EL CAMPESINO – Iñigo Raventós Basagoiti

Por Iñigo Raventós Basagoiti

Todos los niños tienen sueños, sanos y placenteros. Ávidos de esperanza, ilusión y nuevas aventuras. Pedrito era de esos niños creyentes de los valores inculcados con tesón por sus ancestros. El esfuerzo del trabajado duro, la rectitud de las convicciones morales, la responsabilidad de sus actos, y la virtud de la humildad cristiana regaba hasta el último rincón de su ser. No podía ser menos, su abuelo “un campesino”, como se hacía llamar, se levantaba cada día a la salida del sol y volvía al caer el alba. Orgulloso de su gesta, don Manuel llevaba con humildad su gran proeza de cultivar más de 3000 hectáreas de terrenos. Albaricoques, manzanas, peras, girasoles, melocotones, pero, sobre todo, uva de sus vides. Todo empezó cuando su padre, diputado por las Cortes Generales en la época de Franco, tuvo la agudeza de entender que unas tierras desérticas por donde iban a construirse sendos canales a su alrededor para abastecer de agua a las poblaciones colindantes, era la oportunidad perfecta para soñar como lo hacía Pedrito, (ese niño curioso, esbelto, con la mirada limpia y el pelo castaño, con una nariz respingona y una sonrisa siempre reflejada en su rostro), en un proyecto vital que cambiaría sus vidas para siempre.

– Imagínate Pedrito, tu bisabuelo fue un visionario, todo lo que tenemos se lo debemos a su destreza, resiliencia y tenacidad por entender únicamente una frase muy sencilla, – “de lo que siembras, recogerás”- dijo su abuelo sentado en el porche, divisando el horizonte rodeado de cultivos preparados para la siembra-.

– Allí al fondo, es donde brotan las mejores uvas de la comarca, junto al estanque -.

Pedrito feliz por las explicaciones de su abuelo le preguntó:
– Abuelo, ¿crees que perduraremos para siempre igual que estas tierras donde arrojamos todo nuestro amor y tesón? – pregunta el niño maravillado-.

Pedrito con esa pregunta había profundizado con agudeza en un aspecto vital del ser humano difícil de obtener una respuesta.
– ¿por qué haces esa Pregunta Pedrito? – le respondió su abuelo-.

– Pedrito, te voy a explicar por qué cuando llego a casa, me siento en esta butaca, verde y tapizada, con robusta madera del color de tiempo pasado. Visualizo el horizonte, nuestro pequeño paraíso, y me siento muy satisfecho de ir inculcándote el amor por esta tierra, si después de lo que te voy a explicar no te he contestado a tu pregunta, mañana vuélvemelo a preguntar de otra manera, e intentaré volver a contestarte.
Verás, Pedrito, me levanto por las mañanas, me miró al espejo, me afeito, me refresco, doy un beso a la abuela, me visto, cojo mi bastón con empuñadura de plata, y al bajar la escalera me refresca el olor a jazmín y a romero que entra directamente por las ventanas; Paquita me tiene preparado un desayuno de campeonato. Sólo oler esas deliciosas magdalenas con chocolate negro salidas del horno, beber el zumo de naranja recién exprimido, y qué decir del pan recién tostado, calentito, y disfrutarlo con esa mantequilla jugosa recién traída de la granja de don Pascual, se me hace la boca agua. El comedor como bien sabes divisa el horizonte igual que el porche, y ver cada día la salida del sol con esa luz blanca, penetrante, entrando directamente iluminando la estancia, me llena de energía y vitalidad. Doy un paseo por el jardín, como sabes tu bisabuelo plantó todos los árboles y arbustos que rodean nuestra magnífica casa de campo, castaños, eucaliptos, robles y cipreses, que llenan de paz mi silencioso paseo de la mañana; la frescura de la brisa con la salida del sol y escuchar a nuestros amigos cantar saludando entre las ramas verdes de los árboles, me da la sensación de que tu bisabuelo sigue entre nosotros. Cojo el todoterreno y me acerco a los barracones con el ruido característico de las ruedas pisando la tierra árida recién mojada por el riego matutino, saludo a todo el equipo, uno a uno, les pregunto qué tal la familia, y organizamos la labranza y cualquier otro menester del día. La mayor parte de la jornada comparto con todos ellos la magia de la vida, haciendo crecer los cultivos, les hablamos, les cantamos, les cuidamos, conocemos cada rincón de la finca. Cuando le damos más tiempo de cuidados a una zona específica, los cultivos crecen más fuertes y vigorosos, y en cambio, si dejamos de ir a menudo a otra zona donde hay unos cultivos iguales a los anteriores, crecen más lentos y dan menos frutos. Al acabar la jornada, bajando del coche, abro esa puerta que chirría del Todoterreno, y la brisa tardía me acerca olisqueando sabores a brasas y romero, la abuela y Paquita cocinando una rica cena. Abro la puerta, y me voy rápidamente al jardín para ver dónde para mi nieto favorito.
– Abuelo soy tu único nieto jeje -,
– Y agradezco entonces todo aquello que me rodea, gracias a la gloria de Dios. ¿lo has entendido Pedrito? – Se queda pensativo, Pedrito había hecho esa pregunta con la inocencia de un niño poco sabedor de la profundidad de unas palabras sabías.
Mira de reojo a su abuelo, inspira unos segundos y contesta:
– Abuelo, ¿eso es el amor?, ¿igual cómo quieres tu a la abuelita? –
Una risa cariñosa sale de la cara de don Manuel, coge su Pipa, la prepara con tabaco del saco, enciende una cerilla, y soplando por la boquilla enciende la pipa, dispuesta a saborearla y disfrutarla, Pedrito le pregunta: – Abuelo, ¿todo lo que nos rodea es tuyo? -, el abuelo acostado en la butaca, peinándose los cuatro pelos blancos que le quedan en la cabeza, le contesta: – Pedrito, nosotros somos una parte de todo esto, será de quienes lo siembren y recojan sus frutos, por eso cada persona que le da su tiempo a la tierra perdurará para siempre entre estos campos-.
Pedrito se queda en silencio, el sol cae, en el cielo colores anaranjados mezclados con el blanco puro de las nubes dibujan un atardecer digno de fotografiar, – maravilloso – piensa para sus adentros Pedrito. La naturaleza les atrapa, les abriga y acompaña hacia una oscuridad iluminada por la luna llena.
– Has visto Pedrito – dice don Manuel – está yéndose el sol y la luna ya está posada sobre nosotros iluminando la oscuridad-.
Pedrito, inocente, competente, le contesta: – Abuelo, ¿por qué no podemos vivir aquí contigo?, sólo venir en Julio se me hace muy corto -.
El abuelo envuelto en un amor incondicional sobre su nieto le dice: – Pedrito, te voy a contar un secreto. Tu padre se ha ido a buscar sus sueños muy lejos de aquí, quiere progresar, ganar más dinero, tener una casa en la ciudad alejado de la naturaleza, darte más oportunidades, …, y vivir a un ritmo vertiginoso cada día en busca de más éxitos, pero igual que tú, cuando venís aquí, os relajáis, desconectáis, cogéis energía y luego la gastáis en la ciudad, cuando no podéis más, volvéis a verme y os volvéis a recargar en medio de la naturaleza, la paz y la armonía. Siempre volvéis a verme y siempre me decís que es el mejor lugar del mundo, nuestro pequeño paraíso me dice tu padre. A veces las personas buscamos fuera lo que en realidad tenemos en nuestro interior, por eso yo soy campesino. Me gusta dar para luego recibir -.
Pedrito observa atento como su abuelo se cambia de mano la pipa, el humo comienza a envolver todo el porche, Pedrito nota la vainilla resbalando entre el aroma de la hierba segada y la frescura de la noche. Don Manuel le da otra calada, es una pipa con cabeza de marfil, tallada en la india, la heredó de su padre, en paz descanse.
Pedrito, que debería estar cerrando sus ojos, sigue vigoroso y tranquilo, con ganas de alargar la conversación, intrigado por los últimos comentarios de su abuelo.
– Tienes toda la razón, Papá siempre llega cansado, cena y se duerme rápidamente en su sofá. Muchas veces ni le vemos de lo tarde que llega. No sabemos nada de él durante la semana, por eso me gusta estar aquí contigo hablando, abuelo, porque puedo aprender muchas cosas de ti y de la vida.
– y tú Pedrito ¿qué quieres ser de mayor? – le pregunta el abuelo a su nieto.
– Abuelo, no sé, tengo 13 años todavía. Pero sí que te puedo decir que me gustaría ver esta puesta de sol todos los días de mi vida -.
El abuelo orgulloso de su nieto, entendiendo la sinceridad de sus palabras, le acerca la bandeja de la mesa y le dice: – Pedrito, come estas uvas rojas, fruto de lo sembrado, ahora recogerás todo su sabor -.
El nieto agradecido, coge con su fina mano una de las más gordas, la saborea, y la engulle, rápidamente le contesta: – qué buenas abuelo, saben a vino tinto, y más si las comemos juntos-.
Don Manuel orgulloso de poder transmitir su legado a su nieto le mira con cariño y devoción orgulloso de entender que ha calado el mensaje de amor incondicional. La paz y el silencio de apoderan del momento y los dos se quedan felices y dormidos.

Papá, Papá, despierta que llegamos tarde, he tenido un sueño maravilloso.
– Si hijo sí ya voy -. He estado soñando con el abuelo, hace tanto que no vamos que el saber que mañana es 1 de julio me llena de felicidad.
– ¿Vendrás y te quedarás unos días con nosotros?, el abuelo te echa de menos.
– Haré lo que pueda hijo, este mes tengo muchísimo trabajo -.
– ¿Te he dicho, Papá, que quiero ser campesino? – El padre se queda pensativo y le contesta: – Hijo mío, ¿tanto gasto en educación para que luego no persigas tus sueños? – Pedro le contesta: – Papá, de pequeño, ¿qué querías ser de mayor? dime la verdad. Su padre se queda en blanco, son las 8 de la mañana, su hijo sonriendo frente a él, intrigado, a punto de irse a la universidad, y de repente desde el fondo de su corazón no tiene más remedio que contestar: -Pues si te digo la verdad, quería ser como mi padre, Campesino.

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura Creativa

Deja una respuesta

Descubre nuestros talleres

Taller de Escritura Creativa

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Escritura Creativa Superior

95 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Autobiografía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Poesía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Literatura Infantil y Juvenil

85 horas
Inicio: Inscripción abierta