EL AMOR NO TIENE ALAS
Por Maria del Carmen Bautista Carrasco
19/04/2021
30 de marzo de 2021
Maria del Carmen Bautista Carrasco
Restre galopaba por la orilla del mar, llevando en su grupa el cuerpo herido de bala de Ana.
Se dirigió hacia los bañistas. Debió de pensar que esa seria la salvación de su dueña. Fue bajando el paso al trote para finalmente arrodillarse frente a Juan, mostrándole el cuerpo herido de quien había sido su amada.
Juan rodeó con sus brazos el cuerpo, confundido y asustado de ver tanta sangre en su vestido blanco. Su pelo rubio y ondulado reflejaba la tragedia que Ana había pasado. Restre no paraba de morder la manga de Juan advirtiéndole de la situación, Ana estaba malherida y necesitaba ayuda y Juan solo lloraba de rabia e impotencia ante su amada.
Restre le propino un cabezo a Juan y relinchó de dolor.
—¿Qué te pasa? —dijo Juan.
El cuerpo de Ana estaba frío y rígido. Creo que Juan dio la causa como perdida, porque no reaccionó. De pronto, Restre se levantó de la arena y salió raudo y veloz. Con sus manchas blancas entre un tono marrón miel llamaba la atención de todo el mundo. Por donde pasaba se notaba que era un semental. Restre había paseado con Ana multitud de veces por la playa de madrugada y sabía que al final de la playa solía haber una pareja de policías. Ana se acercaba a ellos para saludarlos y darles los buenos días, y después ellos acariciaban a Restre, que se mantenía erguido y confiado ante las caricias.
Maria del Carmen Bautista Carrasco
Tras su largo galopar allí estaba la pareja de policías, una mujer y un hombre. Se acercó a l Hombre, que lo reconoció. Restre bajo su cuerpo, arrodillándose en la arena, y con un golpe seco de cabeza en el brazo del policía le invito a subirse.
—¿Qué pasa, Restre? ¿Dónde esta Ana?
Restre no paraba de mover la cabeza, así que el policía se subió al caballo y le indico a su compañera que lo siguiera con el coche.
Aminoro el paso cuando llegó junto a Juan y al cuerpo de Ana. El policía bajo del caballo y comprobó que Ana seguía con vida, así que saco su radio para pedir una ambulancia.
Juan no reaccionaba. El policía le gritaba, «qué ha pasado, qué ha pasado, qué ha pasado, Juan», pero éste solo podía llorar. La compañera del policía llegó también y se bajó del coche.
—Todavía está viva.
Entonces saco su arma y la remato.
Restre le propino un gran golpe en la cara, lo que provoco que Celeste, la mujer policía, cayera al suelo con la nariz rota. El policía la arresto, le puso las esposas y retiro el arma de su lado. A su lado, Juan se vio superado por los acontecimientos y perdió el conocimiento.
—Estás loca, Celeste. Estás loca.
Más tarde se presentó la ambulancia, los médicos y el forense. Nadie sabía lo que había pasado en realidad. ¿Quién disparo a Ana y por qué? Sin duda, la respuesta a esas preguntas las tenían Juan y Celeste.
Sin embargo, Celeste seguía en shock por el golpe que Restre le había propinado y Juan se encontraba en el hospital ingresado, aún sin conocimiento. Pasaron las horas y Celeste comenzó hablar.
Celeste era aún una niña, recién salida de la academia militar para trabajar como policía en Nueva York. Llevaba siete meses en el cuerpo cuando conoció a Juan y a Ana. Celeste, una chica morena llena de vida, pero también de rabia, vio en Juan una oportunidad. El primer día que lo vio en un bar, se acercó a él porque le llamaron la atención sus ojos verdes. Celeste no era gran cosa, según decía Juan, pero tenía lo que otras personas no tienen: decisión.
Con sus armas de mujer sedujo a Juan, que llevaba catorce años prometido con Ana. Estaban planeando la boda. En un momento de nervios e indecisión, Juan salió de copas con amigos y allí estaba ella, a la caza de un semental. Juan se rió mucho con las bromas de Celeste y aunque parecía que iba en serio, más que una mujer normal parecía una mujer de reputación dudosa.
Celeste le lleno la cabeza a Juan de misterio y le contó al oído todo lo que pensaba hacerle en la cama. Éste, ebrio y hecho un mar de dudas, se dejó embaucar y acepto la invitación.
A la mañana siguiente, Juan despertó en una cama que no era la suya e intentó recordar todo lo que había pasado esa noche.
«Ojalá Ana supiera hacer estas cosas», pensó. Su mente siguió divagando por ese tema.
«Bueno, podría casarme con Ana y tener a Celeste de amante».
Celeste se despertó, y buscó bajo las sabanas aquello que tanto le había gustado tener entre sus manos esa noche. Juan se
dejó llevar, fantaseando en su mente con esa situación que jamás había vivido con Ana. Y otra vez hicieron el amor.
Celeste ya lo tenía en el bote y Juan solo pensaba que esa mujer se había enamorado de él locamente. A pesar de que era todo lo contrario a Ana, le gustaba su determinación. Para él todo eso era nuevo, nunca había engañado a su novia ni había tenido fantasías como esas. Nunca nadie le había hecho sentir ser un semental y allí estaba él, creyéndose ser como Restre. «Restre es un semental de todas, un caballo muy valioso, pagan por tener descendencia de él».
Ana mimaba mucho a Juan. Este se preguntaba a menudo cómo era posible que una rubia despampanante se hubiera fijado en él y además hubiera estado tantos años a su lado y acompañándolo en todo momento. Es cierto que Ana le llevaba ocho años de diferencia y era tan adulta que Juan se sentía protegido con ella. Por eso Celeste fue su bombazo. Juan tenía una mujer adulta y amorosa que cumplía todas sus expectativas y Celeste, «la Morena explosiva», cubría todas sus fantasías.
Celeste, por su parte, había encontrado ese tonto con quien practicar sus pensamientos más obscenos y lo hacía beber de su mano.
Juan y Ana eligieron la fecha de boda un 27 de abril, el mismo día que Ana murió, por herida de bala. Habían elegido la iglesia, el banquete, el vestido y el frac color crema. Todo estaba preparado para el gran día, como Ana decía. El reportaje de bodas se llevaría a cabo en la orilla del mar a la grupa de Restre. Había ensayado días antes con el fotógrafo cómo serían las escenas para la grabación del video y para las fotografías.
Celeste, cuando se enteró de la noticia de la boda, se puso a gritar. Juan no entendía nada. Después de despotricar varios
insultos y muerta de rabia le propino un tortazo a Juan, que solo quería explicarle que se acaban de conocer y que quería a su novia de toda la vida.
Celeste, no conforme con las palabras de Juan, le volvió a propinar otro tortazo que le dejo la cara señalada con sus cinco dedos. Juan no supo que pensar y se marchó de allí corriendo.
—Corre, cobarde. Ya volverás a suplicarme y a pedirme perdón.
Pasaron unos días y Juan empezó a pensar que aquello que había nacido entre él y Celeste podría funcionar. Le costaba resignarse a perder aquello. Había pasado treinta años de su vida esperando algo así y bien sabia que con Ana nada pasaría de la misma manera que con Celeste, sí que la fue a buscar.
Cuando llegó a casa de Celeste, esta volvió a abofetearlo, pero después de un forcejeo se fundieron en un beso largo para después terminar en la cama.
Pasaron semanas y Juan siguió persiguiendo a Celeste cuando quería desahogarse. Ella sabia que lo estaba conquistando desde su interior, aunque solo fuera con sexo. Juan era un buen partido, un director de banca, con un buen sueldo, domable, guapo y alto, mientras ella era una mujer bajita, morena y sin encanto aparente.
Ana siguió sin sospechar nada, hasta que un día encontró en el bolsillo de la chaqueta de Juan un pañuelo de mujer. Lo olfateo y detectó un rastro de perfume. Decidió investigar por su parte. Con el pretexto de sacar a Restre, su caballo de manchas blancas preferido, con el que había ganado varias carreras, siguió el rastro de Juan. Descubrió que tenía un escondite secreto en la playa,
una cala profunda apartada de las rocas. Allí vio con sus propios ojos una suculenta escena de sexo entre Juan y su amante.
Le costaba creerlo. Juan se estaba viendo con aquella policía a espaldas de ella. Pensó qué hacer y qué decir, y cuando Juan llego a casa lo abordo por sorpresa. Como era de esperar, Juan lo negó todo, pero terminó admitiéndolo. Le prometió que nunca más la volvería a ver y sellaron el acuerdo de amor que ambos tenían con un largo beso.
Juan decidió adelantar la boda y marcharse a vivir a otra ciudad, para comenzar de nuevo. Solicito traslado a Manhattan y se lo concedieron de inmediato. Todo estaba preparado, el banquete, los invitados el cura y el fotógrafo, se casaban a las once de la mañana de ese mismo día.
Celeste hacía días que no veía a Juan. Lo había llamado, pero su teléfono ya no estaba operativo. Vestida de policía se presentó en el banco para hablar con él y le dijeron que había solicitado un traslado, aunque no pudo averiguar su destino. Una empleada del banco le comento que estaba invitada a la boda de Juan, que se celebraría días después. Celeste le pidió que le diera el itinerario a seguir por los novios.
Así planeó su venganza: Ana saldría de una cala a la grupa de Restre por la orilla del mar. Después se encontraría con Juan, que subiría al caballo y tomaría las riendas. Un dron grabaría todo el recorrido.
Ana salió con tiempo de sobra y se acercó a la cala donde había visto a Juan con aquella chica. Las pertenencias de Juan seguían allí, pero estaban quemadas, rotas y desgarradas. Se bajó del caballo para verlo mejor pero, de repente, se vio sorprendida por Celeste, que le apuntó con su arma.
El forense dictaminó que Ana se defendió con fiereza. Ambas mujeres tuvieron un forcejeo y rodaron por la arena, pero finalmente Ana recibió una disparo. Celeste huyo de allí.
Moribunda, Ana solo pudo montar a caballo. Este la llevó hasta Juan, allí donde también la encontró Celeste para rematarla.
La mujer policía reconoció el asesinato sin miedo, sin pudor, con odio y rabia, aunque también con satisfacción. Había recreado un pasaje de su vida muy parecido aquel. Su padre mató a su madre cuando lo pillo con otra mujer. Celeste era pequeña, apenas tenía cinco años y amaba a su madre con locura. El padre la arrebato de su lado, para después malcriarla y maltratarla. Quiso ser policía para hacer justicia.
Descubrió que Ana estaba embarazada porque se lo dijo la chica del Banco. Todo estaba preparado para darle a Juan la sorpresa final después del banquete. Celeste vio como su vida se arruinaba en segundos, según escuchaba estas palabras. Pensó en que la mejor manera de demostrarle que lo amaba era matando a Ana.
Juan se volvió arisco y solitario. Por más años que pasaran de aquella desgracia, la recordaba como el primer día. Nunca pudo entender por qué paso todo aquello. La conclusión final que Juan acepto fue descubrir que Celeste estaba trastornada y que necesitaba ayuda psicológica, ya que nadie la había querido nunca y no aceptaba perder lo que amaba.
FIN
Maria del Carmen Bautista Carrasco
RELATO DEL TALLER DE:
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María Isabel López Ben
07/10/2024