El BOSQUE

Por Lourdes Portillo

Los rayos del amanecer tocaron sus pestañas y la luz del sol brilló en sus ojos dorados al abrirlos. Se los frotó con los dedos, intentando darles fuerza para que permanecieran abiertos. El sonido de un arroyo cercano la despejó y respiró el aroma de la mañana. Al andar sentía la hierba húmeda y fría entre los dedos de sus pies desnudos y al rozar las primeras flores del día con las manos el rocío goteaba sobre el césped. Al llegar a la orilla del riachuelo notó el filo de las piedras en la piel. Se acuclilló y se miró en el reflejo continuo del agua. Su melena morena estaba alborotada. Se mojó los dedos y se peinó con ellos el cabello, hasta hacerse una cola de caballo que le hacía coquillas detrás de la nuca. Usó sus manos como recipiente y se lavó la cara. Le rugió la tripa y se la tapó, arrugando la tela negra de su camiseta de mangas largas bajo sus dedos, como si aquello silenciara su hambre. Respiró hondo con los ojos cerrados y olió la tierra húmeda, una fogata encendida en alguna parte y el ganado que pastaba por los claros que bordeaban el bosque.

-Eso debería quitarme el apetito pero tengo demasiada hambre.- Musitó para sí, como si volviera a su niñez y le reclamase comida a su madre.

Hizo algunos ejercicios de estiramientos y con calma comenzó a caminar de nuevo. Saltó al otro lado del arroyo apoyándose en las piedras que sobresalían del agua. El ruido de unas ramas al quebrarse la sobresaltaron y se colocó en posición de defensa, agazapada contra el suelo. Junto a las ramas rotas apareció un roedor de color marfil, con cola de ardilla y orejas tres veces más grandes que las de un conejo. Sus diminutos ojos negros miraron a Mith con curiosidad y, cuando ella se incorporó, trepó por sus piernas, clavó sus pequeñas garras en los vaqueros y se acomodó sobre  sus hombros. “Parece que tengo un amigo, algo raro para los tiempos que corren”.

Tuckun, nombre con el que había sido apodado el animal, jugaba como un gato con la coleta de Mith que se  movía con el trote. Según avanzaba el día y el sol se escondía a sus espaldas, ella lo miraba con recelo. No había comido nada desde la huida de la noche anterior y las fuerzas comenzaban a fallarle. Cuando se apoyaba en el tronco de los pinos, la corteza se clavaba en sus manos, ya ásperas por el frío de la noche. Sus bocanadas de aire cada vez eran más entrecortadas y amplias, y su nuevo amigo parecía coger peso según avanzaban las horas. Se permitió descansar bajo el cobijo de uno de los árboles que formaban el bosque.

“Tranquila, respira.  Hay una pequeña brisa, expira, las hojas se mueven lentamente, acariciándose unas contra otras. Inspira.”

-Levántate.- El filo de una lanza oprimía su cuello. Al abrir los ojos se encontró con un hombre mayor que ella, alto y robusto.  Ya había anochecido y sin luna llena no podía apreciar más rasgos de aquel individuo.

-Sois más rápidos de lo que pensaba.

-No nos subestimes.- Clavó un poco más la punta del arma sobre su piel
tostada.- Eres demasiado confiada, durmiendo tranquilamente aquí cuando sabes
que te estamos dando caza

“Me he quedado traspuesta más tiempo de lo necesario.” Levantó sus manos en señal de rendición y se incorporó ayudándose del árbol en el que se apoyaba, sintiendo como la aspereza del tronco se enganchaba en sus ropas.

-No estás sólo ¿verdad? – Mith miró a la oscuridad de detrás de los pinos.- ¿Sois tan cobardes que os ha llevado tiempo decidir quién sería el valiente que vendría a por mí?

Los ojos del hombre rebelaron el deseo de atravesarla el cuello en ese mismo momento, pero se detuvo. Las muchas siluetas que Mith descubrió empezaban a tomar forma a medida que les rodeaban. No se podían diferenciar unos de otros por la oscuridad pero la poca luz que había se reflejaba en sus armas; espadas, cuchillos, lanzas… Tuckun gruñó.

-Demonio,- una de las sombras, escuálida en comparación con quien la amenazaba, se separó del resto. Su voz estaba cargada con el peso de la edad y la autoridad que tenía sobre el resto de los hombres que la acompañaban –  no queremos hacerte daño. Todo esto es por tu bien. Somos hombres de paz…

La carcajada de Mith interrumpió el discurso de falsa concordia de aquel sujeto. Cuando dejó de reír, bajó las manos.

– ¿En serio? Wow, pero tenéis razón. Sólo la gente de paz mata para conseguirla. -Miró a su cazador y éste dio un paso atrás.

-¡Sois inhumana!–Gritó otra de las siluetas.

-Eso es obvio.- Fijó la mirada en esa voz temblorosa- Un humano mata animales por diversión y demostrar su valor. Un humano mata a quien no opina como él. Un humano destruye lo que es diferente cuando teme verse amenazado. Prefiero ser quien soy que un monstruo como vosotros.- Alguien lanzó una piedra con tanta puntería que le abrió la ceja. La sangre que brotaba se escurría por sus dedos, empapando los puños de su camiseta antes de gotear sobre la tierra. Mith les miró con rabia y las sombras comenzaron a susurrar. Las voces de sus atacantes se fundían unas con otras, incomprensibles para ella, hasta que por fin pudo agudizar el oído y escuchar con claridad.

-Si sangra es que se le puede matar.

-No es inmortal, solo es una muchacha.

-Sí, es verdad. Deberíamos colgarla y dar ejemplo.

​-¡Lo veis! Los humanos sois despreciables. -La ira se atascaba en su garganta.

Otra piedra se dirigió a su cabeza pero no llegó a alcanzarla. Tuckun la cazó en el aire, destruyéndola con la fuerza de su mandíbula.

Mith no podía abrir su ojo derecho y tomó posición de ataque. Acuclillada, giró sobre sí misma y levantó una nube de polvo con los pies. De una patada tiró al suelo al primer agresor. Le quitó la lanza de las manos y se la clavó en la garganta. En medio de la oscuridad se podía apreciar la figura de la no humana envuelta en una cortina de humo formada por arena.

Los gritos espantaron a los pájaros que dormían en los pinares y coníferas, despertando de su sueño al resto de habitantes del bosque. Los aullidos de los lobos se mezclaban con los chillidos de terror de los hombres, que caían despedazados bajo las garras de la no humana.  Algunos, los más cobardes, perdían sus armas en su intento de huida frustrado. Tropezaban y caían. Sus rodillas se clavaban en los cuerpos sin vida de sus compañeros y el horror les petrificaba en medio de la lluvia de sangre y polvo. Quienes aún tenían una pizca de valor intentaron hacer frente a su presa, pero el choque de sus espadas y lanzas contra las zarpas de Mith rompía la madera y el metal, que tintineaba contra las piedras al caer.

-Tengo hambre….- Ronroneó, mirando al jefe de la partida de caza que había ido en su busca.

-Pero… y-yo no he hecho nada, qu-quería hablar.- Temblaba, dio unos pasos hacia atrás hasta que tropezó con uno de los cuerpos sin vida que se acumulaban a su alrededor y cayó al suelo.

La muchacha, con el brillo de sus ojos ámbar ensombrecido por la sangre, su propia sangre mezclada con la de sus cazadores, alzó su garra. De repente, su cuello de nuevo se vio amenazado por el filo de una lanza. Se detuvo.

-¡M-Matadla! Es el demonio, mirad, mirad lo que nos está haciendo. ¡Os dije que era el mal vestido de humana! – Ordenó quien había intentado convencerla de sus pacíficas intenciones.

Uno de los afortunados que aún no había sido destruido le cortó la mano a Mith  antes de que pudiera reaccionar y quien amenazaba su garganta se la atravesó y la sangre que ella escupía le empapó. Malherida aún tuvo fuerzas para sonreír con sorna antes de caer sobre el cobarde que le pedía un instante antes piedad. Él se la quitó de encima con asco y cuando su cuerpo cayó al suelo lo pateó rabioso. Los humanos, los que quedaban, vitorearon. El bosque parecía llenarse de júbilo.

Poco a poco en un pequeño punto del charco de sangre de la no humana,  una bola de pelo comenzó a brillar y la tierra parecía latir. Un temblor sacudió a los supervivientes y justo después una explosión de luz lanzó sus cuerpos contra el suelo, tuvieron que besar la tierra manchada con la sangre derramada por su bonita causa. Levantaron la vista y cuando la nube de polvo se disipó se dieron cuenta de que tras ella había un descomunal  lobo de color marfil y con tres colas gruñía sobre los árboles. El silencio apresó el bosque, los humanos no se atrevían a respirar más de lo necesario para no ahogarse y los pinos y coníferas parecían inclinarse en su presencia. Tuckun, transfigurado en un dios, se inclinó sobre Mith. Su hocico movió el cuerpo y con la delicadeza de un gato se lo llevó a la boca. No masticó antes de tragársela, ante la atónita mirada de los presentes.

No hubo palabras, no hacían falta. Clavó sus ojos, ahora dorados, en los asesinos.  La brisa nocturna movió con suavidad su pelaje, que acompañaba el vaivén de las ondas de las copas de los árboles. El supuesto líder tembló al ver cómo le miraba aquel ser gigantesco. Aún en el suelo, sus manos chapotearon en la sangre hasta encontrar algo que agarrar, con lo que defenderse. Lo encontró. Una espada quebrada se agitaba en su mano pero Tuckun sólo le miró. Ladeó la cabeza ligeramente hacia la derecha y el hombre apretó la empuñadura del arma. Sus manos dejaron de temblar, dirigió la espada hacía sí mismo y la hundió en el ojo derecho sin dudar. Sus acompañantes tomaron las armas sin desviar la vista de la deidad, quien volvió a ladear la cabeza, no hizo nada más. No gruñó, no cambió la expresión de sus ojos,  no les amenazó, solo les miró, viendo más allá de sus almas, dentro de esos corazones que defendían la paz y se definían como seres justos. Los que quedaban, se apuñalaron el ojo derecho con sus lanzas, espadas, flechas… Con las uñas de sus ojos si no habían encontrado nada.

El extraordinario lobo les dio la espalda, se encogió de nuevo a su tamaño de roedor y allí les dejó, suicidándose en la oscuridad de la noche.

 

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