DIARIO DE UNA MUJER SOLA
Por Celena Falder Jiménez
10/12/2021
Me levanté y no sabía muy bien qué hora era; miré en derredor desorientada.
Sí, estaba en casa, en mi pequeño apartamento del panelák eslovaco, próximo
a la oficina.
No podía ser, eran las seis de la tarde y sabía a ciencia cierta que me había
dormido sobre las siete, completamente derrotada. ¿Dormida casi veinticuatro
horas? ¿Había faltado al trabajo?
Me acerqué a la ventana y descorrí la leve cortina blanca. La tela olía aún a
señora mayor pues la anterior inquilina de la vivienda había muerto hacía poco.
Admiré el paisaje nevado, las luces tenues y las suaves colinas del parque que
tenía enfrente. Desierto, era completamente de noche.
Entonces, cogí el móvil y llamé a David, que me confirmó que llevaba más de
un día sin moverme de la cama y que no me había querido despertar porque
me sentía rara, qué parecía enferma. En verdad llevaba un tiempo que me
sentía bastante cansada, lo mismo tenía una enfermedad rara o me había
picado la mosca Tse-tsé. Qué fastidio, había faltado al trabajo y a ver ahora
cómo lo justificaba.
Las cosas no estaban bien entre nosotros, salía por la noche solo y ni me
invitaba y a mí ya no me apetecía el sexo con él; era un vago sin aspiraciones y
no le tenía la más mínima admiración. Pero era mi compañero de piso y de
vida, por ahora. De todas formas no se podía negar que era un buscavidas
nato. Y sin embargo, no lo quería, no lo suficiente.
En verdad no podía culparlo, fue el desamor lo que me arrojó a sus brazos tras
dos años en los que ningún hombre me atraía, tan solo eran como estatuas
para mí, nada me inspiraban. Ninguno de los dos nos habíamos llegado a
enamorar, seguramente iba a ser solo una relación de paso. Al conocerlo me
enamoré del amor, no de él.
Cuando tan solo éramos amigos, lo llamaba y con su voz grave y cálida me
tranquilizaba hablándome suavemente. Me relajaba y me hacía soñar con
alguien fuerte a mi lado, que me cuidara. Pensando en estos recuerdos, de
repente, reparé en algo.
“¿Cuándo me toca la regla? Ni idea, nunca he llevado un control exhausto,
seguramente porque soy una desorganizada. Ni me acuerdo de la última vez
que me bajó.” Miré el calendario, pero llevaba tiempo sin apuntar nada.
Lo sospeché, seguramente estaba embarazada. Abrí completamente los ojos,
con asombro, sí, podía estar embarazada. No era normal pasar más de
veinticuatro horas soñando, no podía verle otra explicación. La bolsa de
compresas no bajaba.
Bastante más tarde, David llegó a casa y se alegró enormemente cuando se lo
insinué. Sus ojos se iluminaron con gran alegría e ilusión y me dio un abrazo
cálido lleno de efusión. Me confesó que nunca pensó que sería padre y que
por fin iba a dejar una semilla suya en el mundo. Vaya, me sentí bien, pensé
que lo mismo me pedía que abortara, pero no, para sorpresa mía, quería ser
padre. No sé, a mí ni se me había pasado por la cabeza ser madre en ese
momento y todo era muy confuso.
Yo estaba alucinada, no podía creer lo que me estaba sucediendo, ¿yo
embarazada? ¿De David? No lo había planificado; esas cosas se piensan,
¿no? Pues nosotros no lo hicimos.
No había vuelta atrás, hay veces en que todo cambia. Bajar o no bajar al
quiosco de la esquina a por un helado es irrelevante, a no ser que creas
firmemente en el efecto mariposa, pero ver engordar tu barriga y pasar por
quirófano para traer una criatura al mundo es distinto, todo iba a transformarse
para mí de una forma imprevisible.
No había marcha atrás, la vida avanza y te lleva por donde quiere.
No había marcha atrás porque esa pequeña criatura que se estaba formando
ya era lo que más quería en el mundo, y eso que no era seguro que existiese.
No abortaría, lo traería a la vida y ya no sería una mujer sola nunca más, no
más una mujer abandonada.
Grandes amores me han dejado, pero yo no fallaría a mi hijo. Sí, digo bien, hijo,
porque intuía que sería varón. La maternidad te da una fuerza de superación
que solo otra madre entiende.
Me acordé de una compañera de trabajo que me leyó la mano y que me dijo
que solo tendría un hijo y que más tarde conocería el amor de mi vida. También
me vaticinó una gran catástrofe en las postrimerías de mi vida. ¿Tonterías? No
sé qué decirte. Siempre he creído en que el poder de la mente es
desconocido.
Dios mío, ¿y qué iba a hacer yo con un hijo viviendo en el extranjero? Con el
estrés laboral que tenía seguro que nacería amorfo o le faltaría un pie. Lo tenía
claro, en ese preciso momento decidí que, si se confirmaba el embarazo,
dejaría el trabajo y volvería a casa porque necesitaría un apoyo familiar.
Vamos, un giro de ciento ochenta grados.
La ginecóloga eslovaca me lo confirmó: encinta de unas 10 semanas. Al
hacerme mi primera ecografía vi como un fetito de unos dos centímetros no
paraba de balancearse y me pareció una señal de buena salud. Qué gracioso,
me recetaron unas vitaminas y ácido fólico con instrucciones en un idioma con
varias declinaciones, averigua tú lo que me disponía a tomar. Acudí sola,
David me prometió que iría, pero al final cogió su bolsa de deporte y se fue al
gimnasio. Sin más.
Cuando volví al trabajo enseñé un documento que yo creía un justificante de
falta de asistencia y que resultó ser un certificado de embarazo. Todos se
enteraron, no hay quien se defienda en un país con un idioma desconocido y
tan raro, nada es privado. Me miraban diferente y yo no sabía el motivo, hasta
que un compañero se apiadó de mí y me confesó que sabían mi secreto. No
podía quejarme, casi todos me trataban mejor porque era una mujer
embarazada. Mi barriga crecería y crecería y todos sabrían que no se debía a
la comida.
Y ahora, ¿qué le diría yo a mis padres? Bueno, ya tenía mis años, pero éste iba
a ser su primer nieto y nada estaba saliendo como en los cuentos de hadas,
tipo chico conoce chica, chica y chico se enamoran, son guapos con dinero y
sin problemas, se casan y van a la boda en un bonito carruaje, son felices para
siempre y él solito resuelve todos los problemas. No, esto no era ni ideal ni
convencional, pero era la más auténtica de todas las experiencias por las que
había pasado.
Ya más adelante resolvería cómo transmitirlo a los demás, ahora a cuidarse y
disfrutar de los cambios en mi cuerpo, de ver agrandarse mi barriga y mis
senos y todo lo que viniera después.
A todos nos han contado historias de embarazos, pero nada como el tuyo. En
un par de semanas empecé a tener toda una sintomatología de preñada, solo
que personalizada.
Ya nada de pizza o unos filetitos con patatas, mi cuerpo solo admitía yogur,
frutas y algo de jamón york. Mi olfato se desarrolló, no podía ni acercarme a los
productos de limpieza y detestaba el olor a grasa. Perdí muchos kilos. Lo más
gracioso era que el olor del padre me repelía, se acercaba y no lo podía
soportar. Alguna reacción química fuerte se debía desatar para defender a la
nueva vida que se estaba gestando. Mi olfato me quería alejar de todo lo que
potencialmente me podía hacer daño.
El embarazo nos alejó aún más, David no me acompañaba y hasta mi cuerpo
lo rechazaba. Por otra parte, ¿qué pensaba él? No me decía nada especial o al
menos no lo recuerdo. Hacía su vida despreocupado, sin experimentar ni el
más leve cambio físico mientras yo iba cambiando día a día. Me preguntaba
qué heredaría nuestro hijo de él y qué de mí. En esta lotería de la vida no se
sabe nunca lo que te va a tocar. Él sería su padre, pero no mi gran amor.
Mi hijo crecía en mi interior y yo sabía que lo más importante en esos
momentos era permanecer tranquila para que naciese sano y fuerte. Lo demás
ya se andaría.
Dije en la empresa que me iba, lo entendieron. En la última semana todos me
hicieron preciosos regalos, zapatitos, un sonajero, ropa, muchas fotos de
despedida y calor.
Llegó el día de partida, cogía el avión en Bratislava y David me acompañó al
aeropuerto. Dejé en el apartamento la mitad de mi ropa y un montón de
documentos, fotos…Ya me los traería él más tarde o yo los recogería.
Al despedirnos, un besito casto y un abrazo. Atrás quedaron la pasión y el
desenfreno, ¿volvería tras el parto? Yo quería que todo saliera bien, pero no
cuadraba, no éramos dos piezas del mismo puzzle y aunque lo intentábamos,
no nos llevábamos bien.
Ya en España, feliz, de nuevo en la tierra del ruido, donde entras en una
cafetería y disfrutas del sonido cotidiano de la cafetera, de charlas y risas, de
los papelillos de azucarillos tirados por el suelo en torno a la barra. Aterrizas y
nada más llegar ya sabes que estás en tu tierra, un suspiro de alivio.
En Barajas, un paseo sonriente atravesando multitud de pasillos y salas
portando una maleta con ruedas y miles de recuerdos dejados atrás. Camino a
Atocha para coger el AVE que cruce Despeñaperros para llegar a casa.
Esta vez el viaje era distinto, todo era una incertidumbre, embarazada y en el
paro. ¿Sería verdad que los niños vienen con un pan bajo el brazo?
Voy a llamar a David a ver qué tal. Piiii, piiii. piiii, el teléfono no contesta.
Miles de llamadas y tan solo una respuesta: llamada finalizada. No contesta.
Hay una barrera infranqueable de kilómetros, silencios y desilusión.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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María Isabel López Ben
07/10/2024
Un relato muy cercano q te hace prestar atención y te lleva hasta el final casi en plano secuencia, enhorabuena
Una experiencia de vida. Me ha encantado está historia. Enhora Buena!!
Agridulce, como casi todo en la vida. Y consigues que se empatice con la protagonista..
Una vivencia digna de narrar, leer y contar. La vida misma!!! con alegrías, sorpresas y valentía para afrontar el destino. Enhorabuena sigue escribiendo👍 me ha encantado tu estilo narrativo.
Muchísimas gracias por tus ánimos. Me alegro de que te haya gustado. No queda otra que ser valientes. Muac.
Muchas gracias Curro por tu crítica. No había pensado que el texto sirviese para empatizar con la protagonista. Siempre se aprende escuchando a los demás.
Muchas gracias Marisa, me encanta que os guste. Un abrazo.
Muchas gracias Rafa, eres un encanto.
Gracias por dedicar un momento de tu vida a comentar mi relato. Me alegro mucho de que te haya parecido interesante.
Celena,entrelasas en modo munecas rusas los secretos de tu bonito y sincero corazon, me encanta la escritora,y su narrativa.
Muchas gracias Rafa, eres un encanto.