COVID EN NUESTRO MUNDO
Por María Fuensanta Zamorano
17/06/2021
Pandemia siglo XXI
Día 13 de marzo de 2020
Ayer, jueves, llegué a la ciudad donde he vivido 45 años para celebrar el cumpleaños de nuestro hijo, y me encontré una noticia catastrófica que circulaba en prensa y entre los ciudadanos del día a día. Se decía que en una ciudad de China se había detectado un virus que avanzaba de forma descontrolada entre la población. Estaban ingresando y muriendo personas de manera desmedida y era imposible frenar su propagación entre la población.
No sé con claridad su capacidad de reproducirse e invadir para hacerse un lugar en este mundo nuestro, la Tierra. Ciertamente, ¿estaba aquí y se ha potenciado su necesidad invasiva o ha llegado de fuera utilizando a un huésped o a un “transporter”?
No se sabe, no sabemos. Nadie sabe nada. Puede parecernos poco importante conocer su origen, conocer quién fue el paciente cero, pero no es así. Es importante y mucho.
Estoy segura de que los científicos están en ello y han manejado múltiples hipótesis, pero no pueden precipitarse en dar juicios de valor de tipo científico, ni personal o profesional. Hay en juego muchos entresijos: políticos-económicos-sociales que dependen del orden mundial.
- ¡Hola hijo y nuera! ¿Qué tal?
- ¡Hola, gracias por haber venido y haber traído a la abuelita Margarita!
- No pasa nada, lo he hecho con todo gusto, hijo. No todos los días se cumplen 33 años. Es una edad preciosa, muy bonita. Te has hecho todo un hombre. El tiempo pasa muy rápido.
- Mamá, no te rayes. Es solo mi cumpleaños y ya está.
- Lo siento. Sí, es verdad, tienes razón. Es que estaba pensando en…
- ¿Y por qué no ha venido la abuelita Vicentina? Te dije que la llamases.
- Sí, la he llamado, pero me ha comentado que en la residencia le han dicho que si salía, era bajo su responsabilidad, así que ha decidido que se quedaba. No he querido insistir.
- Pero si todavía no está claro lo que pasa. Mucha gente no se lo cree.
- Sí, mira aquí, en el periódico dice que mañana tenemos que comprar lo que necesitemos porque se va a declarar un estado de alarma.
- ¡Vale! Bueno, ¿pedimos algo para comer?
- Aprovechemos porque mañana posiblemente ya no podamos vernos.
Esta mañana me he levantado muy temprano para poner la televisión y ver todas las noticias relativas al tema, y saber más sobre el estado de alarma que se va a declarar. Necesito conocer la información para hacerme cargo de qué está pasando y lo mejor es escuchar la opinión de los expertos desde mi punto de vista.
- Manu me voy a comprar y coger todo lo que pueda con el carrito.
- Vale cariño.
- Tú quédate tranquilo, yo me encargo, tú no puedes salir porque eres persona de riesgo. (Mi marido no es consciente de que con su diabetes y nuestra edad corremos más peligro. Saldré solo un día a la semana y evitaré las horas puntas)
Al pasar por el cristal de la entrada al supermercado, me asusté de la imagen que me ofrecía. Era una persona con mascarilla hasta los ojos, gafas, pañuelo en la cabeza, en las manos guantes de plástico, chaquetón cerrado hasta el cuello. Y esto no fue nada, para lo que vi al entrar: estantes vacíos sin arroz, sin leche apenas, sin harina, y desde luego sin papel higiénico. Faltaban muchísimas cosas. No quise agobiarme, me aprovisioné de todo lo que pude, sobre todo de aquello que usaría para realizar varias comidas y me fui a casa sin mirar a nadie.
- ¡Madre mía! Es increíble lo que he visto. La gente se ha vuelto loca, las estanterías estaban vacías, no había casi nada. ¡Espera no toques nada! Déjame que limpie todo; han dicho en las noticias que conviene desinfectar con jabón y lejía.
De repente, tuve conciencia de que estábamos en una situación real, que se parecía mucho a una película de ciencia ficción, y que era muy peligrosa para toda la humanidad. El virus dio un salto gigantesco y llegó a Europa y América extendiéndose de país en país. Lógicamente tuvo ayuda de aquellos viajeros en los que se introdujo. ¿Cómo? No se sabía todavía.
A medida que avanzaba la incertidumbre y aumentaban los casos, en mí se produjo un cambio interno, me serené y supe en un instante que tenía que ser la abastecedora de la casa. Me competía marcar un plan de seguridad y tranquilidad para que no cundiera el pánico. Tenía que avisar a mis hijos que se encontraban en otras regiones y transmitirles que se cuidaran y que supiesen que en la distancia estaríamos velando por ellos. Les insistí sin alarmismos en que esta situación era algo muy gordo que se estaba gestando en todo el mundo y que ponía en peligro a la humanidad, y era necesario apoyar con responsabilidad individual a lo colectivo: “todos debíamos permanecer en casa, y salir lo imprescindible”.
Los días se sucedieron unos a otros modificando la percepción que teníamos del tiempo. Sentíamos que había muchas horas, todo se hacía despacio. Nos dimos cuenta de que ahora teníamos el tiempo que nos faltaba antes para estar en casa. Empezamos a crear una realidad alternativa para poder sobrellevar ese encarcelamiento impuesto por un bicho microscópico.
En los informativos escuchabas que el virus avanzaba de forma abrumadora, llevándose por delante a mayores y ancianos sobre todo. Los hospitales y los sanitarios estaban desbordados, no podían atender la cantidad exagerada de ingresos. La situación era caótica.
- Mira, ¿pero qué dice aquí, en el Whatsapp?
- ¿Qué?
- Mi tía ha muerto, la ingresaron y no ha podido superarlo.
- ¡No me digas!
Recibir esa noticia activó el botón de flaqueza, sobre nuestras cabezas estaba la espada de Damocles y se hacía evidente la fragilidad y lo endebles que éramos ante un virus de esta magnitud. Nosotros ya no éramos tan jóvenes como creíamos el día doce de marzo, solo entrar en el confinamiento nos había puesto ante la realidad de nuestra vida. Tanto adelanto y avance y estábamos indefensos ante un virus.
Ahora, sí que se frenó el tiempo en el reloj. Tendríamos tiempo para sopesar la vida y nuestra forma de vivir. Cada día antes de esto, nos levantábamos con prisas, corriendo y conduciendo como si nos faltaran días. Estresándonos en el trabajo para lograr cubrir las demandas y objetivos. Siempre con prisas, siendo superhombres, superwomen, las mujeres incorporadas al trabajo, además supermadres, supertodo… Nos faltaban horas y le sacábamos más horas al día restándoselas al sueño.
25 de mayo de 2020
Por fin, llegó mayo, florido y hermoso, como dice el refrán, y no era cuento, que era verdad. La lluvia hizo aparición y regó los jardines y campos, permitiéndonos ver un espectáculo de la belleza de la naturaleza libre de la influencia de la barbarie del día a día con coches, ruidos, y como digo prisas.
Fue increíble mirar por la ventana para ver cómo los pájaros, gorriones, mirlos, tórtolas, alondras, palomas, paseaban y jugaban en los charcos del jardín, tan contentos. Abrías la ventana y era un gozo sentir el aire limpio que entraba; no se escuchaba nada, solo el silencio. Ni un coche, ni una moto, algún autobús de vez en cuando.
Hasta ese momento, a pesar de las noticias tan desalentadoras agradecíamos que hubiese bajado el nivel de contaminación, pero esto era un consuelo que no frenaba el afán de desear salir y pisar el suelo el asfalto.
- Mañana podemos salir sin agruparnos y respetando la distancia, con mascarilla y guantes, sugirió Manu.
- A mí me da un poco igual, a ver si nos contagiamos, remarcó Clara con firmeza.
- No creo. (Manu pensó en lo exagerada que le parecía su mujer en algunas ocasiones)
- Bueno iré por ti, pero no hablaremos con nadie, solo mover la cabeza.
- Lo que tú digas.
Nos arreglamos, y bajamos en el ascensor sin tocar nada y sin rozarnos con nada.
- Mira, han puesto una terraza. No, dos, hay otra allí.
El primer día que nos sentamos a tomar un café fue como sentirnos libres, veías la alegría en la cara de los camareros, bueno, en los ojos. Mostraban satisfacción por haber levantado las restricciones y podían abrir los negocios que estaban teniendo muchas pérdidas.
Así estuvimos unos meses, pero no duró mucho, todo volvió a empezar, el virus tomó virulencia, los epidemiólogos e investigadores comenzaron una carrera por encontrar una vacuna que empezara a frenar tanta muerte e ingresos. Los ciudadanos se desconcertaban, los jóvenes se sentían seguros porque a ellos no les afectaba casi nada, los mayores eran los preferidos para el virus.
De nuevo confinamientos en casa, restricciones para pasar de una Comunidad a otra. La vida se hacía más difícil y la Navidad se avecinaba algo triste. Pero no, se intentó sacar ánimo de donde se pudo, y el año 2020 se celebró con otra forma de vivir la Navidad dentro de los hogares. También vino el año Nuevo 2021 y se fue el viejo, con la cabeza baja, no sabía cómo pedir perdón a la gente, ¡pobrecito!, lo recordarán en la historia de la humanidad en las generaciones venideras.
- Mamá, soy Olga, ¿has puesto este año el Belén?
- Sí, pero es el del año pasado.
- ¿Cómo es eso?
- Es que como sabes estábamos en otra ciudad por motivos de trabajo de papá y dejé el belén puesto en nuestra casa en Navidad del 2019, y en ese momento pensé, pues este año lo dejo para San Antón, que es en febrero. Entonces, nos surgió el viaje al Norte de Europa, cuando volvimos era la primera semana de marzo y preferimos quedarnos en la casa alquilada, ya que hacía un tiempo maravilloso, y como está la playa al lado, aprovechamos. Casi no he tenido tiempo de nada, enseguida ha venido este virus dichoso, Covid y cuando levantaron el confinamiento decidimos estar en nuestra casita por si pasa algo, cerca de la familia, aquí, y en fin, el belén sigue todavía.
- ¡Mamá! ¡Venga!. Habrá otras razones.
- Bueno, sí, la verdad, es que he creído que los científicos y nosotros necesitábamos de la ayuda del cielo. Esta Pandemia ha traído tanto sufrimiento. Y ¿qué más da dejar que estuviese acompañándonos?
- ¡Anda mamá cómo eres!
- Hija, ¿tú estás bien me imagino? Cuídate como siempre.
- Besos, nos veremos cuando estéis vacunados.
- Sí, cariño, mejor así. Besos. Vamos hablando.
Día 29 de abril de 2021
Han pasado ya cuatro meses desde Navidad, ha hecho viento, ha llovido, ha habido muchas borrascas y tormentas, la última Lola, muy bonito el nombre, ha traído, por fin el remedio deseado: la vacuna. Primero los ancianos, los mayores, los profesionales de salud y el profesorado. Cada día aumentan los vacunados, dejándonos abierta la puerta a la esperanza: poder vencer al virus. Pero este virus es cabezón y obstinado, se resiste mucho, muta continuamente, y se hace más virulento, y ¿a quién afecta?, como siempre a los países donde hay más pobreza, ellos se llevan la peor parte.
Estoy deseando ver un mañana diferente a hoy, donde brille la esperanza y vuelva la alegría de poder vernos, besarnos, abrazarnos. ¡Nos hace tanta falta!
RELATO DEL TALLER DE:
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