EL ASCENSOR – Sonia Badosa Mercadier
Por Sonia Badosa Mercadier
Hace veinte años conoció a un hombre. Y después de ese encuentro, la historia de Alex tomó un rumbo distinto. Aunque no tuvo que lamentar nada, consiguió mantener una vida serena y apacible. Pero su corazón había quedado atrapado, y su alma, perdida por el camino.
De año en año, regresaba de nuevo a esos lugares del pasado para intentar recuperar algo de esa dignidad que tanto le había costado mantener a flote durante todo ese tiempo.
Cada vez que cruzaba el umbral de aquella puerta giratoria, su cuerpo se estremecía. A pesar de los cambios que se habían realizado a lo largo de los años, el hotel seguía teniendo el aspecto solemne y majestuoso que tanto le había gustado desde un principio. Suspiró haciendo una mueca de satisfacción y se dirigió al mostrador de recepción. Y ahí estaba él, Mr. Bill, Ilustre conserje conocido por su profesionalidad, discreción y generosidad, desde antes de que ella pusiera pie, por primera vez, en esa ciudad. Se alegraron de volver a verse.
Bill, que era un hombre delgado y educado, con un aire de bonachón y los mofletes enrojecidos, fue siempre un punto de referencia para ella en la ciudad. La había ayudado infinidad de veces a encontrar lugares insólitos por descubrir, restaurantes exquisitos y especiales; y librerías inusuales con mucho encanto. La habilidad y prudencia del conserje, la ayudaron a satisfacer su curiosidad y a estrechar lazos con la ciudad.
– ¿Alguna novedad, Bill?
-No, de momento. Pero tal vez le interesará saber que mañana dan una conferencia. Un cliente asiduo del hotel presenta su primera novela… dígame si quiere asistir que la pondré en la lista de invitados.
-Gracias Bill, lo pensaré.
-Piénselo, parece muy interesante.
No tuvo tiempo de deshacerse del equipaje, que se lanzó a trotar por las calles como si la hubieran tenido enjaulada. Deseosa de volar en busca del amor idealizado, donde el pasado se hacía dueño del futuro. Necesitaba aire y escuchar el rumor de la multitud. Provenía de una zona rural y este viaje cada año, significaba para ella recargar su ánimo. Se divertía observando cómo avalanchas de personas, de múltiples razas y colores, cruzaban las calles como escapando de algo, sin saber muy bien por qué.
Esa fría tarde de febrero, anduvo y anduvo, hasta que el jet lag se lo permitió. Se sentía libre y feliz, aunque una cierta melancolía corría por la sangre de sus venas. Recorrió los mismos sitios en los que había estado con el señor de los ojos color miel que, décadas atrás, la había encandilado. Y durante todo ese tiempo había aprendido a vivir con serenidad, sin pedir nada a cambio. Solo la libertad de tener esos momentos para ella y poder sentir el olor del pasado.
Se vieron por primera vez una mañana muy temprano, en el descansillo del ascensor, en la planta 38 del hotel. Y desde entonces, coincidían cada mañana a la misma hora para ir a desayunar. Empezaron saludándose educadamente, como ocurre cuando dos desconocidos se encuentran en un ascensor. Y desde el primer instante, se miraron a los ojos fijamente y quedaron como hipnotizados. Él era un hombre muy elegante y apuesto, con unas facciones muy marcadas y con una mirada penetrante. Todo ello, quedaba mitigado por sus ojos color miel, que atenuaban la expresión de su rostro. Desde luego no pasaba desapercibido, y desde el primer instante a ella le envolvió un manto de emoción y de pasión que no conseguía quitarse ni con el sueño. Por primera vez en su vida se quedó sin aliento. La mirada de aquel desconocido la intimidaba.
Después de encontrarse en repetidas ocasiones siempre a la misma hora, antes del amanecer, él se atrevió a acompañarla un día a desayunar. Aquella osadía, a ella le provocó una sacudida al corazón. Bastaron un par de desayunos, unos cuantos cafés, una comida y un largo paseo por el parque acompañado de infinitas y divertidas charlas, para marcar un punto de inflexión en la vida de ambos. Un aspecto curioso definió sus vidas para siempre; hablaron y compartieron muchas opiniones pero jamás desvelaron nada de sus situaciones personales. Solo permitieron hacerse una pregunta. Una sola. Él pidió su nombre, y ella le preguntó a qué se dedicaba. Entonces fue cuando supo que estaba en la ciudad por trabajo, que era ilustrador y que se alojaba en el mismo hotel cada vez que venía.
Y aquí estaba ella, de nuevo, año tras año, con la esperanza de volver a coincidir con él. En cada rincón y en cada esquina esperaba ver su rostro aparecer. Le buscaba, sin querer, en cada mirada que cruzaba.
Tras la ventana de la cafetería del parque, mientras el invierno, cansado, se despedía con lluvia, volvían a su memoria los recuerdos y el lastre inmenso de imágenes pasadas. Y aquel secreto que tan preciosamente había mantenido en silencio. Sentía como la evocación de los momentos compartidos y el lugar, la hacían más vulnerable. Sin embargo, era lo único que tenía para llenar la ausencia. A veces, sin poder evitarlo, sus ojos se entristecían.
-Tal vez,en algún momento el pensamiento se desvanecerá- pensó.
“Querida Alex,detrás de cada mirada hay una historia que nadie conoce. Y sin quererlo esa historia ya estaba escrita. La verdad es que no entiendo cómo. Simplemente sucedió. Descubrí en usted, lo que no encontré en nadie más. No sé si fue su sonrisa, su manera de ser o de hablar, o simplemente su mirada transparente y sus ansias de libertad. Lo único que puedo decir con certeza es la admiración que siento por usted y este amor secreto que mis ojos no han sabido custodiar. Le pido perdón por ello. Para siempre suyo, SC.”
Esta nota la encontró Alex bajo la puerta de su habitación, una de esas mañanas temprano, antes del amanecer. Y desde entonces no le había vuelto a ver. Fue una situación algo contradictoria, que le hizo sentir un dolor de mil demonios. Se había marchado, sin más. Salió corriendo y aporreó la puerta de la habitación de él, para confirmar sus dudas. Bajó a la recepción preguntando por el señor de la 3801. Había abandonado el hotel muy temprano, le dijeron.
Con un tono de preocupación le pidió ayuda a Mr. Bill. El conserje accedió a mandar una nota en su nombre e hizo de mensajero sin desvelar ningún dato personal.
“Querido SC, he leído sorprendida su mensaje, con mucha tristeza. Sus palabras me halagan hasta lo más profundo y coincidimos en tener los mismos sentimientos el uno por el otro. Muy a pesar mío, debo aceptar que usted se ha marchado para siempre. Pero la pasión que siento, es más fuerte que la pena de saber que no le volveré a ver. La afección que nos une es más grande que cualquier emoción conocida en este mundo. Y le llevaré a usted en mi corazón para siempre. Tal vez, pueda este sentimiento mejorar con el paso del tiempo, recorriendo los mismos lugares y así poder sentir su presencia. Quedamos unidos para siempre, Alex.”
Lo más doloroso fue tener que tocar de pies al suelo y dar la espalda a algo desconocido que en aquel momento deseaba con toda su alma, pero así lo tuvo que hacer. Al final llega siempre ese momento, en que no hay otra salida. Y, por primera vez, con tono triste y desgarrador, volvió a la vida que había dejado atrás.
Pero cada año regresaba a la ciudad, al mismo hotel y se alojaba en la misma habitación. Y cada vez Mr. Bill le entregaba un sobre que solía contener un dibujo con unas palabras:
“Amada Alex, cuando la ví por primera vez el sol brilló. Fue pura magia en aquel instante, en que sus ojos saludaron a los míos, y un amor que nunca había sentido nació ahí mismo. Siempre suyo, SC.”
Y ella, antes de marcharse del hotel y regresar a su rutina, le entregaba a Bill un sobre:
“Amado amigo, no puedo silenciar la voz que hay dentro de mí pero tampoco gritar su nombre, puesto que lo desconozco. Desde el día en que se fue, tuve un presentimiento. Uno de esos que llegan una vez en la vida. Tuve que aceptar que no me escogió a mí. Pero soy feliz. Aunque mis ojos no puedan verle, le puedo sentir porque está siempre aquí, conmigo. Mi corazón le pertenece. Con cariño, Alex.”
Y así fue, cómo durante veinte años, el mensajero les mantuvo unidos…
“Querida, en mi corazón es usted la única. Una ausencia que no puedo reemplazar. Y su recuerdo sigue vivo desde el primer día. Desconozco si el tiempo cambiará las cosas, pero el amor que sentimos nos traerá de vuelta a los dos. Tal vez, un día. Aunque no puedo tocarla, sé que está aquí porque puedo sentir su presencia, puedo sentir el latir de su corazón, y su hermosura… con amor, SC.”
“Querido SC, me quedé de repente sin su mirada y sin darme cuenta la soledad me despertaba. Yo le espero como siempre en mis sueños, pero la madrugada me recuerda que usted ya no está. Tan solo pido que su recuerdo me mantenga viva… ¡Cuánto echo en falta nuestros paseos y sus palabras. Lo recuerdo con una gran ternura, Alex.”
Y año tras año, había un mensaje de amor y de deseo que les mantenía unidos y vivos, sin perder la esperanza de reencontrarse algún día.
“Amada Alex, si solo pudiera estar con usted, dormida entre mis brazos y mirarla en silencio. Si solo pudiera dibujarla en una escena de mis sueños, donde siempre está presente y decirle todo lo que siento… aún puedo escuchar su voz cuando me habla, me gustaría tanto abrazarla, besarla… Deseo que mis esbozos puedan, al menos, alegrar su corazón tanto como a mí, me avivan el alma. Con cariño, SC.”
Esta vez, desde su llegada al hotel, Bill no le había entregado, aún, ningún mensaje. Alex se inquietó:
-Tal vez, el señor del ascensor no había vuelto al hotel -pensó Alex. Tal vez, pensó ella, mi corazón algún día dejará de sentir… Tal vez, todo había terminado.
Aquel día, permaneció en su habitación más de lo habitual, cuando llamaron a la puerta:
-No asistió a la presentación del libro ayer. Al parecer fue todo un éxito – le dijo Mr. Bill a la vez que le tendía un paquete- estaré abajo por si me necesita.
-Gracias Bill- contestó ella sin apenas levantar la mirada.
Alex se tumbó en la cama y abrió la caja de la que sacó un libro cuyo título: “¿Adónde habrán ido los hombres valientes?” de Scott Campbell, le sorprendió. Le dio la vuelta y leyó la reseña que decía algo así como:
“ …Es la historia, basada en hechos reales, de dos personas que tuvieron un encuentro casual y fugaz hace 20 años, y de cómo han sobrevivido a esta atracción mutua sin verse durante todo este tiempo, luchando contra sus sentimientos y manteniéndose unidos por el recuerdo de los momentos pasados juntos, a través de mensajes escritos y dibujos…”
Precipitada y con el corazón agitado, abrió el libro en la primera página:
“ Para Alex. Mi amor. Mi fuerza.
Fue terrible buscar la combinación de todas esas palabras y tener que pronunciarlas, pero al final lo logré. Durante años luché en vano y sé lo doloroso que puede llegar a ser querer a alguien, y no tenerle. Acepté el amor que creí merecer, sin darme cuenta de que fui un cobarde. Deseo de todo corazón que no sea demasiado tarde para pedir perdón de nuevo. Con todo mi amor, le entrego mi tiempo. Para siempre suyo, Scott Campbell.”
Abrió la puerta con fuerza y voló por el pasillo. Los labios le temblaban, y con los ojos húmedos, su sonrisa colmó de emoción el ascensor. Al llegar a recepción gritó:
-¡Bill, Bill! Por favor, déme lápiz y papel, tengo que mandar un mensaje urgente.
“Querido Scott, en la vida real lo nuestro seguirá siendo un sueño… estaré en el parque dónde siempre. Con amor, Alex”
– Mr. Bill, necesitaría que entregara por mí, este último mensaje, por favor.
Ha sido un placer tenerle como amigo, gracias por todo- le dijo con la voz entrecortada.
– Suerte, Miss Alex- le respondió él, haciendo un guiño de complicidad.
FIN
SB.
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04/11/2024