nos hará más leve la espera.
No pudo evitar reírse. La verdad es que era simpático.
– ¿Cómo te llamas? –volvió a la carga.
-Me llamo Alba.
-Encantado Alba. Yo soy Alejandro. Soy nuevo en esta ciudad. ¿Hay algo interesante para hacer aquí?
-Depende de lo que te guste. Es una ciudad pequeña, pero tiene teatro que trae bastantes ofertas culturales, unos cuantos museos, algún buen restaurante, cafeterías y, sobre todo, está rodeada de un campo maravilloso con rutas espectaculares–aquí puso todo su énfasis.
-Vaya, te gusta el campo, por lo que veo. ¿Me dejas invitarte a un café? Y me lo cuentas un poco.
Quería decirle que no. No salía con desconocidos; y casi casi ni con conocidos. Pero no sabía qué tenía aquel hombre que le salió un sí.
Así empezaron a verse. Poco a poco se sintió embaucada, encantada, no podía dejar de pensar en él, si no le escribía sentía ansiedad. Tenía verdadera necesidad de estar con él. Jamás había tenido unos sentimientos parecidos, nadie la había tratado como una princesa, con esa delicadeza, con ese amor. Se preguntaba si eso era el amor o qué era.
No es que salieran demasiado, y si lo hacían él se comportaba como un amigo. Decía que era una ordinariez hacerse muestras de cariño en público. Estaba muy confusa. Le daba muchas vueltas a todo y pensaba que cogerse de la mano tampoco tenía porqué ser una ordinariez.
Pero había veces que desaparecía, no entendía por qué. Le llamaba, le escribía, se volvía literalmente loca. Hasta que al cabo de unas horas él volvía.
-Mi amor. Estaba trabajando, no te tienes que preocupar tanto. Estoy bien.
-Cómo no me voy a preocupar. ¿No puedes decirme que estás trabajando y me quedo tranquila?
Entonces comenzaba la discusión, él cambiaba su dulzura y todo su amor y se volvía un verdadero tirano.
– ¡Alba! ¡No puedes ponerte así! ¿Es que no ves que estás poniéndote como una histérica?
-Yo… yo no…–y ella se hacía más y más pequeñita.
Realmente pensaba que ella tenía la culpa, que le ponía nervioso, que le agobiaba. Entonces lloraba por la culpabilidad, y lloraba porque no quería que él se enfadara, y porque pensaba que había otra, y porque creía que la iba a dejar y ella no podía vivir ya sin él.
-Alejandro por favor, perdóname. No lo voy a hacer más, te lo juro–le rogaba llorando, pidiéndole perdón un millón de veces.
-Venga ya, tranquila. Ya está–ya volvía a estar encantador y protector de nuevo cuando veía que ella estaba en ese estado de ansiedad.
Así pasó un tiempo, entre un amor cada vez más intenso y unas discusiones que le llevaban a la más absoluta locura, llantos, ataques de ansiedad y vuelta al amor. Y su dignidad cada día más y más mermada. Sin darse cuenta su único objetivo era agradarle a él. Y aún así nunca estaba satisfecho. Siempre había alguna razón para machacarla.
Alba decidió que no podía seguir así, tenía que sacar un poco de valentía y salir de la seguridad de su vida. Tenía que aprender a ser un poco menos confiada, algo estaba ocurriendo y tenía que descubrir qué era. Su intuición le decía que la estaba engañando y no había querido verlo. Pero ya no podía más, la ansiedad y sus propios malos pensamientos le iban a hacer caer enferma. Ya ni siquiera se podía concentrar en el trabajo.
Un día cualquiera decidió seguirle. Usó todo su tiempo para ir detrás de él. Era vendedor, así que fue un día duro hasta que acabó su jornada. Ese día le había escrito, no podía ir a verla, tenía clientes fuera y pasaría la noche en otra ciudad.
Le siguió y estuvo a punto de darse la vuelta, pensando que era tonta, era verdad que estaba cogiendo carretera a otra ciudad. Pero siguió y ¡voilá! Llegó a una casa, abrió la cochera con un mando y mientras se abría la puerta, vio a un par de niños salir corriendo y gritando “¡papá, papá!” y detrás de ellos a una mujer sonriendo e intentando sujetarlos.
El corazón se le salía del pecho, un calor le subió por el cuerpo y una sensación de venganza que no podía controlar. Pero había traducido libros de todo tipo y había aprendido mucho de ellos y recordó que ante todo había que mantener la calma, y pensar con tranquilidad. Montar un número allí no le iba a servir de nada.
Dio la vuelta al coche y volvió a su casa, llorando y pensando en cómo iba a recomponerse para que él no le notara nada cuando volviera. La cabeza le daba vueltas, quería desaparecer, quería tomarse todas las pastillas que tuviese en su casa y acabar con todo. Y, lo más importante, qué tipo de sustancia química iba a usar para acabar con aquello. Se sentía tan tonta, durante tanto tiempo le había hecho creer que era una paranoica, que estaba obsesionada con los celos, que ella no era normal; que no sabía apreciar lo mucho que él la quería. Lloró toda la noche, hasta que el sueño la venció en la madrugada y tuvo unas pesadillas horribles. Pero poco a poco se fue calmando.
Así, aquel atardecer de verano, tumbada tranquilamente en la fresca hierba pensó como iba a salir de aquella relación tóxica.
Al día siguiente fue al médico a decirle que últimamente se encontraba muy mal de los nervios, y consiguió que le recetara las pastillas adecuadas.
Con Alejandro decidió estar más encantadora que nunca, no le presionaba; le recibía encantada cuando llegaba a su casa a verla. El sexo era maravilloso, al fin y al cabo estaba enamoradísima de él, había ratos que hasta se arrepentía un poco, pero cuando venía a su cabeza la imagen de los dos niños y la mujer recibiéndole con aquella alegría volvía esa punzada en el estómago. Pero ya no quería desaparecer. Sabía que tenía terminar con aquello, que no le quería ver nunca más, pero no se veía capaz de dejar de decirle que lo sabía todo, que se había acabado. Le conocía muy bien, le iba a dar la vuelta a las cosas hasta hacer que la culpa la tuviera ella, como siempre.
El día de su cumpleaños se presentó en su casa con un gran ramo de rosas, Alba se había puesto más bella que nunca, vestida de rojo para destacar el moreno de su piel y su pelo. Sus ojos negros brillaban como nunca, y sus labios rojos invitaban al deseo. Alejandro se quedó petrificado.
– ¿Dónde está la Alba tímida con el jersey grande que vive aquí? ¿Quién eres tú?
-Jajaja–se echó a reír mientras le ofrecía una copa de vino.
La mesa estaba preparada de forma exquisita, y se había empleado a fondo en cocinar lo mejor que sabía. Ya había tomado su decisión.
Cenaron, y se tomaron una botella de vino mientras reían y charlaban animadamente. Y, en la última copa, mientras él fue al baño, le puso una pequeña dosis de ansiolíticos. Tal y como ella esperaba enseguida Alejandro dijo que se tenía que marchar.
Le besó mientras se le caía una lágrima de tristeza y de culpabilidad.
-Adiós amor mío. No llores, mañana estoy aquí otra vez.
-Adiós amor–susurró Alba sin poder contener las lágrimas. Sabiendo que mañana no volvería.
Y le dejó ir. Ya estaba hecho. Sólo tenía que esperar.
No durmió, su cabeza daba vueltas y vueltas. Sabía que a lo largo de la siguiente hora de marcharse tenía que haber ocurrido, pero ella no se iba a enterar porque ella era tan solo un fantasma en su vida.
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024